1 de marzo de 2025

Hijes de un cine menor


Lolo es otro bonito volumen de la colección * de la editorial niñosgratis, de un formato novedoso, pues se trata del guion de una película no rodada, titulada precisamente Lolo, y dedicada a la figura real de Lolo Ferrari, efímera actriz porno francesa víctima de sus transformaciones físicas. En concreto, a sus últimos días de vida. Sus escenas combinan fundamentalmente dos situaciones: una vida cotidiana con su manager y marido Eric (una relación ya malsana y rutinariamente aburrida) y varias entrevistas a diferentes personajes de la vida de Lolo, que hablan a cámara sobre ella y ayudan a entender su final. El libro se completa con un postfacio del autor explicando las motivaciones de Lolo, las suyas propias, y los intereses reflejados en el guion. Este autor es Miguel Agnes, maestro de ceremonias en el podcast EPSA y figura relevante de una contracultura bohemia madrileña actual. El guion se publica ahora, pero se escribe hace diez años, y cuenta hechos de hace veinte.

Es un logro estupendo la descripción de los personajes principales, Lolo y Eric, dentro del espacio de la decadente mansión con piscina, en el Mediterráneo francés, que describe el autor, que confiesa su inspiración en Sunset Boulevard para ello, con la fina ironía de la comparación subtextual entre las grandes figuras del cine mudo y el porno. El símil puede arrastrarse a más temas: la transformación física, las drogas, la nostalgia de un pasado tal vez no tan espléndido. También la inadaptación de la estrella a la cotidianidad, la rutina de la comida, la limpieza, el cuidado diario, que en Lolo carece del dinero y empleados que sí tenía Norma Desmond. En Lolo el carácter tiránico ejercido por una sociedad y una profesión hacia el moldeado de los cuerpos alcanza lecturas performativas asumidas por Lolo y Eric, criaturas posmodernas en las que establecer límites entre la elección voluntaria de una vida liberada de sesgos sociales y la tragedia psicológica de un capitalismo extractivo del cuerpo y sus atributos es complicado.

Personalmente, dentro del guion me quedo más estas rutinas cotidianas y ordinarias de gente vulgarmente extraordinaria, cuyo descenso a los infiernos lleno de rímel, esmalte, inyecciones y hormonas encierra todas las lecturas, que con las entrevistas a cámara, aunque probablemente estas sean la manera de que podamos anclar como potenciales espectadores a personajes ya olvidades, hijes de un cine menor.


Miguel Agnes con el editor de niñosgratis, Weldon Penderton (foto de RNE)


 

16 de febrero de 2025

Del logos al mito

 


La historia de Alan Ruxton y Tulie Hall que han escrito a cuatro manos Weldon Penderton y Albert Kadmon en niñosgratis* comienza con una referencia velada a Cien años de soledad, que resulta significativa como definición de lo que viene: un realismo crudo y atroz reflejo de la dura vida en el Oeste, y una apuesta por lo dionisiaco, la magia, la lisergia y una sexualidad primitiva.

Adolescentes, Alan y Tulie marchan con una expedición en busca de unos tramperos, y acaban unidos a un grupo de ellos que viven siguiendo una hermandad masculina con contratos de “matelotage”, al estilo del descrito por B. R. Burg para los piratas del siglo XVII. Este grupo está en relación con una tribu de indios de la zona con cuya primera visita los chicos pasan un primer rito de iniciación, para descubrir que uno de ellos es “bardaxe”. Ambos acaban integrados en un pueblo indio, donde les reconocen valor y poder. Tendrán también la posibilidad de viajar a San Francisco, antes de que los espíritus les reintegren a la vida india de manera aparentemente inevitable.

