23 de abril de 2024

Gato en pandemia

 


Rodrigo García Marina, poeta autor de Los prodigiosos gatos monteses, es médico, filósofo y performer, además de escritor. A pesar de su juventud (1996) ha publicado varios poemarios, e imagino que leído y he estudiado mucho en vida. Este es el primero que leo, un libro de carácter poético en aliento, ritmos y connotaciones, pero también dado a la prosa si es necesario.

Los gatos monteses que sirven de título refieren parcialmente al mundo salvaje que tomó los espacios durante la pandemia, que sobrevuela de continuo todos los pasajes del libro. Pero también al gato del Lemi, el amante del protagonista trasunto del autor. El texto es polisémico, tanto como polifacético el autor, lleno de asociaciones de ideas visuales y lingüísticas, un conjunto de rápidos inteligentes juegos de palabras visualizables con los cuerpos que las habitan. Este gato doméstico espejo de supuestos gatos monteses/callejeros en Madrid sirve de ejemplo de comparación en varias capas de significado.

En realidad, es un libro difícilmente comentable. Cualquier obra, por ficción desplazada de la realidad que sea, describe de alguna manera el ser y estar del autor, y el espíritu con que vive su tiempo en el mundo. Tal vez la poesía, o el lenguaje decididamente poético, especialmente dedicado a la introspección, es más dado a este juicio. En este sentido, Los prodigiosos gatos monteses es una obra apegada a los veinticinco años de un hombre enamorado que vive inesperadamente una pandemia insólita. Una obra llena de la desmedida inteligencia relacional de la juventud iluminada, y, a su vez, arrastrada por un deseo total de varias patas, del de la experiencia al del placer, del del conocimiento al de la alegría. Sus pasajes a veces atemorizan, por su impúdica libertad de expresión en equilibrio con el desparpajo sintáctico y estructural. El lector no sabe si los párrafos sin signos de puntuación habilitan mencionar el sexo pasivo o la persecución alegre de las noches de drogas, pero sí recibe una carga de realidad generacional en las formas de un desconcierto tan vital como asombrado del autor.

Tal vez el Zeitgeist sea que la vida tiene demasiados estímulos. Un signo de ellos es un cerebro privilegiado con esa cantidad de estudios y profesiones encerrados en cuerpo y mente limitados aunque sólo sea por humanos. El traslado de esos estímulos al lector, que resumo en el hallazgo de ese “toque de keta” fabuloso y definitivo, es probablemente la sensación que prefiero en esta lectura asociativa y voladora, a la que quiero comparar con el misterio que son los gatos en su vivir y convivir, algo elegante aunque se estén chupando el culo, un mirar misterioso aunque sólo sea el impulso primario de recibir comida o caricias, o un mover seductor de caderas aunque se trate de pasar por la vida enseñando el rabo. Los prodigiosos gatos monteses es, en cualquier caso, un fogonazo rimbaudiano del libro.

Rodrigo García Marina (foto de 20minutos)

13 de abril de 2024

Huir del yo y practicar la atención

 

Este pensamiento a lo Gracián que encabeza esta reseña pretende resumir en forma de aforismo moral las conclusiones del libro de la sorprendente filósofa que es Iris Murdoch. Bueno, sorprendente para un lector que la conocía exclusivamente por novelista y que apenas había leído su reconocida The Sea, The Sea, hasta llegar a saber que había sido discípula de Wittgenstein. The Sea, The Sea es una novela magnífica. Intentar su filosofía parecía buena idea.

La soberanía del bien, este volumen de Iris Murdoch editado con esmero por Taurus, es una recopilación de tres conferencias que Murdoch pronunció en los años sesenta, y que ella misma reunió en un libro publicado en 1970. Su pensamiento es deudor, lógicamente, de su tiempo, igual de manera muy esperable. A Murdoch le pesan (sin mencionarlas) la guerra y la posguerra, se inscribe en un existencialismo de cierta oscuridad, en el que está ausente toda posibilidad inicial de divinidad, pero busca a ello una salida moral objetivo, al que dedica su pensamiento probablemente desde el mismo título.

Para Murdoch es necesario reemplazar la idea de Dios con algo que ocupe un centro moral. No cree que la razón kantiana o la historia hegeliana sean el sustituto correcto, sino que ella apuesta por una idea de Bien conseguida por una acción que evite mirar al yo (según Murdoch, el yo es una luz demasiado brillante que nos ciega e impide ver nada a nuestro alrededor) y practique la atención a los demás, con el objetivo de conseguir el bien en nuestras acciones y asegurar el fin de la filosofía moral.

Pero Murdoch es una pensadora con dudas. Además de concluir con cierta desesperación si esta sustitución del centro moral que considera imprescindible no será un trampantojo bien intencionado, se preocupa por la forma en que se toman las decisiones y el valor de la construcción de las mismas; se basa para ello en los filósofos que la rodeaban y ya publicaban en Cambridge, que opinaban (Stuart Hampshire especialmente) que no existe en realidad un mundo mental en que las decisiones se mediten y se tomen, sino que lo bueno es necesariamente exterior, dinámico, orientado a la acción. Se intuye de fondo la propuesta definitoria del a existencialismo original, aquel para el que la existencia prevalece sobre la esencia, con sus consecuencias materialistas: una ontología que no puede basarse en ideas o almas de carácter divino. Y se explicita la confusión de ideas entre lo bello y lo bueno: lo bello es estático, no dinámico, y sin este carácter definitorio de lo bueno per se, no es deducible que lo bello defina a lo bueno.

