28 de diciembre de 2022

La pasión otra vez

 


Amélie Nothomb sigue publicando una novela al año. Tomando su trabajo como un oficio regular, un día determinado del año -siempre el mismo- se sienta a ello, tarda los meses debidos para ser publicado en la fecha comprometida, y poder empezar la siguiente con la regularidad precisada. Por ello sus novelas son siempre cortas, pero concisas. Leí tres de ellas hace más de una década, tan conocidas como Estupor y temblores, Cosmética del enemigo, y Antichrista, pero, salvo la trama y algunas circunstancias de Estupor y temblores, recuerdo poco de ellas.

Enrique Irazoqui en El Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Pasolini

Sed (123 páginas) es una pasión de Cristo contada por él mismo, utilizando su punto de vista propio. Tomar en primera persona a Jesucristo y narrar un episodio del Evangelio remite casi sin remedio a José Saramago y su El Evangelio según Jesucristo, novela de 1991 y 514 páginas, que con el estilo envolvente y parabólico del autor narra desde la concepción hasta la muerte de Jesús bajo un prisma analítico y humanista aplicado a un personaje acosado e incluso aterrado. La sed del título de Nothomb es también metafórica: se propone como comparación al hambre y dado que la sed no tiene un nombre propio para cuando es saciada. En parte anuncia una insatisfacción que creo que se cumple: no hay saciedad para esta sed creada.

Jim Caviezel en La Pasión de Cristo, de Mel Gibson

 

Más allá de la extensión y de la profundidad, los libros de Saramago y Nothomb se diferencian por el perfil psicológico del personaje, que en Sed está, creo que desafortunadamente, muy clavado en el presente. A Nothomb le es fácil recurrir a la paradoja de un hombre perfilado como moderno atrapado en una tortura antigua, bajo un mandato religioso inexplicable, sometido a un destino que nadie aceptaría. Así, es fácil subrayar el absurdo de la religión como práctica y convertir su momento cumbre (en el caso del cristianismo) en una sucesión de hechos brutales y conocidos salteada de pensamientos hoy reconocibles e incongruentes con la época que la teoría retrata.

Willem Dafoe en La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese
 

No es que esto tenga más problema en sí: la elección de la autora es este tratamiento superficial, tratando al personaje desde el yo moderno, y podría haber encontrado algún anclaje de interés. Pero se trata de un trabajo creativo relativamente sencillo sin un marco realmente trabajado o máscomplejo, y rindiendo un producto más de oficio al mercado: bien llevado, diálogos ágiles, humanización moderna del mito… Mi impresión es que esta estajanovista de la escritura, sea el que sea el tema, es una narradora un tanto simplona cuya capacidad de provocación hace tiempo que declinó, pero que aún tiene una marca que, de manera concluyente, aparece en la portada del libro como principal reclamo.

 

19 de diciembre de 2022

Jerjes bonito

 


Por las razones improbables que desconocemos de la cibernética, al buscar información sobre Jerjes tras la lectura de Las lágrimas de Jerjes, el señor Google me sugirió ‘Jerjes Óscar Esquivias’. Muy modernamente me dije WTF a mí mismo mientras pulsaba el enlace resultado de la propuesta, y en lugar de encontrarme a Óscar Esquivias interpretando al terror del Helesponto me topé con Jerjes conquista el mar, primera novela escrita por Esquivias, aunque publicada después de su trilogía sobre el purgatorio en Burgos.


Rodrigo Santoro fue Jerjes en 300, la película de Zack Snyder que adaptó el cómic de Frank Miller


Aparentemente este Jerjes no tiene que ver con el personaje histórico, aunque tiene ausencia de padre como en la obra teatral de Gomá arriba mencionada, y lógicamente su título nos remite al
fracaso persa de Salamina. ¿Quién supera esta derrota y conquista el mar por fin, aunque sea en Santander? Jerjes es un muchacho con discapacidad intelectual que trabaja gracias a un programa laboral de inclusión junto con otro compañero en la central de Telefónica en Madrid; vive con su madre y suele visitar el Rastro, especialmente el puesto de una librera malcarada y gritona, buscando libros de postales y fotografía.


Edificio de Telefónica en Madrid (vía

El conflicto de la historia es menor: a Jerjes y su compañero Duque no les dan muchas tareas y pasan ratos largos tomando el sol en calzoncillos en las terrazas. Con una cámara que ha regalado a Jerjes el novio de su madre hacen fotos a los edificios circundantes. La novela tiene un buscado punto de vista inocente con el que Esquivias quiere reflejar cierta pureza de su personaje principal, adquiriendo su carácter como tono del relato, y, tal vez, apelar a un público juvenil. Pero el texto alcanza momentos en que esta idea puede saltar por los aires: comienzan a fotografiar mujeres desnudas, uno de los chicos tiene erecciones delante del otro, hay un potencial chantaje por un libro conseguido en el Rastro… No obstante, todos estos conflictos o siguen una línea o arco trágicos y terminan en situaciones manejables y discutidas de manera amable, al menos según el punto de vista de Jerjes, que, como buen personaje masculino joven de Esquivias, apenas se preocupa nunca.

Jerjes conquista el mar tiene sin embargo mucho encanto en sus diálogos, en el diseño de su personaje principal, y en la envidiable transparencia con que mira su vida. Su aventura tiene un aire poético, dice Esquivias en su nota explicativa, como si se tratara de un poema donde cada palabra y línea de diálogo fuera imprescindible. La precisión y el ritmo existen: el libro apenas para -como Jerjes- y se lee en un santiamén, con una sonrisa agradecida por la ternura mostrada por personajes con los que las distopías habituales en la novela actual harían picadillo.