La balada de la mano de oro es una novela corta pero contundente, de ritmo rápido y elipsis narrativas inteligentes, con un lenguaje de profunda carnalidad y con frecuencia brutal. Bebe de fuentes de interés como las historias de Dorothy M. Johnson, a las que añade crudeza y magia y sustrae mujeres, o de la antropología cultural que reivindica un pasado cazador/recolector de libertad sexual y mental, y que se refleja en las comunidades indias y sus diferentes ritos de paso y drogas alucinógenas que superan Alan y Tulie. En la lectura yo tuve mis propios ecos de Brujería y contracultura gay, pero también de En busca del fuego. El 'redescubrimiento' del sexo cara a cara, o del beso, desde el ‘incivilizado’ Occidente racional de la frontera al terreno de la realidad alterada, combinan la huida de la dialéctica ilustrada con el alcance de la felicidad sensorial y espiritual en un primitivismo de cierta divinización. En ese choque nietzscheano queda un pozo pesimista de crueldad vital que se combate con un último capítulo maravillosamente catártico y luminoso, fuera del orden, pero animado de la justicia idealista del Oeste.

Bien por ellos, Alan y Tulie, y por los autores, también dos, que rinden un nuevo volumen de literatura queer a la colección asterisco que tanto sigo en este blog (Salvemos la Jarapa, El Power Ranger rosa, Vivan los hombres cabales). Y que continuará.


Albert Kadmon y Weldon Penderton

FOTO 

8 de febrero de 2025

Infames investigaciones

 


Leyendo La comemadre, primera novela de la argentino Roque Larraquy, publicada bellamente por Fulgencio Pimentel, he recordado varias veces las tramas 'somáticas' de Chuck Palahniuk, aunque hace tal vez veinte años que no le he vuelto a leer. Por somático me refiero al juego que creo que Larraquy comparte con Palahniuk en cuanto a una mirada entre lo grotesco y lo sublime a los cuerpos y sus miembros. Pero no recuerdo esta concreción en Palahniuk. Sí parte de la proyección metafórica, y algo del humor, que en Larraquy es más lacónico.

La comemadre tiene dos partes separadas por un siglo, y tituladas 1907 y 2009. En 1907 la acción se centra en el sanatorio Temperley de Buenos Aires, especializado en cáncer, pero que estafa a sus pacientes con la aplicación de un placebo inútil. Un conjunto de médicos aprueba experimentar con el paso de la vida a la muerte, aunque la seriedad esperable de experimentos que pudieran formar parte de cierta tradición médica (véase Mary Roach) se ve relajada porque tres personas del equipo beben los vientos por la enfermera jefe y por el tono irónico del narrador, el doctor Quintana, quien, con una voz tal vez demasiado actual para 1907, tiene inicialmente reparos por los experimentos grotescos que se van a realizar, pero después aporta las ideas más oportunas para su desarrollo, si bien en realidad busca asentar su figura y quedarse con la enfermera en su particular batalla.

En 2009, sin embargo, un artista consagrado responde a un texto de una estudiante. El artista cuenta episodios, de nuevo, de toque carnal de su infancia y juventud donde cobra especial importancia su carácter de genio infantil, su obesidad mórbida adolescente, su búsqueda de sexo en la prostitución, y su encuentro con otro hombre que resulta ser un doble idéntico de él. En busca de instalaciones artísticas simbólicas y extravagantes sobre estos temas, experimentan de nuevo con los cuerpos, y acaban haciéndolo en Temperley.

Este tenue hilo entre ambas historias se refuerza porque uno de los personajes de 2009 es bisnieto de Quintana y tiene un cuaderno de sus escritos (se supone que es lo narrado en 1907). Pero es cierto que este nexo de unión es libre, una excusa, frente al subtexto que creo que hermana a ambas historias, la experimentación a la que lleva cierto delirio investigador humano, que Larraquy coloca bien en el racionalismo científico hijo del siglo XIX, en el que resultaba aceptable la eugenesia, por poner un ejemplo, y el individualismo posmoderno que permite moldear el propio cuerpo hasta la mutilación en favor de una autorrepresentación artística, digna del siglo XXI.

