27 de abril de 2014

Caín y Abel



A pesar del título de esta novela, el protagonista de la misma no es el hombre del título, Abel Sánchez, sino su mejor amigo, Joaquín Monegro, quien vive amargado por el odio y la envidia hacia Abel. Esta inversión es curiosa pero coherente, pues en la acción y pensamiento de Joaquín sólo existe una pasión permanente: su amigo de la infancia, quien siempre fue más popular, quien se quedó con su novia, quien ganó más reputación profesional, aquel a quien más quiso todo el mundo.

Abel Sánchez es una novela corta estructurada en capítulos muy cortos, dialogados muy teatralmente, y con cierta sensación de haber sido despachados con rapidez. Presentes están varios de los temas de interés de Unamuno: el peso de los convencionalismos sociales y religiosos en la felicidad individual, la educación y las estructuras familiares, el racionalismo frío enfrentado a las creencias apasionadas. Parecería más sutil ver su crítica social y política, de la que existen pinceladas obvias pero no demasiado profundas.

Caín mata a Abel en el Génesis de Robert Crumb 

El drama se centra en la envidia que lleva al odio, en que Unamuno quiere reflejar sin duda el llamado mal español, que conocía como hombre que creció y murió durante sendas guerras civiles. También varios capítulos giran alrededor de las relaciones entre los diferentes cónyuges y supuestos amigos que, aunque avanzan con el tiempo, apenas se desarrollan emocionalmente más allá de un dibujo intelectual inicial. La estupenda novela cainita que respira en estas páginas no llega a materializarse, aunque se vislumbre bajo el peculiar genio del autor. Queda para los que somos sus lectores el comprobar la facilidad con que despacha la obra, y esa peculiar línea que tienen sus novelas en que se toma un personaje o episodio o tópico cristiano, y se lleva al extremo moral, a un punto casi fanático y sin retorno en que se despoja de toda enseñanza y pasa a lo enfermizo. Este Joaquín Monegro anida, vigilante, en las páginas que con lógica y para su odio eterno, se titulan para la posteridad bajo el nombre de su odiado amigo, Abel Sánchez.

Miguel de Unamuno (vía)

19 de abril de 2014

Lo imposible

 

Física de lo imposible, este libro de Michio Kaku, es anterior a la película de J.A. Bayona que reventó taquillas, Lo imposible, que no sé si se inspiraría en él para hablar de un fenómeno físico conocido y perfectamente posible. Lo que sí es cierto, y confesado por el autor, es que la vocación científica y divulgativa, que es la que inspira el libro, puede perfectamente nacer en el consumo literario, televisivo, y cinematográfico, de la ciencia ficción.

Los peligros del teletransporte, versión David Cronenberg

El atractivo punto de inicio de Física de lo imposible es, por tanto, recoger las principales imposibilidades físicas retratadas en la cultura popular, clasificarlas en razón de la capacidad tecnológica actual para llevarlas a cabo, y estudiarlas desde un punto de vista científico. Así, tenemos imposibilidades de clase I, posiblemente solucionadas tecnológicamente en un siglo (invisibilidad, teletransporte, psicoquinesia, antimateria…); de clase II, que no contravienen las leyes de la física pero que están lejos de nuestro alcance tecnológico (el viaje en el tiempo, los universos paralelos), y las de clase III, que supondrían una reformulación de las leyes de la física (precognición, máquinas de tiempo perpetuo). Cada imposibilidad tiene su capítulo, precedido casi siempre por el ejemplo sacado de una película o novela, estudiada bajo la luz de las expectativas humanas respecto al mismo, los científicos prominentes que dieron los primeros pasos que ayudaron a su resolución, y el estado del arte actual, tanto tecnológico como científico. Bueno, no exactamente actual, sino de 2008, claro.

Las botas de Ewan McGregor me resultan más difíciles de explicar que las espadas láser... 

El resultado es un apabullante resumen de los principales campos científicos punteros actuales (siempre alrededor de la física, sin entrar en la biología y la genética, que sería la otra gran disciplina científica en la cresta de la ola), con apariencia rigurosa a pesar del cebo de la cultura popular, que puede tal vez parecerle prolijo al lector analfabeto en ciencia (a estas alturas, igual debería dejarlo sólo en lector analfabeto) cuando la tecnología se va filtrando e imponiendo en cada capítulo, pero que resulta brillante en varios de sus episodios al encontrar el nexo emocional que une al desarrollo científico teórico más complejo con la aplicación deseada que contribuya a cambiar la humanidad, y por ello nuestras vidas cotidianas.

