22 de abril de 2023

Karamu, Fiesta, Forever

 


Jolgorio es el tercer libro que leo de Brecht Evens y, al igual que los dos anteriores, me ha parecido impresionante. Se parece bastante en tema y personajes a Un lugar equivocado (del que parece una muy afortunada ampliación), y el estilo es similar al de este libro y al de Pantera, lleno de recursos narrativos usando el color, la expresividad de la acuarela, la libertad de encuadre, y, posiblemente como mayor variación en Jolgorio, la rotulación, que no estaba tan rotundamente integrado en el dibujo en las obras anteriores.


Jolgorio cuenta tres historias que suceden durante una noche de juerga en una ciudad europea innominada. Suceden de manera paralela, con algún entrecruzamiento menor entre ellas, y, aunque el personaje de una de ellas (el conocido como barón Samedi, de nombre real Rufo) puede considerarse protagonista al estar insuflado de una mayor fascinación visual y temática, las tres contribuyen a la peculiar descripción que Evens realiza del estado alterado de la conciencia con la que parece ver la noche, una especie de convulsión sinestésica de cuerpos y mentes, pasiones y necesidades, profundamente rica en sensaciones, amalgamada en capas de significado, y con un aliento vital lisérgico entre lo místico y lo patético.


Rufo, el barón Samedi, tiene veintisiete años y parece que ya ha visto todo en la noche. No tiene buen ánimo hoy; prácticamente sólo ha salido para hablar con una amiga. Pero en el baño del pub restaurante en cuyas mesas cenan los tres protagonistas, y que sirve de origen casi maternal de la noche, entra en contacto (literalmente) con una droga que rompe (o altera) su diseño de personaje hasta entonces, y enloquece su devenir de esa noche. Por supuesto, esa droga, aunque sucede narrativamente de modo convencional, es también una excusa para él y para el libro, tan mutante como su propio personaje. El barón Samedi es el protagonista de algunos de los momentos visuales más estéticos del libro. Su baño en el océano, su contemplación 'a lo Fredrich' de los neones de la noche (ejemplo inmenso de la singularidad del héroe romántico y su adscripción a una “patria”, en este caso la confederación de clubs de la noche), o su final al llegar la mañana resuelven su condición de aristócrata definitivo del esfuerzo por el placer nocturno humano.


Jona es un personaje menos recomendable. El libro se inicia con su intento de convencer a una decena de amigos de salir con él esa noche, ya que es la última en la ciudad antes de irse a vivir con su chica a Berlín. Pero Jona no tiene éxito con sus amigos (que rechazan salir con él con excusas varias, aunque luego se los encuentra a todos) y finalmente sale solo para acabar encontrándose con un expresidiario al que conoció en la cárcel. El hilo de sorpresas se completa sabiendo que miente a su chica con su trabajo, y su noche, que funciona en su caso revelando una oscuridad contraria a la pureza del barón, termina en desastre.

Finalmente, Vicky, una chica con problemas psicológicos (o quizá no, pero es lo que su hermana le dice de continuo) ha salido con su hermana y una pareja de amigos. Su conflicto aparece cuando acabada la cena no quiere volver a casa. Se encierra en el baño y luego se escapa con una extraña, con la que pasa el resto de la noche entre confidencias y bailes hasta que la localizan y vuelve a su vida, aparentemente, bajo la protección de su hermana.

Además del restaurante inicial, y la noche de infinitos locales que a todos acoge, Jolgorio conecta también a sus protagonistas haciéndoles usar el mismo taxi en tres carreras distintas. El taxista cada vez cuenta una historia distinta sobre el esqueleto decorativo que lleva en su espejo retrovisor, símbolo de lo voluble de la noche y lo libre del libro, así como del pasado maleable mediante el relato. Este taxi de color y conversación (un lector almodovariano no puede dejar de pensar en Mujeres al borde de un ataque de nervios) es a la vez refugio y disparador, y una nueva excusa para desatar el peculiar talento de Evens con la luz y el color, ahora emulando el movimiento a la vez que la sensación de seguridad de un vehículo.