Por supuesto, el libro puede leerse y disfrutarse sólo como una ficción inteligente y sardónica, llena de humor negro y un importante desapego humano, en que lo bizarro como valor epatante sacude a unos lectores ya hastiados de todas las bestialidades que de por sí les ofrece el siglo. A ello contribuye un estilo elegante, elíptico, que ha dibujado y se beneficia de protagonistas muy lúcidos en ambos relatos, y hace avanzar la acción rápidamente. Mi disfrute ha sido intenso, reconozco.

FOTO Roque Larraquy (foto de Pablo García para ctxt.es)

 

 

3 de enero de 2025

El cuaderno rojo

 


Después de Zergatik Panpox me he atrevido con un nuevo libro, esta pequeña novela, de Arantxa Urretabizkaia, titulada Koaderno Gorria. La protagonizan en realidad dos mujeres en situación de desplazamiento. Una de ellas, conocida como L, está en Caracas en una misión: encontrar a y contactar con los hijos secuestrados de la otra protagonista, conocida en la novela sólo con el nombre de Ama.

Ama, además de haber criado y educado a sus hijos de 10 y 13 años, a los que su marido secuestró hace siete años, ha escrito el cuaderno de tapa rojas del título, una pequeña memoria dirigida a sus hijos de cómo fue su nacimiento, sus primeros años, y sobre cómo se dio cuenta de su secuestro. Este se debe, aparentemente, a que Ama tuvo que huir a Francia y refugiarse en una casa oculta; el marido, que se había por lo visto separado de los intereses de su mujer, que anteriormente compartía, decide secuestrar a los hijos y emigrar a Caracas. Siete años más tarde, Ama por fin ha tenido noticia de ellos, y envía a L para que les entregue el cuaderno. El libro combina las acciones de L en Caracas junto con los textos del cuaderno que ella misma va leyendo. No es del todo fácil adivinar la ambigua relación de L con Ama, y también lleva páginas comprender la trama por su montaje paralelo, que indica también determinadas trayectorias paralelas entre Ama y L.

El cuaderno rojo de Ama contiene textos y situaciones que recuerdan vivamente a Zergatik Panpox, dejando claro que la relación materno filial es de gran interés para Urretabizkaia, especialmente con niños pequeños. De nuevo aparecen vívidas situaciones de cierto costumbrismo donde la ternura y la intimidad con el bebé o el niño o niña relucen con especial cercanía en su literatura. El calor del euskera como idioma hacia con los niños es probablemente parte de este encanto, ya que el testimonio es de nuevo dado por una madre (conocida como tal por su nombre en el texto, Madre) dirigiéndose específicamente en este idioma. En Koaderno Gorria, de hecho, la posibilidad de que los niños la hayan olvidado  angustia a Ama, pero también y con cierta intensidad, que hayan olvidado el idioma y que puedan necesitar una traducción del cuaderno. Esta obsesión además no se resuelve, con cierto simbolismo, hasta la página final.

Zergatik Panpox y Koaderno Gorria comparten también la situación de separación de una pareja por motivos que en las solapas se definen como políticos. En realidad, se trata de militantes de ETA. En Zergatik Panpox es el padre quien ha abandonado a la madre por la 'lucha', y en Koaderno Gorria sucede que la madre debe recluirse para no ser detenida; el lado menos militante de la pareja, en cada caso, se queda con la descendencia. Es obvio en ambos casos que el contexto no es el tema principal del libro, que en cierto modo actúa como deus ex machina que desata el acontecimiento que altera la vida de una madre reciente, pero por otro lado es revelador que en la ambigua sombra trasera figure en ambos casos el terrorismo. En Koaderno Gorria es más obvio: Ama se manifiesta embarazada a finales de los setenta, se considera una luchadora por la independencia, y sin explicar posibles acciones, se ve obligada a pasar la muga y refugiarse en Francia. Pertenece al personaje la romantización de su propia postura, dibujada con orgullo inevitable. Existe un arrepentimiento sentimental contenido al final, pero no cabe duda de la factualidad de aceptación del discurso descriptor de un determinado país que tiene esta construcción, que en cierto modo pretende alcanzar un mito que hoy en día les gustaría hacer fundacional a sus seguidores. No es que no lo intenten: de esto va la batalla del relato, que ahora se ve tan lúcida al leer un libro de hace 35 años.

