29 de mayo de 2021

¡Pantera!


Un lugar equivocado es uno de los cómics más fabulosos de la última década, al menos en mi ya limitada lectura de publicaciones gráficas. El nuevo libro de su autor, Brecht Evens, se titula Pantera, y aunque conserva su estilo visual y su técnica de dibujo (acuarela), presenta referentes más conocidos en literatura y cómic (una fábula para niños como historia) y temáticamente tiene poco que ver, salvo, tal vez, la necesidad de los solitarios por un poco de diversión.

A Cristina, la niña del cuento, que vive con su padre separado, se le aparece desde su cómoda una pantera justo después de morir su gata, a la que adoraba. La pantera tiene un nombre aristocrático rebuscado, porque es el príncipe heredero del país del que viene, y es un animal grande, de apariencia fiera en ocasiones, pero muy educado y formal, que cambia (fascinantemente) de forma y color en casi cada dibujo, y cuyos miles de caras revelan ya sombras en su comportamiento o intereses. Prefiere ser llamado Pantera…


Pantera Polimorfo

Pantera aparece desde la cómoda de Cristina; a veces le acompañan otros animales, sobre los que Pantera gusta de mandar. Las alusiones a un reino mágico disfuncional con sus bestias acercan el texto a Donde viven los monstruos, por supuesto, que parece referencia ineludible. También lo es Alicia en el país de las Maravillas, claro, por ser la obra fundacional de este subgénero. También es inevitable pensar en Calvin y Hobbes, porque la pantera que hace compañía a la niña solitaria es una imagen demasiado cercana al tigre de peluche que cobraba vida cuando se encontraba sólo con el niño de las tiras de Bill Watterson; además, Evens refleja el mundo familiar en que vive Cristina, con su padre triste, pero presente y preocupado.

No es posible saber qué quiere Pantera, tan ególatra como Hobbes pero mucho menos achuchable. Es adulador, elegante -casi dandy- y ocurrente. A la vez también es acaparador, protagonista y manipulador. Cristina ha perdido dos afectos cercanos (su madre, su gata) y su tristeza es un buen bocado para este depredador que prepara una fiesta con elementos crueles para su cumpleaños, presentándose luego como salvador. El cómic queda sin resolución final, entre lo ficcional y lo real, representado también en la pérdida del figurativismo, tal vez de la inocencia, como si la protagonista tuviera que luchar para aferrarse a una realidad buena pero aburrida (su padre) frente a una fantasía que le muestra los demonios del mundo.

Pantera en negro

Visualmente, Pantera es una maravilla de composición, color y dibujo.  Tiene un efecto envolvente magnífico, conseguido con su animal polimorfo e inimitable, que no para quieto alrededor de Cristina. En Pantera es obvio que Brecht Evens no quiere definir un discurso; ¿es Pantera un acosador? ¿una figura del subconsciente de Cristina para enseñarle los peligros de la vida? ¿es un indicio de una depresión vital? Lo es todo sin ser nada seguro ni concreto, el logro es llegar a transmitir esta inquietud con este baile de lo divertido a lo oscuro entre tanto color y diversión aparentemente infantiles.



 

15 de mayo de 2021

La Cosa

Como si todo hubiera pasado es la edición en castellano de un volumen de relatos escritos originalmente en euskera durante varias décadas por su autor, el historiador Iban Zaldua. Son todos ellos relatos cuya inspiración nace en la situación política vasca, a la que el autor, a falta de un mejor nombre, llama La Cosa, según confiesa Edurne Portela en el prólogo del libro. Son más de cuarenta relatos, y el resultado no es uniforme, pero su continuidad permite ver el paso del tiempo y la evolución de La Cosa, siendo probablemente el mayor valor en común de toda la colección: los mecanismos de la ficción subrayan la psicología de cada momento con una precisión válida para conocer el impacto en la sociedad.

Es obvio que Zaldua es un autor deseoso de utilizar la paradoja y la ironía, probablemente como catarsis cercana al humor, ante las situaciones dramáticas. Una constante en el conjunto de los relatos es el uso de elementos fantásticos para envolver este humor: desapariciones por desvanecimiento (incluso menciona a Pertur…), viajes en el tiempo, o incluso zombis que regresan a la vida perdidos en un mundo nuevo o para reclamar su alma o su vida truncadas. El resultado es epatante, pues el terrorismo político y sus consecuencias es un subgénero dramático -especialmente en lo literario- apegado a un estricto realismo y donde la verdad histórica es motivo de controversia y apropiación. También es una opción excelente en cuanto explicación: sólo desde lo irreal, lo absurdo y lo imposible es concebible que haya existido La Cosa. Y esa es obviamente la función del fantástico: devolver la imagen de lo real mediante la metáfora que lo suspende.


