Ábrete de orejas, o Prick
Up Your Ears, es una maravillosa película de los años ochenta en la que Stephen
Frears relataba el último año de vida de Joe Orton, un dramaturgo contemporáneo
de los airados, que
murió joven, asesinado por su amante, y del que nunca había oído hablar cuando
vi la película en su estreno. Orton había vivido un éxito fugaz con dos obras
de teatro con un humor negro y desafiante, y con un gran talento para la sátira
social y el enredo de comedia. La película se basaba en gran parte en los
diarios, además de en una biografía del autor John Lahr, que el editor de esta
edición del Diario que he leído. La
película era sexualmente atrevida en lenguaje e imágenes, y formó parte de esa
trilogía social que Stephen Frears rodó en la Inglaterra thatcheriana, con Mi hermosa lavandería y Sammy y Rosie se lo montan. Aunque Ábrete de orejas se ambientaba en 1967.
A veces el cine europeo tiene estas cosas maravillosas: en medio de la epidemia
de SIDA desatándose por todo el mundo, abriendo la discriminación mediante el
silencio de los personajes homosexuales en las pantallas norteamericanas,
aparece esta película donde un personaje hace de la promiscuidad motivo tanto
de provocación como de inspiración.
Gary Oldman y Alfred Molina están deslumbrantes como Joe
Orton y Kenneth Halliwell
Aunque Orton no sea una maravilla de hombre precisamente. Felizmente
infiel, frecuentador de urinarios y gustoso de ambientes sórdidos, coqueteaba
con la pederastia y la prostitución, especialmente en los viajes de placer que
hacía a Marruecos, y mantenía aun sabiendo que no era conveniente una relación que
había mutado en destructiva. Fue asesinado por Kenneth Halliwell, con quien
vivía en un rutinario régimen matrimonial, y quien le había ayudado a formarse
como escritor. Orton tuvo éxito, y la frustración personal, profesional y
sexual de Halliwell estalló un día de agosto, cuando Orton negociaba un guión para
los Beatles (en que los Beatles perseguían a la misma chica y se acostaban los
cuatro a la vez con ella, ejem). Orton era un tipo brillante y divertido,
seguramente hemos perdido muchas obras de talento con su muerte temprana.
El Diario de Joe
Orton apenas dura nueve meses, el tiempo que tuvo desde que se decidió a
escribirlos por consejo de su editora. Es un libro maravilloso en observación, divertido,
procaz, con una coherencia estilística plena y un ritmo continuado e
irresistible, que resulta sorprendente no siendo una construcción literaria
buscada: a Orton le salía así. La introducción en la intimidad que un diario
promete es aquí directa, transparente y auténtica, donde el autor no concede
importancia alguna a desnudar cuando menos su cuerpo, puede que con su mente
tuviera más problema ante la sospecha de que Halliwell pudiera leer los textos.
John Lahr ayuda mucho con sus notas describiendo a la cantidad de personajes
con que Orton se cruzaba en su vida vecinal, familiar y profesional, donde
estaba viviendo precisamente el éxito de Loot
(El botín), una obra que tuve
ocasión de ver hace años interpretada por el ministérido Jaume Blanch, y que
traía recuerdos de la brillantez de Oscar Wilde al Londres mitad rancio mitad
swinging pop de la época. Los episodios sexuales en Marruecos o en los
urinarios de Londres, en el metro o en un descanso del funeral de su madre
pueden ser la parte más superficial de su capacidad para practicar el escándalo
(cuando éste aún te llevaba a la cárcel), pero muestran cómo Orton vivía ese
escándalo no únicamente como morbo, sino como método de conocimiento (provocación)
social y humano en sus obras, al ser el arma que combinado con la pulsión
sexual hacía surgir las pasiones verdaderas de la clase media a la que adoraba
ridiculizar. El documento vital sobre la vida homosexual en el Londres de los
setenta, además, no puede ser más contundente, supongo que casi antropológico.
Kenneth Halliwell (vía)
Gary Oldman y Alfred Molina estaban deslumbrantes en la
película, que entendía a ambos personajes, y supo mostrar sus razones, y sus
encantos, que ambos tenían pero que Orton siguió desarrollando frente al cada
vez más hosco y frustrado Halliwell. Se trata probablemente del primer
matrimonio –con todas sus implicaciones- gay realmente representado en
pantalla, y ni siquiera es una película demasiado reivindicada por el
movimiento LGTB (que, de aquella época, prefiere Maurice, Mi Idaho privado,
incluso Mi hermosa lavandería, la
película anterior de Frears, que estaba probablemente en su época más
inspirada). Creo que en parte se debe a que la película no adquiere nunca un
tono asimilable a lo reivindicativo. Curiosamente, su naturalismo resulta muy
creíble. Y como adaptación, recoge muy ajustadamente el sentimiento que se
desprende del Diario, que es un
libro difícilmente olvidable.
Joe Orton (vía)
Gracias todas al Lector Constante por prestarme el ejemplar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario