Hace un par de años la película de Roberto Castón, Los tontos y los estúpidos, que pasó con poca gloria por las
carteleras a pesar de sus muchos valores, me recordó –y el director se
encargaba de subrayarlo en los coloquios- el viejo film de Pier Paolo Pasolini,
Teorema, donde un joven y
subyugante Terence Stamp seducía uno a uno a los miembros de una familia
burguesa del norte de Italia, incluida la criada, para sumirlos en la
desesperación cuando repentinamente desaparece. Los tontos y los estúpidos seguía esta trama en líneas generales
(más para sus estúpidos que para sus tontos), aunque su escenografía se
acercaba a la teatral deudora especialmente de Vanja en la calle 42 más que a la
representación parabólica que Pasolini empezaba a adoptar tras dejar el
neorrealismo.
Lo que no sabía es que Pasolini escribió una novela con la
misma trama de su película mientras precisamente la rodaba. No es un diario de
rodaje, no es un guión, ni tampoco una introspección alucinada como la
de Werner Herzog. Teorema, el
libro, es una obra muy curiosa: una novela que reflexiona su propia condición
de artefacto narrativo desde el principio, evidenciando que se narra una
historia intencionalmente, que la intención de la misma es desenmascarar y
ridiculizar la estúpida vida burguesa de la institución familiar, y que el
visitante que era Terence Stamp en pantalla no es sino una construcción teórica
aunque carnal, más que un personaje real. No es que a cada uno de ellos le
falte su propio lenguaje: en la novela Pasolini presenta cada personaje con
capítulo propio, con una descripción física, moral y de clase, cercana al
discurso pero tan enlazada en intención que resulta fluida; en la película los
actores y su estilo denuncian su afectación, pero a la vez Pasolini encuadra
con frecuencia la enterpierna de Stamp como motor de la acción.
Novela y película datan de 1968. Recuerdo la película como
más provocadora que lo que me ha parecido la novela, en la que el contenido de
los episodios homosexuales es eso, contenido (en comparación con las
heterosexuales), mientras que en pantalla el impacto resulta mayor. La portada
de esta edición del libro, ese expectante David de Miguel Ángel, es de lo más
adecuada por su metáfora estética y política. En ambas encuentro sin embargo la
misma gran diferencia entre las dos partes de la historia. Mientras en la
primera, el joven seductor inocula el virus de la belleza libre en los
personajes vulgares y adocenados de la familia del industrial milanés, en la
segunda cada personaje es incapaz de recuperarse tras su partida. Las parábolas
se disparan, se pierde también la unidad de espacio, y el relato, aunque no se
difumina, deja un tanto los caminos del placer para entrar de lleno en los de
la intelectualidad. Es curioso, porque en los del placer la reflexión y la
ironía están presentes. En los segundos existe sarcasmo, lo que parece un
atisbo de venganza, y cierta exasperación que no alcanza sólo a los personajes,
sino también al propio ritmo, premioso y alargado.
Más reflexiones sobre Pasolini aquí.
Pier Paolo Pasolini (vía)
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