7 de diciembre de 2022

Homo Deus

 


Este best seller de Yuval Noah Harari publicado en 2017, tras su anterior exitazo Sapiens, se inicia declarando que el tiempo de las guerras, las pestes y el hambre ha sido superado por la humanidad. Esta declaración es excelente a la luz de los acontecimientos posteriores de 2020 a 2022, ya que el momento actual apela de manera directa a la argumentación que el autor pueda emplear y ver si resiste semejante envite. Para Harari estos fenómenos siguen existiendo (recordemos que vive en Israel), pero entran en una categoría de retos manejables. Su desaparición de la preocupación diaria de la mayor parte de la humanidad genera un vacío, que es necesario llenar, para Harari mediante tres estrategias principales: superar la muerte, el derecho a la felicidad, y conseguir una nueva divinidad inorgánica. Para Harari no es posible echar el freno a estas tendencias, a pesar de las asimetrías sociales que supondrán que sólo sean accesibles para privilegiados, y para ello se basa en su aplicación del conocimiento de las tendencias históricas (especialidad real del autor) de la humanidad. La diferencia de este momento, para Harari, es que en esta ocasión los avances de una élite no van a conducir a una democratización con los años de los avances tecnológicos (lo que ha ido sucediendo en otros momentos de la Historia, aunque de modo a veces traumático), sino a una superación del humanismo como ideología.

El director general de la OMS declara la pandemia del Covid-19 el 11 de marzo de 2020


Las ideas recogidas hasta ahora completan la brillante introducción de
Homo Deus, un libro que el autor califica de prognosis en lugar de diagnosis, pero para cuya especulación ha utilizado una importante cantidad de lecturas científicas sobre tecnología, biología y neurociencias. A partir de la introducción, la lectura empieza a tener algunos de los problemas de Sapiens, incluso potenciados precisamente por su mayor carga de especulación: la simplificación histórica, la falta de matices y detalles profundos de situaciones complejas, o el desarrollo de discurso en favor de algunas ideas personales. Un ejemplo: según Harari, si las nuevas élites alcanzan una amortalidad inorgánica, o si la inteligencia artificial (IA) desarrolla conciencia/mente y es hábil para dominar al hombre, este quedará reducido a un organismo biológico esclavizado para cuya representación Harari emplea la comparación con el trato actual a los animales. Harari es vegetariano y animalista, lo que está muy bien, pero parece que en vez de este ejemplo (que también dispone de páginas en Sapiens) ya existen suficientes casos de esclavitud propiamente humana en la Historia en que poder fijarse. Otro ejemplo probablemente peor, dado que hablamos de un historiador, es la simplificación entre liberalismo y comunismo como sistemas políticos y filosóficos que han dominado el mundo desde la Segunda Guerra Mundial, un esquema exclusivamente confrontacional que obvia todos los reformismos progresistas ya presentes en el siglo XIX (recordemos el socialismo utópico, el programa de Gotha, que Marx criticara, o a Gramsci distinguiendo que lo adecuado para Europa occidental era una “guerra de posiciones”, ganando poco a poco terreno en la sociedad civil y hasta en la política, mientras que en la oriental, como en Rusia con los bolcheviques, era la “guerra de movimiento”, es decir, el asalto frontal a las instituciones opresoras). Harari no exige en su análisis esta premisa de reformismo. Y no quiere considerar, y es explícito en ello, a los sistemas dictatoriales o teocráticos como participantes activos de la ciencia y la tecnología que definirán el mundo; pero esto parece cuando menos matizable y sólo muy simplonamente resumible en esa dicotomía filosófica. Pero lo cierto es que esto parece parte del estilo de Harari: una aproximación divulgativa simplificada que entrevé conocimiento y visión, pero se refugia en un juego de visión conjunta que deja tal vez demasiado lastre atrás.

Inteligencia Artificial, de Steven Spielberg

Su frase resumen de los avances tecnológicos que definirán la especia humana es los organismos son algoritmos, deudora de la tecnología hoy dominante (el autor recuerda que en otros tiempos los organismos se definieron de acuerdo a otras tecnologías, y se veían como máquinas o como coches), pero el salto a lo inorgánico supondrá un cambio esencial al desgajarnos definitivamente de lo orgánico/biológico. El materialismo de Harari es extremo; ya en Sapiens afirmaba que todo lo no biológico o físico formaba parte de una ficción cuyo relato permitía a los humanos cooperar y confiar en otros a pesar de no conocerlos. Esas ficciones incluyen los países, las ideologías, el dinero, el crédito y los bancos, las empresas, y, por supuesto, las religiones; de hecho, Harari prefiere resumir como religiones a todas estas ficciones, como relatos necesarios para convencer a los humanos dado que estos están diseñados según algoritmos que producen emociones que en un pasado (de hambre, peste y guerra) sirvieron a la especie para sobrevivir. Pero, si los organismos son algoritmos, éstos son descifrables y programables, y es cuestión de tiempo y tecnología que se conozcan los mecanismos de las emociones, y que esto termine con la ensoñación actual de existencia de libertad (Harari la desprecia de facto al definirla como una combinación de fenómenos deterministas y aleatorios, acercándose a las teorías conductistas de B. F. Skinner que ya mencionara Shoshana Zuboff en su trabajo sobre el capitalismo de la vigilancia), con el humanismo como filosofía, y, por supuesto, con el liberalismo político y económico dominantes.

Garry Kasparov se enfrenta a Deep Blue (vía)


La parte central de Homo Deus resulta menos interesante, de nuevo debido a las simplificaciones de ecuaciones o los conflictos de pura ingenuidad que plantea entre juicios éticos y declaraciones fácticas para estudiar el modo en que las religiones (recordemos que son todas las ficciones e ideologías del mundo) están siendo dominadas o vampirizadas por la ciencia y el capitalismo, y cómo el humanismo ha triunfado -con sus variantes liberal y comunista- como nueva religión global desde el siglo XIX hasta ahora. Los ejemplos concretos un poco banales y los históricos procedentes del cambio de percepción del valor del hombre concreto son múltiples en esta sección, que va poco a poco describiendo las confusiones que la IA, su desarrollo y su potencial, añade a la contemporaneidad, incluyendo el debate relevante sobre si es necesaria la disposición de conciencia o inteligencia para que la IA se desarrolle por sí misma o no. Algoritmos que juegan al ajedrez, que imitan sin distinción a Bach, o detectan cánceres donde los médicos no lo hicieron… la tendencia demuestra que los algoritmos inorgánicos acabarán haciéndolo mejor que los orgánicos, los superarán, y crearán una enorme masa de humanos ociosos o inútiles, y una casta privilegiada de humanos mejorados.

