Para explicar qué es este cómic singular titulado Libro de las bestias, este volumen necesita dos prólogos. El primero de ellos es obra del propio dibujante y adaptador, Pep Brocal, y en él es el propio Ramón Llull quien además de explicar su vida y obra, ambas impresionantes, describe Libro de las bestias como ‘apólogo político en forma de fábula coral’, la séptima parte del Libro de las maravillas; pero ya nos avanza Llull, por lo tanto, que no estamos ante un tratado de zoología ni, sobre todo, un bestiario medieval al uso. Al contrario, Llull utilizará bestias antropomorfizadas para representar una corte política y sus límites y juegos de poder.
Por su lado, el segundo prólogo es un texto más académico,
en el que un experto en Llull habla de la significación del libro en su época,
y de lo peculiar de su contenido, pero también avanza y enmarca la opción
estética escogida por Brocal: un cómic, esto es, un medio en el que nunca se
había producido una adaptación del libro.
Antropoformizar animales no era nuevo ni siquiera en el siglo XIII en que vivió Ramón Llull; es más, casi es una forma narrativa que hunde sus raíces en la cultura grecolatina clásica. Llull emplea el recurso para la sátira política: el reino de los animales necesita coronar un rey, y lo esperable es que sea el león. Pero el buey toma la palabra, dice que debido a su fuerza nadie respetará al rey, sino que solo se le temerá, y que sin respeto no se puede gobernar. El buey postula que el reinado sea dirigido por el caballo, noble y gallardo animal que además no se come a nadie. Ante la inestabilidad que suponen los dos bandos que van a formarse casi inmediatamente aparece Renard, la zorra, que comienza a intrigar ante el futuro rey león y que convence con malas artes para que éste sea finalmente coronado. La confianza, menor al principio y desbordada más tarde, del león en Renard permitirá a ésta deshacerse de potenciales enemigos del rey y especialmente de todos aquellos que pudieran entorpecer su decidido servicio. Renard es hábil usando la psicología de cualquier animal para convencerle de que actúe como ella quiere, aunque tenga enemigos que adivinen su intención, como la serpiente o el elefante. Llull, entre otras cosas, fue teólogo y misionero, así que no es difícil adivinar que Libro de las bestias tiene un final moralista y un objetivo educador, casi utilitario, dirigido a los reyes o príncipes de su tiempo, a servicio de los cuales también estuvo: tened cuidado de los consejeros ambiciosos, no os dejéis lisonjear, escuchad todas las voces posibles antes de decidir.
El medio por el cual avanzan los personajes es el ejemplo. Siendo el libro en sí mismo una parábola de la política en que la naturaleza de los humanos que la ejercen se refleja en grupos políticos (carnívoros contra herbívoros, con todos sus matices sospechables), Renard y los demás animales usan con frecuencia los ejemplos metafóricos que suelen, irónicamente, protagonizar hombres, para subrayar sus acciones o pretender dar una lección moral a otros animales, especialmente al rey. Es una inversión brillante. También se antoja moderno que junto al reino de las bestias también existan humanos que trabajan (y claramente explotan a los animales que poseen o que les visitan) e incluso un rey de los hombres, corrupto, borracho y desaprensivo. Todas estas inversiones metafóricas del discurso oficial esperable muestran una notable capacidad provocadora y satírica, que además es muy divertida: Renard no tiene pasiones, salvo la ambición de poder, y no es fácil hacerle caer en debilidades mundanas.
La antropomorfización se moderniza en el dibujo de Brocal,
que viste a los animales con trajes modernos y les hace hablar con un lenguaje
que ya no es el medieval. Según dice el prólogo, Renard ha pasado de zorro a
zorra, con lo que el animal más inteligente y sagaz del libro es femenino y
altamente empoderado. Pero esto también es equívoco y arriesgado, pues el final
esperable de Renard y su propio carácter vilipendiador también dan un mensaje.
Visualmente, el libro tiene un atractivo enorme. Es un formato grande, que juega al impacto del tamaño de las viñetas, y también de los fondos, en general azules y en tonos pastel según la gravedad de la situación. Resuelve bien los diferentes tamaños de los animales (dado que llega un momento en que no se piensa en ello) y los codifica sutilmente con determinados colores (y en un caso especial, con el sonido, que tiene influencia clave en la trama). El tono de sátira permite además licencias incluso menos realistas que el dibujo puede utilizar para el humor. La fidelidad literaria de la adaptación, que es necesariamente libre dado el medio visual empleado, puede quedar en entredicho, y mi mayor pregunta sería si la ironía casi posmoderna que se adivina en un texto precursor de Maquiavelo o Shakespeare estaba ahí ya. Pero también son dudas menores o insignificantes. ¿Qué más da, qué aporta esa crítica? El cómic de Pep Brocal partirá de una excusa cultural enorme, pero vuela maravillosamente por sí mismo.
(hablando de antropomorfización y animales parlantes, esta lectura y reseña coincidieron en el tiempo con la excelente exposición de ilustraciones de las fábulas de Samaniego realizadas y publicadas por Daniel Tamayo. Aquí queda el link de la exposición por si hay suerte y aún podéis visitarla, y aquí el vídeo en el canal de YouTube del Museo de Bellas Artes de Bilbao donde Daniel Tamayo hace un repaso de su obra).