Es particular, extraña e intelectualmente estimulante esta sorprendente primera novela de Tristán García, La mejor parte de los hombres, que retrata sexo, filosofía y política en la Francia de los años 80. El escritor es joven (Toulouse, 1981), su novela la primera de su carrera, y el tema…
El virus (vía)
Aunque la novela es casi coral (la vida de tres hombres distintos relacionados por la narradora a lo largo de la década), el alucinado personaje de Willie Miller es realmente el desencadenante de la acción. Un guapo efebo de provincias que en París conoce al maduro Dominique Rossi en el momento en que la expansión del sida frena la alegría de la vida homosexual fuera del armario (en las grandes ciudades occidentales, obviamente). Willie es joven y con todo por vivir. Dominique tiene relaciones en la política y funda uno de los primeros movimientos para la lucha contra el sida en Francia. Cuando Willie y Dominique cortan se convierten en enemigos y Willie, inculto pero arrojado, abandera movimientos contra las políticas preventivas por moralistas y castradoras de la autenticidad gay. El conflicto tiene varios apuntes literarios (todos escriben libros en la novela, algo taaan francés), políticos, televisivos, raciales y sociales, pero en su conjunción con los nuevos filósofos he encontrado lo que creo la joya inquietante para nuestros tiempos de corrección.
En las largas disquisiciones sobre la legalidad del matrimonio gay en España, con la larga espera de la decisión del Tribunal Constitucional sobre el recurso presentado por el PP, parece haberse olvidado aquel detalle que muchos gays discutían abiertamente: que la simple posibilidad del matrimonio suponía la pérdida del carácter contestatario, incluso revolucionario, de los modelos de vida liberados de los homosexuales. Con el tiempo, semejante miedo –que sólo constituía una voz ciega al problema (tan burgués, por lo visto) de los derechos-, parece haberse desvanecido: los gays que lo desean siguen pudiendo llevar la vida liberada que querían, y la posibilidad del matrimonio no les regula su ejercicio sexual, lógicamente. Y, obviamente, aquellos gays deseosos de una vida convencional la seguirán teniendo si el matrimonio gay queda derogado.
Viñeta de Zulet
García lleva el deconstructivismo gay a un máximo de este tipo de posturas: el VIH visto como una particularidad específica (y preservable y defendible, por ello) de la vida homosexual, y su contagio por sexo anal como una concepción paralela al inicio de un embarazo, como un nuevo ser que se inicia. La locura inherente a quien practica esto tiene un final claro, pero resulta ciertamente turbador que ideas así puedan argumentarse no ya contra autoridades o políticas, sino contra la prevención médica.
García dibuja una fina línea entre lo filosóficamente revolucionario, lo intelectualmente argumentable, y lo suicida de la aplicación de dichas ideas, y se acerca a un abismo moral mediante un ejercicio literario arriesgado. La novela parece bien ambientada en una Francia que el autor sólo pudo conocer como niño, y tiene líneas de fuga con menor fuerza de lo que para mí es una idea escalofriante, pero, ay, reconociblemente humana y tribal, que creo que hará que nunca olvide este libro.
Tristán García (vía)
Decididamente la palabra “inquietante” nos gusta, ¿verdad?
ResponderEliminarDices algo muuuy interesante que apunta al fondo de un problema que, aunque entre personas del mismo sexo tiene, obviamente una dimensión diferente, encuentro que sigue siendo un lastre social. Pero empiezo por la frase:
“parece haberse olvidado aquel detalle que muchos gays discutían abiertamente: que la simple posibilidad del matrimonio suponía la pérdida del carácter contestatario, incluso revolucionario, de los modelos de vida liberados de los homosexuales”
La idea del matrimonio que se discute nos condiciona a todos, sea cual sea la orientación o preferencias sexuales. El hecho de discutirse quien tiene derecho a ella o no legitima la posición de esa minoría que va de “tolerante” que da por hecho que el matrimonio es “la opción”. Como bien dices, la elección de una vida más o menos convencional no debe estar respaldada (para nadie) por una opción social revestida de privilegios.
Soy consciente de que no adoptar una postura mantiene los privilegios existentes, pero alguna vez deberíamos ir al problema de fondo que, como siempre, está en la educación, en la libertad y en la responsabilidad.
Un abrazo!
Oh, desde luego que la idea del matrimonio condiciona las relaciones, cualquiera que sea la sexualidad en esas relaciones. Obviamente, el matrimonio es una decisión que supone sus vértigos (o debería!!) a quienes lo vayan a ejercer, sin duda. Lo curioso es que en el caso del matrimonio gay ese vértigo ya se producía entre quienes sólo consideraban la posibilidad de la idea, que se encontraban más cómodos incluso sin ella. Eso, en el fondo, es el armario. Porque el armario es un sitio en el que muchos se encuentran cómodos: no pudiendo salir de él tampoco has de asumir según qué responsabilidades. Puede convertirse en una especie de limbo, de segunda vida. Eso es lo que era el principio de Brokeback Mountain, por ejemplo (que, como armario era bastante amplio).
ResponderEliminarMenos mal que ahora la tecnología permite tener mejores aramarios al alcance de todos los bolsillos, :-) Observa...
http://www.elmundotoday.com/2012/04/ikea-presenta-un-nuevo-armario-con-seis-gays-de-capacidad/
Magnífico armario!!! :)))
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