El oficial científico del Enterprise es uno de los personajes principales de Star Trek

Kaku escribe claro y preciso, con definiciones sencillas de lo complejo, y ejemplos culturales reconocibles. Tal vez sea banal responder a si existirán alguna vez las espadas láser, o a si podremos teletransportarnos, pero sucede que la imaginación también desata la Ciencia, como sucede en el caso que narra el propio autor, en que Star Trek consiguió dar una solución a un problema concreto. Kaku abre la puerta al interés de cada lector por un tema concreto, y cumple bien con lo que es la divulgación científica, apoyándose más de lo que el canon espera en el imaginario popular, pero usándolo inteligentemente en beneficio del conocimiento.

Michio Kaku (vía)


8 de abril de 2014

El reescritor


Karoo es una novela de 1998 (de producción anterior, pues su autor murió en 1996), que ha sido traducida al castellano en 2013 y que no conoció distribución internacional en su día a pesar de las críticas excelentes que recibió.

Se trata de un libro mimetizable en una corriente novelística anglosajona que retrata personajes maduros, casi siempre profesionales de éxito, en pleno desconcierto familiar, cuyos altibajos vitales son el punto de partida para una radiografía postcínica de la modernidad, con uso de ironía y un reflejo de la psicología en fuga de lo masculino del mundo actual. Casi invariablemente aparece una mujer joven y determinada forma de folletín. Sin ser lector exhuastivo de novela de este tipo, no es difícil dar ejemplos de este mismo blog: Solar, de Ian McEwan; Diario de un mal año, de J.M. Coetzee, El legado de Humboldt, de Saul Bellow. Y si pensamos en vacas sagradas como Updike o Roth encontraremos más y más ejemplos. Cmo puede verse, casi todos estos autores juegan, o han jugado, en primera división.

No desprecio el subgénero, que tiene variantes maravillosas (pensemos por ejemplo en Richard Ford), pero jugar en terreno tan trillado y pelín ególatra de escritor maduro y autoproclamado persona-de-interés-general tiene peligros. Steve Tesich murió joven (53 años), y su protagonista (Saul Karoo) es un prototipo: separado de su mujer, con un hijo adoptado con quien no quiere relacionarse, es un escritor de guiones de cine para las grandes productoras de Hollywood, que le llaman para modificar guiones que piensan que no funcionarán, o para reeditar películas ya terminadas. Afectado por la imposibilidad de emborracharse a pesar de beber como un cosaco, y plenamente consciente de lo canallesco hacia la profesión artística de su particular trabajo, Karoo pasa la vida en egoísmo continuo sumado a las perplejidades de su edad y trabajo. Hasta que su productor preferido le encarga reeditar la última película de un viejo maestro moribundo para que la reedite. El vídeo le trae dos revelaciones: saber que tendrá que destrozar una obra maestra, y descubrir en la cinta un personaje inesperado de su pasado.

La novela sale entonces del círculo de la ciudad de Nueva York en que se desenvolvía con naturalidad y se convierte en una peripecia que busca razón de ser en la evolución del personaje, pero alargando sus circunstancias de manera obvia hasta terminar en un incomprensible capítulo de mitología griega más aburrido que marciano (que lo es bastante). De la cierta precisión humorística del principio, con sus apreciaciones sociales del NYC snob de los noventa, se pasa a un desconcierto de personajes y situaciones, y a la aparición de subrayados (como explicitar que Karoo es consciente de hacer con la vida de los demás lo que hace con los guiones de los demás) que le restan claros logros al libro. Tal vez este volumen publicado póstumamente fue poco trabajado por su autor en su tercera parte, y hubiese necesitado más tiempo para reeditarlo y conseguir el buen libro que anuncia su inicio y que se encuentra agazapado. O, más irónicamente, tal vez hubiera necesitado un reescritor que le echara un ojo al texto y cambiara todo aquello que no funciona...

Steve Tesich (fotografiado por Dejan Stojanovic, vía