17 de febrero de 2021

Casas en Madrid


La cabeza a pájaros es una biografía novelada de la familia de su autora, Marta Fernández Muro, actriz de varias películas clave allá por la transición, que ha devenido en avezada narradora. Depositaria de la memoria de varias mujeres de su familia, la autora comienza su relato desde su edad actual, al trasladarse a vivir cerca del piso en que creció, y rememorar cómo su bisabuelo llegó a la ciudad y supo trabajar bien y hacer dinero con una tienda de perfumería que dio de comer y disfrutar a varias generaciones de la familia. La épica de la familia Romero no se aleja de la de cualquier familiar bien instalada en el siglo XX español, pero no se trata de los hechos en sí, convencionales en general, como del tono, estructura y subtexto del libro.

La Carrera de San Jerónimo, entre 1916 y 1923 (vía)

Es facilón, pero me resulta inevitable pensar que el tono tierno, con toques de ingenuidad, para hablar de la combinación de personajes estrictos y tarambana de la familia, encaja bien con la imagen que recuerdo de las interpretaciones características de Marta Fernández Muro, cuya carrera interpretativa reciente no conozco. Más allá de este prejuicio, sobre la novela revolotea una gozosa mirada ligera, en la que Fernández Muro, niña en los últimos capítulos, parece incluso estar físicamente mirando entre sus tíos, abuelos y bisabuelos cuando aún no ha nacido. Es un acercamiento muy adecuado, porque evita el ajuste de cuentas típico de determinada literatura del yo, y porque, ternura mediante, permite al lector asombrarse con los hechos y detalles a la par que la narradora, y empatizar así con los personajes.

Calle de San Agustín, en 1945 (vía)

El presente se apunta brevemente en el inicio y final de la novela, y se puntea en algunos momentos, pero la trama central del libro sigue la línea desde sus bisabuelos hasta Marta a través sobre todo de su abuela y su madre, con su abuelo y su padre casi como personajes invitados. Hay una retahíla enorme de tíos, tías, primos y primas, y la demora en las peripecias de cada tí@ abuel@ detiene también el tiempo en una época agotada. Como saga familiar de un grupo realmente numeroso, las desapariciones y muertes van acompasando el relato y haciendo fronteras entre los cambios de vida y época. El servicio de esta familia bien sirve a lo largo del tiempo como contrapunto de realidad a unas protagonistas un tanto encerradas en sus familias y casas. Evita la autora hablar de lo que podría ser su faceta más reconocible por el público, su trabajo de actriz, y cierra el relato familiar en su primera juventud, cuando ya puede salir de su casa.

Y es que las casas, los dos pisos de Madrid en que vive la familia más la casa en El Escorial, son los grandes escenarios de la novela, y Marta Fernández Muro las describe con detalle e incluso mimo. La casa es zona de seguridad y a la vez el escenario de un encierro. Tal es así que una mudanza entre los pisos de la Carrera de San Jerónimo y San Agustín es una cuidadísima pieza de aventura descrita con finura psicológica admirable. También los escasos episodios en el exterior (la madre en Biarritz durante la Guerra Civil, o las vacaciones en un Benidorm primitivo) son contrapuntos de una vida un tanto ensimismada. Aunque entre tantos personajes caben muchos perfiles, la línea principal de mujeres españolas, creyentes y familiares, cuidadoras, pero también alegres, firmes, pero también resignadas, que lleva de la bisabuela a la niña, se asienta en el hogar que crean, que es acogedor y ningunea a quien lo abandona (que en general desaparece del hilo narrativo). No existen interpretaciones subrayadas en el libro a estas lecturas, pero pueden buscarse con facilidad en el país, en su historia, y sus mujeres. He leído en algún sitio que la novela es galdosiana, y puedo entenderlo, porque añade además a estos elementos la vida regalada de varios personajes que actúan un tanto como los rentistas, o incluso los funcionarios, de Galdós.

En cualquier caso, lo sorprendente podría ser el aire galdosiano desprovisto de la trascendencia con que igual le leemos ahora. El donaire con que la autora supera la Guerra Civil y el contexto de postguerra son un buen ejemplo. La cabeza a pájaros se lee con una sonrisa dibujada de reconocimiento tanto en las peripecias concretas como en una literatura que, aun con todo el sabor de un talento atento al detalle físico y psicológico, sabe esquivar tanto la gravedad como la frivolidad.

Marta Fernández Muro (vía)


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