Me ha disgustado el alabado cómic Un adiós especial, de Joyce Farmer, una vieja gloria del cómix
underground que había dejado la historieta y que tuvo que cuidar de su padre y
su madrastra durante años. Empezó a dibujar parte de sus experiencias en esta
labor y finalmente las publicó como comic book en este volumen, Un adiós especial, o, en inglés, Special Exits.
Encuentro el libro algo deudor de los capítulos que Farmer
debió ir terminando con el tiempo. La historia de la degradación de sus padres
y cómo les tuvo que atender. Muchas veces se producen avances repentinos de
días, semanas o meses, en busca de la siguiente anécdota a contar. Ello deja la
eficacia literaria o narrativa del libro prácticamente confiada a cada una de
las estructuras, que mantienen menos relación narrativa entre sí de lo que la
linealidad de la historia puede sugerir. Algunos apuntes son brillantes, como
la evolución de la relación con la gata, que da lugar a un final espléndido en
sentido testamentario y vital, pero otros están menos conseguidos, aunque no lo
digo por su carga de repetición (que existe pero que veo correcta dado el tema)
o por su mirada descarnada a la degradación de la carne (aunque existan fugas
de humor y esto no sea Haneke), sino más bien por lo monolítico de todos los
personajes, secundarios incluidos, y su servicio sin fisuras a una historia
determinística. Excepto, tal vez, la misma gata.
Laura, la hija del matrimonio protagonista y trasunto de
Farmer, opta por cuidar directamente a sus padres, escuchando su deseo de no
contar con un cuidador, y dejando paulatinamente sus obligaciones laborales. No
es una decisión dictada por la necesidad económica, sino por el respeto a sus
mayores, cuyas ideas quiere respetar hasta el fin. Ella mientras tanto se
entrega con abnegación al cuidado activo, aunque también existe una carga
contemplativa en la visión de la enfermedad progresiva de sus mayores, que
redunda en una inacción en ocasiones irresponsable. Llega a enfadarme que Laura
no presione más a sus padres para que vayan al médico con frecuencia o tengan
un cuidado profesional activo que le permita a ella descansar. En lugar de eso,
Farmer presenta casi beatíficamente su propia entrega (y la de su marido y amigos) a
una causa que así planteada es incluso negativa para los ancianos. Cuando la
hospitalización ya es ineludible, resulta inútil e inhumana, y Laura se indigna
con la iniquidad de la profesión médica, dejando como poso que sus cuidados en
casa fueron mejores, más cariñosos, y, por tanto, incluso más éticos. Mi discrepancia
con este modo de pensar irracional es completa, y creo que los resultados de
aplicarlo, en la misma historia tal y como la narra Farmer en el cómic,
equivocados. No porque de otro modo hubieran vivido más (que es imposible de
saber), sino por el convencimiento solipsista de sus acciones.
Un adiós especial
tiene una acción espeluznante en ocasiones. Tiene también la habilidad de
cuetionarnos qué haríamos nosotros, o cómo sabremos llegar al final de nuestros
días. La cercanía de los temas hiere al lector, sea sensible o no, que
invariablemente pensará en la muerte de sus mayores y en como llegaron o
llegarán al paso, y lo hace en un medio poco habitual para ello. No es
casualidad hablar de Michael Haneke y Amour por ello, porque la mirada directa a la muerte, más desasosegante en un Haneke
simbolista que en una Farmer costumbrista, no es plato de gusto en nuestra
sociedad exitosa, juvenil y estética del primer mundo.
Joyce Farmer (vía)
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