Antonio Altarriba había dejado muy arriba las expectativas
tras el éxito de El arte de volar, el cómic en que
contaba la terrible vida de su padre. Ahora vuelve a escribir el guión de un
nuevo y ya premiado cómic, dibujado en esta ocasión por José Antonio Godoy,
Keko, que, aunque tiene algunos puntos que también parecen biográficos, debemos
esperar que sólo sean apuntes: Yo,
asesino cuenta la historia de Enrique Rodríguez, un profesor de Historia
del Arte en la Universidad del País Vasco, dibujado con un obvio parecido
físico con el propio Altarriba. Rodríguez es un brillante teórico de la crueldad
en el arte español. Vive inmerso en las cuitas de su profesión: desde las
luchas intestinas en su especialidad a los viajes a congresos pasando por los
tribunales de tesis. Pero tiene la pulsión de asesinar en exclusiva, generando situaciones de asesinato que constituyen por
sí mismas una creación capaz de comunicar al mundo un mensaje determinado, que
en general tiene que ver con los defectos personales o profesionales que el
protagonista observa con desdén autosuficiente en cada una de sus víctimas, pero
que se nutren del mismo edificio teórico que guía su trabajo de investigación.
Minucioso y concentrado, el profesor Rodríguez ha construido una barrera ética
propia con la que pretende alejarse de las psicopatías y los asesinos en serie,
y se ha puesto una serie de reglas que dificulten sobremanera la posible
investigación policial. Hasta que…
Yo, asesino se
toma su tiempo para explicar las motivaciones y metodologías de su
protagonista. A su pasión creativa
añade determinados entornos que enriquecen la lectura dramática y estética
–aunque podrían haber dado de por sí pie a una historia mayor-, como su
matrimonio a punto de fracasar o la propia violencia de situación que vive el
departamento universitario dominado por la izquierda abertzale en que trabaja.
Estéticamente el cómic está inmerso en un ominoso color negro que prácticamente
llena todas las páginas con un lacerante claroscuro sólo alterado por el uso
abundante del rojo en los momentos de asesinato, o como color detalle de una
culpa o un interés. Las transiciones narrativas son estupendas: de los cuadros
y obras que Rodríguez describe en sus conferencias al recuerdo de su pasado
criminal, de un asesinato etarra cometido hace años a la nueva relación con
tintes de dominación con su doctoranda, la narración de las cuitas del asesino
y la descripción de su adulterado pensamiento crítico fluyen con facilidad.
Al cómic le falta, porque no le corresponde, la ternura
hacia personajes que no tienen, en general, mucha calidad humana, y que revelan
una misantropía que creo perteneciente al protagonista más que al autor, pero
que no deja de ser perturbadora. La obra es contundente e inteligente en su
análisis artístico, y además de la inspiración en Thomas De Quincey, no he
podido dejarle de ver ecos tanto narrativos como estéticos de determinados
pasajes del From Hell de Alan Moore
y Eddie Campbell.
Keko (vía)
Antonio Altarriba (vía)
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