Además del fantástico, el autor no olvida cierto costumbrismo cotidiano que, enganchado al estilo irónico, permite también la comicidad de lo rutinario en situaciones anómalas. El mejor ejemplo es el relato sobre el comando que, por avatares varios, no se entera en cinco años del fin de ETA en 2011, en una opción narrativa que se acerca al modelo de los guiones de Borja Cobeaga. Otras cuestiones cotidianas se engarzan en la acción con naturalidad, aunque su apariencia casual me hace reflexionar con más precaución: desde el policía que tiene un novio funcionario de prisiones a la empresaria que contrata a la chica que trabaja en una oficina de seguros constantemente atacada, pasando por la militante de ETA que, víctima de un flechazo con una recién llegada a la Herriko, le cuenta su nueva misión… La proliferación de relaciones del mismo sexo en La Cosa y sus alrededores forma parte obvia de las experiencias que Zaldua quiere destacar. No hay militancia LGBTI ni lectura política en ello, pero no me atrevo del todo a afirmar si se trata de naturalismo, de ironía ante los estereotipos (de los que La Cosa es reina), de metáfora de armarios vitales, o incluso por espejo de situaciones de derechos humanos que, reflexionados tan seriamente como la cotidianeidad permite, todo el mundo debería poder asumir.

Como si todo hubiera pasado revela entre líneas para el lector local más lecturas matizadas, pero creo que el formato manda mucho: el relato es cuestión de estilo y conflicto más que de estructura y profundidad, y al autor le interesa más la paradoja de las situaciones absurdas, no necesariamente reflejo de un todo cerrado, como forma de análisis. O de expresión, mejor. El tono general es ampliamente constructivo y capaz de reflejar las contradicciones de vivir en una sociedad atacada que necesita sobrevivir. Su enfrentamiento a la Memoria es distinto, inevitablemente, al de las oficialidades, y por ello peculiarmente aporta otra clarividencia.

Supongo que seguiré leyendo al autor, no puedo obviar un libro titulado Ese idioma raro y poderoso: once decisiones cruciales que un escritor vasco está obligado a tomar.


Iban Zaldua (vía


 

1 de mayo de 2021

Capitalismo y vigilancia

La era del capitalismo de la vigilancia es un libro escrito por la profesora norteamericana Shoshana Zuboff con clara vocación fundacional, tanto en lo profundo del estudio como en la creación de conceptos y definiciones nuevos, y que además ha sido saludado así tanto por la crítica literaria como por la económica. Zuboff analiza veinte años de estrategias y acciones de las grandes empresas tecnológicas para, a partir de dicha observación empírica, construir el edificio teórico que define los fundamentos de un nuevo capitalismo surgido como consecuencia del descubrimiento del potencial económico del conocimiento y control de la conducta que ofrece el excedente de datos que las empresas tecnológicas obtienen de los usuarios de sus servicios. Dentro de este marco teórico, Zuboff encuentra paralelismos y diferencias con las anteriores formas del capitalismo, advierte de los peligros a los que nos lleva la desregulación del mismo, y ofrece una explicación tanto histórica como económica sobre ‘por qué hemos llegado hasta aquí’, basándose en las herramientas de análisis social y económicas de autores como Marx, Piketty, Durkheim y Weber. El resultado es fascinante, apabullante, y revelador.

Larry Page y Sergey Brin, fundadores de Google (vía)

El trabajo de Zuboff sigue y obtiene sus datos y se construye a partir fundamentalmente de la historia de Google y el descubrimiento por parte de la compañía del llamado excedente conductual en un momento clave de su trayectoria empresarial. El excedente conductual es el caudal de información añadido que cada usuario de Google deja al realizar sus búsquedas, y cuya utilización Google modificó al necesitar monetizar de alguna manera y no perder sus inversores, ya que la compañía perdía dinero. Refinada, discreta, e incluso sorprendentemente para sí misma -con cierta serendipia-, Google fue descubriendo la capacidad comercial que atesoraba, y que podía ir completando con más aplicaciones generadoras de datos para obtener más excedente conductual que ofrecer a anunciantes y empresas que enseguida entendieron el valor de una segmentación comercial tan precisa: Street View, Maps, Google Glass, Android… la compañía desarrolló estrategias de conversión de esos datos, y de repliegue ante reveses legales por cuestiones de privacidad, que combatió creando una inevitabilidad de uso de las aplicaciones, con falta de transferencia, y con la imposición del contrato al usuario, además de una connivencia importante con los políticos generada por los condicionantes de control y seguridad surgidos tras el 11-S.

Mark Zuckerberg, fundador y propietario 'de calidad' de Facebook (vía)

Así, Google tomó posesión de un terreno inexplorado y sin ley (un paralelismo con el capitalismo industrial del siglo XIX e inicios del XX antes de iniciarse su regulación) y, acompañado de otras tecnológicas posteriores (sobre todo Facebook, en menor medida Microsoft, y luego Amazon y Apple), conformó este vertiginoso capitalismo de la vigilancia en apenas veinte años. Para Zuboff, el capitalismo de la vigilancia ha evolucionado desde un punto de partida exclusivamente virtual (usar los datos dejados al navegar en Internet para recomendaciones comerciales dirigidas a un usuario cuya conducta se predice según su comportamiento en la red), a un punto real/personal (en el que generamos los datos de manera inadvertida mediante wearables, domótica, o equipos de cuya funcionalidad informadora no somos conscientes), para terminar en un punto político/social, donde la influencia de la casta tecnológica que diseña y comprende los algoritmos acaba influyendo incluso en decisiones políticas y se acerca peligrosamente a una nueva forma de totalitarismo.

