Wao es una saga familiar que sucede entre Nueva Jersey y la República Dominicana. Cuenta cómo la desgracia (el fukú, una maldición omnívora que destroza a la República Dominicana, a sus habitantes y a sus descendientes) se ceba con una familia. Wao novela es una gloria en muchos aspectos, que apetece analizar:
Lengua
Aunque me informan de que su traducción es admirable, me parece que en verdad esta novela traducida tiene que ser otra obra. Lo más destacado de Wao es posiblemente que por muchos premios de la literatura norteamericana que reciba, no es un texto escrito en inglés, sino en un spanglish desatado. O al menos me resulta desatado porque la mezcla de lenguajes adquiere un humor e ironías imagino que poco alcanzables para quien no domine los dos idiomas de partida. En cierto modo, esta nueva realidad es inquietante, porque me hace preguntarme si acaso este nuevo idioma está abocado a producirnos risas de reconocimiento en la mixtura cultural, o si es una impresión por la potencia casi pionera de Wao. Casi parece difícil imaginar una obra distinta escrita en esta misma lengua.
Ambiente
Wao se desarrolla en los dos espacios vitales del autor, la República Dominicana y los Estados Unidos, más concretamente Nueva Jersey, donde la familia emigró huyendo de la maldición. Junot Díaz juega admirablemente con los tópicos dominicanos (sus machos seductores, la nigromancia/santería y las maldiciones eternas, o los crímenes de la mafia trujillista –Rafael Leónidas Trujillo acaso sea el patriarca sudamericano que por carácter, por lo surreal de su familia y por la acumulación de barbaridades y derechos de pernada variopintos, más literatura ha inspirado-). Díaz dibuja los avatares de sus personajes en una sociedad llevada por el fatalismo a una infancia eterna y controlada. Pero, es importante decirlo, esto no tiene tono de drama, sino de comedia negra que roza el costumbrismo y a veces el realismo mágico. Más cerca de Fellini que de Coetzee, para entendernos.
Personaje
A ese humor contribuye al diseño de su magnífico protagonista, Oscar Wao. Este ilustre pagafantas, este incalificable friqui devorador de cómics y futuro Tolkien caribeño en potencia, que no se jama un rosco en una sociedad donde se es macho o no se es, invade de ternura patética y de valor inmenso las páginas de la novela. Él permite el uso de referentes de la subcultura pop en la narración, en un aparente desenfado que va más allá del homenaje, agilizando el acercamiento al personaje (y el intento de éste de acercarse a la realidad) por parte también de un público que ya acepta estas referencias en este formato, ya que conoce tanto a Lee o Kirby como a Proust y Vargas Llosa, fácilmente confundibles en esta novela que es fronteriza también entre las vanidosamente autoproclamadas culturas alta y underground.
Aunque me informan de que su traducción es admirable, me parece que en verdad esta novela traducida tiene que ser otra obra. Lo más destacado de Wao es posiblemente que por muchos premios de la literatura norteamericana que reciba, no es un texto escrito en inglés, sino en un spanglish desatado. O al menos me resulta desatado porque la mezcla de lenguajes adquiere un humor e ironías imagino que poco alcanzables para quien no domine los dos idiomas de partida. En cierto modo, esta nueva realidad es inquietante, porque me hace preguntarme si acaso este nuevo idioma está abocado a producirnos risas de reconocimiento en la mixtura cultural, o si es una impresión por la potencia casi pionera de Wao. Casi parece difícil imaginar una obra distinta escrita en esta misma lengua.
Ambiente
Wao se desarrolla en los dos espacios vitales del autor, la República Dominicana y los Estados Unidos, más concretamente Nueva Jersey, donde la familia emigró huyendo de la maldición. Junot Díaz juega admirablemente con los tópicos dominicanos (sus machos seductores, la nigromancia/santería y las maldiciones eternas, o los crímenes de la mafia trujillista –Rafael Leónidas Trujillo acaso sea el patriarca sudamericano que por carácter, por lo surreal de su familia y por la acumulación de barbaridades y derechos de pernada variopintos, más literatura ha inspirado-). Díaz dibuja los avatares de sus personajes en una sociedad llevada por el fatalismo a una infancia eterna y controlada. Pero, es importante decirlo, esto no tiene tono de drama, sino de comedia negra que roza el costumbrismo y a veces el realismo mágico. Más cerca de Fellini que de Coetzee, para entendernos.
Personaje
A ese humor contribuye al diseño de su magnífico protagonista, Oscar Wao. Este ilustre pagafantas, este incalificable friqui devorador de cómics y futuro Tolkien caribeño en potencia, que no se jama un rosco en una sociedad donde se es macho o no se es, invade de ternura patética y de valor inmenso las páginas de la novela. Él permite el uso de referentes de la subcultura pop en la narración, en un aparente desenfado que va más allá del homenaje, agilizando el acercamiento al personaje (y el intento de éste de acercarse a la realidad) por parte también de un público que ya acepta estas referencias en este formato, ya que conoce tanto a Lee o Kirby como a Proust y Vargas Llosa, fácilmente confundibles en esta novela que es fronteriza también entre las vanidosamente autoproclamadas culturas alta y underground.
Drown / Los Boys no deja de ser un anticipo sabroso. Es un libro de relatos ambientados bien en la República Dominicana, bien en Nueva Jersey, y que en cada parte tienen cierta hilazón. En la República Dominicana seguimos diferentes vicisitudes de dos hermanos (uno de ellos se llama Yunior, como el narrador de Wao), cuyo padre ausente está en Nueva Jersey. Sin embargo, en los relatos ambientados en Estados Unidos el protagonista parece ser un camello postadolescente (¿el mismo Yunior?) en un entorno yanqui degradado. El relato final (el más logrado para mi gusto) se reserva para el padre de ambos hermanos, que se marchó al norte para trabajar y hacer dinero y llevarse a la familia de la isla y que acabo siendo bígamo. Aunque en la lectura me pesó mucho la sombra de Wao (demasiado inmensa como para colmar expectaivas), se adivina una mayor ternura en el retrato infantil, no desprovista de las crueldades de los niños pero sin el determinismo de una maldición oscura sobre ellos y su futuro. Los episodios adultos encierran alguna joya muy divertida (con posible homenaje a Cortázar), pero también una poética del desencanto tomado con la filosofía del fracasado.
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