14 de abril de 2010

Ciencia y crisis

Mientras andaba dándole vueltas a esta entrada, me hizo sonreir mucho una columna uno diría que ad-hoc a este libro escrita por Iñaki Ezkerra en El Correo el pasado 29 de marzo. Es cierto que los defensores de la idea de la crisis de valores como trasfondo verdadero de la crisis financiera se están poniendo un poquito pesados, aunque la generalización contra ellos no sea buen argumento; pero, obviamente, crisis de valores también la había antes, y los profetas (para Ezkerra) no tenían tanto eco…

En el blog Espiritualidad y Política (cuyo nombre, cierto es, puede escamar un tanto, y que no me cabe duda que sería objeto en muchos casos de las iras de Ezkerra), me he encontrado joyas deslumbrantes como Karen Armstrong, pero parece que Jordi Pigem y su Buena Crisis no van a ser lo mismo; me han dado ‘la de arena’, vaya. Aunque entienda las tesis del libro y las comparta en un fin general, hay una de las fundamentales que me parece algo tramposa, y que me ha molestado. Aquella que asocia al método científico y su supuesta (y falsa en mi opinión) supremacía psicológica la prevalencia de un materialismo económico en nuestros días, derivado, de una manera que Pigem razona bien, del materialismo filosófico del diecinueve que entendió la Historia en términos económicos. Y ello se desarrolló a la vez que el positivismo científico, hijo del cartesianismo, y que la Revolución Industrial, y, claro, la ciencia parece que estaba, artera ella, en el ajo…

A pesar de que esta entrada va a salir kilométrica, me permito citar varios pasajes del autor, sus puntos de partida interesantes, sus ataques a la ciencia como tal, y su aparente vuelta al redil, y luego comentarlos.

Según datos recogidos por la New Economics Foundation, en 2004 el Reino Unido importó de Alemania 1,5 millones de kilos de patatas, a la vez que exportó a Alemania precisamente también 1,5 millones de kilos de patatas. Importó de Francia 10,2 millones de kilos de leche y nata –y exportó a Francia 9,9 millones de kilos de leche y nata. (…) Cinco años antes, en el trágico accidente en el túnel del Mont Blanc coincidieron camiones que transportaban agua embotellada de Francia a Italia y camiones que llevaban agua embotellada de Italia a Francia. Estos datos pueden ser buenos para el comercio, pero no lo son necesariamente para las personas ni, desde luego, para el planeta.

Es cierto y hasta está bien planteado. Me habría gustado más análisis histórico del asunto, porque, claro, el libre comercio y su preservación puede ser un valor que nos haya conducido a una situación esquizofrénica e insostenible para el planeta, pero sin él muchos pueblos no conocerían un desarrollo mínimo. La respuesta natural de una política populista (¿hay otra?) a este planteamiento es una cosa de nombre tan feo como proteccionismo. Bueno, feo cuando nos lo practican, que no al revés… Y el proteccionismo como lo conocemos no entiende bien de calidades. O todo o nada. E importa poco que tu producto sea producido mejor, medioambientalmente de manera más amigable, o sin explotar a nadie: simplemente no entrará en el país en que todas esas leyes que tú cumples no se cumplen. Y entonces volvemos a otra paradoja, claro.

El consumo pretende ser una vía hacia la felicidad, pero es una droga que requiere cada vez dosis mayores. Desde 2006 existe un Happy Planet Index, indicador que clasifica los países del mundo según un índice de felicidad establecido a partir de la esperanza de vida, la satisfacción vital y la huella ecológica. En su primera edición, este indicador dio una clasificación de 178 países en la que Vanuatu, archipiélago tropical económicamente ‘pobre’, aparecía como el país más feliz, seguido de diversos países caribeños. En 2009 se ha elaborado una nueva edición (…) con una lista más restringida a fin de homogeneizar los datos (…). Esta nueva clasificación de países felices está encabezada por Costa Rica , con Holanda como el primer país de Europa Occidental. España ocupa el lugar 76, justo detrás del Reino Unido y Japón. Los doce países menos felices son todos del África subsahariana (…) Estados Unidos queda en la posición 114, entre Madagascar y Nigeria.

A mí me gusta esto, pero me hace preguntarme por qué lo llamaron Índice de Felicidad Planetaria, que es un nombre algo precisamente infeliz, un tanto arrogante incluso. Supongo que era necesario separarse de la terminología económica demonizada en la tesis del libro, pero, francamente, países donde la gente deja menos huella ecológica, o donde está más sana y acude menos al médico, son, necesariamente, países más ‘rentables’, ¿no? Bueno, tal vez sea cosa de no despertar la liebre a los tiburones económicos del piso 114, que si leen eso de rentabilidad lo mismo sacan a bolsa al país en cuestión.

