15 de marzo de 2011

También Chechenia


Jonathan Littell, quien lo ganara todo (incluido mi arrebato), con Las Benévolas, publicó en 2009 un informe largo sobre la situación en Chechenia, país en el que había trabajado como miembro de una ONG durante las guerras de los noventa, y que, como periodista acreditado, visitó durante dos semanas en 2009. Desentrañar los misterios de esta pequeña república –cuya extraña existencia reflejaría en los nombres de sus habitantes, cruces imposibles de Rusia y Arabia- es tarea complicada, aunque debe estar al alcance de quien consiguió hacerlo con el nazismo y su psicología (sé que esto suena excesivo, pero a mí me lo pareció), y centra su Chechenia, año III.

Littell es consciente de describir un conflicto no resuelto, de poderosos actores en la sombra (Putin y Rusia como valedores de los dirigentes actuales de Chechenia, y Al Qaeda –o su corpúsculo norcaucáusico- como el de los terroristas todavía en el monte), y protagonistas especialmente directos: Ramzán Kadírov, el presidente respaldado por Putin y en el poder desde 2006 –de ahí el título del informe-, y que con sus plenos poderes controla a los islamistas y reconstruye con eficacia aparente el país destruido; y los movimientos de derechos humanos, especialmente Memorial , que en su denuncia del despotismo de Kadírov han sufrido varias víctimas.


Presidente. Pistola. Presidente

La provisionalidad pesa, creo, bastante, en la visión de Littell, que lo admite abiertamente como una carencia insalvable si quiere profundizar en el conflicto, a pesar de sus aparentes conocimientos del mismo. También se muestra tentado por momentos a una visión positiva de los logros de Kadírov, indudables sólo por comparación con la destrucción desatada de los noventa. Yo discrepo un tanto de la inevitabilidad de esta carencia, que me suena un poco a excusa: creo que no debería ser un problema para hacer buena literatura, pero puede que al alma novelista de Littell le pese no poder cerrar bien la trama, no poder estructurar, e incluso se ve forzado a reconocer cambios de última hora. Su profusión de personas y lugares de nombres difíciles tampoco ayuda al profano.

Por momentos, Littell consigue excelentes páginas, por ejemplo en el perfil de Kadírov y su red de privilegiados, o al novelar (ligeramente) los dramáticos destinos de miembros de Memorial secuestrados. Sin embargo, creo menos lograda la combinación con su propio viaje personal, que es algo impostado aunque la crónica en sí sea interesante y válida para un mundo occidental que tiene olvidados tantos conflictos eternos, complejos, imposibles.

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