Arantxa Urretabizkaia (foto de Wikipedia)


25 de diciembre de 2024

Un siglo en Urano

 



El historiador Graham Robb, británico biógrafo de Balzac, Víctor Hugo o Rimbaud, publicó en 2003 esta documentada y concentrada visión de la homosexualidad (masculina y femenina, el término engloba ambas, especialmente en inglés) en el siglo XIX. Aparentemente, Robb ha leído todo lo pertinente sobre la literatura, ciencia, justicia y medicina que se escribió sobre (o afectó a) las personas homosexuales en dicho siglo, como atestiguan 50 páginas de notas y bibliografía para un texto de 270.

Strangers. Homosexual Love in the Nineteenth Century mantiene un punto de vista controvertido sobre la vida homosexual en el siglo XIX. Básicamente: la persecución o el sufrimiento existían pero su generalización no era especialmente asfixiante, y existía una rica (incluso) vida subcultural que permitió un más que aceptable proyecto de vida a muchas personas. La controversia procede lógicamente de que esta condición humana (el encontrar caminos de alegría o incluso felicidad en el peor horror del entorno) permita proponer una situación relativamente laxa del ostracismo al que el siglo XIX pudo condenar a las personas de orientación homosexual.

¿En qué se basa Robb? En su repaso histórico comienza por la situación legal y su progresiva y continuada relajación de punitividad a lo largo del siglo, en parte apoyada por la imposición de las ideas liberales. Durante el siglo por supuesto siguió existiendo persecución legal, procesos más o menos continuados que Robb destaca, pero en los que el foco se desplaza de la sodomía o pederastia (en su momento no distinguibles) a la indecencia. En el caso de Oscar Wilde, Robb subraya mucho la imprudencia conocida de Wilde (pero menos que Wilde debiera disfrutar de la libertad de expresión que precisamente el liberalismo predicaba). A mí me convence lo primero: los gráficos de casos y la relajación de penas son obvios (ojo: el contraste con los años de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial es terrorífico: Europa se volvió paranoica con el tema de 1945 a 1970). Pero no lo segundo, que me parece una trampa legal llena de retórica.

(Y me atrevo con un INCISO: Esta visión de Robb frente al caso de Oscar Wilde se me antoja muy inglesa, en su tradición liberal: se aplica una ley injusta, existen protestas que no sirven para mucho, y un hombre homosexual inteligente pero tozudo es condenado. El análisis es que el caso es desgraciado, y la prueba de carga se desplaza: Wilde no aceptó sus condiciones de contorno. Así que, frente a una legalidad injusta, la ' solución' estaba en no caer en demandas o provocaciones y seguir la vida en una sociedad que “sí” era compasiva o que en buena parte consideraba la sodomía un pecado privado no legislable. El viejo conflicto de fondo es si las leyes avanzan por delante de la sociedad o al revés. ¿Por qué me parece una visión muy inglesa? Porque mantienen una filosofía que sospecha de la existencia de leyes. Me parece profundamente contradictorio aunque me guste leer el punto de vista: Robb postula en realidad que Wilde fue condenado más por mamarracho locuaz que por maricón. Yo creo que no es cierto).

Sobre la situación médica, resulta mucho más contundente en su condena a los tiempos. Sobre el texto sobrevuela la apreciación de Michel Foucault sobre el advenimiento de la homosexualidad como categoría definida a partir de la década de 1870. Y en ello el papel de los estudios médicos forma parte relevante: los médicos del XIX parecen obsesionados con encontrar indicios físicos que expliquen la homosexualidad en los gestos, en la genitalidad, en el aspecto… Se fascinan con que los homosexuales sean capaces de reconocerse allá donde los no-homosexuales no ven nada; pasan después a tipificar el vicio, encontrar ‘errores’ familiares, y a consideraciones psicológicas. El terror de este capítulo está asegurado, y el papel médico como agente de la ciencia actuando como sustituto moral de ley y religión es bien subrayado. Robb aún cae en señalar de vez en cuando que también los propios homosexuales buscaban su 'curación' o que visitaban burdeles como alivio, pero no enmarca tanto que no existían más salidas y que bajo esa visión social general es una petición bajo presión. Su visión de algunas consecuencias positivas es sin embargo lúcida: la obsesiva publicación de historias de vida médicas permitió a muchos homosexuales anónimos reconocerse en esas lecturas, y la pasión médica por encontrar explicación a lo inexplicable llevó a muchos profesionales a desdeñar la hipótesis de la depravación.