Descartes vive en medio de aquella época de incertidumbre. De hecho, Descartes es uno de los autores de todos los tiempos que más rotundamente ha expresado la desesperación ante la incertidumbre (…).
En Galileo y Descartes la sed de certeza también se expresa en su convicción de que sólo es verdaderamente real lo cuantificable, medible. (…)
Nuestra cultura, de manera implícita, ha seguido sus pasos. Por ejemplo, hoy la ciencia da a entender que los colores que vemos ahora mismo en realidad no existen: lo que existe realmente serían determinadas ondas del espectro electromagnético de tantos o cuantos nanómetros. Esta convicción, a menudo inconsciente, ha contribuido sin duda a desarrollar nuestra tecnología y nuestro poder. Pero también ha contribuido a devaluar nuestra experiencia directa y nos ha hecho creer que lo que es cualitativo y cambiante es menos real que lo que es cuantificable y constante. Ello nos invita a exiliarnos de nuestra naturaleza a favor de un mundo de abstracciones.


Aquí me temo que empiezan mis discrepancias serias. La ciencia no es culpable per se de haber llegado al materialismo. El razonamiento del autor me parece sofista, y bien puede invertirse: es la misma ciencia la que nos llevaría al postmaterialismo al ser precisamente capaz de medir que existe degradación planetaria, cambio climático, etc. La ciencia es un instrumento humano, un método que por haber sido usado con malas intenciones no queda invalidado en sí mismo, y que por sí mismo no ha impuesto una psicología del ‘dato concreto’. Sin tan siquiera mencionar que los métodos cualitativo también existen y se usan en ciencia, o la cantidad de ciencia con datos no medibles con un instrumento sino basados en estadísticas de experimentos u opiniones, el método científico se puede basar exclusivamente en la experimentación, en el llamado precisamente trabajo de campo, y no veo nada menos abstracto que eso. Es decir, en lugar de ver como Pigem en el método científico una necesidad de fuga ontológica de la naturaleza, veo lo contrario: una contribución en su descripción a su belleza y equilibrio, al describirla, conocer su construcción, conocerla y examinarla. Finalmente, me parece injusto que al decir los valores a los que nos ha llevado la ciencia Pigem subraye la tecnología y el poder. Cosas como la medicina, la democracia, o la educación modernas están muy relacionadas con la ciencia. Y no serán perfectas, pero me temo que en un mundo sin ciencia no serían mejores…

Si toda una cultura se dedica durante generaciones a contemplar el mundo como algo material y objetivo, ese mundo (el mundo de dicha cultura) se manifestará efectivamente como material y objetivo, hasta que un día sea forma de observar empiece a topa con contradicciones (…)
Nuestra mente ha concebido un mundo material, objetivo, mecánico e independiente de nuestra conciencia. En él, nuestra conciencia y nuestra subjetividad aparecen como anomalías.


La ciencia nunca diría eso, me parece falso. Ese materialismo tan feo de la ciencia aún no habrá conseguido explicar cómo funcionan sistemas complejos, pero por defecto ni rechaza ni desprecia un objeto de estudio, y mucho menos si el reto es que no es ‘medible’. La ciencia además podrá ser fría, pero es el hombre, el científico o quien usa los resultados del científico, el que dice ‘anomalía’. Son los hombres que la aplican los que tendrán que poner los límites éticos a la ciencia.

Sin duda medir es muy útil, pero…

No sé yo si este hombre no le ha cogido manía a las medidas por algo que le ha pasado en el sastre o así, pero insiste mucho en esto. Seguro que estaría de acuerdo en que lo que es muy útil es ‘saber’, no ‘medir’. La ciencia interpreta los datos recogidos de la experimentación, e interpreta la validez de esa medida, y de ahí extrae conocimiento. Medir no es un fin para la ciencia, pero saber sí lo es.

Hoy necesitamos una nueva relación con la naturaleza y con el mundo: una nueva experiencia de quiénes somos y dónde estamos.

A mí sin embargo me da la sensación de que aún siendo esto verdad, parece una involución. Si esta nueva relación se despega de la ciencia, si por ello se despega del conocimiento de la naturaleza (el mismo que nos ha permitido saber que está enferma), el mundo y sus ciudadanos pueden ser sometidos por otras fuerzas que tal vez no sean ni tan claras, ni tan democráticas como las del conocimiento científico publicado accesible. Yo no creo que la solución del mundo pase por estar como antes del materialismo científico. De hecho, supongo que eso también sería insostenible…

Por el contrario, si nuestra emoción básica es positiva y nos sentimos a gusto con nosotros mismos y con el mundo, tenderemos a fluir, gozosa y relajadamente. Cuando nos aislamos y solidificamos nuestra actitud vemos el mundo como algo compuesto básicamente de elementos aislados y sólidos. En cambio, cuando fluimos con el mundo tendemos a percibirlo como algo dinámico, interrelacionado y sutil, llenos de sincronicidades y prodigios, más allá del materialismo.

