Qué bonita es Colmillo Blanco, la breve novela tan exitosa de Jack London, en la
que cuenta la vida de un lobo desde que sus padres se conocen en una hambruna
en el Yukon hasta que es domesticado en una casa de buena familia en
California. Y eso que en el fondo la podemos considerar una novela de tesis, un
canto a la civilización y sus valores (aquellos que se denuestan hasta que faltan)
y una excelente dramatización de la necesidad de dominar la naturaleza mediante
la inteligencia para la supervivencia, un discurso propio del positivismo científico
del cambio de siglo (XIX-XX), que hoy está en obvia reconsideración por la
situación medioambiental. Fue casi compulsivo comprobar tras los primeros
capítulos que en efecto la propia infancia y juventud de Jack London fueron un
viaje hacia su propia doma como individuo.
Adaptación de Colmillo Blanco de 1991, por Randal Kleiser, con Ethan Hawke (vía)
Jack London consigue un extraño equilibrio con el punto de
vista en la novela. Su protagonista es un animal inteligente que aprende del
entorno, que califica con sencillez primitiva los elementos que lo conforman, y
que actúa de acuerdo a su instinto y su ansia de vivir. Pero a pesar de la
cercanía a este protagonista, para el que London utiliza frases simples y
directas que encadena con un ritmo endiablado lleno de experiencias sensoriales
y conexiones psicológicas directas, el lenguaje es humano, y la atribución de
cualidades humanas se realiza desde un narrador que a veces recuerda que habla
de un animal que no puede entender todo. Hay también un retrato directo de la
sociedad norteamericana de la época; una sociedad en la que London
alterna justicia y crueldad como modelos de educación hacia la criatura, entre los que esta debe decidir en su búsqueda del mejor camino.
No hay aventura sin sentido moral, decía
Fernando Savater en su libro, y Colmillo
blanco encaja bien en esa descripción. Aunque por encima de estas
consideraciones, el entusiasmo narrativo del autor, la connivencia con la
psicología pura y salvaje de su protagonista, y la inmersión profunda en el
entorno natural despiertan en el lector de London el mecanismo de
identificación con una eficacia que no recordaba hacía tiempo. Este es un libro
maravilloso.
Jack London (vía)
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