Jolgorio es un cómic tan libre que no tiene viñeta alguna ni número de página, en el que los textos llenan la siluetas e incluso dirigen el movimiento, donde la noche puede tener fondos blancos o negros no solo según la luz sino según los ánimos, donde la acuarela permite difuminar dibujos e intuir casi los sentimientos del personaje... Y esta sensación de navegación por un mar sin señales es ciertamente muy cercana a la de la revelación nocturna como realidad o relato, al menos en determinada experiencia moderna. La ficción de Evens estiliza y estetiza al máximo la representación del momento vital alejado de la rutina de productiva del día, y crea héroes con poderes que por un momento aparentan ser veraces. Encierra con ello, gracias al estilo a veces sencillo y a veces abigarrado, un reconocimiento de situaciones y personajes que se antoja profundamente conocedor del mundo que retrata. Bravo por Evens. Qué maravilla.

(Para más Brecht Evens, complétese con la audición de este podcast de Pictopía con Gerardo Vilches y Roberto Bartual rindiendo la debida pleitesía al desbordante autor de Jolgorio)


 

 

12 de abril de 2023

Wuhan está en todas partes

 


Ante todo, Dysphoria Mundi, el libro de Paul B. Preciado, es un festín lector incontestable, disfrutable como pocos en su pasión lingüística, especialmente semántica pero también semiótica, con una percepción metafórica muy aguda de la realidad, y un libro que es profundamente coherente al aceptar el problema filosófico del “giro lingüístico”, y proponer en la práctica un lenguaje nuevo para “cambiar el mundo”. ¡Y qué lenguaje! ¡Qué riqueza de nuevos términos! ¡Qué maravilla! Entre lo que se encuentra la osadía de usar el género no binario con gran frecuencia. Es el primer libro de extensión considerable en que lo veo y le autore, le filósofe, no sólo lo supera, sino que encuentra en él un tono innovador y atractivo que muestra unas posibilidades inesperadas.

 

Hospital de Wuhan para luchar contra la Covid-19. Se construyó en diez días en el inicio de 2020. Foto de AFP publicada en Público.

Bueno. ¿Qué es Dysphoria Mundi? Es un exceso inclasificable, fragmentario y mutante, que incluye diario personal, oraciones postmodernas, y, sobre todo, una reflexión de la contemporaneidad post-covid, escrita desde un extremo radical por un autor en el límite de todas las fronteras (cosa que conocemos desde la página primera en que aparecen sus antecedentes médicos), en un estado filosófico febril tras superar un Covid-19 de primera ola en el primer confinamiento de París en marzo de 2020.

Preciado aprovecha los significados patológico y etimológico de la palabra “disforia” (dis=dificultad + phoros=carga/resistencia) para tomar las condiciones habitualmente consideradas disfóricas como formas de vida que anuncian un nuevo régimen de saber y un nuevo orden político visual desde el que pensar la transición planetaria. La revitalización o empoderamiento de una palabra que en la práctica clínica de las últimas décadas vino a sustituir (junto con “trastorno”) a las tradicionales psicosis o neurosis, pero que se había convertido (y aún sigue) en una nueva forma de control farmacopornográfico, se supera gracias a las nuevas formas de legitimación sociopolítica (los movimientos MeToo, Black Lives Matter, MeQueer, etc.) que encuentran en la pandemia de la Covid-19 un momento de cambio de paradigma culmen de un conjunto de mutaciones que, al contrario de toda revolución anterior en la historia, afecta por primera vez a todo el planeta y al mismo tiempo.

 

Estatua derribada de Fray Junípero Serra en San Francisco, fotografía de David Zandman para Reuters publicada en La Vanguardia.