Harari acaba pronosticando una religión nueva: el dataísmo, la religión de los datos, capaz de interpretar incluso la Historia humana, su variedad, conexiones y libertad de movimiento en términos de procesadores de datos. Se interroga por el futuro de esta religión nueva dada su orientación exclusiva a decisiones, que no siempre es lo más esperable o necesitado en la vida humana -y quién sabe si la especie reaccionará de algún modo inesperado-. Son probablemente las últimas ideas casi brillantes de un libro interesante y especulativo, en cuya simplicidad de exposición se encuentra su gran valor de venta (que es un trabajo complejo también a conseguir), pero que causa perplejidad por ello mismo al especialista y al pensador. Harari además apunta alto, pues desdeña la filosofía (que explica por otro lado buena parte de las aproximaciones al pensamiento que realiza) e incluso a autores cientificistas que se proclaman liberales como Pinker o Dawkins (imagino que lo haría también con Zuboff). El libro ya anuncia pronto que en realidad no proporciona respuestas, porque aún no existen, y su inventario de tecnologías que cambiarán el mundo tiene cierta inconexión probablemente característica del propio mundo y a pesar de su esfuerzo homologador. ¿Veremos si le asiste la razón y en qué? ¿Seremos libres y conscientes cuando suceda?

Yuval Noah Harari, según la foto de su web

 

 

 

30 de noviembre de 2022

Profetas hoy

 


Alguien se despierta a medianoche o Libro de los profetas, que parece que iba a ser su primer título, es un conjunto de relatos cortos escritos por Óscar Esquivias e ilustrados por Miguel Navia. Los relatos recogen historias o anécdotas del Antiguo Testamento y las desarrollan en clave contemporánea, con distintos grados de relación según los casos. Las ilustraciones, según dice la introducción, proceden en parte de trabajo anterior al libro (de modo que son anteriores a los relatos y en cierta forma es Esquivias el que pone palabras a imágenes ya existentes) y en otros se hicieron después. El libro no se resiente por ello, no es realmente posible distinguir con la lectura qué relato pertenece a qué momento, y las imágenes, que tienen algunas características comunes no sólo estéticas sino también narrativas entre todas ellas, tampoco lo permiten.

Fe ardiente

A pesar del carácter episódico de los relatos, existe una línea de continuidad en ellos, si bien los autores huyen de subrayados e incluso son algo evasivos en esto. El dibujo de Miguel Navia es onírico, incluso surrealista, y detalladísimo, incluso hiperrealista. El detalle llena en general el espacio, sin restringirse a páginas o viñetas, y engarzando en ocasiones con el texto en una maquetación precisa que forma parte del proceso creativo. Las ilustraciones repiten con cierta obsesión algunos símbolos intencionales, como los pájaros y los personajes portando la máscara veneciana de la peste, que es tentador intentar interpretar en las líneas de los textos, aunque las imágenes más impactantes y perdurables son, probablemente, los espacios urbanos, calles y edificios reconocibles de ciudades en tono sepia, algo apocalípticos, en planos picados.

El último detalle

No son obvias las metáforas que procedentes de la Biblia pueblan el contenido de los textos. La fascinación de Óscar Esquivias por la imaginería y la narrativa bíblica es bien conocida; basta seguirle en redes, o haber leído su trilogía que situaba el purgatorio en la ciudad de Burgos, al que se consigue acceder por su catedral en el verano de 1936... Esta “geolocalización” parece ser la idea cultural de partida: llevemos las emociones recogidas en el Antiguo Testamento a nuestras ciudades y personas de hoy. Estos profetas han sido trasladados a cierta mundanidad de ciudades inundada de situaciones comunes, bien en un Madrid o un Bilbao o un Burgos reflejos ilusorios de las pecaminosas ciudades bíblicas, bien en un perpetuo devenir pródigo -e inmigrante- por el continente europeo. Esquivias tiene un estilo limpio y un gusto metafórico irónico y en ocasiones lírico. Siempre tierno y comprensivo con sus personajes, mantiene la frescura de un narrador digamos rural confundido pero entregado a las urbes y su vida atareada, fascinante e incomprensible. El último texto del libro, desviado tan alegremente del antropocentrismo, recuerda a Delibes.

La visita

Alguien se despierta a medianoche es un libro muy bello, que recupera las narraciones ilustradas, que no es un cómic pero que a veces juega a esa narración visual, y cuyo principal problema ha sido su dimensión descomunal, que para el lector de cama como yo requiere de unos largos y fornidos brazos (con los que el profeta padre no tuvo a bien adornarme) para evitar su peligrosa caída sobre el cuerpo. ¡De su lectura se sale por ello literalmente más fuerte!


Miguel Navia y Óscar Esquivias (vía)

 


15 de noviembre de 2022

¿Qué hacer con Vargas Llosa?

 



El sueño del celta es una novela de Mario Vargas Llosa publicada alrededor del momento en que le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura: como puede verse en esta edición de bolsillo del libro, el nombre del autor es considerablemente más grande que el de la novela. Para un lector clásico de Vargas Llosa (los que consideran obras maestras varias de sus novelas de hace décadas) este libro constituye una sorpresa: es una novela sobre un personaje histórico homosexual, mantiene varias de las características estilísticas que han hecho de su autor un escritor reputado, es plenamente coherente con su desmitificadora obra anterior, mantiene un humanismo vibrante (que en el siglo XXI parece anacrónico), y es un buen retrato del colonialismo, y del progreso y la independencia política y económica de los pueblos. La sorpresa, claro, es que Mario Vargas Llosa haya realizado este esfuerzo impresionante de resultados más que convincentes en 2010, con 74 años, y tras sus mutaciones políticas, que ya analizaba tan bien Rafael Rojas en La polis literaria. De hecho, la pregunta arrogante que preside este texto me la he hecho con varios amigos degustadores clásicos de la obra excelsa que ha escrito Mario Vargas Llosa en los últimos sesenta años. Ver los titulares de sus opiniones políticas actuales, descubrir sus preferencias en las elecciones de diferentes países latinoamericanos, y preguntarse por qué dice estas cosas el autor de obras tan políticas como La guerra del fin del mundo o La fiesta del chivo viene a ser todo uno.

