Aunque con algunas lecturas (como Gente
de la Edad Media, Historia
de la Belleza, o La
invención del cuadro) es fácil saber que la Edad Media no es una época
gris, en blanco y negro, tallada en severa piedra oscura, de imágenes insulsas,
grandes plagas y taimado y exclusivo teocentrismo que la educación nos ha
inoculado durante décadas, aún parece inevitable tener ese sentimiento al
enfrentarse al arte medieval. Supongo que la imprimación cultural de esa idea
es demasiado potente, que incluso tal vez el estigma es casi una categoría más
psicológica que histórica, de la que resulta complicado zafarse. Supongo
también que el contraste con la explosión sensual del Renacimiento, que además
trae consigo coyunturas sociales, políticas y científicas que ya conectan
incluso con nuestra época, permite dejar con más facilidad a los mil años
anteriores en el olvido también educativo.
Reunión de Cristo y los apóstoles (Muséedes Beaux-Arts de Dijon/François Jay)
Todas estas cosas son falsas además de
absurdas, como saben tanto historiadores como historiadores del arte. André Grabar es uno
de éstos, uno de los más grandes historiadores del arte bizantino, y autor de
este pequeño y delicioso librito, clarísimo en su exposición, y con
ilustraciones, pero, a pesar de ello, de un tamaño manejable, que es Los orígenes de la estética medieval.
Porque, en efecto, los artistas medievales no estaban menos dotados ni tenían
una visión infantil de la representación figurativa en el arte, sino que su
estilo respondía a un determinado canon desarrollado durante siglos, con su
evolución y sus diferentes fases, y una serie de rasgos comunes que todos
distinguimos: la ausencia de perspectiva y las imágenes planas, las aureolas de
los santos y los personajes sagrados, los personajes de mirada frontal e inexpresiva…
En este mosaico de la Teofanía de
Abraham de Santa Maria Maggiore aparece según Grabar por primera vez, un
personaje envuelto en una aureola luminosa
La pregunta que subyace a las ideas de
Grabar es si existe realmente una cesura lamentable en la historia del arte
entre la caída de Roma (el imperio occidental) y el Quattrocento italiano que
empezó a recuperar las formas del arte clásico. La primera hipótesis del autor
es que la respuesta es no: un imperio también romano, el de oriente, con
Bizancio como capital, permaneció y duró mil años más, y resulta lógico que en
él se encuentren claves sociales y artísticas de la época, dado su poder. Así,
el desarrollo de la estética medieval occidental bebe de la evolución del arte
bizantino, especialmente tras el final de la época iconoclasta. Así, se
impusieron rasgos estéticos en los que la realidad observada por los sentidos
era despreciada frente al inmanente carácter divino de toda representación,
especialmente la figurativa.
La segunda hipótesis de Grabar bebe del
neoplatonismo de Plotino,
filósofo del Bajo Imperio,
en cuya doctrina el ‘Uno’ (asimilable a Dios) impregna la realidad de todos los
hombres y toda la naturaleza, de modo que no puede representarse la misma sin sentir el influjo de estar representando a
Dios. Para Grabar, Plotino crea la base teórica de mil años de arte, aunque el
autor no establece una relación causa-efecto directa, sino que más bien se
maravilla de la posibilidad de encontrar el edificio abstracto de toda una
estética de mil años de historia del arte en un autor influyente y precursor.
Grabar explica con sencillez a pesar de
moverse en terrenos que hollan la metafísica. Completa el libro con varias
ilustraciones ejemplo de los rasgos estéticos desarrollados en la Edad Media y
analizados en el texto. La brevedad admirable de Los orígenes de la estética medieval rinde una obra efectiva por
concisa, pedagógica, plena de conocimiento, y hasta con una estética digna de
estudiarse por sí misma. Y además me ha descubierto a Cosmas
Indicopleustes, lo cual me ha llenado de felicidad.
(merci Ricardo Palmeiro, enseguida te devuelvo el libro, ;-))
André Grabar (vía)
A mi me hace feliz k alguien pueda llamarse Costas Indicopleustes.
ResponderEliminar¿A que sí? Debemos reivindicar los nombres griegos, lo considero imprescindible
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