8 de febrero de 2013

Monkeywrenching!


(esta reseña fue previamente publicada en la revista de cultura Factor Crítico)

La lectura de La banda de la tenaza supone una buena cantidad de sorpresas y la primera es el propio descubrimiento de esta novela. ¿Una biblia de la contracultura, del activismo medioambiental y de la resistencia pacífica traducida 35 años después y prácticamente desconocida, al menos literariamente, en Europa? Pues sí, eso es lo que tenemos entre manos. La razón podría ser que Abbey no llevó una vida literaria, pero es cierto que eso se puede decir de otros escritores de las corrientes (contra)culturales de los años sesenta y setenta del siglo pasado con los que por temática y estilo tiene conexiones y que nos han llegado con más reputación. Ambientalista de vocación, fue vagabundo, guarda forestal, soldado en la II Guerra Mundial, estudiante y profesor de filosofía, y un gurú del activismo medioambiental reconocido por sus ensayos y, sobre todo, por La banda de la tenaza.

La tenaza

Cuatro amantes de la naturaleza, el filósofo cirujano Doc Sarvis, su novia y ayudante Bonnie Abbzug, el guía mormón Seldom Seen Smith, y el pirado ex boina verde George Washington Hayduke deciden, tras coincidir en un descenso por los rápidos del Colorado, unir sus fuerzas para sabotear las grandes obras que el Gobierno y las compañías constructoras y mineras realizan en el área de los grandes parques naturales entre la frontera de Utah y Arizona, simbolizados sobre todo por la presa sobre el Glen Canyon que dio lugar al Lago Powell y el puente sobre el río Colorado en la misma zona. La banda, usando los fondos financieros del doctor, crea una pequeña infraestructura y se dedica a la quema de anuncios en la autopista, el descarrilamiento de trenes de mineral, y la destrucción sistemática de cuanta maquinaria pesada para grandes obras se encuentra en su camino.

La escritura de Abbey es provocadora, literaria y, por momentos, lisérgica –y ciertamente es contemporánea de esto último-. La provocación alcanza la descripción de los personajes y sus relaciones entre ellos y con su enemigo, no lejos del cartoon a lo Tex Avery, con la naturaleza como única fuerza todopoderosa. Logra transmitir una peculiar emoción con la animalización (o mejor, monsterización) de la gran maquinaria, convertida aquí en un ente, odiado y destructivo, de vida propia donde chasis, chapa, elementos articulados, líquidos lubricantes y ruidos son descritos como espina dorsal, huesos, extremidades, sangre y gemidos. Literalmente, son asesinadas artesanalmente con tenazas, cizallas, manteca y sirope (que se añade a los depósitos de combustible: no es desdeñable, académicamente hablando, la información subversiva del libro). Este elemento recuerda mucho al Quijote, quien en su delirio convertía molinos en gigantes y los combatía. No es además el único detalle quijotesco de un libro donde cuatro idealistas de improbable futuro desfacen entuertos de poderosos deambulando por una tierra inhóspita. Aunque no creo que la comparación vaya más allá, los personajes de la banda no tienen alucinaciones, como mucho pueden ir algo puestos…

La banda en fuga

La banda consigue inquietar ligeramente al poder tecnológico que la combate, y acaba por verse obligada a huir de él y puede, como mucho, convertirse a la mítica del territorio del Oeste a la que pertenece tras una persecución agónica. Abbey mira con lógica ternura a sus cuatro protagonistas (ilustrados además por un excelente Robert Crumb, con sus miradas intensas y cuerpos rotundos en la edición ilustrada que conmemoró el décimo aniversario de la primera edición en los EE.UU. y recogidas en la actual edición de Berenice) pero su lucha aspira como mucho a encarnar el Resistid mucho, obedeced poco de Walt Whitman citado en la novela. La resistencia activa, pacifista y hedonista no parece suficiente enemigo ante la traición del hombre a la tierra, aunque sin duda puede conseguir un necesario aumento de la concienciación individual, que el libro de Abbey logra eficazmente con humor e ironía.

La experiencia literaria es por momentos sublime en lo artístico, con metáforas logradas para la carne, la tierra, la máquina y el metal, por no hablar de la visión del mundo, las organizaciones y el individuo, integrados en una farsa que se olvida del origen de la vida, pero en la que no se subraya innecesariamente el valor de la acción ni se apela a la denuncia bobalicona. Ahora bien, ¿cuál es el resultado para el castigado medio ambiente? Toda acción humana tiene una consecuencia medioambiental y resulta irónico, visto casi cuatro décadas más tarde, que para defender el territorio George Hayduke perfore los depósitos de aceite de las máquinas saboteadas para que la tierra lo engulla, cuando ahora sabemos que lo hará tan bien que no podrá eliminarlo en siglos. Algo que en 1975, más centrados en la contaminación del aire, probablemente no se consideraba tanto dentro de los problemas medioambientales. Sin que esto sea apelar a que estas acciones supongan ecoterrorismo, del que se acusó a los activistas del monkeywrenching, ya que el término es engañoso. Abbey, además de afirmar que nunca propuso acciones terroristas, ironizó siempre sobre el hecho de que los estados y corporaciones industriales que actuaban sobre un medio indefenso que se ve obligado a proporcionar recursos sin descanso no estaban legitimadas para usar alegremente el término terrorismo.

¿¿¿El quéwrenching??? Sí, en efecto, la influencia de este libro es tal que el término monkey wrench, que literalmente significa llave inglesa y que en castellano se traduce como sabotaje, denomina ahora el activismo medioambiental cuyas acciones y eficacia siguen siendo objetos políticos de discusión. Un indicio más de lo extremadamente único de este libro lúcido, divertido y magnífico que es La banda de la tenaza, es decir, The Monkey Wrench Gang.

Edward Abbey (vía)


2 comentarios:

  1. Vaya, que siempre hace falta un quijote. Parece una especie de manual artesano para subversivos indignados, empezando por el nombre de la banda, que es perfecto.

    “Toda acción humana tiene una consecuencia medioambiental”, con lo que ahora sabemos hay que plantearse todo lo que ignoramos, las buenas intenciones no son suficientes. Me recuerda al tema del vertido de sueros en la elaboración artesanal de quesos. A principios de los 90, en uno de los cursos con la escuela de negocios caixanova (que ahora se llama no sé cómo) coincidí con los responsables de este proyecto de los quesos. Habían organizado un proceso de sensibilización explicando el daño que causaban los vertidos a la tierra, pero no sólo no hubo respuesta sino que casi se burlaban. Entonces desarrollaron un proceso de recogida de estos sueros a domicilio que incentivaban con un pequeño pago por litro para que los productores se “tomaran la molestia” almacenarlos en el recipiente que se les facilitaba. ¿Y qué ocurrió? Pues que alguien sacó conclusiones e inició contracampaña para negociar un pago más elevado porque “si les pagaban era porque iban a obtener beneficio” así que “¿cómo iban a dejar que les robaran?”

    Es cierto, estados y corporaciones no están legitimados pero la ciudadanía a veces…

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  2. Es un ejemplo muy revelador el que pones de los quesos, uno más de esos que hablamos cuando decimos que en el negocio del medioambiente lo más limpio suele ser el residuos. Con sus detalles distintos, he visto más de una vez ese cambio en la percepción de un residuo que tienes, que no te sirve, cuando alguien consigue sacarle algo de valor

    Y sí, la novela es todo un manual, y hasta debe tener usuarios...

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