El Bon Pastor es un barrio de Barcelona construido en los años veinte del siglo XX dentro de las promociones que acabaron siendo conocidas como las "casas baratas" de Barcelona, junto a otras barriadas de la ciudad. Estas casas baratas se otorgaron mediante un Patronato a inmigrantes que llegaban en masa a la ciudad atraídos por la industrialización, pero también a personas sin ingresos ni viviendas a los que apartaron del centro de una ciudad a punto de celebrar una Exposición Universal. El Bon Pastor (conocido inicialmente como "Miláns del Bosch", en honor del que fuera gobernador civil de Barcelona durante la dictadura de Primo de Rivera y abuelo del general golpista del 23F) es un barrio junto al Besós, inicialmente perteneciente a Santa Coloma de Gramenet, constituido por casas de una única altura y muy pocas dotaciones iniciales, en una disposición tipo cuadrícula.
Casi todos los objetivos que el poder político y económico
fueron poniéndose alrededor de estas casas baratas salieron mal. Por ejemplo,
se convirtieron en un foco de izquierdismo y un refugio de revolucionarios y
anarquistas en la República, la Guerra Civil y el primer franquismo. Un tanto
apaciguado el barrio durante el franquismo central gracias a la figura de un
párroco entregado y devoto del mismo, el mosén Joan Cortina, los intentos de
demoler las pequeñas casas durante décadas se encontraron con severas barreras,
incluido un asociacionismo fuerte y resistente, hasta que el proceso se culminó
en la segunda década del siglo XXI, no sin una fuerte división entre los
vecinos, episodios graves de represión policial, y un enorme cambio de vida
personal y de estructuras y relaciones de barrio.
Aunque Stefano Portelli figura como autor de La ciudad
horizontal. Urbanismo y resistencia en un barrio de casa baratas de Barcelona,
el trabajo es el resultado de un estudio etnográfico realizado con un equipo de
investigación amplio. Este equipo ejecutó su labor durante los años finales de
existencia del barrio, cuando los vecinos se dividieron en general según dos
ejes (edad del inquilino o inquilina, y momento en que llegaron al barrio), y,
aunque no existe un capítulo específico de descripción de metodología, la
observación participante y las entrevistas personales a informantes son las
técnicas principales utilizadas. Los autores realizan un estudio histórico
relevante de las condiciones del contexto de la construcción, desarrollo y
finalmente demolición de las casas. Portelli reconoce en los capítulos finales
las peculiaridades de la interacción con las personas protagonistas del
estudio, sometidas como estaban a una presión insoportable por el desalojo
obligado al que gradualmente se vieron forzados, y por las artimañas vecinales
y políticas en que se envolvieron los traslados. El libro encaja bien con las
ideas de James Peacock, que defendía como más auténticamente antropológico el
trabajo de la especialidad hecho y completado entre las personas investigadoras
y las investigadas a la par, aunque Peacock llegaba más allá proponiendo que
como resultado del trabajo el investigador también cambiara a ser una persona
distinta. En La ciudad horizontal no se explicita esto: más bien el
texto reafirma las posturas previas tal vez previsibles en su apuesta por la
resistencia por parte del grupo investigador. Por otro lado, el equipo se posiciona
en el conflicto, de manera inevitable, y Portelli argumenta bien la necesidad
moral de ese posicionamiento por encima de la supuesta -pero siempre imposible-
objetividad del estudio antropológico. Cabe pensar en que ese posicionamiento
debió alejar al equipo de una buena cantidad de informantes (los de la
principal asociación de vecinos, sobre todo), aunque esto sucede en un momento
ya avanzado de la investigación.
La historia del Bon Pastor es apasionante, y la plasmación
del trabajo antropológico que desarrolla Portelli lo aprovecha bien. Además de
las vicisitudes de los cambios del país y la ciudad durante casi cien años, la
antropología sirve aquí para entender bien el apego a una forma de vida por
parte de vecinos que arraigaron en aquel barrio de nueva creación y lo hicieron
propio, desarrollando técnicas de relación social, negociación de situaciones y
resolución de conflictos propias y significativamente diferentes de las de un
bloque de pisos, debidas especialmente a la disposición horizontal de las
casas, el acceso fácil a la vida del vecino y a la calle como inevitable centro
social, al chafarderío/chismorreo como técnica social, y a la sencillez para la
participación en los ritos comunes (la sanjuanada). El trabajo no cae en
idealizaciones: el chafarderío podría ser una forma de limar aristas por la
inevitabilidad de los encuentros informales, pero también impedía la
privacidad. Y las casas nunca se reformaron desde el Patronato ni hubo una
acción colectiva para ello, sino que dependió de cada vecino, de modo que todos
atesoraban un capital invertido en inmuebles que no eran de su propiedad,
aunque mitos incomprensibles por un lado y la persistencia de alquileres bajos
por otro parecieran que lo negaban, a los ojos crédulos de los vecinos. El
enfrentamiento entre vecinos (mayores que ya no querían una mudanza, o que
habían nacido - incluso sus padres - en el inmueble, frente a familias jóvenes
que buscaban mayor calidad residencial) es el final de un romántico y
nostálgico imaginario sobre la vida ideal de un barrio cuya resistencia dio
lugar a un ajuste de tuercas, también ideológico, donde estallan lugares
comunes de diferentes ejes sociales y políticos del país: catalanes/inmigrantes,
izquierda/derecha, gitanos/payos, mayores/jóvenes, etc...
Portelli rinde un libro adictivo, desde la creación del
barrio a su demolición, en lo narrativo y los sociopolítico. El estudio se
amplía con los testimonios recogidos de los informantes, el recuerdo de cómo
ellos o sus padres y abuelos se instalaron allí, y son también muy vívidos
respecto a las circunstancias a las que se adaptó el barrio durante su historia
(la entrada de la droga es una de las principales). Las reflexiones
conceptuales añadidas son además pertinentes y continuas. Dos como ejemplo: el
fenómeno de la esquimogénesis para explicar las esperables actitudes de los
gitanos y gitanas en sus relaciones con la Administración o con sus vecinos, o la
mención al estudio de los diferentes juegos infantiles -juguetes individuales
para hijos en familia de pisos, o juegos socializadores en la calle-, como
parte de estrategias de control educativo de las generaciones. El Bon Pastor,
probablemente también las otras barriadas de Barcelona de este tipo, asemeja
algunas de sus estructuras sociales de carácter igualitario a las de sociedades
antiguas de casas homogéneas dispuestas alrededor de un centro (la calle aquí)
sin apenas infraestructuras comunes -solo la Iglesia -, sin liderazgos ni
estratificaciones claramente definidas, hasta que llega la intervención. Más
allá de la operación inmobiliaria (motivación última), y de las necesidades de
mejora de viviendas y calidad de vida (causa aparente) en el caso concreto del
Bon Pastor, la tesis de Portelli y su equipo es que estas estructuras son más
incontrolables por el poder, que, de una manera más o menos sistemática,
acumula casos de demolición de este tipo de estructuras en todas las grandes
ciudades europeas.
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