¿Quién no quisiera recibir una o dos cartas a diario de Séneca? Probablemente el propio Lucilio, receptor de las letras recogidas en este volumen de las Cartas a Lucilio, no las recibía con semejante frecuencia. Pero el lector actual puede hacerse a una ilusión así, leyendo pausadamente una carta a la mañana y otra al anochecer. Es, más o menos, el ritmo que he seguido, consiguiendo al mismo tiempo no abrumarme por el peso de este volumen (124 cartas en más de 600 páginas) e imbuirme paulatinamente del pensamiento del filósofo romano.
Descubrí la existencia de las Cartas a Lucilio
gracias a Javier
Gomá y su capítulo sobre Séneca en El estoicismo romano, donde
ensalza este volumen frente, especialmente, a las varias Consolaciones que
escribió décadas antes. Yo había leído ya hacía mucho Sobre la felicidad,
y más recientemente algunos conocidos fragmentos de De ira y De otio.
Pero ciertamente las Cartas a Lucilio son una obra singular, de un
encanto diferente.
Séneca escribe sus cartas en la vejez, con un reconocimiento
continuo de achaques y dolores de un cuerpo ya escombro que no le da demasiado
descanso. Esta asunción le proporciona una ternura especial al texto, donde es
fácil adivinar un deseo irrefrenable de vencer la futilidad del cuerpo con la
virtud de la sabiduría aquí ofrecida al amigo y alumno al que escribe de
continuo. Desconozco si abundan los legados de filósofos clásicos sobre la
vejez escritos desde la experiencia propia (varios filósofos griegos alcanzaron
una edad venerable, sabemos que hay casos obvios -Platón- en los que la
experiencia pesó especialmente al escribir), pero éste es un manual casi
definitivo al respecto.
Séneca sin duda abandera y parece apadrinar a Lucilio como
un alumno aventajado, al que anima de continuo, especialmente en las primeras
cartas, donde existen más referencias a los avances en sabiduría del receptor,
aunque no sean infrecuentes las pequeñas regañinas ante posicionamientos o
quejas vitales de Lucilio que Séneca censura sin problema al recibirlas. Poco a
poco en las cartas van añadiéndose capas de filosofía estoica, pero también del
pensamiento de maestros anteriores (Platón, Aristóteles y especialmente
Epicuro, pero se multiplican las menciones a otros hasta la saciedad, incluso
hoy desconocidos), y desapareciendo las menciones a Lucilio y las referencias
personales, que se recuperan en las cartas finales. Las cartas, de los dos
párrafos a las veinte páginas de extensión, van poco a poco aumentando de
volumen.
Séneca se define como miembro (‘nosotros pensamos que…’) de la escuela estoica, pero hace un reconocimiento muy elevado de Epicuro. En las primeras decenas de cartas se despide invariablemente con una sentencia de Epicuro, al que reconoce cercanía y cierta paternidad filosófica. Esto, unido a los resúmenes que Séneca ofrece del pensamiento de autores clásicos y varios de filosofía, le permite no ya predicar su escuela, sino describir las de los grandes de la filosofía clásica, en resúmenes que incluye en sus propias cartas. La carta 76 incluye un excelente apunte sobre la virtud, las pasiones del cuerpo y los deberes de la razón en el estoicismo. La 58 recoge la metafísica de Platón como ejemplo de utilidad en llegar a la vejez. La 65 compara las teorías de la causa en Aristóteles, Platón y los estoicos... El libro es un pozo de conocimiento de la cultura que hoy llamamos clásica, con infinidad de referencias.
