30 de julio de 2024

¿Existe una etnicidad infantil? Estudio en barrios de Madrid y Sevilla (Etnografía)

 


Este libro, Etnicidad: un juego de niños es un bonito trabajo antropológico que busca estudiar el uso (o no) de la identidad étnica en contextos infantiles de la España del siglo XXI, con una investigación marco de hipótesis que incluye la propuesta de estudiar la etnicidad infantil como un juego más que como una categoría identitaria absoluta y definitiva, y un trabajo de campo (de título directo “Etnografía”) en dos lugares con diferentes grupos étnicos, por un lado, y entornos y condiciones de trabajo, por otro.

Hay varios puntos de interés en esta aproximación y sus razones y consecuencias. La autora, Livia Jiménez Sedano, ha realizado los dos trabajos de campo inmersivos en diferentes familias de la comunidad dominicana de Madrid (para lo que por cierto utiliza bibliografía escrita por Carmen Gregorio Gil, incluido el libro de la anterior entrada de este blog), y en una barriada de Sevilla con elevada presencia de familias de origen gitano y marroquí. En ambos casos su observación ha sido participante y prolongada, y ha convivido en domicilios de informantes; ha tenido tiempo para moldear su mirada, modificar su aproximación al objeto de estudio, y, atendiendo a sus propias palabras, modificar su propia persona gracias a la experiencia etnográfica. Cumple así los requisitos metodológicos que propuso James L. Peacock, para quien el dilema del ser al mismo tiempo participante y observador era insoluble, o, yendo aún más allá, aquello que llamamos etnografía es una interpretación y construcción de datos procedente en realidad del trabajo conjunto de etnógrafo y nativos.

Jiménez Sedano abraza esta visión con alegría, y, con mecanismos cercanos a la autoficción, confiesa sus sensaciones personales a lo largo especialmente de la Etnografía, dándole sentido a los cuadernos o diarios de campo (cuyos extractos son continuados, clarividentes y honestos durante la Etnografía) desde sus percepciones personales. Es desde luego muy distinto en este sentido al texto de Carmen Gregorio, y, en cierto modo, discutible para un lector de formación científica pura, que pueda apreciar esta conexión entre ciencia y literatura por ser una parte relevante del método (de nuevo Peacock afirmando que "en la antropología existe al menos un objetivo literario"), pero que es sensible al sospechable sesgo experimental que existiría en esta situación al cambiar el observador y que el método antropológico y su dimensión comparativa deberían minimizar.

Otro punto de interés es descubrir como la infancia derriba alguna de las barreras que puede experimentar comúnmente el antropólogo en su investigación (por ejemplo, el hecho de que niños y niñas transgredan con facilidad las normas de género, o que la barrera existente entre un informante de un pueblo colonizado y un investigador de su sociedad colonizadora aún no está marcada). Respecto a la metodología, Jiménez Sedano ha limitado su presencia en la escuela deliberadamente, ya que la mayoría de trabajos etnográficos sobre infancia se circunscriben precisamente a la escuela, y, aún más importante: no es en realidad el contexto de socialización más relevante para los niños y niñas.

El desmontaje de tópicos creados respecto a la infancia es un punto esencial de la aproximación de la autora: la infancia es un grupo invisibilizado ya que se les considera prejuiciosamente como seres prospectivos (en progresión hacia la edad adulta), primitivos, que carecen de agencia, aculturales, con dinámicas sociales unidireccionales que no ejercen influencia en los adultos, y apolíticos (que no participan en estructuras de poder). La falsedad adultocéntrica y sociocéntrica de estos prejuicios lleva a que los investigadores proyecten en su trabajo las experiencias de su niñez, y completen el combo con etnocentrismo y androcentrismo (al soler corresponder este trabajo a mujeres por su mayor interés supuestamente de origen maternal en estudiar la infancia).