Entre las ideas destacables (innumerables) que maneja y expone Zuboff hay varias que resultan visionarias. La autora propone por ejemplo que para adivinar los consumos futuros de las clases medias actuales basta con estudiar los consumos actuales de las clases altas, porque ha sido siempre así en el pasado con cada bien de lujo que ha sido democratizado (el agua corriente, el automóvil, el turismo, incluso la cultura). El bien de lujo actual que pasará a las clases medias serán los asistentes personales de compra, que es la funcionalidad ofrecida por las grandes tecnológicas a sus usuarios, aunque estos no lo hayan pedido.

Esta libertad conculcada al eliminar la privacidad de los datos personales es otro punto crucial para Zuboff, que resalta, de nuevo de manera fundacional, una diferencia esencial con el capitalismo industrial, que confiaba en el mercado basado en el liberalismo individual de manera casi ciega para que las tensiones del mercado se regularan solas. Los capitalistas de la vigilancia sin embargo sólo confían en la propia libertad empresarial, pero su negocio apunta paso a paso no ya a observar la conducta de sus usuarios, sino a dirigirla. Zuboff encuentra paralelismos jugosos con las teorías conductistas (que centra en la obra de B. F. Skinner), que, defendiendo que la libertad de elección no es sino una ignorancia por parte de la ciencia de los mecanismos del comportamiento, habrían encontrado para su sorpresa una herramienta insospechadamente eficaz en el aprovechamiento del excedente conductual frente a sus anteriores metodologías, que buscaban el interés de los gobiernos para la atracción y control de la voluntad. Y aquí aparece otra comparación lúcida: ninguno esperábamos a principios de siglo esta evolución perversa de la vida en y con Internet, a la que creíamos liberadora y democratizadora, y que puede acabar en un mecanismo totalitario de control de voluntades; igualmente, nadie esperaba antes de la I Guerra Mundial la aparición de los totalitarismos políticos que acabarían arrastrando a la II Guerra Mundial, por motivos similares: resultaba inconcebible que sucediera en un mundo que se creía racional, educado e iluminado por el progreso y la razón. La sociedad no pudo reaccionar ante algo inexplicable y desconocido, del mismo modo que hoy mismo la sociedad civil no consigue reaccionar ante el poder instrumentario del capitalismo de la vigilancia, ya que está aturdida por su velocidad vertiginosa de reacción y la habilidad de presentación de sus servicios y ofertas. Ambas formas de totalitarismo (el político/estatal y el conductual/vigilante) dan lugar a distopías diferentes en sus características y modos de control, aunque Zuboff recuerda que hay, de manera tal vez decisiva, un país -de momento- en que ambos totalitarismos están conviviendo: China.

En su análisis histórico, Zuboff le reconoce al capitalismo industrial su capacidad de adaptación y negociación, hasta la admisión de que le resultaba conveniente una regulación que favoreciera (si bien lentamente y rara vez con entusiasmo) los derechos laborales y una vida más digna de los trabajadores y de la sociedad en general; sin embargo, no observa este potencial en los capitalistas de la vigilancia, a los que cree instalados en una indiferencia radical y desapasionada, donde no importan la aceptación y la ética, sino sólo la capacidad de provocar que los usuarios, una masa cada vez más lejana, generen excedente conductual y consuma, convenientemente dirigidos. Zuboff renombra al Gran Hermano de Orwell como el Gran Otro, indicando así su lejanía definitiva. Es un momento interesante en el libro, porque de los matices de análisis histórico/dialéctico, Zuboff abraza el reformismo con más alegría, y cierta ingenuidad histórica, que la regulación que subyace a todo el discurso.

La regulación, sí, sería la potencial solución. Se lee claramente entre líneas, a partir del estudio de los intentos legales en ocasiones pacatos y en ocasiones hábilmente superados por las grandes tecnológicas, que Zuboff aspira a que el capitalismo de la vigilancia sea finalmente regulado y que el excedente conductual sea con ello destinado a fines adecuados, o, cuando menos, conocidos conscientemente por el usuario. No es objeto del libro profundizar en el cómo, que probablemente necesitaría un volumen de mayor base legal y con propuestas regulatorias complejas. Sí que describe no obstante varios aciertos legales en este camino, pero muchos más intentos fracasados de regulación.

La era del capitalismo de la vigilancia es un libro apasionante. Insistente, casi machacón en sus conceptos, prolijamente documentado (200 páginas de notas), crítico y acumulativo desde la racionalidad, con continuos ejemplos humanos que permiten no perder pie, y dotado de cierto análisis materialista que hace ya tiempo que no leía, en un estudio útil de una estructura económica incipiente. Recomiendo mucho su pedagógica y reveladora lectura, que, a pesar de todo, por momentos me resulta más fascinante que aterradora, por cuanto existe una lectura potencial del texto basada en una mirada maravillada ante unas inteligencias (y voluntades) excepcionales capaces de unas propuestas asombrosas que han cambiado definitivamente nuestras vidas.

Shoshana Zuboff (vía su propia web)