No por ello renuncia Murdoch al arte, ya que lo considera una fuente de ejemplo en sí mismo, en el sentido de que un arte malo es aquel que está preñado del yo, en el que la evidencia del yo del autor malogra la obra y la convierte en mal arte. Murdoch, en los sesenta, podría desde luego intuir el inicio de lo que Gomá llama " vulgaridad respetable " en las formas artísticas que habían iniciado un despliegue global. No era la única, desde luego.

Aunque no lo explicita, Murdoch acaba en desacuerdo con estas ideas sobre un espacio mental interior inoperante. Desarrolla ejemplos intensos de decisión moral interior incluso aunque sucedan con inacción exterior. Reconoce por ello una evolución interna, y un poder emocional en la atención, una acción interna y continuada, dirigida a los demás, un método que no identifica con la oración o la meditación, sino como un camino hacia el ejemplo. Es una ejemplaridad posible, incluso materialista por su descomunal rebaja de su potencial idealismo, donde se combina la dimensión privada con la pública a la que dicha atención obligará en algún momento. El pesimismo es latente, pero la atención es una puerta vital a cierta esperanza, a ese potencial bien como centro moral. Más cerca de Camus que de Heidegger. Probablemente esta pulsión pudo ayudar a convertirle en novelista, como al francés. Tal vez porque el Bien y el Mal, el poder interior de las decisiones, o la actuación en libertad, son temas también novelísticos, o fácilmente encarnables en personajes que los ejecuten.

De hecho, como libro de 1970 (escrito en la década anterior), con sus menciones continuadas al existencialismo y al conductismo, Murdoch parece fuera de las corrientes principales del melón filosófico que se estaba abriendo, sin eso ser necesariamente malo. Por un lado, no parece interesarle el feminismo que empezaba a reestructurar a Beauvoir antes de la eclosión de los estudios de género de los años siguientes, y su preocupación por las posiciones morales positivas en un tiempo en que las consideraba discutidas no tiene enfoque de género (citar en una importante ocasión a Simone Weil, pero no a John Rawls indica que lo político no es su interés, pero nada más). Por otro, es obvio que está lejos de la Escuela de Frankfurt y de los posestructuralistas franceses, a los que no menciona, siendo su bibliografía básica la de los filósofos ingleses de la época, con menciones también continuadas a su propio maestro Ludwig Wittgenstein.

La soberanía del bien es un libro que exuda dolor, pero resume tres conferencias, es decir, no se trata de un sistema filosófico general, estructurado y elaborado. Se lee con gusto, pero requiere de fuerte atención e introspección, porque su lenguaje es profundo en filosofía, con una cierta visceralidad. El impacto por lo revelador de su expresión, no obstante, es perdurable.



1 de abril de 2024

Gángsters maricas


Esto no es un libro de crítica cinematográfica, esto no es un texto ilustrado sobre películas de gángsters, esto no es un fanzine sobre el subtexto del cine negro. Pero es todo eso, sí... Dividido en tres volúmenes distintos con formato de periódico, dedicados respectivamente al cine británico, al cine clásico norteamericano, y al cine contemporáneo, Gángstes maricas. Extravagancia y furia en el cine negro ofrece exactamente lo que su título promete: un relato descriptivo de una buena cantidad de películas (y alguna serie) del cine negro donde una mirada insumisa (Alberto Mira dixit) y algo burlona extrae subtexto de una serie de tópicos representativos de los gángsters cinematográficos; todo esto servido en un formato tabloide, con ilustraciones impactantes por tamaño e intención caricaturesca de los personajes descritos, y titulares con fuentes descomunales imitando los representados en pantalla en las películas clásicas del género.


Compartiendo el tipo de mirada del autor, no me ha sido nada extraño comprobar que las películas de cine negro albergaban más de un malhechor invertido. Primero, por ser películas mayoritariamente pobladas por hombres (y lo siguen siendo pasado el periodo clásico: Reservoir Dogs, Lock & Stock, Los Soprano); segundo, por contener tópicos mariquitas a tutiplén de toda la vida (abandonar a la mujer, o despreciarla, frente a la vida con los compañeros; las parejas de hombres que hacen maldades juntos y se defienden uno a otro por encima de todo), pero me han sorprendido otros por la cantidad, como los gángsters devotos de sus madres. Por supuesto, nunca debe olvidarse que el canon no va a perder la oportunidad de “disfrutar” añadiendo la homosexualidad a la violencia, la psicopatía, y cualquier tipo de barbaridad en el diseño de personajes especialmente execrables, sugiriendo con sutileza que igual, qué sé yo, nunca se sabe, imagínate, la orientación sexual es origen de la violencia que sufre el orden heteropatriarcal establecido. Hay que añadir a esto, por supuesto, que Gángsters maricas incluye una buena cantidad de films reconocidos, pero también un montón de películas a descubrir, que es probablemente el objetivo principal de sus autores.

Autores que, es necesario confesar, han ejecutado una audacia bella y fascinante con esta publicación. Se trata de Juan Dos Ramos (@doctorinsermini) a los textos y Alex Tarazón en las ilustraciones; los créditos incluyen a Alba Monleón en el diseño (supongo que incluye la maquetación). El trabajo en los tres campos, bien engarzado, ayuda a una buena experiencia estética, coherente a la par que irónica con el género que estudia, el de "grandes hombres con una debilidad. Sólo una". Este tipo de humor combinado con un buen conocimiento tanto de los clichés artísticos y críticos de la cinematografía en general como del género en particular, rinde un texto equilibradamente subversivo (permítaseme la contradicción y el concepto hoy ya trasnochado), especialmente bien llevado para poder alcanzar algo más que al público doblemente especializado en cine noir y "caribeñismo", que diría Agador Espartacus. Ojalá fuera así, pues el talento mostrado lo merece. Por lo menos, una cosa tan interesante como un ciclo con las películas ya se ha realizado en la Cineteca Madrid del Matadero.

De venta aquí, por cierto.