¿Y qué predica Séneca? Aunque en las diferentes cartas poco
a poco se desgrana su filosofía (mejor: un pensamiento destilado en toda una
vida) y esto significa que las cartas son una fuente estupenda de estudio del
estoicismo romano hasta su tiempo, son dos las obsesiones centrales
continuamente repetidas: la apología de la virtud como cumbre de la vida humana
(con la consiguiente descripción continuada de cómo se comporta quien la posee,
es decir, el sabio); y la preparación a la muerte, a la que Séneca en parte
minimiza y en parte glorifica, como modos de reducir la angustia anticipatoria
con la que atenaza al ser humano, y en la que se encuentra parte de su
pensamiento más chocante: aquel que aconseja olvidar pronto al amigo o al hijo
muertos, alegrándose de que han cumplido con la vida que el Logos les tenía
reservada, y buscar sustituto pronto. Las cartas 70 y 76 son imprescindibles
para ello.
Un tercer punto también polémico en Séneca es su fijación en
lo inútil (para la sabiduría, es decir, para la verdadera vida) de las
riquezas, que sin embargo él mismo poseía en inmensidad. Las riquezas no
aseguran nada, dice Séneca, pero tampoco deben rechazarse; así, es muy hermosa
la brevísima carta sobre su admirado amigo Demetrio (62), vestido de manera
andrajosa pero dotado de excelente virtud. En la 55 censura la buena vida que
se dan los ricos confundiendo pereza con ocio. Pero no faltan tampoco
justificaciones por su riqueza (porque una cosa es que la riqueza no sea
significante y otra despreciarla si es que viene dada; en la carta 108 denuesta
a quien alaba la pobreza per se), ni interpretaciones de su otro gran pecado,
el no enfrentarse a Nerón dejando que el monstruo creciera en poder y crueldad.
Como edificio ético que es el estoicismo romano, y como
resultado natural del envío de cartas de cierto carácter pedagógico, el volumen
es además un resumen de costumbres romanas y anteriores, y un catálogo moral de
Séneca al respecto. En este sentido, su interés alcanza también lo histórico
por su descripción de usos, costumbres, clases, dichos y opiniones. Como buen
filósofo moral, cree que su sociedad no cumple bien las exigencias de vida que
propone, que en algunos casos contradicen determinadas visiones que tenemos del
mundo clásico, como su defensa hoy diríamos humanista de la dignidad de los
esclavos (carta 47). Su formulación antiutilitarista de lo bueno (120) es casi
prekantiana. Séneca aconseja un control debido de las pasiones para poder
llegar a la virtud y lo ejemplifican los desmanes a que llevan el exceso de
vino y placeres (95), contrarios al esfuerzo laborioso que supone alcanzar la
virtud (84).
Con todo, resultan especialmente disfrutable sus críticas
digamos culturales al mundo intelectual y filosófico, al que ya mira con la
distancia que le dan los años y el prestigio alcanzado, desde el retiro “que le
ha permitido el poder” (probablemente una laudatio a Nerón para que le permita
dejar su puesto de consejero). Séneca se
manifiesta contra la palabrería en el ejercicio de la filosofía (108), contra
la floritura en el estilo literario (114), pues es ejemplo de falta de virtud,
o indica que las útiles profesiones liberales no garantizan la virtud (la carta
88 atesora una descripción completa de esas artes y su relación con la virtud).
La fuerza expresiva de Séneca es enorme, muy envolvente en
su convicción, y sus capacidades literarias superan la inevitable repetición de
conceptos en 124 cartas. Su mirada desde una vida completa otorga cierta
serenidad al alma lectora. La completa edición de Francisco Socas, con
múltiples notas explicativas de modismos y giros solo comprensibles a la luz de
detalles históricos y sociales de Roma y Grecia, ayuda a percibir el volumen
como una obra magna. Sin duda, la conversión del lector en alumno y receptor
gracias a la segunda persona a que obligan la amistad y el estilo epistolar
ayudan a esa recepción, hasta cierta conmoción. Lo cual no significa comunión
completa de ideas, imposible con un señor que vivió en parámetros tan distintos
a los nuestros. Pero, lógicamente, no se trata de eso en este disfrute
histórico, ético y literario.



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