El sueño del celta probablemente no ayude a resolver esta cuestión. Cuenta la historia de Roger Casement, personaje real, irlandés protestante, que con 20 años se embarca en labores comerciales por África, colabora como colonizador entusiasta del Congo, pero siendo más tarde cónsul británico acaba investigando los abusos del gobierno de Leopoldo II en la explotación del caucho, y publica un informe polémico al respecto. Luego realiza algo similar en la caucherías del Amazonas alrededor de Iquitos. Y, tras todos sus reconocimientos por parte del gobierno británico, se alinea con la causa independentista de Irlanda frente a precisamente el gobierno con el que trabajó por décadas, para acabar preso y condenado a muerte tras el alzamiento de Semana Santa de 1916.

Cortar la mano era una práctica habitual cuando no se llegaba a la producción exigida de caucho (foto de la entrada en Wikipedia dedicada al genocidio congoleño)

Vargas Llosa opina (en el epílogo del libro) que la homosexualidad de Casement fue fundamental para su sentencia, ya que los diarios de Casement (que Vargas Llosa considera afectados de coprolalia) se publicaron cuando el gobierno británico decidía la ratificación de su condena, con la sospecha añadida de que su contenido pudiera haber sido exagerado o engrandecido. Vargas Llosa tarda en realidad en entrar en el tema: Casement no se casa ni sale con mujeres, pero hacen falta doscientas páginas para que el autor sea explícito al respecto. Al lector avezado en estas cuestiones la ausencia del pequeño detalle homosexual en una novela que más allá de la aventura describe la psique íntima del protagonista y sus motivaciones todo le suena a evitar el tabú, pero lo cierto es que Vargas Llosa juega bien con el interés, que es finalmente afrontado con un calado apropiado y visión de la pasión, la represión, y la frustración amorosa consecuentes con la época y personaje, que encuentra una libertad sexual inesperada lejos de la Europa mojigata del momento.

La novela se inicia con Casement en prisión y tiene tres partes principales, designadas lacónicamente: Congo, Amazonas, Irlanda. En cada una de las partes, el relato dedica un capítulo a Casement en la cárcel (sus visitas, sus recuerdos y la relaciones con el sheriff que le vigila) y el siguiente a la acción en cada lugar o país. Este estilo paralelo habitual en Vargas Llosa llega en el Amazonas a mezclar las dos tramas en un único capítulo, pero en lugar de atreverse con la inventiva de sus novelas más osadas (Conversación en la catedral puede ser el mejor ejemplo), los párrafos subrayan, algo decepcionantemente, quién y de qué y cuándo habla en cada caso. Vargas Llosa llegó a dominar tan bien este recurso y tenía tal seguridad (supongo que también sus editores) que era capaz de engarzar frases de hasta cuatro conversaciones distintas en un mismo párrafo, y se distinguía quién era cada cual. No ha llegado a tanto aquí, y en este punto cabe destacar cómo Vargas Llosa en El sueño del celta puede haberse quedado atrás no sólo frente a su propio estilo sino a tendencias más modernas: la novela sigue un canon documental, histórico y narrado omniscientemente, con buen pulso y oficio, pero tal vez algo déjà vu, también de su propia obra, frente a libros de Bruce Chatwin (El virrey de Ouidah), Patrick Deville (Ecuatoria), o el mismo Werner Herzog (La conquista de lo inútil), que retratan algunas circunstancias o lugares similares desde el diario, la participación del autor en la investigación, y sin prejuicios en utilizar una estructura menos rígida. Lo peculiar del caso es que sin duda Vargas Llosa es inspirador probable con su obra anterior de estas tendencias.

El sueño del celta sigue además la estela de Vargas Llosa en contra de los tópicos retratado en general por los éxitos habituales del boom latinoamericano. Si en La fiesta del chivo se trataba de dar carpetazo al subgénero del dictador latinoamericano como personaje casi amable e ineludible de la historia del continente debido a la ingobernabilidad de sus gentes y territorios, en El sueño del celta se deshace la fantasía de la selva indómita habitada por seres fantásticos y mutantes. No es así: la habitan negros e indios esclavizados por colonizadores explotadores y asesinos muy humanos y concretos que no vienen de extraños lugares ni se mueven por intereses mágicos. Vargas Llosa vuelve a ser crudo en la descripción de los horrores cometidos en la explotación del caucho, y la exuberancia de la selva no oculta misterios insondables sino miseria y terror.

El sentido humanista del libro es coherente con lecturas anteriores del autor. Los desheredados de La guerra del fin del mundo están aquí. También los avaros y ejercedores de poderes absolutos, torturadores y violentos de La fiesta del chivo. Tal vez en las guerras culturales actuales la explotación colonial del Congo y el Amazonas no son realmente temas polémicos: la crueldad y codicia aplicadas son tan vergonzantes que no puede existir polémica. En el episodio final de su vida, dedicado a la independencia de Irlanda, el protagonista la reivindica a la luz de su experiencia en países colonizados como el Congo, o explotados y regidos por una compañía como en el Amazonas de Iquitos, estableciendo paralelismos con la acción inglesa en Irlanda. La combinación histórica de la traición de Casement al gobierno de su majestad en plena Primera Guerra Mundial, la autonomía prometida que Londres nunca otorgaba, la devoción católica que lleva a buscar (y obtener) el martirio a los líderes del levantamiento de Semana Santa, y la decepción con el gobierno alemán (que no apoyó decididamente a los irlandeses atacando a la vez que sucedía el levantamiento), son elementos todos ellos de interés que Vargas Llosa emplea hasta llegar a un clímax esperable pero muy efectivo y emotivo.