La explicación metodológica de la etnicidad como un juego me parece brillante; la etnicidad es una construcción científica del antropólogo, no hace nada per se, pero está imbuida de mantras: (1) la identidad como concepto esencialista; (2) los etnónimos, útiles para el estudio rápido pero con peligros etnocéntricos y sociocéntricos; y (3) la idea de frontera con sus connotaciones sobre espacio y organización política. Jiménez Sedano presenta entonces el juego como método alternativo y metáfora concreta que ayuda a desprenderse de estos tópicos y dotar a la etnicidad de un sentido no esencialista. Las ventajas que ofrece el juego y sus características son muy interesantes, especialmente porque su distancia de rol y su carácter de improvisación y acción evita esencialismos y ayuda a superar la dicotomía entre agencia y estructura, porque además de estrategia tiene carácter emocional e incluso irracional, implica creatividad y tradición (la de los juegos previos), y comunidad que emplea códigos propios frente a los adultos. No todo es bello: el juego no es necesariamente democrático, sino que manifiesta relaciones de poder y jerarquías (es integrador pero no equilibrador), puede ser peligroso y hasta cruel, y no siempre tiene connotaciones positivas. Jiménez Sedano combate razonadamente otras visiones negativas del juego que parten de prejuicios adultocéntricos (que es antitético de lo relevante para la sociedad, que es exclusivamente infantil y prospectivo, que es un vestigio evolutivo, o, incluso y ya que la etnicidad es el centro de este estudio, una trivialización del racismo) y afirma la densidad de significados que tiene como metáfora.

Jiménez Sedano clasifica los juegos en tipos: (1) de estructura, porque organizan el campo en grupos sociales por género, edad, pertenece a un barrio, o símbolos étnicos; (2) de pertenencia, por exclusión de otros o de sí mismos, que es el más proclive a evocar la identidad; y (3) de lucha, por aumento de prestigio y capacidad de decisión a través de símbolos étnicos. Estos tipos se entremezclan, así como las dimensiones del valor que tiene el juego: (1) paramétrica, porque concede algo en magnitud cuantitativa; (2) semiótica, porque se obtiene algo simbólico; y (3) posicional, porque mejora el puesto en redes de relaciones sociales. Finalmente, una última parte del edificio teórico se constituye al definir los campos de juego de la etnicidad infantil: (1) los campos lúdicos, donde solo hay presentes niños y niñas y su libertad para implantar sus propias reglas es amplia; (2) los campos domésticos, donde están presentes los adultos de la familia o cercanos, y los niños y niñas tienen que negociar tiempos, lugares y actividades; y (3) los campos burocráticos, donde hay reglas exteriores creadas por adultos que no son de la familia y que limitan totalmente la libertad de niños y niñas con muy escasa posibilidad de negociación. También los campos presentan transiciones graduales y existen campos mixtos o fronterizos. No son necesariamente lugares físicos o fijos.

Todo este campo teórico se pone a prueba en más de trescientas páginas de etnografía, donde la autora explicita sus estudios de campo en Madrid y Sevilla. La experiencia es en mi opinión más rica en Sevilla, donde existe interacción entre gitanidad, marroquínidad y castellanidad (que a veces es gitanidad también) y donde las diferentes situaciones permiten ver como la etnicidad es apelada según la agencia del niño o niña se encuentre en juego de pertenencia, estructura o poder en un campo social específico y buscando un valor en una dimensión u otra. Los encajes no son perfectos, pero el estudio directo en campos domésticos y lúdicos (cuando tiene el éxito de saber introducirse en ellos como participa) permite subrayar cómo los niños y niñas disponen de una agencia buscada, cómo establecen sus jerarquías, y cómo se relacionan en términos de poder según las situaciones. La institución peor parada es sin duda la escuela (en Sevilla, ya que en Madrid no obtuvo permiso para trabajar en ella) en diferentes apartados:(1) los profesores y profesoras solo ven racismo aprendido en las familias dentro de las dinámicas infantiles, lo cual es contrario a la observación antropológica de la autora; y (2) no es extraño que la escuela organice actividad en que, sin desearlo, fomentan esencialismos identitarios amparándose en la dificultad de luchar con escasos recursos contra estructuras inalcanzables. Y sin embargo...

Lo cierto es que Etnicidad: un juego de niños es muy estimulante, pero sería especialmente enriquecedor completarlo con la visión desde las familias y desde las escuelas, aunque es probable que en ambos casos la recepción fuese problemática. Se saldría probablemente también de los objetivos del estudio. A la autora se le intuye entusiasmo por la labor y el método antropológico, por la dificultad del reto, y por el gusto por trabajar un tema complejo y de ramificaciones poderosas, donde el respeto a la personalidad y dignidad diría que política de los niños y niñas alcanza una dimensión casi humanista. El edificio teórico es además profundo, discute sin temor autores reputados contrarios a la metáfora del juego, y honesto, al entender también sus dificultades y límites. El libro, a pesar de su especialidad científica, es ligero y su trabajo de campo instructivo, también divertido, y, por momentos, adictivo.

