13 de enero de 2024

 

Stoner es una novela de 1965 que al parecer está viviendo desde hace unos años un éxito nuevo de ediciones y reimpresiones. Como con todo redescubrimiento fascinante, las loas al libro del autor John Williams son relevantes, y parecen merecidas. La novela narra la vida de un profesor de filología inglesa que apenas abandona la Universidad desde que llega a ella como estudiante hasta su muerte a punto de jubilarse.

William Stoner (como me ha pasado recientemente en otras lecturas como Peter Camenzind o El bar que se tragó a todos los españoles) es un joven 'arrastrado' a estudiar, arrancado por así decir de una familia que en realidad no le preparó a ello y que buscaba para él otro futuro. De carácter algo lánguido pero trabajador y tenaz, Stoner aprueba su carrera y su doctorado, empieza a dar clases, evita ir a las dos grandes guerras del siglo XX (especialmente la primera, donde estando en edad de ello, y bajo fuertes presiones, no se alista pero pierde a un amigo de la facultad), se casa en un matrimonio enseguida fracasado (de nuevo una situación literaria con la que no es difícil cruzarse en todo tipo de tradiciones: la noche de bodas que no terminan relaciones sexuales de por ejemplo Cinco horas con Mario, o la seminal On Chesil Beach) con una chica de más recursos pero de carácter reprimido en lo moral y agresivo en lo familiar, sufre una relevante situación laboral por no favorecer a un estudiante apoyado por su director de departamento, tiene una aventura con una estudiante con la que al menos conoce la pasión amorosa, y vive, por estas dos cosas, los últimos años de su trabajo en cierto ostracismo. Finalmente, un cáncer, a cuyos síntomas no atendió, le supone morir mientras su facultad le celebra una fiesta de jubilación un tanto falsa.

Estos acontecimientos modestos se convierten en fascinantes por la capacidad del autor en mirar con atención a las rutinas diarias, llenas de anhelos y miserias cotidianas que alcanzan una emoción inesperada. Fruto de la observación psicológica certera, y tamizado todo por el filtro del estoico escepticismo de William Stoner, la novela se lee de manera fluida con cierta curiosidad resignada, donde los picos emotivos son escasos, pero, tan realistas y vívidos (una mirada no devuelta, un amigo que no regresa, la dedicatoria de un libro) que consigue conmover con profundidad.

En este milagro del estilo y del punto de vista está Stoner, novela cuyo protagonista y sus motivaciones resultan un enigma, que es fácil atribuir a una ética resignada del trabajo que aprendió en la granja de sus severos padres. Le apasionan el estudio y el conocimiento, pero se pregunta si su vida acaso ha merecido la pena, e incluso si todo ese conocimiento que le permite intuir lo inútil de la existencia no es en sí también fútil y vacío. Aparece pues un sentimiento existencialista típico de su siglo, al que la novela se abandona, pero sin recompensa alguna de libertad verdadera, con las últimas páginas de una agonía inesperada, y en el que los varios sinsabores vitales, antes tan relevantes, se diluyen. El libro se antoja muy completo, cerrando una vida en su ciclo entero con gran naturalidad, un cierto sentido de incomprensión de nuestro destino en la vida, y un manejo de la emoción realmente impresionante.




 

 

6 de enero de 2024

Novelas del capital

 


Pierre Lemaitre es un escritor francés de novela negra. En Recursos inhumanos escribe una obra de carácter social ambientada en el mundo laboral, con diversos niveles, pero especialmente centrada en la enorme competitividad entre directivos. Alain Delambre es un director de recursos humanos que lleva años fuera de sus puestos de trabajo habitual y trabajando en una empresa de paquetería. A Delambre le surge la oportunidad de participar en un proceso de selección cuya prueba final consiste en participar en un simulacro de toma de rehenes. Los rehenes serán los directivos de la empresa contratante (excepto su presidente). Delambre o uno de sus competidores ganará su puesto si consigue información relevante de los directivos, de modo que la empresa gana un trabajador hábil para procesos de gran estrés (como cerrar una planta de producción) y a la vez descubre debilidades de sus actuales dirigentes. El proceso está controlado por una consultora innovadora que lo ha propuesto y por una empresa de seguridad dirigida por un feroz antiguo ex militar. A Delambre le mueve no sólo la necesidad de un trabajo y el recuperar su nivel económico, sino su propio prestigio en su familia y un importante orgullo personal. A la empresa contratante, lógicamente, le mueven literariamente los mecanismos más soeces, probablemente excesivos en su presentación, del capitalismo neoliberal.

Las cosas, por supuesto, no salen exactamente como se esperaban.

Pero tampoco el resultado de la novela es acorde con el planteamiento supuestamente crítico que tiene. Recursos inhumanos se divide en tres partes: ‘Antes’, ‘Durante’, y ‘Después’. El centro de esta acción es lógicamente el secuestro que sucede en ‘Durante’. El ‘Antes’ es la historia narrada por Delambre sobre su vida actual y su acceso a la prueba de selección, más su inhumana y alegal manera de prepararse para el mismo. Este capítulo está lleno de infortunios que alimentan su rabia contra el sistema y que van acelerando la acción, diría que subiendo los niveles de adrenalina de la propia novela. Cuando el clímax del secuestro va a suceder y Delambre ha sobrepasado los límites soportables por el lector (de hecho, se ha convertido en un mecano desesperado y desagradable), Lemaitre tiene la buena idea de dejar que ‘Durante’ lo narre el ex militar que lógicamente está presente en el simulacro. En ‘Después’ es de nuevo Delambre quien vuelve a narrar, pero la trama ya no puede mencionarse sin destripar demasiados acontecimientos que son los que justifican la lectura de un texto endiablado.

Leyendo Recursos inhumanos he recordado varias veces el juicio que un personaje de Buen trabajo (David Lodge) realiza sobre la novela como constructo y artefacto productivo de origen, ejecución, y distribución capitalistas. En teoría, Lemaitre denuncia que el capitalismo es feroz y deja víctimas allí donde pasa y también entre sus peones principales, pero en realidad su novela se acerca a ese tipo de artefacto mencionado: Lemaitre no hace sino generar tramas continuadas mediante una acumulación de historias paralelas muy agresivas y equívocos múltiples, con un ritmo tan trepidante como aturdidor, por momentos ciertamente embriagante. Frente a esto, apenas consigue hacer real a su personaje, al que su extraordinaria rabia le explica su enojo, pero no su catálogo de capacidades sobrevenidas y extraordinarias que alumbran su paso por la novela. El carácter mecánico ya estandarizado de este tipo de novelísticas se afianza con un escaso interés en los personajes. A la novela le cae también una interesadísima elipsis al lector, que constituye una elaborada mentira dado el tono hiperrealista del relato, donde cada movimiento de Delambre ha sido detallado, donde nada se ha dejado a la especulación del lector.

Recursos inhumanos es coetánea de un buen montón de relatos literarios y cinematográficos sobre circunstancias laborales de los directivos y en los que los procesos de selección a menudo tan absurdos son la estrella (Arcadia, El método, Recursos humanos). Lemaitre retuerce aún más el género, aunque se base en una historia real, lo trufa de innumerables referencias literarias (si bien poco subrayadas, bien por él), y construye su propio artefacto, utensilio, casi empresa… pero no se aproxima a personas de carne y hueso -que no consigue crear-, sino que en su ironía postmo un tanto cínica y estereotipada, basada en una competitividad de tramas y en una explotación de emociones primarias, por momentos supera el aturdimiento y alcanza el disgusto.

Pierre Lemaitre (foto de Wikipedia