Siempre me parece que en cine o literatura me defiendo mejor. Pero, en fin, hay miles de informantes de cómics en la red, si bien el cómic es un medio dado a los fans de adhesiones sin fin, y hay que saber mirar. O pedir a quien sabe qué te gusta. Este es mi caso, en el que cuento con tres gurús que me hacen, cuando llega el caso, recomendaciones personales (gracias todas a Absence, Malarrama, y Malapeor). Ya no recuerdo quién fue de los tres el que me llevó hasta El bulevar de los sueños rotos, obra de Kim Deitch (con la colaboración de su hermano Simon y publicada gracias a las artes de Art Spiegelman, si bien desconozco la participación real de cada cual en que el libro tal y como es llegue a nuestras manos). No crean, algunas de estas recomendaciones no las sigo, simplemente las ojeo y me doy cuenta de que no me encajan. Y comprar cómics tontamente –ya que verlos en la web me parece un sinsentido- es un ejercicio caro: son buenas ediciones y volúmenes bellos, pero de lectura demasiado rápida. Y el libro de Deitch… Digamos que la estética underground y la presencia de un gato parlante me llevaban rápido a la obra de Robert Crumb, que me suele desagradar –perdón por la generalización sin más explicaciones- por su excesivo feísmo. Y, no obstante…
El bulevar de los sueños rotos cuenta la historia de un estudio de animación en el que trabaja el brillante animador Ted Mishkin, hermano de uno de los directivos de la casa, a su vez amante de la ilustradora a quien Ted ama platónicamente. Ted tiene visiones que canaliza en su obra. ¿Y qué ve? Un gato, de nombre Waldo, que le hace funciones de conciencia y de diablo. Waldo es en realidad el verdadero protagonista de la historia, una ensoñación paranoica encarnación de los deseos y de la locura creativa, en un delirio mental a medias entre la lucidez y la neurosis, que acaba siendo protagonista mediante un psicodrama creativo de los mejores cartoons de la productora.
La historia de la animación como arte incluye un homenaje a sus inicios que para Deitch y hermanos debe ser emocionante por ser hijos de un pionero, Gene Deitch, pero da una vuelta de tuerca al mito de la misma. La animalización de caracteres es pesadillesca y resulta desagradable, la ‘disneyización’ del cartoon no es precisamente un hecho de criterios estéticos, y los personajes sufren también la caza de brujas. Y todo ello sobre el paralelismo continuo entre creación y locura, en que los mejores momentos suceden y las mejores obras se crean en un manicomio, y en que se incide en la incapacidad de un artista verdadero para tener una vida digamos saludable.
En efecto, la estética es la del comic feísta y abigarrado del underground; cada viñeta está llena de elementos, de la obra narrada en sí, de la obra que crean Mishkin y sus colegas, de los elementos del circo y la atracción de feria que rodean a Waldo como ensoñación surreal y a los inicios de la animación. El blanco y negro es una opción moral, que huye del color blandurrio sólo sospechable en el personaje que desea introducir los modos Disney en la productora.
Ante todo este carrusel, debo reconocer que me he acordado de Charlie Kaufman… ¿Se reflexiona el cómic a sí mismo? ¿Se retrata como arte como hacen o intentan hacer desde hace años los autores literarios o cinematográficos? ¿No está más acusado de falta de madurez por haber sido despreciado como medio/arte más (falsamente) infantil durante décadas? Ya sé que esto es cómic y lo que retrata es animación, no exactamente lo mismo, y que el cine como experiencia de masas da para otros discursos, y que... Bueno, que los artistas se retratan es claro, todas esas autobiografías lo demuestran. Uno puede ver rastros de dibujantes o animadores formando parte de la trama en ese Guy Delisle que va a Pyongyang a trabajar en lo suyo, o en Art Spiegelman dibujando sobre la montaña de cadáveres de Auschwitz que le dan éxito, dinero y un Pulitzer. Hasta en Harvey Pekar curándose un cáncer dibujándolo a diario. Pero la implicación emocional con el acto creativo no es tan compleja como aquí. Y por supuesto el cómic puede ser de profundidad superior a los otros artes, y no hay mejor ejemplo que Alan Moore para ello (que, a fin de cuentas, hizo algo con el final de Watchmen que tiene que ver con esto). Pero el de Kim Deitch es un retrato Kaufmaniano sobre la creación, que no veo tan frecuentemente trasladado al comic, o bien me faltan lecturas y formación para ello. Como si todavía no hubieran llegado el Fellini o el Joyce de este arte. En fin, interpelaré a mis gurús. Con un poco de suerte, puede que descubra más joyitas.