Soy algo malévolo extrayendo este párrafo de su texto, con la descontextualización que supone, pero mientras lo leía no podía obviar el acordarme de Avatar, su dulce panteísmo azul, su ecología de garrafón, su sentimentalismo imposible (una película donde por cierto los científicos son los que en realidad buscan esta ‘liquidez’ y no el cash…). También me he acordado de otra cosa más política, cuya relación intentaré explicar. La izquierda progresista, la izquierda ecologista, suele argumentar con imágenes que en ocasiones no les hacen ningún favor. Mi ejemplo preferido es el de la campaña por el referéndum sobre la entrada española en la OTAN, en 1986, cuando Antonio Gala, presidente de la plataforma por el No, pretendía convencer a la prensa y al pueblo con imágenes poéticas o románticas. No funcionó, el enemigo se rió de ellos, el enemigo fue más práctico. En lo que nos concierne ahora, el enemigo se lo cargará todo antes de que se den cuenta de que ya nada ‘fluye’.

¿Es posible una ciencia intuitiva, una ciencia en que lo racional no esté reñido con lo intuitivo ni con lo sensual?¿Una ciencia que en vez de intentar someter a la naturaleza nos ayude a integrarnos en ella? ¿Una ciencia que en vez de desencantar el mundo lo reencante, conmoviéndonos e inspirándonos como hacen las buenas obras de arte?
(…) La mejor ciencia siempre es intuitiva. Desde el ‘¡eureka!’ de Arquímedes en la bañera, la ciencia siempre ha progresado a través de saltos que la lógica no sabría dar. Esos momentos de inspiración e intuición salpican las biografías de los grandes científicos y matemáticos: Kepler, Newton, Gauss, Poincaré, Einstein, Heisenberg, Bohm, Lovelock…

Aquí ya empieza el autor con algo que anunciaba al inicio de esta entrada: cierta vuelta atrás, cierto ver que no es posible vivir sin ciencia. Pero lo hace de una manera que también me disgusta. ¿Y por qué? Porque yo también creo en la intuición en la ciencia, pero también creo que sin el resto del edificio que tiene la ciencia, la intuición se revela escasa. Einstein o Newton tendrían epifanías intuitivas que redefinieran su trabajo, pero era porque éste existía, porque vivían una obsesión, porque estaban en medio de una pasión. ¿Y qué hacían mientras no tenían excelsos momentos de inspiración mística? Trabajar. ¿Y en qué? En el método científico, provocando a la naturaleza para que respondiera con datos que medían. Sin todo eso, sin el trabajo de muchos colegas anteriores, sin el trabajo de muchos investigadores medios que nunca tendrán esa inspiración, no habría habido resultados. O, si se prefiere un término menos materialista, no habría habido conocimiento ni sabiduría, ni intuitiva ni deductiva.

Esta nueva ciencia, que nos invita a participar en la realidad en vez de intentar controlarla, abre brecha en los muros que hemos levantado entre el sujeto y el objeto, la cultura y la naturaleza, lo racional y lo intuitivo, y permite así que la ciencia pueda reconciliarse con el arte y con la naturaleza.

Supongo que mi diferente punto de vista con respecto al autor se cristaliza aquí. Esta ciencia que dice Pigem no es ‘nueva’. Esta es la ciencia de siempre, al servicio del hombre y de la humanidad. Esta es la ciencia que ha sido usada indebidamente como muchas otras metodologías y disciplinas. La ciencia no está reñida con el arte ni con la naturaleza. A veces parece más bien que son las disciplinas no científicas las que odian a la ciencia por el papel preponderante que ésta toma en la superficie de sus vidas. Pero ese es otro problema, y no es de la ciencia.

Leonardo tenía, como señaló Gombrich, un ‘apetito voraz de detalles’. Dominaba y admiraba la geometría, pero para él la complejidad de la naturaleza no podía reducirse a cifras y análisis mecánicos. Un siglo más tarde, sin embargo, Galileo y Descartes afirmarán que sólo es real lo que puede ser medido. Ello ha permitido hacer avanzar el tipo de análisis preciso que asociamos con la ciencia moderna, pero también ha creado un vacío: todo aquello que es cualitativo no existe para la ciencia, y queda reducido a epifenómenos de elementos cuantificables. (…) En este sentido, la ciencia postmaterialista podría estar más en la órbita de Leonardo que en la de Galileo.

