Este librito, Sobre la libertad y la igualdad, contiene tres breves textos de Isaiah Berlin, uno de ellos una transcripción de una conferencia pronunciada en 1958. Berlin es especialmente conocido por haber propuesto los conceptos de “libertad positiva” y “libertad negativa”, una aparente contradicción de calificativos para un concepto escurridizo e inasible en su totalidad. Obsérvese lo que dice Berlin (nacido en la actual Letonia cuando ésta aún era Imperio Ruso y emigrante al Reino Unido tras la Revolución Soviética) en dicho año:
"... nuestro concepto de libertad depende directamente de nuestra visión del hombre, la cual, como cabría esperar, es el concepto fundamental de la ética y la política. Si se manipulan lo suficiente las definiciones del hombre, se puede hacer que la libertad signifique lo que el manipulador quiera. La historia reciente muestra que este asunto dista de ser meramente académico."
La presentación de "libertades" de Berlin sucede
esperablemente en el primero de los textos (Dos conceptos de libertad. Una
versión concisa: Lo que Isaiah Berlin dijo el 31 de octubre de 1958), el
principal del volumen. Básicamente, la libertad adquiere sentido “positivo” por
el deseo por parte del individuo de ser su propio amo; su carácter “negativo”
viene dado por definirla en relación a los límites impuestos a dicho individuo.
Jon Stuart Mill es el principal adalid de la libertad negativa, que es el credo
liberal y neoliberal actual (en esta entrada sobre la libertad de expresión yla sensibilidad moderna se recogía su propuesta de libertad de expresión conclaro énfasis en los problemas de las imposiciones a la misma). Aunque entre ‘ser
amo de uno mismo' y que 'los demás no me impidan hacer lo que hago', entre
'participar en el proceso mediante el que mi vida es controlada' y el 'deseo de
un área libre de acción', los lazos pueden ser varios, la frontera entre ambas
definiciones define la praxis de la libertad en el mundo, pero también el
concepto de lo colectivo frente a lo individual, y constituye un valor último
histórico y moral.
¿Por qué? Veamos.
Berlin en principio plantea críticas plausibles a John
Stuart Mill, aunque por un ángulo inesperado, casi provocador: que la coacción
sea siempre mala en cuanto tal, que la libertad es un medio y las
personalidades libres las más adecuadas para descubrir la verdad y tener una
personalidad creativa e independiente, que la libertad individual no existe
salvo en el mundo moderno, y que la libertad no es incompatible con
determinadas formas de autocracia.
Posteriormente, desgrana varias actitudes sobre el carácter
de ambas libertades, empezando por la positiva: (1) el yo empírico (individual)
vs. el yo real (social), y la "libertad superior" (o no) de este
último; (2) el ascetismo estoico como forma de retraer (dominar) los deseos y
así mantenerse (o no) libre, en épocas de gran opresión política; (3) el
conocimiento (razón crítica) como eje de la liberación, tal y como hacen los
artistas cuando dominan una materia y son capaces de crear obras libres de sus reglas...
Siguiendo el devenir histórico, Berlin sugiere que esta liberación por la razón
y sus formas socializadas es la base de credos nacionalistas, marxistas y
totalitarios, dado que el discurso científico permite conocer cuál es el fin
racional de todo individuo según esos discursos. Así, la libertad positiva impone
al individuo dicho fin racional, y dice que así le libera, en lugar de en
realidad esclavizarle, que es lo que
Berlin piensa, sin conceder otras salidas a esta argumentación.
A la libertad negativa tampoco le va, en principio, especialmente bien. Berlin la cree elitista y contraria a la historia, pues en general las revoluciones liberadoras han buscado otros objetivos y no dicho tipo de libertad individual (como ejemplos: un nuevo gobierno, luchar contra una invasión, justicia y mejoras económicas, etc...). Así, estos liberales pueden ser honestos, pero ciegos. No obstante, Berlin cree que su aproximación es más razonable por empírica y asociada a intereses reales del hombre, al que no pretende despojar de nada que considere indispensable para desarrollarse.
Es decir, el autor finalmente abraza esta libertad negativa,
se apoya en el individualismo más radical (recogiendo esta cita un tanto
tremenda -que hoy sería casi negacionista- de Jeremy Bentham: "los
intereses individuales son los únicos intereses reales. ¿Es concebible que
existan hombres tan insensatos como para preferir al hombre que no existe antes
que al que existe, atormentar a los vivos con el pretexto de promover la
felicidad de unos hombres que no han nacido y que quizás nunca nazcan?"),
y supongo, le da una alegría a la tradición empirista británica que le acogió.
