Ante todo, Dysphoria Mundi, el libro de Paul B.
Preciado, es un festín lector incontestable, disfrutable como pocos en su
pasión lingüística, especialmente semántica pero también semiótica, con una
percepción metafórica muy aguda de la realidad, y un libro que es profundamente
coherente al aceptar el problema filosófico del “giro lingüístico”, y proponer
en la práctica un lenguaje nuevo para “cambiar el mundo”. ¡Y qué lenguaje! ¡Qué
riqueza de nuevos términos! ¡Qué maravilla! Entre lo que se encuentra la osadía
de usar el género no binario con gran frecuencia. Es el primer libro de
extensión considerable en que lo veo y le autore, le filósofe, no sólo lo
supera, sino que encuentra en él un tono innovador y atractivo que muestra unas
posibilidades inesperadas.
Bueno. ¿Qué es Dysphoria Mundi? Es un exceso
inclasificable, fragmentario y mutante, que incluye diario personal, oraciones
postmodernas, y, sobre todo, una reflexión de la contemporaneidad post-covid,
escrita desde un extremo radical por un autor en el límite de todas las
fronteras (cosa que conocemos desde la página primera en que aparecen sus
antecedentes médicos), en un estado filosófico febril tras superar un Covid-19
de primera ola en el primer confinamiento de París en marzo de 2020.
Preciado aprovecha los significados patológico y etimológico
de la palabra “disforia” (dis=dificultad + phoros=carga/resistencia) para tomar
las condiciones habitualmente consideradas disfóricas como formas de vida que
anuncian un nuevo régimen de saber y un nuevo orden político visual desde el
que pensar la transición planetaria. La revitalización o empoderamiento de una palabra
que en la práctica clínica de las últimas décadas vino a sustituir (junto con “trastorno”)
a las tradicionales psicosis o neurosis, pero que se había convertido (y aún
sigue) en una nueva forma de control farmacopornográfico, se supera gracias a
las nuevas formas de legitimación sociopolítica (los movimientos MeToo, Black Lives
Matter, MeQueer, etc.) que encuentran en la pandemia de la Covid-19 un momento
de cambio de paradigma culmen de un conjunto de mutaciones que, al contrario de
toda revolución anterior en la historia, afecta por primera vez a todo el
planeta y al mismo tiempo.
Para Preciado, la Covid-19 es a la vez una culminación y una
revolución; si aceptamos el lenguaje como la primera forma de poder inoculado
al pensamiento, la pandemia ha alterado ese poder, y mediante la restitución de
su desorden ha creado -está creando- un nuevo lenguaje al que Preciado se
entrega apasionadamente. No se trata de los vocablos específicos que hemos
aprendido estos años, sino de nuevas definiciones del mundo que con la pandemia
completan su significado. Preciado define lo “petrosexorracial” como
calificativo de un orden económico extractivo de lo energético, lo sexual y lo
colonial surgido de la opresión de los cuerpos por los estados y el poder
económico. Lo “fármacopornográfico” como la estrategia de control de los
cuerpos y el deseo mediante el poder médico y científico. Lo “somatopolítico”
para poner el acento en el cuerpo y sus necesidades como objeto del control del
discurso político. La “somateca” como el cuerpo elevado a protagonista, pero en
un sentido extendido con sus órganos tecnológicos y médicos periféricos que lo
soportan y redefinen. La “necrobiopolítica”, el “tecnopatriarcado”, la
“petromasculinidad”, etc… todo ello conforma en efecto una nueva forma de
definir el mundo dirigiéndose a él mediante la liberación de la estética
dominante actual, cuya permeación es tal que hace que veamos naturales procesos
de extracción y estandarización (como la heterosexualidad y la reproducción).
“El consumo de peyote y heroína transformaron el cerebro de Burroughs en una fábrica experimental de la que surgieron algunas de las invenciones más prodigiosas del siglo. Como si se tratara de un Nietzsche heroinómano en la era de la reproducción mecánica…”. Imagen de Paul Natkin para WireImage publicada en Biography.