Livia Jiménez Sedano, según foto de la web de Ediciones Bellaterra


 

 

 

22 de julio de 2024

Mujeres dominicanas en el Madrid de los 90 (Etnografía)


Migración femenina. Su impacto en las relaciones de género, de Carmen Gregorio Gil, estudia la migración femenina, sus causas y consecuencias, desde el punto de vista de las relaciones de género, tanto en la sociedad de origen como en la de destino. Para ello describe un marco teórico de los estudios sobre migración femenina, las circunstancias socioeconómicas del entorno en las dos sociedades implicadas, y realiza un estudio experimental de campo centrado en la significativa migración de mujeres (frente a la de los hombres) de la región rural del suroeste de la República Dominicana a la Comunidad Autónoma de Madrid, que permite a la autora conocer y describir los factores que desencadenan la migración, las formas de organización social que genera, y su impacto en las relaciones de género. La inmigración dominicana a España es la de mayor índice de feminidad del país en el momento del estudio.

La conclusión principal del libro indica que la desigualdad de género en la sociedad de origen es una causa relevante de la migración femenina, sin que esto signifique que las mujeres inmigrantes estén huyendo de su situación de desigualdad. La migración femenina de las mujeres dominicanas a Madrid ha creado una comunidad transnacional con ramificaciones en las dos sociedades implicadas. En ellas, las relaciones actuales de desigualdad de género en la sociedad de origen son con frecuencia potenciadas por la migración a través de nuevos mecanismos, si bien también permite un cambio de actitudes cuando no un mayor empoderamiento por parte de la mujer migrante, especialmente cuando no tiene cargas familiares en la sociedad de origen.

El libro trabaja un caso concreto: la migración femenina dominicana en Madrid durante los años 80 y 90 del siglo XX. Ello sirve para trabajar varios aspectos de la teoría antropológica como (1) los estudios de sexo y género: los patrones de género recurrentes y la relación entre los roles de género y la estratificación, junto a la dicotomía público/privado en la sociedad de origen, donde la llamada politización de lo doméstico se encarna en el sacrificio de las mujeres dominicanas para salvar la reproducción de sus hogares; (2) los estudios de parentesco: la aceptación de la migración en la sociedad de origen muestra dependencia del tipo de familia, donde existen también estructuras familiares extensas y matrilocales. El parentesco es un factor de tracción en la inmigración, de decisión en la elección de destino, y significativo en el estudio de la recepción y uso de las remesas.

Aunque las causas principales de la migración son económicas, las características de la migración femenina dominicana a Madrid no cumplen ciertos tópicos: no migran más las mujeres con más formación y tampoco especialmente aquellas que no tienen trabajo. Resultado del trabajo de campo es también la conclusión de que la migración de la mujer es en realidad una decisión familiar-comunitaria en que la mujer muestra su compromiso hacia la familia y sus recursos, y no una huida de la mujer en contra de su esposo: el esposo está en general de acuerdo en la migración de su mujer. En la sociedad de destino, el género también es relevante: la incorporación de la mujer española al mercado de trabajo cualificado supone la necesidad de realización de tareas de reproducción en el hogar por otra persona.

Las mujeres que migran lo hacen con red de apoyo en destino, que le encuentra trabajo enseguida en el sector doméstico de Madrid, preferiblemente como interna. Una primera mujer migrante de un grupo familiar atrae la migración posterior de sus hermanas y sus hijas. Casi todas las mujeres migrantes tienen parientes sobre todo femeninas en Madrid. Se reproduce así parcialmente la red de apoyos de las mujeres dominicanas en su sociedad de origen, donde existe presencia de familias extensas con componente matrilocal semejante al de las sociedades negras pobres en EE.UU.

La familia dominicana no se rompe de manera directa por la migración de la mujer. Al contrario, se crean nuevas redes transnacionales para una familia viviendo en los dos continentes. No obstante, la sociedad de origen sufre la ausencia de la mujer migrante en las tareas domésticas que anteriormente realizaba, incluyendo la crianza, y especialmente cuando estas tareas se confían a los hombres: la casa deja de atenderse, el fracaso escolar es mayor, etc… La Iglesia dominicana, contraria a la migración de las mujeres, aprovecha para culpar a las mujeres migrantes de la situación, pero no pide a los hombres que se hagan cargo del trabajo de reproducción.

