El historiador Graham Robb, británico biógrafo de Balzac, Víctor
Hugo o Rimbaud, publicó en 2003 esta documentada y concentrada visión de la
homosexualidad (masculina y femenina, el término engloba ambas, especialmente
en inglés) en el siglo XIX. Aparentemente, Robb ha leído todo lo pertinente
sobre la literatura, ciencia, justicia y medicina que se escribió sobre (o
afectó a) las personas homosexuales en dicho siglo, como atestiguan 50 páginas
de notas y bibliografía para un texto de 270.
Strangers. Homosexual Love in the Nineteenth Century
mantiene un punto de vista controvertido sobre la vida homosexual en el siglo XIX.
Básicamente: la persecución o el sufrimiento existían pero su generalización no
era especialmente asfixiante, y existía una rica (incluso) vida subcultural que
permitió un más que aceptable proyecto de vida a muchas personas. La
controversia procede lógicamente de que esta condición humana (el encontrar
caminos de alegría o incluso felicidad en el peor horror del entorno) permita
proponer una situación relativamente laxa del ostracismo al que el siglo XIX
pudo condenar a las personas de orientación homosexual.
¿En qué se basa Robb? En su repaso histórico comienza por la
situación legal y su progresiva y continuada relajación de punitividad a lo
largo del siglo, en parte apoyada por la imposición de las ideas liberales.
Durante el siglo por supuesto siguió existiendo persecución legal, procesos más
o menos continuados que Robb destaca, pero en los que el foco se desplaza de la
sodomía o pederastia (en su momento no distinguibles) a la indecencia. En el
caso de Oscar Wilde, Robb subraya mucho la imprudencia conocida de Wilde (pero
menos que Wilde debiera disfrutar de la libertad de expresión que precisamente
el liberalismo predicaba). A mí me convence lo primero: los gráficos de casos y
la relajación de penas son obvios (ojo: el contraste con los años de la
posguerra de la Segunda Guerra Mundial es terrorífico: Europa se volvió
paranoica con el tema de 1945 a 1970). Pero no lo segundo, que me parece una
trampa legal llena de retórica.
(Y me atrevo con un INCISO: Esta visión de Robb frente al
caso de Oscar Wilde se me antoja muy inglesa, en su tradición liberal: se
aplica una ley injusta, existen protestas que no sirven para mucho, y un hombre
homosexual inteligente pero tozudo es condenado. El análisis es que el caso es
desgraciado, y la prueba de carga se desplaza: Wilde no aceptó sus condiciones
de contorno. Así que, frente a una legalidad injusta, la ' solución' estaba en
no caer en demandas o provocaciones y seguir la vida en una sociedad que “sí”
era compasiva o que en buena parte consideraba la sodomía un pecado privado no
legislable. El viejo conflicto de fondo es si las leyes avanzan por delante de
la sociedad o al revés. ¿Por qué me parece una visión muy inglesa? Porque
mantienen una filosofía que sospecha de la existencia de leyes. Me parece
profundamente contradictorio aunque me guste leer el punto de vista: Robb
postula en realidad que Wilde fue condenado más por mamarracho locuaz que por
maricón. Yo creo que no es cierto).
Sobre la situación médica, resulta mucho más contundente en
su condena a los tiempos. Sobre el texto sobrevuela la apreciación de Michel Foucault
sobre el advenimiento de la homosexualidad como categoría definida a partir de
la década de 1870. Y en ello el papel de los estudios médicos forma parte
relevante: los médicos del XIX parecen obsesionados con encontrar indicios
físicos que expliquen la homosexualidad en los gestos, en la genitalidad, en el
aspecto… Se fascinan con que los homosexuales sean capaces de reconocerse allá
donde los no-homosexuales no ven nada; pasan después a tipificar el vicio,
encontrar ‘errores’ familiares, y a consideraciones psicológicas. El terror de
este capítulo está asegurado, y el papel médico como agente de la ciencia
actuando como sustituto moral de ley y religión es bien subrayado. Robb aún cae
en señalar de vez en cuando que también los propios homosexuales buscaban su
'curación' o que visitaban burdeles como alivio, pero no enmarca tanto que no
existían más salidas y que bajo esa visión social general es una petición bajo
presión. Su visión de algunas consecuencias positivas es sin embargo lúcida: la
obsesiva publicación de historias de vida médicas permitió a muchos
homosexuales anónimos reconocerse en esas lecturas, y la pasión médica por
encontrar explicación a lo inexplicable llevó a muchos profesionales a desdeñar
la hipótesis de la depravación.