Es difícil entender que un autor aún con estos intereses mantenga un discurso público como el que le conocemos, y que ha alejado, por la polarización del país, a muchos lectores de su obra clásica, aunque sean muchos los que le defienden a pesar del pasmo de que, por ejemplo, prefiera que gobierne Brasil un homófobo apologeta de la violación que no tendría problemas en vender las tierras de los indígenas a las nuevas caucherías del mundo moderno. Queda tal vez rendirse a historias tan bien llevadas, con un perfil de protagonista tan agudo y polifacético como el conseguido con Casement, su ambición de contar con profundidad grandes historias de lo humano con su peso de justicia, lamentar que ya no existe genio además del oficio, y seguir haciéndose cruces por la extraña naturaleza humana, sea irlandesa o peruana.

Mario Vargas Llosa en su foto actual en Wikipedia

 

 

 

 

 

1 de noviembre de 2022

Holocausto en España

 


El holocausto español es un libro de Paul Preston centrado en los muertos no militares debidos a la Guerra Civil española y a consecuencia de la misma y en los años posteriores. Se trata de la represión, los asesinatos sumarios, las violaciones, torturas, los juicios sin garantías y demás barbaridades y tropelías que los civiles y militares de ambos bandos cometieron contra aquellos y aquellas que quedaron ‘encerrados’ en una zona que no era la de su ideología, real o supuesta. Preston estudia las motivaciones en cada área de la guerra (el trabajo abarca todo el país, aunque Andalucía, Extremadura, Madrid, Aragón, Valencia y Cataluña son las partes más presentes), da cifras razonadas donde es posible, comenta estrategias, es inmensamente prolijo con los nombres y los hechos, y añade una inmensa bibliografía que sitúa el libro al borde de lo académico, como si le interesara recoger cada dato disponible, el nombre de cada ajusticiado conocido, el nombre del asesino directo o ideológico, y que ya quedaran registradas todas las fuentes en un volumen en principio de carácter divulgativo.

En este sentido, es un libro diferente a los dos de Preston anteriormente comentados aquí, La guerra civil española, y Palomas de guerra, que son más ajustados y resumidos. De hecho, La guerra civil española obvia mucho los detalles bélicos en favor de una historia general comprensible de causas, desarrollo y consecuencias de la Guerra Civil, mientras que Palomas de guerra sí bucea en detalles biográficos de cinco mujeres y su experiencia en o durante la guerra (un libro magnífico, por otro lado). Ambos muestran una pericia literaria que en El holocausto español se entrevé, pero que está arrastrada por esa necesidad documental sin fin que mencionaba, que en este caso supone por momentos un compendio de actos siniestros de una inquina feroz, cuyo odio de partida explica Preston en el capítulo introductorio, que recoge la polarización política, las políticas del primer bienio de la Segunda República que la derecha interpretó como amenazas inaceptables, la resolución de la Revolución de Asturias, y la espiral de pistolerización de la vida social y política. Después, el libro describe el horror desatado por Queipo de Llano en el sur, por Mola en el norte, las checas de Madrid, la revolución de Cataluña y sus consecuencias, las columnas de anarquistas en Valencia y Aragón… El delirio es inabarcable, el ‘anecdotario’ brutal y epatante, y la desazón inmensa.

A Preston le interesa muy acertadamente recuperar las historias y los nombres de héroes y heroínas que lucharon contra la espiral de violencia creada, y protegieron a personas perseguidas, algo que sucedió en los dos bandos, si bien en el bando republicano se resolvió con el ajusticiamiento de ese héroe una vez terminada la guerra muchas veces con la connivencia de las personas a las que protegió durante la guerra. Hay algunos ejemplos de políticos: Companys probablemente el mejor de ellos, impidiendo que muchos sacerdotes fueran ejecutados o que en la Generalitat se implantara un gobierno revolucionario.

Lluís Companys dedicó este discurso aparentemente candoroso a Buenaventura Durruti el 20 de julio de 1936 en Barcelona. Logró conservar el gobierno y servir de contrapeso a la CNT y las FAI

Pero Preston habla de muchos alcaldes anónimos, y personas que arriesgaron (y perdieron) sus vidas por un deber moral. Pongamos un ejemplo particular en el bando rebelde: el cura Huidobro, un señor que durante la República estudiaba teología en el extranjero y que llegó a ser alumno de Heidegger. La República por supuesto le parecía diabólica, y penaba por estar con los rebeldes en el frente. Volvió a España, le dieron un puesto en las columnas de Yagüe camino de Madrid en otoño del 36. Aunque escribió algunos textos sobre las ‘formas cristianas y elegantes’ de matar de los franquistas, no tardó mucho en empezar a criticarlas: que si las barbaridades les ponían al nivel que no debían, que si matar a quien no tiene nada que ver no lo justifica guerra alguna... Acabó escribiendo cartas al respecto a Yagüe y a Franco. Yagüe no le respondió. Franco le hizo llegar el mensaje de que estaba escandalizado y que eso se tenía que acabar y le agradecía su labor, que por lo visto era generosa con los legionarios en el frente, aunque al entrar en sus labores le advirtieron de que no intentara cambiar el carácter de los ‘moros’ que combatían con los franquistas. No sólo escribía cartas a los mandamases, también criticaba moralmente a la tropa que cometía tropelías, lo cual era el pan de cada día, en un ejercicio cuya valentía reconoce Preston. Pero… en abril del 37 murió por la metralla de un obús que le cayó cerca. Pasada la guerra enseguida pidieron su beatificación, y el Vaticano inició su acostumbrado protocolo minucioso de investigación. Se descubrió que murió en realidad de un tiro por la espalda, dado por un legionario que probablemente acababa de discutir con él, y el proceso de beatificación quedó archivado. La web del arzobispado castrense mantiene aún la versión del obús y la santidad. Preston incluye 126 páginas de notas bibliográficas en el libro, y para este caso menciona a Hilari Raguer i Suñer en La pólvora y el incienso. La Iglesia y la guerra civil española (Península, 2001) y a Carlos Iniesta Cano en Memorias y recuerdos (Planeta, 1984). Este ejemplo de arrepentimiento no fue la norma; de hecho, fue más habitual el cura protegido por fuerzas republicanas que luego se convirtió en delator. Una coda final del libro recoge consecuencias psicológicas entre los perpetradores de los asesinatos.