Los patrones recurrentes de género son muy importantes en el estudio, dada la significativa diferenciación por género del trabajo de las personas migrantes: las mujeres realizan casi exclusivamente servicio doméstico, con frecuencia interino, de gran dedicación y en ocasiones dureza. Supone rebaja de competencias profesionales en aquellas mujeres cualificadas que también han migrado. Pero, por otro lado, la menor cantidad de hombres dominicanos que migra a España poseen y atienden los negocios que proliferan en la sociedad de destino con el objetivo de atender a las demandas de las mujeres dominicanas. Mientras tanto, en la sociedad de origen está muy claro que el rol principal de las mujeres en la familia es la actividad de la reproducción, hasta el punto de que cuando la mujer migra, las tareas domésticas son asumidas por otras mujeres de la familia, o incluso se contrata una mujer para que las haga a cargo de las remesas que envía la mujer migrante. La autora aborda también la escasa consideración del trabajo que realizan las mujeres en ambas sociedades, sin obviar que en la sociedad de destino es la mujer española quien se encarga de la contratación y seguimiento de la mujer dominicana contratada en el hogar.

El uso final de las remesas que la mujer migrante envía no suele ser acorde a su deseo cuando son entregadas al esposo (la mayoría de las veces): no se dedican a los gastos de reproducción de la casa/conuco. Muchas veces financian gastos de los hombres fuera del hogar. Estos a veces exigen (incluso usando amenazas) la entrega de dinero si la mujer decide enviarlo a una pariente femenina para lo dedique específicamente a los gastos de los hijos dejados en República Dominicana. Y la mujer migrante, por su lado, busca mejorar la situación de su hombre mediante medios de producción que en teoría le pueden asegurar otro trabajo (una moto para hacer comercio, por ejemplo). Las mujeres migrantes suelen recriminar el comportamiento de los esposos que actúan así, pero por otro lado “entienden” que son los hombres quienes deben hacer el trabajo de producción, e incluso que tengan caprichos.

A pesar de la distancia, el esposo que reside en República Dominicana es capaz de realizar un control sexual de la mujer gracias a la información proporcionada por integrantes de la sociedad de origen que también viven en Madrid y con los que la mujer coincide en los lugares comunes de la comunidad dominicana localizados especialmente en Aravaca. El marido recibe información sobre las actividades de su mujer, de la ropa que viste, y de las personas con que se relaciona. El matrimonio, que recordemos que no se rompe por el hecho en sí de la migración, puede tambalearse por este control, que lleva al estereotipo recurrente de que la mujer migra para dedicarse a la prostitución. No obstante, sí existe más libertad para las solteras, ya que este control es menor por parte de padres o hermanos. El hecho/miedo de que la mujer dominicana pueda casarse con un hombre español es también un estereotipo recurrente (la mayoría de los matrimonios dominicanos en la zona rural de origen son nominales y no legales). En el lado contrario, para el hombre dominicano, tener varias parejas fuera del matrimonio, incluso con hijos, es una demostración de fuerza masculina, y no es extraño que el hombre que se queda en el país también gaste el dinero de las remesas de la mujer migrante, en ocasiones, en sus otras familias.

Las migrantes dominicanas en Madrid manejan más dinero que en su sociedad de origen, incluso después de haber enviado las remesas a su familia, lo cual les permite hacer gastos en su imagen, higiene y cuidado que en su sociedad de origen no les eran posibles. Ello ha generado que, en su zona de Madrid, Aravaca, hayan proliferado zonas de ocio y esparcimiento pensadas en ellas como clientela, además de organizaciones sociales e incluso solidarias con ciertos canales de redistribución modesta. Cuando estas mujeres vuelven a República Dominicana causan impacto en la sociedad, puesto que desean ser percibidas como personas de mayor nivel económico, pudiendo generar una distancia con el resto de mujeres de la sociedad de origen por el uso de mejores ropas, joyas y maquillaje.

Las mujeres dominicanas se comparan con las mujeres españolas, sus empleadoras en primer lugar, de las que opinan que no cuidan bien a sus hijos y casas, dando a entender que se contrata a mujeres inmigrantes para hacerlo puesto que ellas no quieren. Se sorprenden también de que marido y mujer españoles pasen su tiempo libre juntos, sin que la mujer tenga grandes períodos de soledad en su casa mientras el hombre se divierte con sus amigos. Pero, por otro lado, admiran su autonomía, su capacidad de mando, y su inserción profesional, además de la capacidad de tomar discusiones sin consultar. Se trata de una aplicación de las gramáticas de la diferencia, modalidad orientalizante, donde se producen visiones de factores positivos y negativos de “los otros”. Un reflejo peculiar de esta visión paradójica está en las parejas de español y dominicana que vuelven a la República Dominicana, que suelen pasar su tiempo libre siempre juntos, para sorpresa de la sociedad de origen.