L’Ecole de Platon, de Jean Delville

 

Donde Robb maneja multitud de referencias que usa para estructurar las partes restantes de su estudio es en las diferentes fuentes culturales y sociales. Algunas de ellas surgen del apartado médico, como las del doctor Magnus Hirschfield, y otras de estudios legales que podían acercarse a esa categorización en su tiempo, como las del ‘primer activista’ Karl Heinrich Ulrichs (creador del término 'uranistas'). Pero novelas, diarios, noticias, escándalos sociales y fenómenos varios sirven para describir una aparentemente satisfecha subcomunidad cultural en las grandes ciudades europeas. Siempre, invariablemente, mantiene un equilibrio entre las posibilidades de esta subcultura y la indiferencia social que opina que era la actitud más generalizada, y los problemas obvios que la falta de encaje en la sociedad suponían, donde 'encaje' es una descripción benévola. Al libro de Robb, publicado en 2003, curiosamente le falta analítica de la fluidez que tanto se ha popularizado en el siglo XXI, y cuya ausencia se nota: la racionalización de la homofobia interiorizada no existe, la discusión sobre la adocenación de la normalización frente a la subversión sexual no es instrumento de análisis, relaciones entre orientación, travestismo e identidad de género no son sino superficiales. El anecdotario, claro está, sí es jugoso. De como Engels expresaba a Marx en tono mezquino un pionero 'pánico gay' al registro cuasi contable de amantes masculinos de Keynes, pasando por la consideración de Cristo como afeminado por parte de un arte de representación de la androginia (sí, pasaba hace 200 años, no es cosa de hoy). Se recogen también vocablos, gestos y lenguajes de reconocimiento hoy perdidos, y los primeros intentos de lucha política por los derechos, con Ulrichs de nuevo como pionero al hablar delante del Congreso de Juristas de Alemania, y Hirschfield como fundador de la primera organización activa al respecto, que en parte enseña ya varios males de las actuales (disputas internas, incapacidad de asociar mujeres…). Pero, aunque Robb considera revolucionario en el pensamiento esta acción y debate pioneros, también los juzga con cierta severidad. Sus premonitorias (de la historia de las asociaciones lgtbi) escisiones, la impresión de que se mantiene un debate pseudocientífico en la organización, y las luchas de poder entre personas sin poder le parecen desafortunadas pero inevitables, exigiendo en el fondo aspectos que otro tipo de organización sin duda tendrían más fácil. También usa otro ejemplo que creo duro y desgraciado, al relatar cómo Hirschfield se sintió impelido a esta lucha tras conocer en 1895 que un joven teniente que era su paciente se había suicidado; Hirschfiled se pregunta si merecía la pena trabajar porque un siglo después fuera menos posible que esto sucediera. Y entonces compara con las estadísticas actuales de suicidio entre homosexuales y lesbianas jóvenes (que no son buenas: tienen el doble de posibilidades de intentar un suicidio que los heterosexuales. Parece pues que el joven homosexual podría de nuevo haberse suicidado cien años después de que Hirschfield empezara su trabajo. Pero, entonces, ¿qué sugiere Robb? ¿No hacer nada? ¿Daba igual marcar esa potencial causa de suicidio? La circunstancia no es que existiera Hirschfield y su noble ideal y que fundara su Instituto, que en 1933 quemarán los nazis. El problema es que apenas fuera el único.