Antes de entrar al meollo de la disforia, de todo aquello
que la Covid-19 ha desplazado y convertido en una carga de difícil transporte, Preciado
hace dos paradas de interés; una es William Burroughs. La otra es el incendio
de Notre Dame de París. De Burroughs recoge dos ideas relevantes que además
considera nacidas de los estados alterados de conciencia que el escritor
alcanzaba en sus viajes psicodélicos: por un lado, el lenguaje considerado como
un parásito inoculado, que supone que la comunicación es un contagio (lo que
ayuda a entender cómo las diferentes “gramáticas” conforman el poder), y, por
otro, la recuperación del concepto latino de la adicción como deuda para
entender el movimiento del capitalismo en crear dependencia por parte de los
cuerpos haciendo que además del crédito financiero necesiten un capital de
deseos controlado mediante capitalismo de vigilancia.
¿Y Notre Dame de París? En cierto modo Preciado considera
que el incendio de la catedral de París representa el punto inicial del cambio de
paradigma de la Covid-19 debido a su enorme potencial metafórico, a cuyo poder
le dedica cuatro páginas, las 79 a 82 de esta edición de Anagrama, que son pura
gloria metafórica blasfema y pop, probablemente el mejor texto analítico pero
de tono visceral que recuerdo en tiempo.
“Algunos, al fotografiar la imagen de la catedral ardiendo, vieron en ella un resplandor denso idéntico al de un agujero negro. Otros dijeron que era el ojo de Sauron. Los más utópicos afirmaron que Notre Dame había querido vestirse frente al mundo con un chaleco amarillo incandescente”. La aguja de la catedral en llamas antes de caer sobre el tejado, en foto de Guillaume Levrier recogida en Wikipedia.
Y tras estas dos puntualizaciones, Preciado abre el melón de
la Dysforia Mundi: una descripción continuada de todo aquello que
considera que ha sido removido o desplazado o puesto “out of joint” de manera
evidente por la pandemia y sus consecuencias. Esta descripción es fragmentaria,
profética, visionaria, apelante, revolucionaria, y, en definitiva, nietzscheana,
en ocasiones cercana al delirio, pero un delirio creativo gozoso en términos de
lenguaje, de revelación metafórica, de poder evocador, y de potencia analítica
y deconstruidora fabulosa. ¿Qué ha desplazado la Covid-19 o qué desplazamientos
ha culminado? Por supuesto el primero de todos cumple con la frase del asombro
hamletiano al ver el espectro del padre: “Time is out of joint”. El tiempo ha
sido desplazado. También la biopolítica, el narrador, la vida, la diversidad
sexual, la identidad, las fronteras, la vigilancia, la casa, el coche, la
respiración, la moda, el suelo, el mundo analógico, el cuerpo, la ciudad, el
trabajo, la ciudadanía, la reproducción la libertad, el sexo, los animales,
etcétera…
La fragmentación mutante en estos episodios tiene reflexiones
y literatura que merecen la pena ser destacados:
1.- cuando ‘el narrador ha sido desplazado’, el libro tiende
a diario personal implícito. Su mejor momento para cualquiera que ame la
lectura, y que ame en general, es la descripción comparada de las bibliotecas y
las relaciones amorosas; cómo el amor hace crecer las bibliotecas personales, cómo
estas se mezclan o no según la autenticidad de la relación, y cómo una pareja
en que no existe lectura recíproca de las bibliotecas personales tiene los días
contados.
2.- un recordatorio para quienes estábamos allí y para
quienes no: el desarrollo inicial de la pandemia del VIH y el desarrollo de los
virus informáticos fueron coetáneos… A partir de la expresión transfóbica “epidemia
de transgénero”, Preciado señala la visión de las personas LGTBI como víricas y
enfermizas por parte del sistema establecido, pero, por otro lado, las señala
como un síntoma de fuerza y supervivencia: un virus está vivo y muerto a la vez,
no es visible pero sus efectos sí, no tiene conciencia pero es gestionado/utilizado
políticamente... El VIH fue la inspiración del cambio del término “gusano” a “virus”
en la incipiente práctica informática de los años ochenta. El momento actual de
disforia entre biología y tecnología, reflejo de la dicotomía clásica entre
naturaleza y cultura, cierra el círculo: el Covid-19 y sus formas y
consecuencias son la demostración final de que son los mecanismos de infección
los que cambian el mundo.
