23 de abril de 2019

Mi querida España

 




La fascinación de los historiadores británicos por España es casi legendaria. No sé si se debe a que Gran Bretaña sea un pozo inagotable de historiadores y en realidad España sea sólo un objeto de estudio entre muchos, pero la cantidad de ellos impresiona. Ahí están Hugh Thomas, Ian Gibson (irlandés, eso sí), Henry Kamen, Gerald Brenan, o Raymond Carr… Todos ellos han escrito sobre la Guerra Civil. 

 
Santiago Casares Quiroga (vía), presidente del gobierno republicano el 18 de julio de 1936.

En general, cuando alguien habla de un hispanista, casi siempre pensamos en un británico, o, a lo sumo, un estadounidense. Sospecho, no obstante, que el objeto de estudio del libro que hoy traigo al blog pueda tener una mayor relación con este fenómeno de interés británico por lo español: por un lado, de manera general, el enorme peso que la Guerra Civil española tuvo en la ideologizada sociedad mundial de los años treinta del siglo pasado, en un momento histórico caracterizado por una dinámica de bloques que presagiaba una confrontación cuyo espejo premonitorio sucedió en nuestro país; por otro, de manera particular, el error histórico continuado de la democracia británica al no ayudar al gobierno de la República (que entre otras consecuencias pudo haber acabado con el Reino Unido en manos de los nazis que utilizaron militarmente su apoyo a Franco para prepararse), y la importante cantidad de brigadistas británicos que llegaron al país a hacer la guerra en defensa de la legalidad republicana

 
Manuel Azaña, presidente de la República durante la Guerra

El libro de Paul Preston, La Guerra Civil española, es, probablemente, de los más revisados y editados. No es un libro excesivamente largo (por tanto, no es exhaustivo), ni especialmente interesado en la campaña militar; de hecho la política en ambos bandos, sus elementos organizativos en relación a la ayuda exterior, y el desarrollo de las alianzas y rupturas ocupan más páginas que las batallas de la guerra, que Preston despacha con cierta diligencia y sensación de que no fueron una experiencia principal en los casi tres años de contienda. Preston, sin embargo, sí se interesa por las diferentes formas de represión en ambos bandos, reconociendo la especial virulencia ejercida en el bando nacional (estratégica, organizada y mayor cuanto más al sur del país) y el establecimiento de conflictos civiles propios dentro del bando republicano, al menos dos, durante la guerra.

 
José Calvo Sotelo (vía), líder de Renovación Española, asesinado cinco días antes del golpe militar

Es la primera vez que leo una historia de intención global del episodio histórico que aún se encuentra, junto con la Segunda República, en el suelo histórico de nuestra realidad actual; porque supuso una ruptura total de la continuidad histórica del país, porque rompió familias y tradiciones con tremenda furia, y porque el país heredó una dictadura fundada en una represión incapaz de cualquier desarrollo crítico racional. Tampoco, peculiarmente, he acudido a esta lectura para descubrir muchas novedades, pues múltiples lecturas, algo de mis estudios escolares, el cine, el interés político e histórico que se desató en la transición y que me tocó de lleno, los viajes por el país, o la continuada lectura de diferentes episodios de la Guerra Civil, me habían sido suficiente para no sorprenderme ante, por ejemplo, los Hechos de Mayo, Belchite, Gernika, el Alcázar de Toledo, la masacre de Badajoz, Paracuellos, la desbandá, o los sermones radiofónicos de Queipo de Llano.

 
Masacre de Badajoz (vía). Cadáveres a la espera de ser carbonizados

En Preston me gusta mucho el extraordinario ritmo narrativo, y el lúcido análisis de los momentos políticos, la claridad de la exposición de las relaciones e intereses internacionales, y el estupendo resumen histórico que introduce la guerra a partir de los sucedido en las dos décadas anteriores; también algunos hallazgos desconocidos, como la hipótesis de que a largo plazo la represión franquista, al esquilmar a las clases populares especialmente en los primeros años del régimen y favorecer así la acumulación de grandes capitales, potenciaron con el tiempo las grandes inversiones interiores y exteriores que necesariamente acabarían constituyendo clases medias y formadas que acabarían con el régimen.

 
Barcelona en mayo de 1937 (vía)

Sin embargo, no me parece del todo adecuado que Preston no mantenga menos implicación en su presentación en principio científica del tema bajo estudio, sobre todo por ser innecesario. Supongo que esta implicación parte del interés en romper la falsa similitud entre las atrocidades cometidas en el nombre de la guerra en cada bando, que Preston combate tanto cuantitativamente, con cifras, como cualitativamente, desde la diferencia entre el terror meticulosamente diseñado e implacablemente ejecutado en el interior del bando nacional, y los asesinatos producidos por el estallido revolucionario y el ansia de venganza de las noticias del frente en el bando republicano, cuyo apoyo por parte del poder fue mucho menor. Pero Preston, por ello mismo, no necesitaría una autodefinición tan clara desde el punto de partida: los hechos ya hablan por sí mismos. También he echado de menos mayor foco en el frente del norte, claro. La falta de detalle hace que sólo el episodio de Gernika tenga profundización, pero un tanto desligado del resto del relato, y falto del entorno de la peculiar campaña vasca, con parte del clero actuando en favor de la República, y su inferior represión en términos relativos en lo humano y casi completos en lo industrial.