A Berlin no puede achacársele no conocer lo sucedido desde
que John Stuart Mill escribe Sobre la libertad hasta el día de 1958 en
que da su conferencia. Su escrito conoce el totalitarismo soviético y el
fascista, y los asocia, al modo de Adorno
y Horkheimer (que a su vez escribieron entre 1944 y 1947), al racionalismo
exaltado por las ciencias descontroladas del siglo XIX y primera mitad del
siglo XX, al determinismo histórico, y, en última instancia, a la libertad
positiva. Si el debate es "poner freno a la autoridad" frente a
"quiero la autoridad en mis manos" parece lógico el resultado de la
investigación. Pero esto es injusto, creo: en 1958 no todo era Unión Soviética
frente a Estados Unidos, sino que Europa ya constituía un incipiente modelo
intermedio, donde un reformismo político manejaba la libertad del hombre entre
ambas latitudes positiva y negativa, entre el liberalismo individualista último
y el socialismo real totalitario, en un sistema democrático de sufragio
universal. Por ello, el resultado de Berlin me sorprende, cuando es obvio que
se trata de un hombre de percepción y argumentación, dado que parece incapaz de
ver que la libertad negativa directamente no está implantada en lugar alguno: si
la existencia de un Estado procede de la libertad positiva, existen estados
supuestamente reconocibles de países más comprometidos con el liberalismo
económico y la libertad negativa (Reino Unido y Estados Unidos), que llevan
doscientos años ejerciendo un imperio mundial, comercial y/o político, basado
en fortísimos ejércitos estatales que tal vez hayan proporcionado mucha
libertad a los individuos de su metrópolis -y mucha riqueza a varios de ellos-,
pero que, si consideramos que los individuos merecedores de libertad negativa somos
todos los humanos, nos lleva a ciertas dudas sobre la validez del argumento.
Por otro lado, forma parte de un idealismo no racional que los hombres cooperen
sin una mínima organización, que se vuelve inevitablemente compleja cuando son
muchos, como es el caso del mundo moderno.
El libro incluye un ensayo sobre La igualdad en que
se vuelve a echar en falta la fraternidad como tercer eje del discurso
político, pero sí creo que la reflexión de Berlin es más sutil, especialmente
al analizar la reivindicación de la igualdad frente a las reglas con
excepciones, las reglas malas, o la simple existencia de reglas. Berlin
reivindica la igualdad como uno de los elementos más antiguos y profundos del
pensamiento liberal, pero pone el foco de su conclusión en que el igualitarismo
extremo choca con otros ideales con los que no puede reconciliarse por
completo: principios que en su forma extrema no pueden coexistir (felicidad,
virtud, justicia, progreso en artes y ciencias). Por fino que sea este
argumento, que creo veraz en cierto grado, no existe en este ensayo ni en el
anterior un juicio explícito sobre los libertarios puros. Berlin refleja bien
el conflicto: "El precio a pagar por garantizar la libertad política y
legal es cierta desigualdad económica, porque de lo contrario es necesario
reducir el grado de libertad política y de igualdad legal". Le
encuentro acertado, por otro lado, al introducir el concepto de equidad al
momento de describir la quiebra de la igualdad cuando alguien incumple la ley.
No se trata de ser iguales, sino de partir de condiciones equivalentes o que
lleven a resultados equivalentes. Pero al buen escritor y argumentador que es Isaiah
Berlin se le ven un tanto las costuras. No entra en profundidad en el debate de
la meritocracia, aunque lo apunta someramente justificándolo a las "aberrantes"
inequidades de nacimiento, como si estas no influyeran decisivamente en el
desempeño eficaz en la vida: siempre es sorprendente que muchos liberales no
entiendan esto, incluso con la libertad de expresión. Puedo comprender
probablemente que no le interese la deconstrucción que ya crecía en la
filosofía continental, y que le hubiera obligado a otras reflexiones sobre el
poder y las élites. Tampoco me agrada verle justificar la defensa de sistemas
definidamente desiguales ya que es lo desigual lo que conceptualmente necesita
explicación o razonamiento, y no los demás principios en conflicto que puedan
llevar a ello. Supone una aceptación de partida que suena algo deshonesta con
el mismo concepto bajo estudio.
Berlin pareciera un continuador brillante de John Stuart
Mill, pero que no avanza novedades en exceso, si bien su presentación es aguda.
Escribiendo casi cien años después no parece que los devenires históricos
influyan demasiado en su pensamiento o conclusiones, dejando de existir como
excusa la falta de catástrofes económicas y bélicas que sucedieron una vez
fallecido John Stuart Mill, y sus causas profundas. ¿Por qué? ¿Por haber visto
de cerca la Revolución Soviética? ¿Por la tradición de su país de acogida? ¿Por
la guerra fría y el miedo a la Unión Soviética? No lo sé, igual son argumentos
simples ante una simple diferencia ideológica. En cualquier caso, es un volumen
de fácil seguimiento, que apunta matices aunque se interese más por
descalificar un extremo determinado, y poco por la justicia social y sus
mecanismos, olvido probablemente nada inocente y que creo que es grave en un
autor posterior a la Segunda Guerra Mundial.
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