3.- un virus como organismo que sólo se reproduce si está en
otro organismo es un problema filosófico de carácter ontológico más que un problema
epidemiológico. Si en el modelo de explotación petrosexorracial la vida es la
capacidad de reproducción necesaria para la extracción de recursos, entonces, ¿qué
es un virus? Para Preciado, es un reflejo disfórico y actual de otras figuras
históricas no definidas, no representadas incluso en el poder lingüístico: trans,
brujas, discapacitados, travestis, migrantes, homosexuales, extranjeros,
mujeres... Otra forma de contrapoder del virus es su capacidad de transferencia
genética horizontal, el
llamado deslizamiento antigénico que también mencionaba Ed Yong, que es
capaz de introducir el ADN del virus en el código genético de sus organismos
portadores, en contraste con la transferencia vertical de la herencia genética.
4.- sin olvidar además que ese virus sin conciencia mata
masivamente en realidad sólo por las condiciones del mundo actual: son nuestras
prácticas culturales y de consumo globalizadas las que contribuyen a su
expansión y a su mortalidad
5.- alrededor del domicilio se han producido cambios muy
profundos: se ha convertido en un nuevo centro de producción, consumo y control
cibervigilante para todos (antes ya lo era con otros matices para su habitante
tradicional: la mujer). El confinamiento moderno es digital y crea un nuevo
sujeto del capitalismo informático, el “teletrabajador y teleconsumidor de economía
farmacopornográfica a tiempo completo”. Es la culminación de la existencia de
obreros digitales que -recuperando
a Zuboff- trabajan creando una plusvalía digital en un nuevo ejercicio de
extracción colectiva de datos (de lo que hay ejemplos directos: pakistanís
contratados para actualizar cuentas occidentales de Instagram, estudiantes que
comentan productos en diferentes webs de venta, etc.). Este nuevo confinamiento
digital es posible gracias a la conversión final del móvil en una prótesis
exterior del cuerpo; un cuerpo que no es completamente orgánico ni mecánico, de
manera análoga a cómo el virus no está vivo ni muerto. No sólo es el móvil: la Covid-19
enseñó otros periféricos esenciales para la vida como los respiradores. El
teléfono móvil, la heroína electrónica, el modo en que el capitalismo crea la
función deseante de los cuerpos contemporáneos, es, en bellísima imagen del
autor, “el último órgano externo del ser en apagarse” cuando el ser muere.
6.- por supuesto, Preciado también habla de la disforia de
género, pero no es el tema central en sí. Explica doxográficamente el origen
del pensamiento tránsfobo, con Janice Raymond o Jean Baudrillard a la cabeza
hace décadas, que ya lo calificaban de “metástasis”, antes del habitual “epidemia”
de hoy en día. Para Preciado existe un nuevo esencialismo conservador entre
algunos autores jóvenes trans para los que la “trans-identidad” no altera el
sistema hegemónico y debe ser heterosexual y binaria. Frente a estos “trans neocon”,
Preciado contrapone los “anarcomutantes”, activistas no binarios más dedicados
a derribar normas patriarcales y coloniales. Añade a las categorías personadas
en esta discusión a los “patriarcalistas”, partidarios de un régimen sexual
arcaico, y las “feministas antitrans”, que se oponen tradicionalmente a los
patriarcalistas arcaicos, pero comparten con ellos la visión biologicista de lo
masculino y lo femenino. Preciado no obstante se mantiene distante del exceso
de identidades, dado que opina que ha tenido un efecto rebote en la vuelta a la
línea política más visible de identidades ultraconservadoras relacionadas con
la masculinidad, la nación o la raza, y que la solución es reactualizar
constantemente esas identidades mediante una repetición performativa (en términos de
Alberto Mira, estamos en la perspectiva queer históricamente colocada entre
la afirmación del antiguo movimiento gay y lésbico, y el identitarismo ultraindividualista
del colectivo LGTBI). La complejidad de esta(s) disforia(s) y sus
representaciones alcanza metafóricamente a todos los campos de la vida.
Preciado está muy brillante por ejemplo al analizar el asalto al Capitolio en
términos de cuerpos y símbolos, mostrando cómo la masculinidad supremacista ha
mezclado sus símbolos fascistas con otros procedentes de los movimientos afro,
indígena o queer, en un pastiche subcultural que busca volver a ser
predominante en primera línea de la política, pero cuyos fundamentos racistas,
aporofóbicos, o machistas nunca abandonaron realmente posiciones de poder. En
cualquier caso, claro que existen instituciones que hicieron anteriores
revoluciones y que se han esclerotizado y no saben leer los tiempos actuales: un
sindicalismo que defiende la industria de la extracción fósil, o un feminismo
atacando la dignidad de las personas trans revelan un anquilosamiento
histórico, una aversión a la infección progresista, una terrible ausencia de
reconocimiento de la “realidad disfórica”.
