30 de mayo de 2020

Elementos químicos



Primo Levi es un escritor singular. Químico de formación, pero con una gran carga humanística entiendo que autodidacta, su vida viene determinada por su paso por Auschwitz, donde fue deportado por su condición de judío. Levi sobrevivió y consiguió volver a su Turín natal, donde ejerció su profesión y siguió escribiendo hasta que en 1987, con 68 años, aparentemente se suicidó. En la historia de la literatura Levi tiene el peculiar honor de inaugurar la narrativa del Holocausto, con Si esto es un hombre, publicada ya en 1947 y que cuenta su paso por el horror. También, en cierto modo, es literatura del yo décadas antes de su popularización, y, sin duda, literatura existencialista, acorde con los tiempos de moda de esa filosofía, con tiempos en que otra cosa no era posible.

Al día siguiente mismo me despedí de la mina, y me trasladé a Milán con las pocas cosas que me parecían indispensables: las bicicletas, Rabelais, las Macaronae, la traducción de Pavese de Moby Dick, y unos pocos libros más, el pico, la soga de montañero, la tabla de logaritmos y una flauta.
El sistema periódico no se libra de este paso. Es también un libro singular, una memoria de episodios de la vida del autor desde los orígenes de su familia hasta su madurez, cada uno de los cuales se relaciona con un elemento químico, a veces por haber tenido que trabajar en algún aspecto del mismo o a veces por puro simbolismo del mismo, venga de la tradición, de su nomenclatura, o de los lugares comunes sobre el elemento en cuestión. Entre estos episodios personales es inevitable que aparezcan los problemas de segregación que Levi sufrió al acabar sus estudios y buscar trabajo en la Italia fascista, y, obviamente, su paso por los laboratorios del campo de concentración. Incluso un relato, dedicado al vanadio, en que narra su encuentro epistolar con un antiguo encargado alemán del campo que trabajaba años después de la guerra como químico en una empresa alemana proveedora de la compañía italiana en que trabajaba Levi.

Factoría Buna,en el campo de trabajo de Monowitz, que formaba parte del complejo Auschwitz. Buna debía fabricar caucho sintético haciendo uso de la mano de obra esclava. Levi, como químico, fue derivado a Buna.

Aprecio la singularidad en literatura, pero los valores de Levi no terminan ahí. Conocer su historia personal no es necesario para disfrutar del libro pero sin ella se producirá, supongo, un enfrentamiento enorme con la realidad. Pienso por ejemplo en un lector principalmente interesado en los elementos químicos, incluso en el simbolismo alquimista, enfrentándose repentinamente al hecho de ser judío en la Europa de la mitad del siglo XX (aunque la portada de esta edición le va avisando del tema). En Levi, como en otros autores supervivientes (Kertesz, por ejemplo) hay un profundo humanismo pacifista exento de anhelos de venganza y un deseo de conocimiento de las razones. En El sistema periódico prima también la aceptación de la situación mediante la descripción de los hechos, que a Levi le coincidieron con la necesidad de primero intentar construir una vida en la represión, y luego ya sobrevivir. Levi es un escritor culto y agudo, con reflexiones de intimidad personal y calado humano que orlan los relatos hasta hacerlos profundamente conmovedores, sin nunca perder la compostura ni, especialmente, la fraternidad, y sin dar lugar a un texto cultista, sino lo contrario: directo, sobrio y emotivo.

A un químico como yo, obviamente el libro le encuentra más apetito. Levi tiene un concepto materialista de los elementos y del poder de transformación racional de la materia que otorga esta disciplina científica, y resulta clarificador verle exponerlo con suvaidad y en relación a los tiempos que vivió. Su pasión como químico es además enorme, una devoción de elegido, que Leviasume con cariño y resignación hacia una ciencia que le daba alegrías en sus búsquedas, algunas resueltas conbrillantez, o bien le suponía frustrante fracasos en otros avances.

Como el propio genio de Mendeleiev, (quien debiera estar al nivel de Newton o Einstein en reconocimiento popular), este libro de Primo Levi tiene un carácter infinito. Es una maravilla.

Primo Levi (vía)


18 de mayo de 2020

En el camino nos encontraremos



Aunque en su día fui seguidor acérrimo de Michael Chabon, no sé bien por qué dejé de seguirle. Tal vez porque tras sus dos novelas más conocidas (Chicos prodigiosos, que le dio fama por su divertidísima adaptación cinematográfica, y Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay) no publicó durante años y le perdí la pista. Para cuando llegó la policía yiddish yo debía estar en otros intereses porque no me acerqué a ella. En fin. Sin conocerla, encontré esta novelita, en un ejemplar en inglés, recordé que había leído en inglés Kavalier and Clay y Los misterios de Pittsburgh, y, bueno, ¿por qué no?


Gentleman of the Road es una novela de aventuras que transcurre en la Edad Media en el reino de los jázaros (khazars en inglés), cuya memoria se perdió en el tiempo. Allí coinciden dos aventureros, un franco y un africano, que deciden apoyar a un muchacho desterrado en la recuperación de sus bienes y en la venganza contra un sátrapa que se deshizo de su familia. La novela incluye actos de picaresca de estos dos personajes, que también asaltan campamentos y palacios enemigos, rescatan caballos y príncipes secuestrados por enemigos malvados, e incluso pueden quitar y poner rey, antes de desaparecer en busca de nuevos avatares que sufrir. Obviamente, ambos están diseñados complementariamente: del solitario, debilucho y huraño franco miembro de una estirpe de médicos cuyo conocimiento heredó y que aplica con éxito por el mundo, al afable pero duro luchador gigantón africano que perdió a su hija y desde entonces vaga por los mundos en su recuerdo, apoyando las causas justas y perdidas de los débiles.


Gentlemen of the Road es una aventura muy blanca con algunos asuntos ya superados (las inocentes ambigüedades sexuales y de género, por ejemplo) para una obra consciente de ser escrita en 2007 y con una mirada moderna. El ritmo y la simpatía argumental son inapelables, y Chabon recurre a un estilo barroco irónico en su escritura, cuya lectura es complicada para un lector no nativo (por sintaxis y por vocabulario). Aunque resulte exótica, parece que ha usado suficientes fuentes de documentación para que la ambientación y los asuntos políticos, sociales y religiosos sean adecuados al tiempo y lugar retratados, aunque es imposible estudiar hasta qué detalle.



Como buena aventura, la de Chabon también tiene sus fines morales: la fraternidad, la justicia, la bondad. Le falta tal vez el aprendizaje, ya que el muchacho centro de la disputa política central de la novela resulta tener un peso menor en el interés del escritor a pesar de la importancia de sus revelaciones. Es obvio que Chabon quiere rendir un producto nostálgico del género de aventuras, desde una mirada amable que obvia la crueldad de los tiempos con sus elipsis caballerosas, y se aleja también del peso de la ficción histórica, solucionando sus situaciones con brevedad y desparpajo. El libro se acompaña de ilustraciones al carboncillo (las mostradas en esta entrada, entre otras, obra de Gary Gianni) y de títulos largos y explicativos de cada capítulo. Todo ello resulta encantador y un entretenimiento muy asumible, aunque, tal vez, inesperadamente sencillo para un escritor que buscaba grandes complejidades y lecturas como Chabon, que, obviamente, ya no parece el autor que fue. ¡Incluso en el sorprendente epílogo que escribe al final de Gentleman of the Road parece disculparse al respecto!

Michael Chabon, fotografiado por Gage Skidmore (vía)