Este libro afronta una cuestión básica del pasado español que debido a las escasas políticas de memoria no se ha encarado sino de manera tangencial en la política española (algo que puede cambiar con los recientes actos al amparo de la nueva Ley de Memoria Democrática). Preston no toma partido frente al horror perpetrado. De hecho, es por ejemplo bien claro frente a las evidencias históricas de la responsabilidad del PCE y de Santiago Carrillo en las sacas y ajusticiamientos de noviembre del 36 en Paracuellos, probablemente el acontecimiento más recordado por la derecha española para sacudirse las culpas propias. Pero el caso es que los hechos y cifras cantan:

Mapa de la represión franquista y republicana

En un apéndice gráfico de fríos números y diagramas de barras pueden observarse las víctimas de la represión de cada bando, que ya son significativas en términos absolutos. La actitud general del poder de cada bando frente a la violencia en sus retaguardias es además documentadamente muy diferente. El bando rebelde fomentaba la aniquilación del bando contrario pidiendo el ajusticiamiento de todo izquierdista detectable en cualquier parte conquistada de territorio, aunque no tuviera relación alguna con la guerra, y esta política continuó durante toda la guerra. Fue especialmente cruel, de manera paradójica, en las zonas que se declararon rebeldes y como estrategia de campo quemado suponía un mensaje continuado de terror a los pueblos y zonas que seguían siendo republicanas.

En el bando republicano, sin embargo, los diferentes gobiernos españoles y catalanes más bien lucharon contra la violencia desatada especialmente por columnas anarquistas de la CNT y las FAI, que se ejerció contra sacerdotes y derechistas de manera incontrolada durante 6 a 9 meses, y que supuso un desgobierno relevante que debilitó la defensa bélica del bando republicano. Esta violencia dejó de existir y fue controlada casi totalmente al cabo de un año, no sin consecuencias paralelas como los Hechos de mayo del 37, el conflicto entre anarquistas y comunistas que supuso además el asesinato y desaparición de Andreu Nin. Hay particularidades, claro: el País Vasco es una: el papel de la Iglesia en los dos bandos debido al ultracatolicismo del PNV atemperó la represión, pero hubo fusilamientos de sacerdotes realizados por los franquistas, por ejemplo. Pero Preston documenta y atestigua la labor de Companys, Irujo o Negrín, entre otros, en desacreditar esta violencia (apartando también del poder a quien en el propio bando republicano la ejerció desde arriba), frente al pavoneo de Queipo, Yagüe o Mola, o la propia crueldad de Franco incluso cuando tras el golpe de Casado en marzo de 1939 el régimen republicano se desmoronó definitivamente. Añádase a esto la venganza posterior con los exiliados que fueron perseguidos y entregados por la Alemania nazi que había ya invadido Francia en 1940.

Hay un pulso narrativo continuado en El holocausto español, pero está lastrado por el carácter prolijo del texto y su vocación completista. No es un libro disfrutable dado su contenido repleto de vilezas que además suceden en los espacios comunes de nuestro país, aunque entre tanto episodio cruento hay rarezas subrayables. Es, espo sí, una fuente inmensa de datos e información, y el resultado de un esfuerzo impagable por parte de este hispanista enciclopédico e impagable que es Paul Preston.

Paul Preston en su foto en Wikipedia


25 de octubre de 2022

Saturnalia

 




Los fantasmas de Goya no son una novedad en la producción cultural, como pintor fascinante, humanista, premonitorio y contradictorio que es. Sin profundizar mucho aparece enseguida la película de Milos Forman con ese título, o la de Carlos Saura dedicada a los días finales en Burdeos, pero a la vez que se ha publicado Goya. Saturnalia en 2022 se ha exhibido una película de Philippe Parreno (con fotografía de Darius Khondji) en el Museo del Prado con su propia variación estética sobre las pinturas negras.

Goya. Saturnalia, vaya desde un principio, es un trabajo impresionante, con guion, diseño y rotulación de Manuel Gutiérrez, e ilustración de Manuel Romero, sobre los años que Goya vivió en la Quinta del Sordo y dibujó en sus paredes las llamadas Pinturas Negras. Supera a todos los mencionados arriba como análisis lúcido de un momento de la vida de Goya, pero también de la Historia de España, y, sobre todo, como creación artística que usa el lenguaje del cómic en relación a la pintura de manera innovadora y con una altísima capacidad emocional y psicológica, a la vez que histórica y política. Hay análisis interesantes en las redes, como éste de Roberto Bartual desde la perspectiva de lenguaje que estudia en su propia obra, o los análisis de algunas páginas realizados por Pedro Paredes sobre esta capacidad del libro, que es un festín de evocación de pasado y futuro mediante el uso de insertos en la imagen de las viñetas, el uso panóptico de la página, los montajes paralelos de secuencias, la creación de relaciones entre viñetas, etc… Goya es un pintor moderno, y como tal se inserta en la tradición que abre el Renacimiento, con el uso del marco, la perspectiva, el naturalismo, la mirada autoral y los temas no religiosos (como recoge el trabajo de Victor I. Stoichita). Pero en la Quinta del Sordo (también en otras obras) desaparecen los marcos, porque Goya pinta frescos que se extienden por las paredes extensas de los dos pisos de la casa (frescos sin límite que incluso fueron cortados para su traslado al Prado) violentando esta dinámica moderna. En Goya. Saturnalia el equivalente al marco de la pintura en el cómic (la viñeta, a fin de cuentas) sufre otro tipo de ruptura, con su expansión desatada a otras viñetas en composiciones generales, con la coherencia del propio carácter furioso y desatado de Goya. El cómic además recoge la anticipación del expresionismo de Goya, que ya desdibuja la expresión natural del rostro humano, pero además lo convierte en varios personajes a partir de la misma expresión simplemente con el uso del contexto y el bocadillo.