Hay más perlas entre todos estos desplazamientos
contemporáneos, pero es imposible recoger todo. Ahora lo relevante es conocer
cómo se hará esta revolución a la que Preciado apela, esta toma de poder de los
virus invisibles que han inoculado el MeToo, el Black Lives Matter, el MeQueer
en el capitalismo petrosexorracial y ciberfarmacopornográfico dominante. Y aquí,
como suele sucederles a los revolucionarios analíticos capaces de las diagnosis
más lúcidas al contrastarlas con la realidad, Preciado reduce infinitamente su
discurso a unas páginas en forma de recetario que se antojan muy escasas para
resolver las 500 páginas anteriores. Algunas formulaciones son muy atractivas: hibridación
antidisciplinaria de artes y prácticas institucionales separadas por la
segmentación capitalista de valores, cuerpos y poderes; destitución de
prácticas institucionalizadas de violencia; desmercantilización de las
relaciones sociales para inventar prácticas de producción de valor no
semiotizadas por la economía o el mercado... Pero, ¿cómo? ¿Con qué recursos
eficaces al corto plazo de lo revolucionario cuentan las categorías “víricas”?
Esa previsión, entiendo, queda confiada a la revolución del paradigma,
lingüística, que sea capaz de aprovechar las nuevas herramientas para acabar
con la estética del mundo e imponer la realidad de los desplazados por las
estrategias petrosexorraciales. Pero esas mismas herramientas también las usará
la reacción, probablemente con mucha fuerza y capacidad de infiltración, con su
inercia económica y la propia adaptación de sus estructuras, algo que además no
sería la primera vez que sucede, y, sin una estrategia más clara, ya Engels
advertía que el intento será un fracaso. En Brujería
y contracultura gay, Arthur Evans apelaba a la economía de la magia,
claramente insertada en el tiempo de la contracultura hippy, pero que resultaba
muy desazonadora sobre la posibilidad real de éxito de una gestión post
revolucionaria. En Homo
Deus, Yuval Noah Harari parece más realista aunque es tecnopesimista:
entiende y proclama la inercia de la innovación y la tecnología en un camino
marcado por la humanidad acelerada en que la afección de las clases bajas no
será considerada ni siquiera como receptora final de los resultados
democratizadores de una revolución del conocimiento como las habidas en los dos
últimos siglos de contemporaneidad. Claro que Preciado no parece concebir la
toma de poder político y económico concretos como lo conocemos, sino probablemente
el filosófico, que siempre le precede. Puede que no le falte razón, puede que
estemos en un mundo en que, caídas las estatuas de los colonialistas, su
simbolismo afecte al poder vaciado y perdido ante la realidad no ya fluida sino
escindida.
Como lector he sido arrollado por el lenguaje y la pasión de
Dysphoria Mundi, por su fragmentación profética y por su creatividad
literaria, en la que se incluye no sólo la creación de nuevos vocablos sino el
ritmo, la estructura, el valor dado a la repetición, y el tono apasionado, que no
llega a lo mesiánico y además mantiene ternura terrenal a los desfavorecidos.
Esta subyugación por un filósofo que podría definirse como “de la sospecha” es
feliz porque proporciona placer lector abundante, se esté de acuerdo con su
diagnóstico o no, dado lo original y ambicioso de un análisis que describe un
mundo conceptualmente roto y en transición a un estado desconocido, más
disfórico que distópico. Y es imposible estar siempre de acuerdo: en mi caso,
conseguido superar el momento dionisíaco de la literatura arrebatada, la
concepción reformista del progreso occidental (la que leo en Rosling, o
Diamond,
o Ridley,
o Gomá,
o Giner) me
parece más correcta. La pregunta es si existiría el reformismo sin un
revolucionario que de vez en cuando le agita las solapas.
Dysphoria Mundi parece un libro fundacional para
entender que el género en disputa de la contemporaneidad es mucho más revelador
de la época de lo que probablemente pensamos. A asentar su discurso contribuyen
unas imágenes maravillosas, una bibliofilia inmensa resultado de una vida
lectora sin fin -la mejor vida, probablemente-, una buena y respetuosa
aproximación a las disciplinas colaterales a las que se acerca, científicas y
tecnológicas, y un idealismo revolucionario a prueba de... de virus y vacunas.
Este libro es una gloria, de veras.