Para Preciado, la Covid-19 es a la vez una culminación y una revolución; si aceptamos el lenguaje como la primera forma de poder inoculado al pensamiento, la pandemia ha alterado ese poder, y mediante la restitución de su desorden ha creado -está creando- un nuevo lenguaje al que Preciado se entrega apasionadamente. No se trata de los vocablos específicos que hemos aprendido estos años, sino de nuevas definiciones del mundo que con la pandemia completan su significado. Preciado define lo “petrosexorracial” como calificativo de un orden económico extractivo de lo energético, lo sexual y lo colonial surgido de la opresión de los cuerpos por los estados y el poder económico. Lo “fármacopornográfico” como la estrategia de control de los cuerpos y el deseo mediante el poder médico y científico. Lo “somatopolítico” para poner el acento en el cuerpo y sus necesidades como objeto del control del discurso político. La “somateca” como el cuerpo elevado a protagonista, pero en un sentido extendido con sus órganos tecnológicos y médicos periféricos que lo soportan y redefinen. La “necrobiopolítica”, el “tecnopatriarcado”, la “petromasculinidad”, etc… todo ello conforma en efecto una nueva forma de definir el mundo dirigiéndose a él mediante la liberación de la estética dominante actual, cuya permeación es tal que hace que veamos naturales procesos de extracción y estandarización (como la heterosexualidad y la reproducción).


 “El consumo de peyote y heroína transformaron el cerebro de Burroughs en una fábrica experimental de la que surgieron algunas de las invenciones más prodigiosas del siglo. Como si se tratara de un Nietzsche heroinómano en la era de la reproducción mecánica…”. Imagen de Paul Natkin para WireImage publicada en Biography.

  

Antes de entrar al meollo de la disforia, de todo aquello que la Covid-19 ha desplazado y convertido en una carga de difícil transporte, Preciado hace dos paradas de interés; una es William Burroughs. La otra es el incendio de Notre Dame de París. De Burroughs recoge dos ideas relevantes que además considera nacidas de los estados alterados de conciencia que el escritor alcanzaba en sus viajes psicodélicos: por un lado, el lenguaje considerado como un parásito inoculado, que supone que la comunicación es un contagio (lo que ayuda a entender cómo las diferentes “gramáticas” conforman el poder), y, por otro, la recuperación del concepto latino de la adicción como deuda para entender el movimiento del capitalismo en crear dependencia por parte de los cuerpos haciendo que además del crédito financiero necesiten un capital de deseos controlado mediante capitalismo de vigilancia.

¿Y Notre Dame de París? En cierto modo Preciado considera que el incendio de la catedral de París representa el punto inicial del cambio de paradigma de la Covid-19 debido a su enorme potencial metafórico, a cuyo poder le dedica cuatro páginas, las 79 a 82 de esta edición de Anagrama, que son pura gloria metafórica blasfema y pop, probablemente el mejor texto analítico pero de tono visceral que recuerdo en tiempo.


 “Algunos, al fotografiar la imagen de la catedral ardiendo, vieron en ella un resplandor denso idéntico al de un agujero negro. Otros dijeron que era el ojo de Sauron. Los más utópicos afirmaron que Notre Dame había querido vestirse frente al mundo con un chaleco amarillo incandescente”. La aguja de la catedral en llamas antes de caer sobre el tejado, en foto de Guillaume Levrier recogida en Wikipedia.

 

Y tras estas dos puntualizaciones, Preciado abre el melón de la Dysforia Mundi: una descripción continuada de todo aquello que considera que ha sido removido o desplazado o puesto “out of joint” de manera evidente por la pandemia y sus consecuencias. Esta descripción es fragmentaria, profética, visionaria, apelante, revolucionaria, y, en definitiva, nietzscheana, en ocasiones cercana al delirio, pero un delirio creativo gozoso en términos de lenguaje, de revelación metafórica, de poder evocador, y de potencia analítica y deconstruidora fabulosa. ¿Qué ha desplazado la Covid-19 o qué desplazamientos ha culminado? Por supuesto el primero de todos cumple con la frase del asombro hamletiano al ver el espectro del padre: “Time is out of joint”. El tiempo ha sido desplazado. También la biopolítica, el narrador, la vida, la diversidad sexual, la identidad, las fronteras, la vigilancia, la casa, el coche, la respiración, la moda, el suelo, el mundo analógico, el cuerpo, la ciudad, el trabajo, la ciudadanía, la reproducción la libertad, el sexo, los animales, etcétera…

La fragmentación mutante en estos episodios tiene reflexiones y literatura que merecen la pena ser destacados:

1.- cuando ‘el narrador ha sido desplazado’, el libro tiende a diario personal implícito. Su mejor momento para cualquiera que ame la lectura, y que ame en general, es la descripción comparada de las bibliotecas y las relaciones amorosas; cómo el amor hace crecer las bibliotecas personales, cómo estas se mezclan o no según la autenticidad de la relación, y cómo una pareja en que no existe lectura recíproca de las bibliotecas personales tiene los días contados.