El cómic se articula en cinco movimientos que empiezan con citas no casuales de Pizarnik, Jung, Blanca Varela, Alan Moore y William Blake. Goya vivió en la Quinta del Sordo de 1819 a 1824, cinco años en que pintó las Pinturas Negras que décadas después fueron desgajadas y hoy se conservan y exhiben en el Prado. Incluyen algunas de las obras más conocidas de Goya como Perro semihundido o Saturno devorando a sus hijos. El pintor llega a esa casa con permiso de Fernando VII, con quien estaba enfrentado -el cómic lo refleja en un doble monólogo entre el rey y su pintor, en el que éste teóricamente da forma a su retrato-, y su estancia casi coincide plenamente con el trienio liberal tras el golpe de Riego. Cuando Fernando VII recupera el absolutismo en 1823, Goya acaba exiliándose en Francia, donde morirá en 1828. Narrativamente, el libro es más o menos circular: el primer y el quinto movimientos son breves registros de la llegada y salida de la Quinta (lo que no significa que sean capítulos de paso, de hecho el primer movimiento ya anuncia el estilo, el descubrimiento del espacio, y la relación entre Goya y ese espacio); el segundo introduce la existencia de los demonios en el propio Goya, que, aunque se producían por noticias exteriores (la llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis), anuncian que la rabia y el horror que llenaban su corazón tiene reflejo en las paredes que le miran, absorben  y hasta le subsumen.



Los capítulos centrales son el tercer y cuarto movimientos, donde los autores se desatan como el propio Goya, como la propia cita de Alan Moore (Soy una lluvia, no se me puede contener), y alcanzan niveles narrativos diría que no vistos antes. El tercer movimiento se desarrolla bajo la excusa de la visita del Dr. Arrieta; durante un paseo por las viñas observan el ejército absolutista acercándose a Madrid, y esto desata en Goya una reflexión múltiple sobre el arte (crear es el acto de la vida), la política española (retrayéndose a su retrato de Fernando VII de 1814), la familia (que también le visita y discute con él lo delicado de la situación) y el pueblo (que le acosa por afrancesado). Para moverse entre estos sucesos, los autores emplean los personajes de las Pinturas Negras -que observaban lógicamente estas escenas- como protagonistas de los mismos, en montajes paralelos de secuencias, o bien sustituyendo la cara de una pintura por la del familiar correspondiente o por el pueblo acusador, con un protagonismo relevante para su hija pequeña, cuya mirada de inocencia es el único contraste que sirve de anclaje a la cordura de Goya. Sus protagonistas anónimos se convierten a la vez en sus seres queridos y en quienes le quieren linchar. Si, como dice Goya, la creación es la vida, y hay que seguir pintando para seguir vivo, el reflejo de sus fantasmas alcanza una comunicación absoluta en este formato tan bien ejecutado. En el cuarto movimiento se produce ya una liberación esperable tras las estructuras que plantea al tercero. El relato pierde el diseño de viñetas usado hasta ahora (casi siempre 4x3, a veces 2x3, aunque también se unifiquen en ocasiones), y se conceden más libertad al usar referentes visuales con otros artistas, aunque puedan resultar anacrónicos en ocasiones. En otras no: Beethoven el sordo es casi obligado. Pero Picasso también, así como Lorca/Camarón, que le dan sentido al sueño que pronostica la obra de Goya, y Francis Bacon, como figurativista final de amorfos fantasmas interiores. Goya se va encerrando en dioses de diferentes mitologías hasta acabar siendo él mismo su único protagonista mitológico posible: Saturno.

La Quinta del Sordo y las obras de arte que contuvo serían un ejemplo ideal para la idea de Martin Heidegger sobre el arte como instalación que surge de la tierra, que crea un mundo que supone una verdad extraída de la misma, y que además es acogido por un pueblo para su devenir histórico. Las salas que las contienen ahora mismo en el Prado son de iluminación tenue y su aire recogido parece querer replicar una estancia de la propia Quinta. Es uno de los lugares más especiales del museo, en cuya librería pude ver este cómic, esta obra de Manuel Gutiérrez y Manuel Romero, de emoción artística profunda, y una reflexión de primer orden sobre el arte, sus bondades y sus peligros.


Manuel Gutiérrez y Manuel Romero, vía goaragon


 

 

 

 

 

6 de octubre de 2022

El sucio secreto



Un elemento interesante de la Tetralogía de la ejemplaridad de Javier Gomá (reseñada ampliamente en este blog y cuyas entradas se recogen todas juntas en este tweet) es la ausencia completa de experiencias personales del autor en el desarrollo de todo el texto. Tampoco hay ejemplos concretos de experiencias vivenciales de otras personas o colectivos, aunque sí acontecimientos históricos y referencias a personajes pasados. Pero, tras la Tetralogía, Gomá publicó un volumen de obras dramatúrgicas, Un hombre de cincuenta años, compuesto por tres piezas tituladas Inconsolable, Quiero cansarme contigo o el peligro de las buenas compañías, y Las lágrimas de Jerjes. Cada una tiene un formato distinto avanzado en el índice (monólogo dramático, comedia moral y tragedia, respectivamente) y se pueden leer de manera independiente. Pero hay un nexo común: el protagonista de las piezas es un hombre alrededor de los cincuenta años de edad que ha perdido a su padre, asunto que es central en la primera obra, importante en la tercera, y colateral en la segunda. A esta pérdida y su influjo en la vida de un hijo de esa edad Gomá la denomina el sucio secreto, como si la vida estuviera esperando a cumplir una edad para revelar al individuo con la debida crudeza su destino real en el momento en que ya existe suficiente experiencia adulta para saber que no hay más remedio que afrontar dicho destino, pero aún se dispone de aceptables nivel físico e intelectual. Es, por supuesto, una generalización de edades y géneros, pero Gomá habla ahora sí de experiencias individuales, muy concretamente, de su experiencia personal. No obstante, muchas, muchas personas alrededor de los cincuenta lo entiendan (entendamos) bien.