Me parece falso de nuevo el rechazo por lo cualitativo que Pigem asocia a la ciencia. Sobre todo después de haber estudiado una carrera científica en la que los métodos cualitativos eran importantes y formaban parte del temario. También entiendo que Galileo, prácticamente creador del ‘método científico’, es un tanto víctima de Pigem en su texto frente a otros genios que aparecen en sus páginas, cuando su impresionante contribución a la ciencia no está exenta de intuición. Supongo que Pigem dirá que si las ideas de Leonardo no trascendieron se debe precisamente a que se impuso la necesidad cartesiana de medir en la que Leonardo no encajaba. Pero son muchos los estudios que hablan de que el genio italiano era visionario y adelantado a su tiempo, pero errático e inconstante, y, ay, falto de método. En el postmaterialismo de Pigem puede que esta sea la ciencia que prefiera, pero es una ciencia temible: sometida a interpretación por ausencia de datos y condiciones de controno, falta de un asiento matemático y metódico en que poder enseñarse, tiene el riesgo de no ser explicable, demostrable, y, lo que es peor, aplicable. Sé que ‘aplicabilidad’ es un concepto materialista, y también lo es el hecho de que la ciencia suponga gastos, pero para poder hacer la transición sin que esta sea traumática, hay que (¿unamunianamente?) convencer. Leonardo, por fascinante que sea, no es la mejor figura para ello.

El caso es que tanto nuestra salud interior como exterior dejan mucho que desear. James Hillman (entre cuyos títulos hay uno muy expresivo: ‘Llevamos cien años de psicoterapia y el mundo está cada vez peor’) atribuye parte de nuestros males al excesivo mirarse al ombligo que la pisocología ha impulsado. (…)
(…) Años atrás, Joanna Macy había explicado a una piscoterapeuta su desolación ante la irreversible destrucción de bosques primigenios, y la respuesta que obtuvo fue que las excavadoras de sus pesadillas representaban su libido y que su angustia procedía del miedo ante su propia sexualidad. Joanna no tardó en darse cuenta de que la psicoterapia convencional, como la mayor parte de nuestra sociedad, vive en una especie de autismo ante el estado del mundo.


Reconducir el actual antropocentrismo de la ciencia sí me parece un camino formulado justamente en el que se debe trabajar. Pigem lo subraya a lo largo del libro y este ejemplo me parece adecuado. Cierto es que como disciplinas científicas, la psicología, la psiquiatría, y los derivados que conllevan, son jóvenes y sus modos de interpretar los datos pueden llevar a malinterpretaciones y diagnósticos indebidos. Son disciplinas cercanas a teorías filosóficas y en las que se produce el mejor ejemplo científico para el control de las personas, y posiblemente su método sea aún un reto para la ciencia. La ecopsicología de la que Pigem habla es un buen ejemplo de cómo no se trata necesariamente de disciplinas antropocéntricas.

Afirmar hoy que el universo es acogedor suena ingenuo. Pero no era así para las culturas tradicionales (…)

Personalmente creo que esto es una idea algo mitificadora del pasado, y creo que poco realista. No creo que el mundo anterior al racionalismo fuera más acogedor. Supongo que Pigem en realidad se refiere a un mundo primigenio de comunión total con la naturaleza, pero… ¿la vida en la Edad Media acogedora? ¿la vida de plebeyo, no digamos de esclavo, en Roma acogedora? Etc…


El universo que heredamos a partir de Newton era una especie de burocracia cósmica en la que cada acontecimiento tenía una ley fija y su código identificador. Era un simple mecanismo, al principio comparado con un gran reloj y más recientemente con una gran computadora. Este universo mecánico ha entrado en crisis: el cosmos que ahora descubrimos parece cada vez algo más vivo. En el horizonte emerge un universo libre y orgánico, centrado en el aquí-y-ahora del observador, en el que todo acontecimiento es participativo, en el que sujeto y objeto se pueden distinguir, pero no se pueden separar, y en el que no somos espectadores pasivos de una realidad preexistente.

Que el universo newtoniano entrara en crisis no quiere decir que la ciencia lo estuviera. La ciencia sabe desde un principio que sus leyes lo son mientras nueva experimentación (medible, claro) y comprobable no las contradiga, perdiendo inmediatamente ese status de ley, que posiblemente es término poco agraciado en el contexto. Pensar que los científicos llaman leyes a los resultados deducidos de su experimentación para imponer un pensamiento me parece una generalización inadecuada. O, por así decir, no serán realmente científicos, sino otra cosa, si ‘creen’ en las leyes. Por su lado, es la propia ciencia (medible, claro) la que da lugar a esa interacción sujeto-objeto. Y para mí este párrafo ejemplifica toda la contradicción interna del libro, aquello que quiere decir y aquello que realmente dice: que es en realidad fruto de la ciencia el saber que debemos ir al postmaterialismo (económico), y que sin ella nunca hubiéramos podido saberlo de veras.

Héroe llamaré a quien hasta aquí haya llegado. Gracias en cualquier caso.