19 de enero de 2021

Multitudes


Cuando en 2019 una pareja de amigos me regaló este libro de Ed Yong, Yo contengo multitudes, ninguno imaginábamos lo que estaríamos hablando de microbiología a estas alturas. Las multitudes a las que alude Yong en su título (publicado en 2016) no son las de Walt Whitman, al que homenajea el verso extraído de Song to Myself: I am large, I contain multitudes, sino los microbios que nos habitan, y tal y como Yong nos va a explicar, nos curan, nos permiten vivir, y hasta nos identifican.

Yo contengo multitudes es una historia de la relación entre la Humanidad y los microbios basada en el conocimiento que poco a poco hemos alcanzado sobre nuestro microbioma. Es un campo científico en que sus especialistas reconocen que queda un campo amplio por conocer; es por ello apasionante, pero también es interesante por las posibilidades médicas que abre, y, algo que Yong menciona y explica pero no profundiza, filosóficas en cuanto ontología, definición de la identidad y del ser. El subtítulo recoge esta frase, una vez visto el título poético: Los microbios que nos habitan y una visión más amplia de la vida.

Colonia de Clostridium difficile (foto de CDC/Dr. Holdeman - Centers for Disease Control and Prevention's Public Health Image Library, número #3647). Afecta sobre todo a personas que han tomado antibióticos.

En su estudio Yong empieza por definir el tiempo que los microbios, especialmente las bacterias, llevan en la Tierra. Habla también de cómo dominaron el mundo (dudando que hayan dejado de hacerlo) y cómo influyeron en la creación de organismos pluricelulares y en la aparición de los animales. De cómo empezamos a ser conscientes de su existencia (son preciosos los pasajes dedicados al fabricante de los primeros microscopios, Anton von Leeuwenhoek), a cómo pasamos a combatirlos cuando supimos que entre ellos estaban los patógenos fuentes de varias enfermedades, y cómo finalmente somos conscientes de su importancia en nuestra salud, cómo hemos descubierto muchísimas más variedades gracias al análisis genético, y cómo intentamos avanzar en su conocimiento para mejorar nuestra salud.

Yong describe varios descubrimientos verdaderamente excitantes; entre ellos me impresiona especialmente la transferencia genética horizontal (TGH), practicada durante millones de años por las bacterias, y que asegura su pervivencia y selección natural, pero que tiene investigadores que defienden que sucede también entre animales (humanos incluidos): parte de nuestro genoma está constituido por genes de las bacterias que nos habitan, aunque, cuenta Yong, suelan eliminarse esos fragmentos de los resultados de los análisis genéticos, negando un tanto una intromisión inquietante en nuestra individualidad (e identidad, incluso) que supera el más confortable concepto tradicional de simbiosis. Pero tampoco está mal el trasplante de microbiota fetal (TMF) como técnica utilizada recientemente para repoblar el microbioma intestinal de pacientes con afecciones graves a través de la toma de excrementos de personas sanas (los animales suelen comer los excrementos de sus congéneres, y así mejoran sus propios microbiomas). Por terminar con un tercer caso impactante, es muy atractiva la explicación de la relación entre el correcto desarrollo del microbioma de un niño y su modo de nacimiento (por cesárea el niño no adquiere los microbios de la vagina de su madre), su lactancia (la natural fomenta el crecimiento de cepas que responden específicamente a los nutrientes), y su alimentación, factores que parecen clave en el desarrollo y desempeño del microbioma del individuo.

Janthinobacterium lividum (fotografía de Ninjatacoshell), bacteria protectora de las ranas y salamandras de Norteamérica

Yong insiste mucho en una idea que le he leído a él y a otros microbiólogos durante la pandemia del Covid-19, sobre la equivocación de considerar a los microbios como enemigos contra los que luchar en una guerra en la que conseguir vencerlos. Más allá de nuestra necesidad de los microbios para subsistir, y del hecho de que las especies únicamente patógenas sean un número escaso del total, la visión es equivocada y responde a un momento científico determinado ya superado. Lo cierto es que el microbioma es complejo (y variable: cada uno podemos tener cepas diferentes y en cantidades distintas, y varía entre nuestras diferentes partes del cuerpo) y que, según las condiciones, la misma bacteria que nos es beneficiosa puede perjudicarnos. No es que debamos cuidarlas, es que también condicionan cómo debemos alimentarnos para mantenernos sanos. Su comportamiento, por tanto, se desvía de conceptos éticos fáciles que no les atañen. Y también pone el autor una pata de su libro en el mundo natural y la influencia de las bacterias en el desarrollo o decadencia de especies terrestres y marinas.