Gomá leyendo el monólogo Inconsolable

Bueno: Inconsolable entra de lleno en esto y es pura y personalmente experiencial: es la catarata de sensaciones tras la muerte de su propio padre, repentina en realidad a pesar de sus 85 años. La muerte del padre, también su ausencia, es un asunto cultural recurrente; en el caso de Gomá la emoción especial que desprende el texto, que toma la forma de monólogo (que se ha representado con Fernando Cayo, pero del que el propio Gomá tiene una lectura grabada, que personalmente encuentro más emotiva), deviene de la comparación de los conceptos abstractos de quien ha teorizado de continuo sobre el final de la vida, la corrupción del cuerpo y la posibilidad de una esperanza, con la plasmación concreta en la propia persona de su padre de toda su teoría, para descubrir que no existe consuelo alguno y que por delante espera un duelo ritual insoportable. Palabras grandes como la dignidad de una vida bella que debe juzgarse tras ser completada quedan truncadas por los sentimientos individuales. La esperanza, a la que dedicó probablemente las páginas más emotivas de toda la Tetralogía en Necesario pero imposible, queda negada: el concepto no sirve para soportar el dolor y el lenguaje quiebra en el intento de acercarse al sufriente.


El peligro de las buenas compañías, con Fernando Cayo y Miriam Montilla

El registro es totalmente distinto en Quiero cansarme contigo o el peligro de las buenas compañías, que aborda de manera directa en formato de comedia el aspecto antipático de la ejemplaridad, hasta el punto de que donde el título dice buenas bien pudiera decir ejemplares. Mediante diversos enredos familiares, laborales y personales con ambientación y personajes contemporáneos, la obra es una contestación al concepto de ejemplaridad desarrollado especialmente en Ejemplaridad pública al llevar dicho concepto a una realidad práctica: un cuñado que sea literalmente un dechado de virtudes en todos los ámbitos, públicos y privados, ante el cual palidece cualquier intento -que acaba en ridículo- de imitación supone, para el protagonista, Tristán, una continuidad de reproches exteriores y una rabia humana interior poco edificante. Gomá maneja los malentendidos con desenvoltura, y los momentos graves con ligereza, en un sainete inteligente donde el drama de Tristán, ahogado en la ejemplaridad asfixiante de su cuñado, consigue salir airoso con naturalidad. En El peligro de las buenas compañías (que es el título escogido para la obra teatral finalmente estrenada), la ejemplaridad queda reflejada como un concepto cuando menos de ejecución ambigua.


Esquilo

Gomá completa esta autonegación de su obra filosófica de manera más sutil en Las lágrimas de Jerjes. La pieza está más alejada de lo experiencial y lo contemporáneo, y especula con la potencial mentira del relato de los héroes atenienses en la batalla de Salamina, cuya victoria se debió, según la obra, no a la audacia griega sino más bien a la melancolía en que estaba sumido Jerjes entre el recuerdo de su padre y la sensación de inutilidad de sus actos. En esta pieza hay una negación del relato histórico de los antiguos en favor del sentimiento personal de quien no debe tenerlos, el más poderoso de los hombres. La incertidumbre se asoma a la imitación de los héroes, fundamento de la épica griega, ya que su ejemplo puede no ser real, y, aun así, haberse imprimido la leyenda. ¿Cómo podemos así estar seguros de ejercer una imitación adecuada? ¿El estable universo premoderno es acaso falso desde su origen? Las lágrimas de Jerjes adopta forma de teatro griego para permitirse contestar (homenajeando) al mismísimo Esquilo, y ejecuta transiciones y diálogos entre escenas muy bien resueltas, terminando de manera espectacularmente sentida. Es una pieza construida con gran precisión en la que sentimiento y concepto se fusionan particularmente bien, y la he disfrutado especialmente. No es ajeno a ello las reflexiones casuales que contiene:

Muchos signos indican que empieza el otoño. Estación suave y próspera como ninguna. Lo que perdemos en flores lo ganamos en frutos. Como ocurre con la vejez.

Gomá teoriza en el prólogo de Un hombre de cincuenta años sobre las diferencias entre los géneros filosófico y teatral, aunque sus obras en ambos géneros hablan de los mismos temas. Lo filosófico es clarificador de conceptos, iluminador, racional, apolíneo. Lo teatral concreta los conceptos en personajes reales (o verosímiles) de emociones complejas e incluso oscuras, es misterioso y dionisíaco. Sin duda este ánimo recorre las tres piezas y es un criterio lúcido sobre la capacidad del teatro para mostrar lo más sutil de la realidad. Pero para entender la evolución del autor desde la Tetralogía filosófica a la Trilogía teatral es conveniente traer a estas líneas finales factores hasta ahora no considerados: el humor y la ironía, capacidades humanas que Gomá practica en su vida pública (pues es notorio en sus conferencias y también en sus artículos periodísticos y sus redes sociales) pero que no existe como capa de escritura en la Tetralogía. ¿Está Gomá parodiándose a sí mismo? No, pues la trilogía teatral no imita realmente el texto anterior, más bien lo pone en práctica. ¿Es tal vez una sátira de las ideas de esperanza, ejemplaridad e imitación? No es claro: dos piezas son escritos de cierta severidad y no tienen intención de ridiculización de las ideas, aunque el tercero sí parece criticar con cierto escarnio al personaje contumaz prototipo de ejemplaridad suprema.

Tal vez Gomá se permite en la trilogía la ironía debido a la severidad de la tradición filosófica, y como forma de aplicar una cierta ligereza práctica o concreta a los conceptos universales. Hablar constantemente de estos últimos parece elevar no sin presuntuosidad a la filosofía como disciplina e incluso como género literario, pues la trascendencia de dichos conceptos, la importancia dada a sus resoluciones, y la relevancia que pueden adquirir al aplicarse al comportamiento de los hombres, dejan escaso lugar a la distensión que la escala individual necesita. Así, raro es el pensador en la historia de la filosofía que aplique humor e ironía en sus escritos. La Tetralogía de la ejemplaridad ha tenido en las obras dramáticas de Un hombre de cincuenta años la posibilidad de ser enmendada -al menos parcialmente- por el propio autor, que ha decidido dejar constancia de que pensar y vivir no coinciden necesariamente.

Javier Gomá (vía El País)