De mis tiempos de lector en euskera hace dos y tres décadas no recuerdo por qué no caí en manos alguna vez de Arantxa Urretabizkaia, una de esas jóvenes clásicas de aquella eclosión de oro de la narrativa en euskera de los ochenta y noventa. Bueno, nunca es tarde.
Panpox es el apelativo cariñoso con el que una madre
llama a su hijo Antxon en el transcurso de un día, espacio temporal que Zergatik
Panpox, esta brevísima novela en la que desde el despertar (con un sueño)
hasta el acostarse, esta mujer narra en primera persona y aparentemente a sí
misma todos los azares de un día cualquiera, en el que los horarios y
necesidades, y las conversaciones con su hijo Antxon, acaparan casi todo.
Siguiendo un escogido y muy efectivo flujo de conciencia, esta madre asfixiada
por las exigencias de la familia monomarental habla con su hijo, piensa en las
tareas de la casa, hace planes para completarlas a la noche, se obsesiona con
el tráfico para poder dejar y recoger a Antxon en la escuela, intenta alguna
compra, se permite un descanso en una peluquería... Y también piensa, de
continuo, en Txema.
¿Y quién es Txema? Sobre todo, una ausencia, alguien que se
ha ido: 'Txemak alde eginez gero…’ ('una vez que Txema se ha ido...’) es una
frase repetida varias veces en el texto, y tras ella suele aparecer un cambio
vital: no duerme igual, anda escasa de dinero, etc. Txema aparenta ser la
pareja de la mujer, el padre de Antxon, pero nada es seguro. Y tampoco es
seguro si la pareja se ha roto, o si está fuera temporalmente por trabajo, o si
como parece más probable, está huido por ser miembro de ETA.
Algunas de las alusiones a la situación vasca de los setenta
son colaterales pero su imbricación en lo rutinario es evidente. En los
problemas de tráfico del día se inscriben los controles a pasar con el coche y
que retrasan las idas y venidas a la escuela, por ejemplo. Más escalofriante es
la pregunta de formulación infantil por parte de Antxon sobre si había alguna
razón para que murieran más grises que verdes / civiles. Tuve que releer el
fragmento para asegurarme, ya que mi euskera está desafortunadamente
enmohecido. Y sí, la criatura pregunta eso, probablemente con una normalización
del horror cotidiano que costó mucho interpretar de otro modo, y que puesto en
boca de un niño leído 45 años después resulta de una fuerza inusitada. Zergatik
Panpox está publicada en 1979. Aunque Txema podría perfectamente ser una
figura idealizada, tampoco es así: el reproche por la soledad y la
responsabilidad que pareciera haber dejado atrás aparece, pero su ausencia se
admite también con cierta inevitabilidad inexplicable (y eso suele significar
'lo innombrable').
El diálogo consigo misma de esta mujer tiene más aristas,
desde luego. Es fácil interpretar la historia desde el feminismo con una
lectura rica entre el empoderamiento de sus opiniones, la servidumbre cariñosa
hacia un niño con sus tiranías reflejo de un futuro masculino al uso, y el
recuerdo dependiente de la figura masculina ausente. Lo excelente del estilo es
que todos estos matices de la personalidad de su protagonista tienen cabida en
su monólogo de frases cortas, con continuos recordatorios de sucesos del día
incluidos los pensamientos previos o los comentarios de Antxon, dibujando así
de manera muy elegante la situación concreta de una mujer atrapada en las
exigencias cotidianas en las dificultades que esa vida le supone y en la que no
tiene tiempo para pensar en su propia liberación.
El euskera se antoja un idioma muy adecuado para esta
historia, dada su especial relación con la oralidad en el entorno familiar y
con los niños. La sencillez del vocabulario no significa simplicidad en
intenciones y logros, pero sí permite la lectura gozosa a euskaldunberris
diletantes. Pongo el ejemplo de esta frase poética que tan bien recoge la
capacidad de fabulación de un niño:
Ama, non bizi dira malkoak begietara azaltzen ez diren bitartean?
Es decir, ‘Mamá, ¿dónde viven las lágrimas mientras no aparecen
en los ojos?’