2.- un recordatorio para quienes estábamos allí y para quienes no: el desarrollo inicial de la pandemia del VIH y el desarrollo de los virus informáticos fueron coetáneos… A partir de la expresión transfóbica “epidemia de transgénero”, Preciado señala la visión de las personas LGTBI como víricas y enfermizas por parte del sistema establecido, pero, por otro lado, las señala como un síntoma de fuerza y supervivencia: un virus está vivo y muerto a la vez, no es visible pero sus efectos sí, no tiene conciencia pero es gestionado/utilizado políticamente... El VIH fue la inspiración del cambio del término “gusano” a “virus” en la incipiente práctica informática de los años ochenta. El momento actual de disforia entre biología y tecnología, reflejo de la dicotomía clásica entre naturaleza y cultura, cierra el círculo: el Covid-19 y sus formas y consecuencias son la demostración final de que son los mecanismos de infección los que cambian el mundo.

3.- un virus como organismo que sólo se reproduce si está en otro organismo es un problema filosófico de carácter ontológico más que un problema epidemiológico. Si en el modelo de explotación petrosexorracial la vida es la capacidad de reproducción necesaria para la extracción de recursos, entonces, ¿qué es un virus? Para Preciado, es un reflejo disfórico y actual de otras figuras históricas no definidas, no representadas incluso en el poder lingüístico: trans, brujas, discapacitados, travestis, migrantes, homosexuales, extranjeros, mujeres... Otra forma de contrapoder del virus es su capacidad de transferencia genética horizontal, el llamado deslizamiento antigénico que también mencionaba Ed Yong, que es capaz de introducir el ADN del virus en el código genético de sus organismos portadores, en contraste con la transferencia vertical de la herencia genética.

4.- sin olvidar además que ese virus sin conciencia mata masivamente en realidad sólo por las condiciones del mundo actual: son nuestras prácticas culturales y de consumo globalizadas las que contribuyen a su expansión y a su mortalidad

5.- alrededor del domicilio se han producido cambios muy profundos: se ha convertido en un nuevo centro de producción, consumo y control cibervigilante para todos (antes ya lo era con otros matices para su habitante tradicional: la mujer). El confinamiento moderno es digital y crea un nuevo sujeto del capitalismo informático, el “teletrabajador y teleconsumidor de economía farmacopornográfica a tiempo completo”. Es la culminación de la existencia de obreros digitales que -recuperando a Zuboff- trabajan creando una plusvalía digital en un nuevo ejercicio de extracción colectiva de datos (de lo que hay ejemplos directos: pakistanís contratados para actualizar cuentas occidentales de Instagram, estudiantes que comentan productos en diferentes webs de venta, etc.). Este nuevo confinamiento digital es posible gracias a la conversión final del móvil en una prótesis exterior del cuerpo; un cuerpo que no es completamente orgánico ni mecánico, de manera análoga a cómo el virus no está vivo ni muerto. No sólo es el móvil: la Covid-19 enseñó otros periféricos esenciales para la vida como los respiradores. El teléfono móvil, la heroína electrónica, el modo en que el capitalismo crea la función deseante de los cuerpos contemporáneos, es, en bellísima imagen del autor, “el último órgano externo del ser en apagarse” cuando el ser muere.