Respecto al análisis literario, entre las muchísimos apuntes hay tres que me parecen especialmente interesantes: (1) el hecho de que la literatura convencional, al tratar el tema, fuera fundamentalmente dramática y trágica, bajo el drama de una represión social y una lucha contra una depravación -libros que además en muchos casos no se publicaron adecuadamente hasta décadas posteriores-, mientras que fuera la literatura erótico pornográfica del tiempo la que representara un hedonismo y alegría de vivir el sexo que hoy consideraríamos normalizada; (2) los escritores que desarrollaron su carrera literaria 'necesitados’ de la metáfora recurrente para hablar, con frecuencia de modo críptico, de su condición. Sin su homosexualidad, ¿determinados autores habrían estado limitados en su ambición literaria? Puede ser así, casi que iría más allá: la represión al escribir puede ser un modo de poetizar con más inventiva o un método de profundización mayor, con ejemplos como Proust o Mann; finalmente (3), Robb dedica unas páginas a la peculiar homosexualidad de los detectives literarios del siglo XIX (Lupin o Holmes como ejemplos principales), con sus vidas solitarias y nocturnas, su alejamiento social, su inteligencia en el reconocimiento del mal, etc. No lo profundiza, pero obviamente está apuntando a como todo tipo de personaje de doble vida -no digamos ya si encima se disfraza-, acaba siendo inevitablemente una representación de lo homo.

He disfrutado mucho del libro de Robb, de su erudición y cultura inmensas, a pesar de todas las circunstancias que he señalado. Entiendo además que yo veo crudeza de juicio donde probablemente un historiador ver rigor científico. Rob habla desde una periferia comprometida, pues creo que se trata de una persona adivino que heterosexual que, aunque tampoco puede evitar escribir desde su presente, busca reflejar el espíritu de la época. He recordado en la lectura libros anteriores que discutían este tema 'desde dentro' (Sodomy and the Pirate Tradition, de B. R. Burg, Brujería y contracultura gay, de Arthur Evans; Crónica de un devenir, de Alberto Mira -de quien recogí en su día el interés por este volumen-), y tengo el sinsabor de que las experiencias propias debieran suponer un mejor entendimiento de los ‘protagonistas de tiempos anteriores’; son obras de autores que aunque no comparten la época, lógicamente, que describen (salvo Mira), pero inevitablemente entreven la mayor verdad vivencial interior de aquel que fue y amó ‘diferente’. ¿Qué punto de vista es correcto? ¿Cuál se acerca más a la realidad?



17 de diciembre de 2024

La Sibila

Las novelas de Agustina Bessa-Luís se han reeditado en castellano, con lo que tenemos la oportunidad de descubrirla. Bessa-Luís, con el tiempo, fue guionista de Manuel De Oliveira y de Rita Acevedo Gomes, pero su prestigio se inició con esta novela fascinante, sinuosa y rural llamada La Sibila.

Es la historia sobre todo de Quina, pero también de su madre María, y algo menos de su hermana Estina y su sobrina Germa. Quina no tiene poderes, simplemente es una mujer cabal y decidida, que no se casa nunca y es capaz de arreglar la penosa situación financiera en que su padre dejó la finca familiar (la Vessada) al morir, y, a base de trabajo, austeridad, conocimiento del medio y visión, de alcanzar cierto capital y prestigio. Superviviente nata en su terruño del norte de Portugal, en un mundo de hombres incapaces de hacerle sombra, Quina ayuda en pleitos, da consejos de salud, mantiene una lengua vivaz pero concisa, y subvierte el estatus mediante la buscada perpetuación de su arraigo femenino.

La Sibila es fascinante por esto (escrita como está en 1954, sin incluir una palabra en contra de la dictadura salazarista o sus formas) pero, sobre todo, por su estilo. Dotada de una especial capacidad para el detalle, cada frase de la novela es una aventura que se desliza desde lo principal a lo secundario con habilidosos desvíos impregnados de metáforas iluminadas y aforismos contundentes donde se recoge especialmente el sentir de la época, el lugar y los personajes tal y como Quina los ve. Que parece indudablemente la visión de la propia Bessa-Luís, si bien el prólogo aclara que el personaje está basado en su tía.

