Reseña previamente publicada en la revista cultural Factor Crítico
Vengan
a sentarse
que
les voy a contar
la
historia de un vaquero
y
su destino fatal
La edición por primera vez en castellano de La banda de la tenaza (el libro más
conocido de Edward Abbey, que ya reseñamos aquí) fue una excelente noticia
literaria –casi diría que política, si la literatura fuera relevante a corto
plazo- y entiendo que comercial, pues ya tenemos también en Berenice su anterior
novela El vaquero indomable,
traducida otra vez por Juan Bonilla, en solitario en esta ocasión. Aunque no
tiene la fama de La banda de la tenaza, El
vaquero indomable es también un libro conocido, que se adaptó al cine como Lonely
Are the Brave (Los valientes andan
solos), un estupendo western dirigido por David Miller, escrito por Dalton
Trumbo, e interpretado por Kirk Douglas.
Jack Burns, que en 1955 intenta aún vivir como un vaquero de
verdad, deambulando con su yegua Whisky, alejado de las ciudades y las
carreteras, regresa a Duke City para ayudar a su amigo Paul Bondi, un escritor
con quien comparte un pasado libertario y que está en la cárcel por
desobediencia. Burns visita a la mujer de Bondi, compra unas limas, y consigue
entrar en la cárcel y contactar con su amigo…
El vaquero Jack Burns es un personaje fuera de su tiempo, un
habitante de fronteras que ya no existen, extraño a la civilización como la
conocemos, de ingenuidad, sabiduría y generosidad puras y primigenias,
conectado con una naturaleza que le recoge y arropa. La prosa metafórica de
Abbey dedica pasión a esta naturaleza, llena de imágenes luminosas y sensuales,
que hacen que los capítulos en que Burns vaga por los peñascos, arroyos y
cañones sean bellísimos, de una comunión casi mística con lo natural, pero sin
modismos bobalicones ni hacer de esto un new-age malickiano. Sin embargo,
cuando Burns se acerca a la civilización, sea ésta más amable como la casa en
que viven la mujer y el hijo de Bondi o más dura como la prisión del condado,
el estilo también se tensa, y la incomodidad del personaje fuera de su entorno
se transmite al relato: el caballo que no quiere pisar el asfalto, el bar en
que tan sencillo es iniciar una pelea, la cárcel donde ser torturado es una
costumbre…
Edward Abbey debió ser un tipo socarrón que dotaba a sus
héroes del quijotismo condenado al fracaso en la lucha contra las máquinas y la
modernidad, propiciadas por un Estado arrollador del que, en este caso, se
salva un sheriff paternalista. Apenas tres o cuatro momentos de humor
magníficamente dosificados y un templado reparto de los escenarios y personajes
revelan una estructura hábil y rica en sentidos literarios y narrativos para
los personajes principales. Quizá la historia del camionero (el forastero) que se alterna con el
resto de la historia central del libro sin apenas relación, resulta en exceso
determinista, para justificar un final que años después supo muy sabiamente
modificar en La banda de la tenaza.
Frente a este, El vaquero indomable
tiene lecturas política y contracultural más desencantadas, probablemente
también porque las circunstancias históricas en los 50 y los 70 también eran
distintas, a pesar de la coherencia indudable del pensamiento de Abbey.
El vaquero indomable
es otro estupendo libro contracorriente, aparentemente una historia sencilla de
una ligereza inicialmente adorable, que encierra, en el año de su escritura, un
edificio histórico-moral a punto de revelarse.
Edward Abbey (vía)
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