6.- por supuesto, Preciado también habla de la disforia de género, pero no es el tema central en sí. Explica doxográficamente el origen del pensamiento tránsfobo, con Janice Raymond o Jean Baudrillard a la cabeza hace décadas, que ya lo calificaban de “metástasis”, antes del habitual “epidemia” de hoy en día. Para Preciado existe un nuevo esencialismo conservador entre algunos autores jóvenes trans para los que la “trans-identidad” no altera el sistema hegemónico y debe ser heterosexual y binaria. Frente a estos “trans neocon”, Preciado contrapone los “anarcomutantes”, activistas no binarios más dedicados a derribar normas patriarcales y coloniales. Añade a las categorías personadas en esta discusión a los “patriarcalistas”, partidarios de un régimen sexual arcaico, y las “feministas antitrans”, que se oponen tradicionalmente a los patriarcalistas arcaicos, pero comparten con ellos la visión biologicista de lo masculino y lo femenino. Preciado no obstante se mantiene distante del exceso de identidades, dado que opina que ha tenido un efecto rebote en la vuelta a la línea política más visible de identidades ultraconservadoras relacionadas con la masculinidad, la nación o la raza, y que la solución es reactualizar constantemente esas identidades mediante una repetición performativa (en términos de Alberto Mira, estamos en la perspectiva queer históricamente colocada entre la afirmación del antiguo movimiento gay y lésbico, y el identitarismo ultraindividualista del colectivo LGTBI). La complejidad de esta(s) disforia(s) y sus representaciones alcanza metafóricamente a todos los campos de la vida. Preciado está muy brillante por ejemplo al analizar el asalto al Capitolio en términos de cuerpos y símbolos, mostrando cómo la masculinidad supremacista ha mezclado sus símbolos fascistas con otros procedentes de los movimientos afro, indígena o queer, en un pastiche subcultural que busca volver a ser predominante en primera línea de la política, pero cuyos fundamentos racistas, aporofóbicos, o machistas nunca abandonaron realmente posiciones de poder. En cualquier caso, claro que existen instituciones que hicieron anteriores revoluciones y que se han esclerotizado y no saben leer los tiempos actuales: un sindicalismo que defiende la industria de la extracción fósil, o un feminismo atacando la dignidad de las personas trans revelan un anquilosamiento histórico, una aversión a la infección progresista, una terrible ausencia de reconocimiento de la “realidad disfórica”.

Hay más perlas entre todos estos desplazamientos contemporáneos, pero es imposible recoger todo. Ahora lo relevante es conocer cómo se hará esta revolución a la que Preciado apela, esta toma de poder de los virus invisibles que han inoculado el MeToo, el Black Lives Matter, el MeQueer en el capitalismo petrosexorracial y ciberfarmacopornográfico dominante. Y aquí, como suele sucederles a los revolucionarios analíticos capaces de las diagnosis más lúcidas al contrastarlas con la realidad, Preciado reduce infinitamente su discurso a unas páginas en forma de recetario que se antojan muy escasas para resolver las 500 páginas anteriores. Algunas formulaciones son muy atractivas: hibridación antidisciplinaria de artes y prácticas institucionales separadas por la segmentación capitalista de valores, cuerpos y poderes; destitución de prácticas institucionalizadas de violencia; desmercantilización de las relaciones sociales para inventar prácticas de producción de valor no semiotizadas por la economía o el mercado... Pero, ¿cómo? ¿Con qué recursos eficaces al corto plazo de lo revolucionario cuentan las categorías “víricas”? Esa previsión, entiendo, queda confiada a la revolución del paradigma, lingüística, que sea capaz de aprovechar las nuevas herramientas para acabar con la estética del mundo e imponer la realidad de los desplazados por las estrategias petrosexorraciales. Pero esas mismas herramientas también las usará la reacción, probablemente con mucha fuerza y capacidad de infiltración, con su inercia económica y la propia adaptación de sus estructuras, algo que además no sería la primera vez que sucede, y, sin una estrategia más clara, ya Engels advertía que el intento será un fracaso. En Brujería y contracultura gay, Arthur Evans apelaba a la economía de la magia, claramente insertada en el tiempo de la contracultura hippy, pero que resultaba muy desazonadora sobre la posibilidad real de éxito de una gestión post revolucionaria. En Homo Deus, Yuval Noah Harari parece más realista aunque es tecnopesimista: entiende y proclama la inercia de la innovación y la tecnología en un camino marcado por la humanidad acelerada en que la afección de las clases bajas no será considerada ni siquiera como receptora final de los resultados democratizadores de una revolución del conocimiento como las habidas en los dos últimos siglos de contemporaneidad. Claro que Preciado no parece concebir la toma de poder político y económico concretos como lo conocemos, sino probablemente el filosófico, que siempre le precede. Puede que no le falte razón, puede que estemos en un mundo en que, caídas las estatuas de los colonialistas, su simbolismo afecte al poder vaciado y perdido ante la realidad no ya fluida sino escindida.