Los datos de investigación de libro se recogieron tanto en los lugares de donde procedían las mujeres inmigrantes -comunidades rurales de la región suroeste de República Dominicana- como en los lugares donde estas mujeres desarrollaban su vida en Madrid. En los lugares de origen de la población inmigrante se hizo a través de: observación participante, lo que implicó residir en los hogares de las propias mujeres migrantes; y entrevistas a mujeres inmigrantes retornadas de manera temporal o definitiva, a sus familiares, y a otros miembros de la comunidad. Los datos extraídos en la Comunidad de Madrid incluyeron: observación participante en los hogares donde trabajaban o vivían, y en los lugares donde se reunían o pasaban su tiempo de ocio las mujeres inmigrantes; y realización de entrevistas y de un cuestionario (no a la muestra total). Es relevante subrayar que la autora, además de su trabajo de campo, utiliza otras fuentes para apoyar el estudio y su argumentación, como fuentes bibliográficas que estudian las aproximaciones teóricas al estudio de las migraciones femeninas; y datos estadísticos del Gobierno de España, de la Comunidad de Madrid, de la Embajada Española en República Dominicana, de la Encuesta Demográfica y de Salud de la República Dominicana, etc.

En este libro es estimulante la combinación de trabajo antropológico de campo con la realización de encuestas y el uso de datos estadísticos procedentes de organismos oficiales, porque ayuda en la elaboración de las conclusiones, y supone utilizar las herramientas disponibles (y necesarias en una sociedad numerosa) para completar el estudio antropológico. Pero el libro no contiene rastro alguno de la experiencia vivida por la autora en la realización de su trabajo. No hay indicios sobre si se han modificado sus puntos de vista o partes de la metodología durante la realización del mismo, dependiendo de la accesibilidad a los informantes, por ejemplo. Aunque la autora describe la metodología realizada, esta descripción es breve (apenas un párrafo) y remite a detalles de un trabajo anterior (su propia tesis doctoral). Algunos autores enfatizan que el cambio generado en la persona investigadora es parte relevante (incluso indicio de buena labor) del trabajo del antropólogo. Migración femenina. Su impacto en las relaciones de género se acerca de manera relevante a un lenguaje científico más habitual de las ciencias naturales, desprovisto de la “literatura” que en ocasiones se reclama como necesaria en el texto antropológico.

Es muy destacable la exposición del entorno que realiza Gregorio Gil. Destaca la inclusión del cambiante edificio legal que regula la inmigración en España, ya que las modificaciones en las leyes de inmigración respecto a la entrada de personas en el país y las regularizaciones impactan de manera directa en cuándo y cómo emigrar, un condicionante añadido al más esperable relacionado con las características del momento social y económico en las dos sociedades, que permiten entender por qué la inmigración dominicana es la de mayor índice de feminidad en España. Con esto, el libro resulta muy compacto y coherente, ya que estudia estos efectos externos, pero después el trabajo de campo recoge las motivaciones y sentimientos personales, viajando así de lo social o comunitario a lo individual y personal.

El principal logro del libro es la ruptura de los estereotipos de género o de origen etnocéntrico que la migración femenina supone. La aplicación continua del enfoque feminista, es decir, la adopción del género como categoría de análisis, permite un ejemplo práctico de la llamada "construcción social a aclarar" al respecto de la relación entre hombres y mujeres. No es menor que el trabajo de campo se realice por una investigadora en lugar de un investigador, dadas las mayores dificultades que tendría un antropólogo varón en acceder a las informantes principales, mujeres dominicanas, tanto en origen como en destino. Resulta también estimulante para la propia antropología el acercamiento a las realidades cuestionando las visiones tradicionales o esperables que aporta el enfoque feminista adoptado por la autora.

El libro se publicó en el momento en que el fenómeno de la inmigración a España inicia una gran expansión. Varias conclusiones del libro de Gregorio Gil son visibles hoy en día de manera común dada la prevalencia de las mujeres migrantes de origen hispanoamericano en las labores domésticas, especialmente en el cuidado de personas con dependencia, y no sólo con carácter interino en familias de rentas altas. Este carácter anticipatorio del libro se asienta sin duda en su rigor científico.