¿Y cuál es este sentir? En mi opinión no hay una certeza evidente, la autora no fija necesariamente una realidad, sino que más bien hace fluir la vida de los personajes entre acontecimientos cotidianos (fiestas populares, bodas, adulterios, cambios de propiedades, vidas de algunos vecinos) poco interesantes en sí como línea dramática. La introspección del personaje de Quina revela las contradicciones a las que la someten la vida y el trabajo y la casa, en una aproximación vitalista a la condición humana en un entorno no urbano, pero tampoco arcaico o subdesarrollado. Alejada del miserabilismo aunque exista pobreza, el naturalismo y costumbrismo que podrían esperarse chocan con un estilo proustiano, a veces incluso trascendente, y que a pesar del título, no cruza nunca la línea de lo mágico o lo mítico. No conozco bien la novela portuguesa y su tradición literaria, pero reconozco una especie de puente entre cierto ruralismo tremendista (a lo Pardo Bazán o incluso Cela) y el realismo mágico latinoamericano, sin nunca llegar a casarse con ninguno, totalmente original en su apuesta estética clarividente del retrato final conseguido.


Agustina Bessa-Luís (según foto publicada en Clarín)


7 de diciembre de 2024

Terapia

 


Como me sucedió hace unos meses con Nice Work, es fácil ver la correlación entre título y contenido y realización en este volumen de David Lodge, Therapy, donde no sólo el protagonista se somete a diferentes terapias, sino que el propio libro se exhibe como una terapia determinada. Y, como Nice Work, Therapy es un libro inteligente y divertidísimo, tal vez no tan completo pues, a pesar de su componente metaliterario, tiene un final algo errático y algún que otro argumento se cierra algo en falso. Pero esto no elimina la construcción brillante, el uso de elementos secundarios (del tenis al catolicismo, de las sitcoms televisivas a los vagabundos de marca de Londres) engarzados con precisión, y la creación y explicación de situaciones hilarantes.

Lawrence Passmore es un guionista exitoso de la televisión británica que sufre de inexplicables pinchazos en la rodilla que le atormentan. La vida objetivamente le sonríe, pero su melancolía va en aumento, sufre presión en el trabajo, no puede practicar bien su deporte favorito, y, aunque se somete a todo tipo de terapias (yoga, aromaterapia, acupuntura, psicología), todo se desmorona definitivamente cuando su mujer le pide inesperadamente el divorcio.

La historia de hombre maduro un tanto desastre y desquiciado por un divorcio no es precisamente nueva. La narración en forma de elementos de terapia (tanto su diario como la escritura que hace de los pensamientos que Passmore cree que los demás personajes tienen) son sin embargo muy efectivas. Los episodios de la comedia de situación que Passmore escribe para la televisión permiten un reflejo imaginado de su rota cotidianidad de 'primer mundo' y su obsesión por el existencialista danés Søren Kierkegaard, además del riesgo narrativo asumido que significa dedicarle páginas a un filósofo de corte deprimente en una novela cómica -solventadas con una capacidad asombrosa para el humor- presenta un anverso más oscuro que permite a Lodge indagar en las motivaciones de lo que hoy llamaríamos, salvando las distancias y las formas, un incel. Estas dos manifestaciones psicológicas enfrentadas recorren el nudo central del libro con un brillo estupendo.

Los libros inteligentes que levantan carcajadas no abundan, y, con el tiempo suficiente entre libros del mismo autor, seguramente no agoten. La prosa en inglés de David Lodge es diáfana y seguible, pero he agotado sus tres novelas más conocidas y reconocidas. La tentación es leer alguno de sus varios ensayos literarios. ¿Será capaz de introducir en ellos esta enorme capa de humor inteligente y estructural?


David Lodge (vía Babelia)