18 de agosto de 2019

Pero yo soy manantial



Pero yo soy manantial, y necesito expresarme, responde Federico García Lorca en una viñeta de Vida y muerte de Federico García Lorca a un amigo que le pregunta por qué está escribiendo, ya que él apuntaba para músico. Lorca se queja de que sus padres no apoyan su carrera musical. Pero él necesita expresarse, claro.
 
Vida y muerte de Federico García Lorca es un cómic de Quique Palomo que utiliza la biografía de García Lorca escrita por Ian Gibson hace 20 años como base. Ian Gibson, de hecho, figura como autor principal, en letras más grandes. El libro plantea una estructura lineal con capítulos divididos por los lugares en que vivió Lorca, subrayando así el valor del entorno, el poder psicológico que cada lugar y sus habitantes causaban en él, y usando los viajes como desarrollo de una vida. Soy manantial es una frase pronunciada mientras aún vive en Granada pero tiene la oportunidad de viajar por Castilla y Galicia con un profesor ejemplo de la fortuna que Lorca tuvo al cruzarse en su vida con una importante cantidad de reformadores cultos y comprometidos con la educación. No puedo destacar, para quien haya estado interesado en la figura de Lorca, demasiadas novedades de interés en el libro, salvo quizás el naturalismo con que se muestra la vida sexual de Lorca, novedosa en el tratamiento ficcionado de la vida del mayor mártir homosexual de la historia española, que hasta ahora se nos había más o menos negado.

 
La biografía de Ian Gibson

Lorca es un mártir de la causa homosexual asimilable o comparable, con las diferencias de época y lugar, a Oscar Wilde, y en este caso me interesa la necesidad de expresarse de ambos, como símbolo también de la desarmarización artística, y de la reinvención del deseo por parte del homosexual en tiempos oscuros. Para Wilde, la vida también era deseo de expresión (así lo dice en La decadencia de la mentira, su ensayo sobre el sentido del arte), para él la naturaleza imitaba al arte y el arte naturalista, reflejo de la realidad y sin aparente artificio no sólo era más aburrido, sino incluso menos verdadero. En la obra de Lorca sin embargo veo el reflejo de prejuicios sociales y familiares, realistas y profundos, cuyo peso personal en la vida íntima me parecen difícilmente evitables; pero, a la vez, pudo vivir la máxima modernidad que al menos España podía ofrecer en aquel tiempo, y ya existen registros que indican amantes y experiencias suficientes, hoy en día narrables (y hace veinte años, por ejemplo, aún no). Aún así, la naturalidad con que se acerca a los hombres, la naturalidad y desinhibición especialmente de los momentos con Salvador Dalí, me resulta, posiblemente por mi propio prejuicio cultural, difícil de asimilar. Mi educación heteropatriarcal y judeocristiana está seguramente demasiado enraizada y le imagina e incluso prefiere reprimido y doliente, como también se reconoce alguna vez en el libro. La peculiar contradicción psicológica me abrumaría como autor de la biografía, la verdad. Tampoco tiene que ver necesariamente con la época: podría creerlo en Cernuda sin problemas, por ejemplo.

 
Lorca y Dalí en la playa

Lo explícito en lo sexual puede ser lo único que resta de ver al dibujar la figura del divino Lorca. Tal vez más que la ausencia de su cadáver, hecho que pesa irremediablemente sobre cualquier análisis de su figura. Este cómic es empático y naturalista, un excelente resumen narrativo de una vida compleja, con una elección estética adecuada en mi opinión (un entintado negro simple sobre fondo blanco y azul muy bien usados y un buen pulso emotivo en encuadres, paisajes y primeros planos), devoto de la evidente alegría lorquiana, pero es también víctima de esta inevitabilidad impuesta por el desgarro franquista. Creo que la mayoría de gente, incluso lo suficientemente leída, conoce más a Lorca por unas fascinantes aunque terribles vida y muerte que por su lectura directa, o incluso sus influencias futuras. Hoy Lorca sería una figura gozosamente pop en muchas culturas cercanas, como Wilde, como Proust, como obviamente Warhol y Bowie. Su muerte, el carácter político que añade su vida cultural y su homosexualidad, parece impedirlo, y un sesgo de grave severidad le domina y probablemente le niega (el cómic en cierto modo lo sabe, pero escoge para su portada un momento terrible, de rodillas delante de su fosa). Creo que él mismo estaría más cerca de la visión irónica del tótem en que su memoria se ha convertido en Granada (que tan bien describe Weldon Penderton en Salvemos la Jarapa), que de este recuerdo dramático, inapelable en su hecho, pero sólo manidamente tratable en su desgracia permanente.

 
Quique Palomo (vía Tebeosfera)


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