L’Ecole de Platon, de Jean Delville
Donde Robb maneja multitud de referencias que usa para
estructurar las partes restantes de su estudio es en las diferentes fuentes
culturales y sociales. Algunas de ellas surgen del apartado médico, como las
del doctor Magnus Hirschfield, y otras de estudios legales que podían acercarse
a esa categorización en su tiempo, como las del ‘primer activista’ Karl
Heinrich Ulrichs (creador del término 'uranistas'). Pero novelas, diarios,
noticias, escándalos sociales y fenómenos varios sirven para describir una
aparentemente satisfecha subcomunidad cultural en las grandes ciudades
europeas. Siempre, invariablemente, mantiene un equilibrio entre las
posibilidades de esta subcultura y la indiferencia social que opina que era la
actitud más generalizada, y los problemas obvios que la falta de encaje en la
sociedad suponían, donde 'encaje' es una descripción benévola. Al libro de Robb,
publicado en 2003, curiosamente le falta analítica de la fluidez que tanto se
ha popularizado en el siglo XXI, y cuya ausencia se nota: la racionalización de
la homofobia interiorizada no existe, la discusión sobre la adocenación de la
normalización frente a la subversión sexual no es instrumento de análisis,
relaciones entre orientación, travestismo e identidad de género no son sino
superficiales. El anecdotario, claro está, sí es jugoso. De como Engels
expresaba a Marx en tono mezquino un pionero 'pánico gay' al registro cuasi
contable de amantes masculinos de Keynes, pasando por la consideración de
Cristo como afeminado por parte de un arte de representación de la androginia
(sí, pasaba hace 200 años, no es cosa de hoy). Se recogen también vocablos,
gestos y lenguajes de reconocimiento hoy perdidos, y los primeros intentos de
lucha política por los derechos, con Ulrichs de nuevo como pionero al hablar
delante del Congreso de Juristas de Alemania, y Hirschfield como fundador de la
primera organización activa al respecto, que en parte enseña ya varios males de
las actuales (disputas internas, incapacidad de asociar mujeres…). Pero, aunque Robb considera revolucionario en el
pensamiento esta acción y debate pioneros, también los juzga con cierta
severidad. Sus premonitorias (de la historia de las asociaciones lgtbi)
escisiones, la impresión de que se mantiene un debate pseudocientífico en la
organización, y las luchas de poder entre personas sin poder le parecen desafortunadas
pero inevitables, exigiendo en el fondo aspectos que otro tipo de organización
sin duda tendrían más fácil. También usa otro ejemplo que creo duro y
desgraciado, al relatar cómo Hirschfield se sintió impelido a esta lucha tras
conocer en 1895 que un joven teniente que era su paciente se había suicidado;
Hirschfiled se pregunta si merecía la pena trabajar porque un siglo después fuera
menos posible que esto sucediera. Y entonces compara con las estadísticas
actuales de suicidio entre homosexuales y lesbianas jóvenes (que no son buenas:
tienen el doble de posibilidades de intentar un suicidio que los heterosexuales.
Parece pues que el joven homosexual podría de nuevo haberse suicidado cien años
después de que Hirschfield empezara su trabajo. Pero, entonces, ¿qué sugiere
Robb? ¿No hacer nada? ¿Daba igual marcar esa potencial causa de suicidio? La
circunstancia no es que existiera Hirschfield y su noble ideal y que fundara su
Instituto, que en 1933 quemarán los nazis. El problema es que apenas fuera el único.
Respecto al análisis literario, entre las muchísimos apuntes
hay tres que me parecen especialmente interesantes: (1) el hecho de que la
literatura convencional, al tratar el tema, fuera fundamentalmente dramática y
trágica, bajo el drama de una represión social y una lucha contra una
depravación -libros que además en muchos casos no se publicaron adecuadamente
hasta décadas posteriores-, mientras que fuera la literatura erótico
pornográfica del tiempo la que representara un hedonismo y alegría de vivir el
sexo que hoy consideraríamos normalizada; (2) los escritores que desarrollaron
su carrera literaria 'necesitados’ de la metáfora recurrente para hablar, con
frecuencia de modo críptico, de su condición. Sin su homosexualidad,
¿determinados autores habrían estado limitados en su ambición literaria? Puede
ser así, casi que iría más allá: la represión al escribir puede ser un modo de
poetizar con más inventiva o un método de profundización mayor, con ejemplos
como Proust o Mann; finalmente (3), Robb dedica unas páginas a la peculiar
homosexualidad de los detectives literarios del siglo XIX (Lupin o Holmes como
ejemplos principales), con sus vidas solitarias y nocturnas, su alejamiento
social, su inteligencia en el reconocimiento del mal, etc. No lo profundiza,
pero obviamente está apuntando a como todo tipo de personaje de doble vida -no
digamos ya si encima se disfraza-, acaba siendo inevitablemente una
representación de lo homo.
He disfrutado mucho del libro de Robb, de su erudición y
cultura inmensas, a pesar de todas las circunstancias que he señalado. Entiendo
además que yo veo crudeza de juicio donde probablemente un historiador ver
rigor científico. Rob habla desde una periferia comprometida, pues creo que se
trata de una persona adivino que heterosexual que, aunque tampoco puede evitar
escribir desde su presente, busca reflejar el espíritu de la época. He
recordado en la lectura libros anteriores que discutían este tema 'desde
dentro' (Sodomy
and the Pirate Tradition, de B. R. Burg, Brujería y contracultura
gay, de Arthur Evans; Crónica de un devenir,
de Alberto Mira -de quien recogí en su día el interés por este volumen-), y
tengo el sinsabor de que las experiencias propias debieran suponer un mejor
entendimiento de los ‘protagonistas de tiempos anteriores’; son obras de
autores que aunque no comparten la época, lógicamente, que describen (salvo
Mira), pero inevitablemente entreven la mayor verdad vivencial interior de
aquel que fue y amó ‘diferente’. ¿Qué punto de vista es correcto? ¿Cuál se
acerca más a la realidad?
