Wiliam S. Burroughs, legendario escritor
de la generación
beat, drogadicto, homosexual y homicida, autor del que hace muchos años y
en realidad por influencia de David Cronenberg, leí El almuerzo desnudo (1959), apenas tiene libros verdaderamente
conocidos, y diría que un título tan explícito como Marica no lo es. Marica es una novela publicada tardíamente, bajo
el título en inglés Queer, en 1985,
apenas doce años antes de la muerte de Burroughs y cuando ya era una figura
casi legendaria. Marica tiene el mismo tono extrañado y alucinado de Burroughs
que ya se ve en El almuerzo desnudo,
el ritmo premioso de la cotidianeidad, y el retrato de una marginalidad situada
entre la contracultura provocadora y un individualismo furibundo. Qué duda cabe
que las connotaciones de Queer
pueden ser mucho más adecuadas para el título.
David Cronenberg dirigió El almuerzo desnudo en 1991
Pero Marica,
sobre todo, recupera a Lee, el protagonista de Yonqui, el otro clásico conocido de Burroughs, novela
autobiográfica en la práctica, firmada con el nombre ficticio de Bill Lee, y de
título una vez más explícito. En Marica,
Lee vive en México en la extraña busca del amor físico en cuerpos jóvenes. No extraña
obviamente por la homosexualidad, sino por la distancia del individualismo conceptualizado
desde la armarización que supone que el comportamiento de los homosexuales deba
ser contracultural o provocador, acompañado aquí de las varias adicciones de
Lee y sus amigos. Marica me resulta
a la vez testimonio poético y vindicación sociopolítica de unas maneras de
relacionarse ya superadas en Occidente (si la Historia no lo revierte). El
libro corresponde a una generación dolida y orgullosa, y, en cierto modo, es
sorprendente que se publique en 1985, cuando la supervivencia de la contracultura
gay tenía matices muy
distintos. No es que su lenguaje suene rancio 35 años después, sin duda
tiene el mismo aliento irónico beatnik de los cincuenta, cuando Burroughs lo
escribió en realidad. Pero los tiempos y los lectores cambiamos: la naturalidad
del sexo, por ejemplo, sugiere una liberación taciturna incluso más que un propósito
burlesco.
Burroughs maneja muy hábilmente dos
elementos literarios que me agradan: la figura del observador lúcido instalado
en el solipsismo narcisista (negado para ver el avance del mundo, teórico
estricto instalado en el convencimiento de una visión superior, pero necesitado
de la carne y la realidad), y la fuga poética en este caso altamente lisérgica.
Lee se desenvuelve por América Latina en compañía de otros norteamericanos cual
diáspora sexual que en territorios exóticos para el Occidente rico es (era)
comportamiento liberal de sociedad adinerada. Lee vive de una pensión sin
nombre, y viaja en busca de una ayahuasca mítica, lo que hace al relato
aparente díptico/dupla/secuela con/de Yonqui,
y así no puedo juzgar bien nuevos logros o posibles continuidades entre los
textos. Burroughs posee sin duda eso que llaman universo propio, y su escritura
es reconocible, su personalidad rastreable en los textos. El desapego de sus
protagonistas por la vida, las descripciones premiosas, la frialdad a veces
cruel de sus impresiones, el escaso humanismo o solidaridad… hacen de él un
autor poco cálido y alejado de un éxito que a él ciertamente puede no
importarle, pero también es cierto que pierde capacidad empática sin ninguna
perspectiva emocional, o sin ternura alguna por sus criaturas.
William S. Burroughs (vía)
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