Con todo este material, Yong entrega un libro muy ameno, cercano, de fácil lectura, de clarísimo efecto divulgativo, que combina historia y biología con habilidad, que se mueve entre ejemplos de especies, geográficos e individuales otorgando agilidad al texto, sin obviar un humor blanco y al que es difícil reprochar nada.  No obstante, durante varios pasajes tuve la sensación de que me perdía mucho conocimiento del que atesora Yong precisamente por la estrategia divulgativa, como si me atacara una nostalgia por los libros académicos, clasificatorios, de mayores definiciones, que tuve que estudiar durante mi formación científica. El libro contiene una bibliografía abundante, una buena cantidad de notas, y un índice temático que me ha ayudado a repasar el TMF y el TGH antes de escribir. Y en su estructura y devenir adivino no una pizca de ese interés subyacente sino su extensa formación científica en Yong: historia de microbiología, estado del arte actual, técnicas y métodos, potencial futuro. Son cuatro apartados que tienen capítulos más o menos definidos, aunque en todos añada las capas de escritura mencionadas. En fin, puede que en realidad sólo se me haya activado alguna recóndita bacteria que buscaba un alimento distinto que por ahora no ha encontrado. A Yong, un tipo aparentemente muy interesante, al menos he empezado a seguirle.

 

3 de enero de 2021

Saramago en el principio


Manual de pintura y caligrafía fue el primer libro de Saramago publicado, en 1977, tras sus varias décadas de silencio literario en que trabajaba como periodista. Con los estertores de la dictadura salazarista, Saramago encontró motivación y escribió esta novela, algo obvia, de reflexión sobre la obra artística y el sentido de dedicar la vida al arte.

Cuenta este manual la historia de un pintor sin nombre que realiza cuadros para las clases lisboetas media y alta, que decide empezar a escribir sus impresiones al sentir nuevamente la mediocridad de su talento cuando acepta el encargo de pintar a un empresario. El pintor, además del cuadro oficial encargado por el empresario, comienza secretamente un segundo lienzo, el que realmente le gustaría pintar, pero que sabe que no podría entregar como resultado de un encargo. Sus reflexiones pesimistas sobre su capacidad de enfrentarse a su trabajo, considerado por él mismo como fraudulento, se entrelazan con un interés incipiente del pintor por la escritura como medio distinto de expresión, pero también válido. Además de sus confesiones personales, escribe también pequeños capítulos en que describe episodios de un viaje a Italia, como potencial ensayo de libro a publicar. El salto entre pintura y escritura da sentido al título. El carácter de manual no es literal, pero sí metafórico y anticipador: décadas después se lee como un texto que introduce varias de las obsesiones que Saramago utilizará en el conjunto de sus novelas parabólicas más apreciadas, aunque también de otras de sus obras: los capítulos del viaje italiano son claro preludio del Viaje a Portugal; la ausencia de nombres alude al anonimato ciudadano en la gran ciudad (y a probablemente a la normalización de la dictadura) de Todos los nombres. (e indirectamente a la herencia pessoana de El año de la muerte de Ricardo Reis); el juego que aquí es subrayado y hasta ingenuo con las palabras y sus significados remite a la excusa central de la Historia del cerco de Lisboa. Incluso hay un apunte que indica el sentido de El Evangelio según Jesucristo, además de un momento político que comparte inspiración con Levantado del suelo.

Frente a todas ellas, Manual de pintura y caligrafía no me parece una obra demasiado conseguida, aunque tenga este interés interpretativo sobre el conjunto de la obra de Saramago, incluyendo ya su carga de pesimismo vital. La situación planteada es tan obvia que resulta egocéntrica, y los episodios amorosos dan un poco de vergüenza ajena. Pero es cierto que Saramago supo depurar estas debilidades temáticas y estilísticas, y encontrar mejores temas centrales de sus libros que él mismo y su camino para convertirse en escritor. Sólo 5 años separan la publicación de Manual de pintura y caligrafía de Memorial del Convento. Por el medio estaban Levantado del suelo y Viaje a Portugal. El escritor es el mismo, y, a la vez, ya es otro.