Como lector he sido arrollado por el lenguaje y la pasión de Dysphoria Mundi, por su fragmentación profética y por su creatividad literaria, en la que se incluye no sólo la creación de nuevos vocablos sino el ritmo, la estructura, el valor dado a la repetición, y el tono apasionado, que no llega a lo mesiánico y además mantiene ternura terrenal a los desfavorecidos. Esta subyugación por un filósofo que podría definirse como “de la sospecha” es feliz porque proporciona placer lector abundante, se esté de acuerdo con su diagnóstico o no, dado lo original y ambicioso de un análisis que describe un mundo conceptualmente roto y en transición a un estado desconocido, más disfórico que distópico. Y es imposible estar siempre de acuerdo: en mi caso, conseguido superar el momento dionisíaco de la literatura arrebatada, la concepción reformista del progreso occidental (la que leo en Rosling, o Diamond, o Ridley, o Gomá, o Giner) me parece más correcta. La pregunta es si existiría el reformismo sin un revolucionario que de vez en cuando le agita las solapas.

Dysphoria Mundi parece un libro fundacional para entender que el género en disputa de la contemporaneidad es mucho más revelador de la época de lo que probablemente pensamos. A asentar su discurso contribuyen unas imágenes maravillosas, una bibliofilia inmensa resultado de una vida lectora sin fin -la mejor vida, probablemente-, una buena y respetuosa aproximación a las disciplinas colaterales a las que se acerca, científicas y tecnológicas, y un idealismo revolucionario a prueba de... de virus y vacunas. Este libro es una gloria, de veras.

 

 

 

 

 

3 de abril de 2023

Pétain

 

He leído este cómic, Juger Pétain (Juzgar a Pétain) por cortesía de un amigo que sabe de mi gusto por la representación de lo político y lo histórico. Se trata de la historia del juicio a Philippe Pétain, mariscal de Francia, realizado en el verano de 1945, por colaboracionismo con los nazis durante el llamado Régimen de Vichy, entre 1940 y 1944, durante la Segunda Guerra Mundial. Vichy se conforma con el armisticio firmado ante la invasión nazi entre Pétain y los alemanes, y el país se divide en dos: el norte y la costa atlántica son administrados directamente por las fuerzas invasoras, y el centro y sur, incluyendo la costa mediterránea y el puerto clave de Marsella, por este Régimen presidido por Pétain, que pretendió ser una especie de continuidad del gobierno francés anterior, que tuvo varios primeros ministros en cuatro años, y con un punto de inflexión relevante en su potencial justificación: cuando el ejército alemán completa la invasión en noviembre de 1942 también de esta parte de Francia, y elimina definitivamente cualquier atisbo de posible autonomía del Régimen.

Pétain y Hitler se reunieron en 1940 en Montoire un día después de que Franco y Hitler se vieran en Hendaya (foto de Heinrich Hofmann extraída del National Geographic)

El conflicto central de la figura y el juicio de Pétain es si sus decisiones ayudaron (o lo contrario) a que Francia sufriera los menores daños posibles ante la invasión alemana. Porque la negación de su colaboracionismo es difícil, especialmente tras el mencionado punto de inflexión: envío de trabajadores a Alemania, colaboración en la detención y traslado de judíos franceses a los campos, lucha contra la Resistencia… El dilema del mejor mecanismo para evitar el daño a la patria se acompaña del de las motivaciones del muy viejo general para aceptar este cargo con 84 años, el deshonor de entregar el país al enemigo al que derrotó en la Primera Guerra Mundial, en la que ganó su prestigio, y seguir haciéndolo (obviando con cierta megalomanía todos los indicios) mientras la figura del general De Gaulle iba emergiendo en la Francia libre, siendo sin duda una de las grandes figuras triunfadoras de la IIGM, considerando además el posicionamiento que consiguió para su país al final de la misma a pesar del armisticio firmado inicialmente.

