11 de octubre de 2013

La elasticidad de los actos

Creemos estúpidamente que, por alguna razón, un acto criminal debe ser más premeditado y deliberado que un acto inocuo. En realidad, no hay diferencia. Los actos poseen una elasticidad de la que los juicios éticos carecen.


Gomorra puede ser uno de esos escasos ejemplos modélicos de adaptación cinematográfica de novela que rara vez aparecen, cuando ambos son excelentes individualmente y sin embargo no se anulan sino que complementan, entendiendo sus propios lenguajes y capacidades. Las historias de Gomorra, la película de Matteo Garrone, están en el libro: los muchachos abducidos por la imagen de los mafiosos italoamericanos en las películas de Hollywood, el modisto que diseñó para una marca de alta moda italiana la ropa de Angelina Jolie en la gala de los Óscar y el taller ilegal donde se patronó, los residuos peligrosos que están enterrados por todo el sur de Italia… Garrone dramatizaba y ficcionaba los capítulos que para el perseguido Roberto Saviano adquieren en el libro un carácter más periodístico, a veces más reportaje, a veces más crónica personal, hijo en parte del nuevo periodismo pero con secciones aparentemente novelizadas. Saviano conoce la Camorra por haber nacido en uno de los barrios de cuyos ragazzi se nutre, en los alrededores de Nápoles, por haberse infiltrado en ella en busca de información, y por haber accedido a la documentación sobre la organización (aunque para esto baste con leer prensa, denuncias y sentencias con los ojos abiertos y pensamiento crítico).

Gomorra, la película, ganó el Gran Premio del Jurado en Cannes, y los principales premios del cine europeo en 2008 (vía)

La osadía de Saviano consistió en decir nombres reales, describir hechos conocidos, y desenmascarar procedimientos que nadie cuenta aunque todo el mundo sepa. Eso no basta para la obra literaria, claro. El punto de vista lúcido se observa en frases como la que encabeza este comentario, que están presentes en el libro de manera continua sin que este resulte discursivo ni sentencioso, y que universalizan el fenómeno mafioso en una inquietante moralidad de uso global. Saviano no pierde por ello capacidad metafórica reflexiva sobre las circunstancias en que debe sobrellevarse una vida, en este caso la del muchacho nacido en una rutina del horror, y consigue equilibrio entre el drama personal interiorizado, la descripción física e impactante de ambientes, y es especialmente brillante (por novedoso) en la minuciosidad del detalle económicolaboral en que la Camorra se convierte en negocio. Aquello que podría ser la sentencia analítica de un juez descubriendo cómo el sur de Italia es una floreciente máquina de hacer pasta, Saviano lo complementa con la tragedia de la cotidianeidad de la prevalencia del terror, consiguiendo sus objetivos con el cruce de géneros literarios que utiliza. 

Gomorra, el libro, puede que no alcance las virtudes que la película atesoraba al desacreditar visualmente los efectos de este negocio, que no permiten disfrutar de la vida ni a sus gerentes ni a sus peones, pero es indudable que Gomorra nunca será una creación, literaria y/o cinematográfica, citada como modelo por aspirante a gángster alguno, como modo de vida o como exaltación trágica de valores tal vez pervertidos (la virilidad, la familia, el honor) pero supuestamente valores a pesar de todo. Este desenmascaramiento, este grito que afirma de manera cruda que en efecto el crimen no paga, es un peculiar triunfo sobre todo lo escrito y rodado sobre la Mafia, completa un círculo irónico sobre el origen y la estilización fantasiosa del crimen, y sería un punto de inicio de una reflexión tan interesante como peligrosa sobre los efectos del torrente de ficción audiovisual en que vivimos en la realidad. Y al revés.

Sobre Los Soprano y, en parte, su relación con Gomorra escribí también aquí


Roberto Saviano (vía)

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