Se me fue de las manos la lectura de El origen del totalitarismo, de Hannah Arendt. Primero, por haberlo comprado en inglés (en un impulso en la librería Ler Devagar de Lisboa), que es el idioma en que está escrito el libro a pesar de que su autora era de origen alemán. La lectura ha sido no diré que compleja pero sí de cierta mayor atención, pues no tengo costumbre de leer lenguaje filosófico, político y moral en inglés. El segundo motivo fue que me dio por coger notas. Y lo que empezó así:
ha terminado así:
En fin, tremendo.
Sucede que es un libro apasionado y apasionante. Se divide
en tres volúmenes (antisemitismo, imperialismo, totalitarismo) en los que Arendt
explica las razones históricas y sociopolíticas que condujeron al ascenso de
los dos principales regímenes totalitaristas del siglo XX. Cuando escribe y
publica, en 1951 (la introducción y determinadas notas son de finales de los 60
en esta edición), el régimen bolchevique aún funcionaba bajo Stalin. El nazi
había caído ya. El estudio de Arendt le dio un inmenso prestigio académico que
en cierto modo allanó el camino que condujo a su tremendo encontronazo con la
intelectualidad judía cuando se publicó Eichmann en Jerusalén quince
años más tarde.
La tesis principal de El origen del totalitarismo es
que nazismo y bolchevismo pudieron desarrollarse en un momento determinado de
la historia europea debido a procesos históricos y sociopolíticos que fueron
construyendo la posibilidad de su desarrollo, alejándose en cierto modo de la
idea a veces subrayada de la disrupción inesperada de los totalitarismos en los
años veinte del siglo pasado. Así, el antisemitismo moderno europeo, basado en
un cambio determinado del estatus de los judíos en Europa durante el siglo XIX,
relacionado con su posición como grandes financiadores de las diferentes
naciones y gobiernos, que empieza a debilitarse pero que es subrayada de manera
interesada como una especie de poder internacional en la sombra, o como
comerciantes (especialmente en el Este europeo) que no fueron hábiles en el
desarrollo de sus negocios en un mundo cambiante. El uso interesado de la
propaganda antisemita, que presentó diferentes factores en las diferentes naciones
(siendo el ejemplo más significativo Francia y el impacto del caso Dreyfuss,
que en cierto modo condicionó las formas de su antisemitismo durante el nazismo),
y los tímidos avances iniciales de partidos y opciones políticas racistas fueron
avivando un magma ya preexistente en las culturas especialmente centroeuropeas.
Pero, frente a las visiones más habituales y conocidas que explican
el nazismo fundamentalmente por el antisemitismo secular centroeuropeo, el
capítulo que Arendt introduce sobre el imperialismo del final del siglo XIX, el
que va del reparto colonial de África en 1884 a la Primera Guerra Mundial, se
reviste de una especial importancia en cuanto a algunas causas prácticas y
otras ideológicas. El crecimiento poblacional europeo dado por la Revolución Industrial
y los avances técnicos obliga a las potencias europeas a expandirse por África
y Asia. Ello lleva a su 'descubrimiento' de razas 'extrañas' y 'exóticas', a la
definición de la 'carga del hombre blanco' como necesario civilizador de
tierras lejanas, y a la asunción de una prevalencia racial de origen falsamente
cientificista. A su vez, el peso que los financiadores judíos habían tenido en
Europa se desvanece por el crecimiento del capital procedente de otras fuentes (ya
se había iniciado con la Revolución Industrial, pero el imperialismo lo
confirma), perdiéndose cierta capacidad protectora de los Estados hacia sus
financiadores y capacidad negociadora de las élites judías. Y, finalmente, se
introduce el concepto de expansión como futuro de los estados, que confirman
así el fracaso cultural de la noción de las fronteras cerradas e identitarias. Una
expansión continuada, imparable como dinámica, alimentada por los negocios de
explotación; y si Inglaterra o Francia podían ejercerla fácilmente en ultramar,
Alemania o Rusia lo fueron construyendo en el interior del continente. Nacen
los movimientos pangermanista y paneslavista.
Y el concepto de ‘movimiento’ resulta esencial en el
establecimiento de la nueva forma de gobierno, el totalitarismo, que Arendt
define como significativamente diferente de las demás, que básicamente habían
sido ya definidas por Platón y Aristóteles sin excesivos cambios en más de dos
milenios. Los estados totalitaristas lo fueron a partir de movimientos de ese
cariz que se desarrollaron en sus países y alcanzaron el poder (Hitler) o
crecieron en el mismo (Stalin). ¿Características distintivas de esta nueva
forma de gobierno? La conexión definitiva de pueblo y líder absoluto libre de
toda sospecha. Un desprecio total por el Estado como institución. Las purgas
continuas de los cuadros y fieles al régimen como establecimiento de terror. La
administración ferozmente duplicada y asumidamente confusa para ser conocida o
interpretada. Indiferencia completa por las consecuencias económicas para el
país. La policía secreta a cargo de las fronteras y la diplomacia, encargándose
de transmitir la ideología a otras naciones. Los campos de concentración y
exterminio como ejemplo último de usurpación de la identidad moral y jurídica
del individuo, además de permanente recuerdo a la población del ejercicio del
terror. Todo ello basado en teorías pervertidas, tanto científicas (darwinismo)
como filosóficas (la dialéctica hegeliana, el übermensch de Nietzsche), y la
prevalencia última de las ideologías de raza y clase dentro de un movimiento
imparable y comunicado mediante técnicas de propaganda.
Es imposible recoger en este resumen el torrente de matices
que encierra el libro de Arendt, que, por ello, recogeré en otras entradas de
este blog con una transcripción de las pequeñas cuartillas antes fotografiadas,
pensadas más como objeto de recuerdo o estudio posterior más que de comentario
actual. Actualidad, por otro lado, en la que es tentador caer para informar de
por qué los hombres fuertes de hoy y los sistemas autoritarios del momento podrían
estar cerca del paso al totalitarismo, dados los innegables parecidos y a pesar
de las diferencias, según los postulados de la autora. Es hipnótica la potencia
expresiva de Arendt, aunque su capacidad de análisis viene acompañada de una
contundencia que con frecuencia aparenta imprudencia, dada la complejidad de
los procesos involucrados. Así, me parece más brillante en su análisis
histórico y político (con base en una bibliografía de decenas de páginas y
escrito además en un momento aún en que la perspectiva no podía ser completa,
algo que reconoce varias veces respecto a la falta de información sobre la
Rusia del momento) que en determinadas caracterizaciones psicológicas de
clases, masas, multitudes, razas o gobernantes, para las que tal vez el estudio
abordado no sigue la mejor metodología (pienso,
por ejemplo, en Svetlana Aleksiévich). Pero la capa de lúcido
discernimiento esperado sobre el totalitarismo, su distinción respecto a las
dictaduras o el autoritarismo, se antoja fundamental en el entendimiento que
podemos tener del siglo XX y la sombra que proyecta sobre nosotros aquí y
ahora.