En el juicio

Sirva toda esta introducción para entender el conflicto de esta historia dibuja por Sébastien Vassant y escrita por él mismo y por Philippe Saada. Saada es un director y guionista de documentales de TV que precisamente dirigió una serie de este mismo título (Juger Pétain) en la que parece estar inspirado el cómic. Pero, así como el cine judicial es un subgénero en sí mismo (Testigo de cargo, Veredicto final, Doce hombres sin piedad, Algunos hombres buenos… o, ya que estamos con el tema, Vencedores o vencidos), no estoy seguro de recordar historietas gráficas centradas tan directamente en un juicio. Tras una presentación del entorno, con el calor del verano y las noticias de paz en Europa y la guerra del Pacífico aún en marcha, el cómic realiza un particular dramatis personae de los protagonistas principales: el acusado, el juez, el fiscal, los abogados defensores, y los periodistas que cubrirán el acto (Camus, tangencialmente, entre ellos); el juicio se inicia con la única declaración realizada por Pétain durante toda su celebración, y el paso posterior de presidentes, primeros ministros, generales y altos funcionarios tanto de la III República como del Régimen de Vichy, que los autores aprovechan para recrear varios momentos del pasado a modo de flashback práctico. Para evitar la monotonía de la sala del juicio y la continuidad  de testigos (menos impactante además para un lector no francés), los autores rompen la narración con cierta frecuencia con algunas series paralelas, como las reflexiones de Churchill sobre la situación en Francia según le van llegando noticias de la misma -mientras toma un té en su despacho en Londres-, o los extractos de un diario supuesto de Pétain (escrito con cierto infantilismo probablemente innecesario). Algunos son particularmente brillantes, como el sardónico folleto de la ciudad de Vichy como destino turístico, representado como si se hubiera dejado olvidado entre las páginas del resto del cómic, en una solución visualmente espléndida para una historia general en que una sucesión de bustos habla delante de un fondo plano como estética general (además de las metáforas de la representación en un libro tan cercano al ensayo histórico como a la narrativa de hechos reales).

Un té con Churchill

A pesar de estas digresiones, se trata de un cómic con un alto peso del texto escrito, que penetra con intensidad en el detalle político (que se hace comprensible) y resulta apasionante en un marco en que la política libre no era posible y el discurso debía retorcerse ante la escasez de argumentos aceptables, en la explicación de hechos que influyeron de manera relevante en la guerra, y en el retrato de personajes tan conseguido en los diferentes ambientes descritos de personajes histriónicos como Pierre Laval. Mientras, Pétain escucha todo con su cara pétrea, especialmente la pregunta recurrente a cada testigo sobre si al mariscal le disgustaba su labor o su colaboración, sobre si le repugnaba ir a la reunión que mantuvo con Hitler, y sobre la falta de visión sobre su posición de abuelo mesiánico de un pueblo destrozado. Preguntas sin solución, en realidad: el enigma de su pensamiento íntimo no se resuelve, y su condena (muerte conmutada por prisión perpetua, dada su edad) se conoce en la narración de manera alejada de cualquier intento de clímax, con la aceptación también de quien narra conociendo que los lectores conocen el final, pero con cierta frustración por la imposibilidad de entrar psicológicamente en el personaje juzgado y su visión de sus propios actos.

Juger Pétain es un serio intento de cómic histórico y político realizado a partir de un juicio a quien personaliza uno de los dramas de la Francia del último siglo: el colaboracionismo entusiasta con los nazis reflejo de la parte fascista de su sociedad. Es una muestra también de cómic en formato de ensayo, con peso significativo de crónica judicial, al que también se le extrae valor divulgativo y pedagógico ante los hechos, sin faltarle ironía ni opinión. Su especificidad francesa probablemente lo hará intraducible. Una pena.

Sébastien Vassant (imagen de Wikipedia)


Philippe Saada (imagen de Film Doc)