13 de julio de 2024

Zuga y el anonimato obrero

 


Julián Zugazagoitia, "Zuga": Militante del PSOE, concejal de Bilbao en el único gobierno de alcaldía socialista de su historia (el de Rufino Laiseca, entre 1920 y 1922), periodista, escritor, director de La Lucha de Clases, coetáneo de Tomás Meabe, Facundo Perezagua o Indalecio Prieto, diputado a Cortes, ministro de la Gobernación -es decir, Interior- en la Guerra Civil, exiliado en Francia, arrestado en París por la Gestapo, entregado a Franco por el puente de Irún en la misma operación que Companys, fusilado.

Zuga publicó Una vida anónima en 1927. Había escrito biografías noveladas de Tomás Meabe y Pablo Iglesias, pero en Una vida anónima escogió a un obrero de la fundición, en principio ficticio, oficial reconocido, también sindicalista, recién padre. La novela cuenta la vida en la margen izquierda, tanto en la fábrica como en los pueblos; el protagonista, por su mala relación con su mujer, acaba mudándose a vivir a París. En ambos sitios el tono es costumbrista en la descripción (que puede ser realista pero no llega al miserabilismo), que se inicia con cierto vitalismo militante que adorna al protagonista en su reciente paternidad y su compromiso por el sindicato, además de su concepción propositiva del trabajo como oficio y acto casi moral. Su anonimato desde el título indica generalidad, por supuesto, pero probablemente también cierta modestia orgullosa.

Zuga era también deudor de Unamuno, cuyo humanismo se filtra en las páginas, pero también en el dibujo psicológico del protagonista, un tanto juez y un tanto parte de lo que pasa a su alrededor, y con frecuencia oscilando entre pesimismo y vitalidad. Nuestro oficial de fundición además adora leer, mantener su pequeña colección de veinte volúmenes, y la biblioteca donde descubrir autores. La novela no tiene ninguna intención cultista, pero tiene cien años, y ahí se escapan convivios, numen, azacanear, vacar, álalo... Palabras hoy olvidadas que dan un encanto inesperado a la lectura tardía.

Es obvio que este fundidor anónimo traslada al papel las experiencias escuchadas y en parte dramatizadas por Zuga en la margen izquierda. Su reivindicación de una vida mejor, sin formularlo como “derechos” tiene cierta poética idealista hoy trasnochada, pero transmite una sinceridad roja entusiasta. No todo es ideal: su idea del socialismo feminista encerrado no tiene hoy cabida. Y probablemente entonces tampoco, como demuestra la historia. Pero, sin embargo, es muy estimulante su férrea y adelantada defensa de la no violencia, su convicción de que la represión es un fracaso y su defensa activa del diálogo constructivo. En ese particular estado mental veo el mayor valor de la novela, que a fin de cuentas transcurre también mucho en el pensamiento paradójico del protagonista. Pero algo corta reconozco que se me ha hecho, lo que me lleva a considerar que realmente no existe una épica del obrerismo vizcaíno del cambio de siglo a pesar de sus obvios valores dramáticos. Posiblemente esté ahí la verdadera gran novela vasca por escribir, más que en la orilla de enfrente.

Unas palabras para la edición de la editorial berez haziku: resulta audaz rescatar a un socialista y su visión del movimiento obrero en Vizcaya cien años después, porque es inesperado y porque no es precisamente tendencia en la edición vasca, ni siquiera en la recuperación democrática donde estas figuras en ocasiones están olvidadas frente a la tradición nacionalista. Esta edición se completa con un prólogo sobre la existencia (o no) de la novela socialista y un curioso relato final de carácter ucrónico sobre la base de que Zuga no hubiera sido ministro ni carne de paredón, y con esa portada reveladora de El puente de Burceña pintado por Aurelio Arteta.

Julián Zugazagoitia, en su foto de Wikipedia



4 de julio de 2024

La dominación de la mujer

 



En 1867, John Stuart Mill, que era miembro del Parlamento británico, propuso una enmienda para conceder el voto a la mujer. No tuvo éxito; en 1868 perdió su escaño y en 1869 publicó La dominación de la mujer, que en ocasiones se traduce por El sometimiento de la mujer. El título original es The Subjection of Women.

Decía Salvador Giner que con John Stuart Mill aparece el intelectual que no se contenta con publicar sus ideas, sino que considera su deber pasar a la acción pública y cívica, sin aspiración a ocupar cargos públicos. Parece que con los derechos de las mujeres ejerció ambas funciones: escribir y actuar. No sin consecuencias, pues es fácil encontrar caricaturas sobre su 'ocurrencia' de 1867, brindando por las mujeres, llevándolas al Parlamento, incluso travestido. Mill era hijo de un genio de su época, y tuvo que luchar contra su propio origen para ganarse su prestigio intelectual; con el tiempo eclipsó a su padre. Se casó con una mujer con la que tuvo una relación igualitaria formalizada en un documento firmado al casarse. En estos términos, no parece exagerado llamarle el primer hombre feminista público moderno.