 
Bilbao, 1937 (vía)

Ahora que encontramos paralelismos políticos entre nuestra época y los años treinta del siglo XX con facilidad sorprendente, no es de extrañar que La Guerra Civil española vuelva a reeditarse, aunque probablemente los archivos del franquismo aún no accesibles volverán a forzar una nueva reedición. No se me ocurre mejor argumento para leer estos libros sobre nuestra historia común que precisamente la presencia de dichos paralelismos. A Preston le debemos un libro que, cuando menos, se lee rapidísimo y con unos inmejorables ritmo y entendimiento.

Paul Preston (vía)

7 de abril de 2019

En el país de los indios



Dorothy M. Johnson ha sido probablemente el mayor impacto lector en el formato de ‘descubrimiento inesperado’ que he tenido en los últimos años. Descubrimiento de una escritora clásica de los años cincuenta y como revelación artística que escribe desde el género, alejado de la explotación que éste suele tener y en el que es difícil rascar calidad, salvo que una rastreadora como Lectora Constante te lo revele, como ha sido el caso. Gracias a ella y su gusto formidable.

El hombre que mató a Liberty Valance (vía)

Estos dos bonitos volúmenes han sido editados por Valdemar en su colección Frontera; en Indian Country, el prólogo adelanta el prestigio histórico que acompaña a Dorothy M. Johnson como autora de relatos del Oeste. Johnson encabeza los listados críticos históricos del género de manera apabullante, y es autora a su vez de las historias en que se basan una selecta cantidad de clásicos del cine como El hombre que mató a Liberty Valance, El árbol del ahorcado, o Un hombre llamado caballo. Curiosamente, a través del cine y del recuerdo cinéfilo se produce una primera inmersión familiar en las historias de Johnson, la del espectador que recupera determinados universos visuales clásicos previos a la decadencia o a las revisiones europeas del género.

El árbol del ahorcado (vía)

Johnson es una narradora fabulosa: su tono es directo, sus frases son breves y contundentes como la acción que describe, y su visión es aparentemente limpia y despojada de moralinas; su descripción de un mundo violento y práctico en el afán de supervivencia de sus protagonistas es cruda y aparentemente aséptica. Tiende a centrarse en personajes que obviamente se encuentran en una frontera geográfica, que es normalmente trasunto de una frontera vital, y con ello de algún tipo de rito de paso: de niñas raptadas por indios para ser criadas como ellos, a viejos jefes indios que afrontan sus últimas batallas antes de, probablemente, morir, pasando por chicos prepúberes obligados a madurar repentinamente ante la brutalidad del entorno o por mujeres indias devueltas a sus familias blancas tras pasar décadas con los indios.

 
Un hombre llamado caballo (vía)

No hay rastro del buen salvaje en la descripción de los usos y costumbres, o en el apego a la tierra, los animales o los ritos de los indios. Al contrario, la supervivencia y el escaso desarrollo retratan una vida durísima y llena de clases. Y, no obstante, la dignidad del pueblo indio queda claramente defendida en el punto de vista respetuoso con sus ritos que Johnson muestra, desde el momento en que les adopta como personajes completos que desarrollar, y hasta alcanzar un humanismo antropológico que literariamente se refleja en determinismo vital. El respeto de Johnson se observa en la mirada al conflicto despiadado (entre blancos e indios, pero también entre indios y entre blancos) surgido del choque inevitable de culturas y las anomalías fronterizas que surgen del mismo. Una mirada literaria en que impresionan mucho la facilidad en usar recursos como el recuerdo de personajes mayores y su historia casi olvidada que alcanza carácter legendario, las elipsis que resumen años en un único párrafo, la ausencia de metáforas recurrentes, un manejo hábil y sorprendente de las situaciones de tensión, y la falta de sensiblería (que no emoción, porque esta suele desbordarse especialmente al resolver las situaciones dramáticas que construye la autora), sin olvidar además el subtexto que siempre subyace al oeste como género: la construcción de un país, ya cuestionado en Johnson por la mítica del relato con que debe justificarse a sí mismo.

Tanto en Indian Country como en El árbol del ahorcado hay varias joyas. Casi todos los relatos me han parecido excelentes, como La frontera en llamas, La hermana perdida, El chico de la predera, El regalo junto a la carreta, Viaje al fuerte… Hay dos que me emocionan especialmente, centrados en dos viejos jefes indios que por diferentes razones familiares deben afrontar su pasado y su futuro, que son La camisa de guerra y Marcas de honor, porque ponen la mirada en personajes normalmente fuera del foco, y el uso del recuerdo en ambos alcanza momentos de profunda tensión interna. Para mí es bastante inevitable mencionar el relato que dio lugar a la película de John Ford, El hombre que mató a Liberty Balance, por ser una de las joyas cinematográficas de la historia del cine, una película en la que Ford depuró su estilo hasta cierta abstracción en las lecturas sobre política, familia, justicia y territorio que aúna. Es milagroso que todos esos temas y prácticamente todas las relaciones personales y sociales que Ford representa con inspiración y emoción en dos horas estén ya contenidas en las 23 páginas del relato de Johnson. Quizás esta inversión no es el mejor ejemplo canónico para subrayar la capacidad de concreción de la autora, pero sí para indicar su habilidad para la precisión y la sugerencia a partir de situaciones y personajes aparentemente sólo narrativos. Como pretendida y falsamente le suponemos al género.

Tuve la oportunidad de hablar de estos dos libros en la radio, junto con Weldon Penderton, Roberto Bartual y Paz Olivares gracias al podcast de niñosgratis*. El podcast está disponible en ivoox, pinchando aquí. Nos quedó muy bonito y con mucha medicina.

 
Dorothy M. Johnson