En efecto, la estética es la del comic feísta y abigarrado del underground; cada viñeta está llena de elementos, de la obra narrada en sí, de la obra que crean Mishkin y sus colegas, de los elementos del circo y la atracción de feria que rodean a Waldo como ensoñación surreal y a los inicios de la animación. El blanco y negro es una opción moral, que huye del color blandurrio sólo sospechable en el personaje que desea introducir los modos Disney en la productora.
Ante todo este carrusel, debo reconocer que me he acordado de Charlie Kaufman… ¿Se reflexiona el cómic a sí mismo? ¿Se retrata como arte como hacen o intentan hacer desde hace años los autores literarios o cinematográficos? ¿No está más acusado de falta de madurez por haber sido despreciado como medio/arte más (falsamente) infantil durante décadas? Ya sé que esto es cómic y lo que retrata es animación, no exactamente lo mismo, y que el cine como experiencia de masas da para otros discursos, y que... Bueno, que los artistas se retratan es claro, todas esas autobiografías lo demuestran. Uno puede ver rastros de dibujantes o animadores formando parte de la trama en ese Guy Delisle que va a Pyongyang a trabajar en lo suyo, o en Art Spiegelman dibujando sobre la montaña de cadáveres de Auschwitz que le dan éxito, dinero y un Pulitzer. Hasta en Harvey Pekar curándose un cáncer dibujándolo a diario. Pero la implicación emocional con el acto creativo no es tan compleja como aquí. Y por supuesto el cómic puede ser de profundidad superior a los otros artes, y no hay mejor ejemplo que Alan Moore para ello (que, a fin de cuentas, hizo algo con el final de Watchmen que tiene que ver con esto). Pero el de Kim Deitch es un retrato Kaufmaniano sobre la creación, que no veo tan frecuentemente trasladado al comic, o bien me faltan lecturas y formación para ello. Como si todavía no hubieran llegado el Fellini o el Joyce de este arte. En fin, interpelaré a mis gurús. Con un poco de suerte, puede que descubra más joyitas.
Yo creo que parte de tus preguntas pueden quedar respondidas echandole un vistazo al libro 'An Anthology of Graphic Fiction, Cartoons, and True Stories' del cual, por cierto acabo de ver que ha salido una segunda parte con presentacion yutubiana incluida:
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=DKzcnqYpp5g
Tomo nota!
ResponderEliminarGraaaacias, Ismael, apuntada queda la referencia, que supongo algún día podré incluso buscar...
ResponderEliminarMetacomic, metacomic, a ver, así a bote pronto, y descartando los cómics que relatan de forma más o menos convencional el proceso de creación (Viaje al Final de la Tormenta, de Will Eisner; por ejemplo) se me ocurren:
ResponderEliminar- El prólogo de Art Spiegelman a Breakdowns, una recopilación de algunas de sus obras experimentales. Es impresionante, a ratos vuelve a emocionar tanto como Maus (a ratos). Y además, es lo más largo que ha escrito desde entonces (corramos un tupido velo sobre las torres)
- Hubo un grupo francés de autores de cómics de los algunos fundaron luego L'Associacion, que antes de esto hacían cosas en plan Oulipo; vamos, imponiéndose reglas formales arbitrarias para desarrollar en torno a ellas sus cómics. Algunos son muy curiosos, pero no puedo darte nombres porque tengo las referencias en Madrid.
- Y ya lo que es metaficción pura y dura, dos títulos muy breves. "El evangelio del Coyote" de la serie Animal Mal de Grant Morrison, publicado por Norma. Una reinterpretación de la papeleta existencial del archienemigo del Corecaminos, y una reflexión sobre la influencia negativa del papel tradicional del héroe en el cómic norteamericano.
- Y mi favorito, como siempre el señor Moore: Pictopia, un cómic breve de unas siete páginas, muy evocador de Quién Engañó a Roger Rabbit (pero publicado años antes, cómo no) que trata sobre una especie de Mandrake el Mago que recorre varios barrios de la ciudad del cómic, incluido el de los funny animals, que son poco a poco absorbidos por la metrópolis de los superhéroes. Precioso, pero difícil de encontrar; yo lo he encontrado publicado en un libro titulado "The Extraordinay Works of Alan Moore" (aunque es posible que circule también por Interné)
Interesante lo que cuentas de Deitch, le echaré un vistazo: tienen varios títulos suyos en la biblioteca de la UCLA (¡¡¡¡cómics en una biblioteca universitaria!!!)
me he apuntado todos los libros que dices, robers, y ya buscaré en mi librero habitual. La verdad es que conozco los de spiegelman y moore de haberos leído comentarios. El de eisner lo tengo y lo leí hará un lustro. No recuerdo 'metacómic' en él, más bien autobiografía, y mucho foco en el antisemitismo del... ¿ejército, no? Bueno, lo mismo lo recupero. Muchííísimas gracias, us coments siempre son eruditos y fecundos cual flores poéticas...
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