 “Miss Mill joins the ladies”

Cuatro capítulos de prosa intensa conforman este emocionante La dominación de la mujer, que he leído en un volumen publicado por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social en 1991 con más textos del autor. Mill es un escritor directo y vehemente, que profundiza en los matices de su argumentación, y que responde con agudeza contraargumentativa y de antemano a las respuestas que esperaba de sus contrincantes, que en este caso viene a ser casi toda la sociedad de agentes políticos. Aunque no titula sus capítulos, ni estructura por partes su tratado como ahora sería más habitual, sí que sigue una línea demostrativa elaborada y construida perfectamente legible por un lector de la contemporaneidad. Su pensamiento respecto a la emancipación de la mujer bebe de temas y argumentos que ya expuso Mary Wollstonecraft casi cien años antes, pero con mejor literatura y edición. Lógicamente, también es un pensador del siglo XIX y no es posible que satisfaga todos los estándares actuales.

El primer capítulo describe la situación de la mujer en la sociedad de su tiempo como una esclavitud. El término debía ser contundente (aún lo es) en los tiempos finales del abolicionismo, pero Mill ahonda en lo que hoy es obvio: que esta dominación es una costumbre basada en la fuerza, que toda dominación parece natural al que la ejerce, que nunca es precisamente fácil para el dominado conseguir remover su yugo, pero que además la mujer, cuando estas relaciones esclavistas son evidentes en una pareja, siempre queda entregada al hombre que las ha ejercido. Así, para la mujer es casi imposible rebelarse. Para Mill, además, los hombres no conocen en realidad a las mujeres, dado que su subordinación impide su desarrollo. La excepcionalidad de la existencia de reinas inglesas de gran prestigio le es útil para solicitar criterios de justicia y utilidad para describir las verdaderas naturalezas de los dos sexos observados en relaciones recíprocas verdaderas. Su contraargumentario sobre el carácter de la mujer es una continua bofetada a los tópicos de su tiempo que, a fin de cuentas, construía el mito de la familia nuclear blanca, heterosexual, reproductiva y eterna.

El segundo capítulo versa sobre el contrato matrimonial, al que llega a calificar de absolutismo del cabeza de familia, al que llama incluso verdugo. La calificación de víctima para la mujer acerca la visión a la actual violencia de género, si bien sólo insinúa la necesidad de protección sin realmente llegar a pedir ley al respecto. Porque, aunque "las leyes se hacen porque existen también hombres malos", Mill es un liberal utilitarista clásico: pedir leyes rara vez es lo que le apasiona. En su tiempo hay que considerar también lo especialmente gravoso que era que en el matrimonio el marido pudiese disponer de los bienes de la esposa y no al revés, algo que denuncia. Como Wollstonecraft, Mill piensa que estos matrimonios desiguales llevan a las mujeres a ejercer un derecho de represalia sobre sus maridos, a que los maridos pierdan interés cuando las mujeres dejan atrás su juventud, y a una profunda infelicidad. Su comparación predilecta en este caso se realiza con el contrato comercial y la relación entre socios. Por supuesto, propone el divorcio para todas aquellas personas incapaces de vivir el matrimonio en igualdad, y piensa que un matrimonio basado en la igualdad de sus cónyuges es el modo de hacer de la vida diaria una escuela moral en un sentido elevado.

Pero… (1) Mill ejerce desde el clasismo al afirmar que las clases bajas tienen un problema mucho mayor; (2) opina también que una mujer en igualdad legal en el matrimonio "con derecho a disponer de sus bienes" hallará su camino al éxito, si tiene talento, en el mundo liberal, obviando la resistencia que las estructuras y el poder establecido le opondrán; y (3) cree que la división más conveniente del trabajo entre los dos esposos es la tradicional: el hombre gana al sustento y la mujer dirige el hogar. Pero esto, que le eliminaría al momento de ese puesto de feminista que le dábamos, es al menos una opinión con infinitos matices: esto sucederá sólo si el sostenimiento de la familia es por trabajo y no por renta (algo mucho más habitual en aquella Inglaterra que hoy), la dirección del hogar es la labor más pesada en trabajos corporales y espirituales de una pareja, etc…

Mill coquetea casi con el análisis estructural al intentar entender cómo los hombres disfrutan del poder que el matrimonio les otorga, o al explicar las dificultades de los oprimidos en zafarse de las injusticias que sufren de manera estructural más que directa; pero es incapaz (es pronto aún) de aplicarlo a clases bajas con escasos recursos de vida, o a la condena social que supone el espacio doméstico al alejar a la esposa del ejercicio y del derecho público. La contradicción viene a ser no ver que la estructura familiar sustentada en la división de trabajo que propone condiciona y define la desigualdad, y que no tiene sentido ni siquiera social que encierre a mujeres" excepcionales "(según él) en sus casas. Faltan muchas décadas para la discusión de los significados de los ámbitos público y privado con postulados feministas.

La tercera parte de La dominación de la mujer es probablemente más acorde con el inicio del sufragismo, y se deduce de la necesidad de igualdad entre sexos: la representación política resultado de la capacidad y naturaleza de la mujer para esa tarea. El capítulo es un conjunto de argumentos que parten de la falta de educación y oportunidades de las mujeres para explicar su minusvaloración, incluida su educación en una reclusión que en la práctica suponía (de nuevo Wollstonecraft) amedrentar a todo el género. Mill lamenta la falta de talento femenino en las grandes obras literarias de artistas, pero afina bien al explicarlo por la preparación social a ejercer tareas domésticas que han tenido las mujeres (a Mill, hombre de la época victoriana, le falta, esperemos que honestamente, el conocimiento que hoy tenemos: que ese talento existió siempre, que existieron mujeres destacadas en todas las épocas, pero que la historia que escriben los hombres las olvida con facilidad). Su contradicción anterior vuelve a aflorar: las mujeres no tienen tiempo para dedicarse al estudio con las tareas a que se ven obligadas (pero claro, si era lo más conveniente para ellas, es difícilmente sostenible que estudien).

Y el cuarto capítulo, el final, responde a la pregunta ¿qué gana la humanidad con la libertad de la mujer? Empieza por una respuesta contundente: el mundo se regiría por la justicia en lugar de institucionalizar la injusticia. Esto no está exento de su utilitarismo: la injusticia de la desigualdad es contraria a la sociedad moderna, el despotismo es corruptor del hombre y pervierte su carácter, y la libertad de la mujer permitiría duplicar la suma de facultades intelectuales que la humanidad utiliza para sus servicios. De nuevo Mill piensa que es suficiente con permitir el acceso a la educación y a las mismas oportunidades para que, gozando de libertad, la humanidad pueda aspirar a ese duplicado de facultades en su beneficio, pero la impresión es que tampoco podía intuir los sesgos y la reacción desde su liberalismo racional (y su convencimiento profundo de los valores de la modernidad ilustrada), previo incluso al desarrollo de la psicología o a los desmanes bélicos del siglo XX.

En todo caso, Mill no concibe que la mujer no pueda ser objeto de las mismas oportunidades, prebendas y derechos del hombre por pura convicción de su trabajo principal: el estudio de la libertad individual. Si dedicó mucho esfuerzo a explicar las limitaciones que debía imponerse el Estado a la hora de regir la vida individual (nunca debe olvidarse que Mill escribe en el siglo XIX y que la presencia histórica del absolutismo y el feudalismo superados es el referente, y no el estado moderno), su lógica en este punto no es contradictoria ya que no puede admitir que la familia sea un régimen dictatorial como el que percibe en su tiempo en las relaciones entre cónyuges.

Este texto es todo un espejo de una época, y de un pensador que se atrevía a ir contracorriente del poder político y a favor del grupo minorizado de las mujeres en su lucha política. Su vehemencia se viste además de una prosa elegante y un ritmo endiablado. Hoy solemos exigir más epígrafes y una línea argumental más continuada. Mill en ese sentido es austero; pero su convencimiento racional es potentemente emocional, gracias a un acercamiento honesto a una situación dramática. Considerando los prejuicios sociales de los que partía y lo elaborado de su lucha en los matices más machistas del momento, sus visiones de hombre victoriano y colonial (ya apuntadas) casi son disculpables en el camino de la consecución de derechos. Mill, en un momento determinado, hace una mención muy interesante a la necesidad de complicidad y apoyo de los varones justos, aquellos que tampoco aceptan la realidad impuesta. Lógicamente es el terreno al que puede aspirar y en el que jugar, y no era poco.

John Stuart Mill, en la foto de su entrada en Wikipedia