Desde un principio intuí que El infiel y el profesor. David Hume y Adam
Smith, la amistad que forjó el pensamiento moderno podía tener un encanto
especial, como así ha sido. Hace veinte años que leí mi único libro de David Hume (Investigación sobre los principios de la
moral), pero nunca a Adam Smith, y desconocía que además de contemporáneos
habían sido amigos. Recordaba a Hume por algo más que por su anticlericalismo y
sus postulados empiristas: por cierta fama de bonhomía y carácter de bon vivant, que este libro corrobora con
un montón de valores más: empatía, cercanía, generosidad, amistad. Un libro
sobre la amistad primera de un filósofo precursor del positivismo que afirma
más de una vez a lo largo de su vida que
‘leer, pensar, gandulear y dormitar, actividades a las que yo llamo meditar, me aportan la felicidad suprema’
puede ser una joya, y, ¡boom!, resulta
que sí.
Hume y Smith son miembros prominentes de
la llamada ilustración
escocesa. Nacidos con doce años de experiencia en las primeras décadas del
siglo XVIII y muertos uno con la independencia americana y otro con el inicio
de la Revolución Francesa, se profesaron admiración y amistad, y este libro lo
describe con gozo sin olvidar por supuesto que ambos son figuras indiscutibles
da la historia de la filosofía y la economía, respectivamente, aunque cada uno
escribiera también sobre el campo del otro (añadamos a esto que ambos son
coetáneos también de varios ilustres escritores y pensadores escoceses, y entre
ellos es especialmente destacable una tercera figura que también, a su manera,
forjó el pensamiento moderno desde otro ámbito: James Watt).
‘(En realidad, sorprende la cantidad de filósofos
canónicos que nunca contrajeron matrimonio: Platón, Tomás de Aquino, Hobbes,
Descartes, Locke, Spinoza, Newton, Leibniz, Voltaire, Kant, Gibbon,
Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche y Wittgenstein son algunos otros nombres
ilustres que podrían añadirse a la lista)’
David Hume según el retrato de Allan Ramsey
Hume y Smith tenían carácter y actitudes
vitales completamente distintos, expansivo uno y comedido el otro, generoso uno
y austero el otro, escritor compulsivo uno y minucioso el otro. Su amistad
mutua es por ello sorprendente, y Dennis C. Rasmussen disfruta cochinamente de
ello, frente a los libros gustosos de describir los problemas personales de
escritores o pensadores y sus enfrentamientos (el autor llega a mencionar El atizador de Witggenstein, del que
tengo un recuerdo estupendo, pero que se construye alrededor de una bronca
discusión entre Ludwig
Wittgenstein y Karl Popper durante la postguerra). Rasmussen describe
amenamente el pensamiento de ambos, es ágil en la comparación de ambos, y tiene
incluso cierta gracilidad en el empleo inteligente de la biografía de ambos en
relación con sus postulados filosóficos y sociales. Consigue así una gran
eficacia narrativa, sin caer en el folletín ni en el escarnio personal.
‘Cuenta la historia que un día Hume resbaló mientras cruzaba por el estrecho paso y cayó al lodazal, sin poder salir por su propio pie. Al final, consiguió llamar la atención de un grupo de pescaderas, pero las mujeres le reconocieron como ‘el malvado e incrédulo David Hume’, y se negaron a ayudarle hasta que recitara devotamente el padrenuestro. Lo hizo en menos que canta un gallo y ellas, fieles a su palabra, procedieron a rescatar al filósofo. Según la fuente de esta historia, Hume mismo lo relataba con gran júbilo, afirmando que las pescaderas de Edimburgo eran las teólogas más espabiladas que jamás había conocido’
Estatua de Adam Smith en Edimburgo (vía)
La Ilustración inaugura los valores del
mundo moderno como lo conocemos, y Hume y Smith son dos de los pensadores que
lo adelantan y prediseñan. Probablemente por eso se hace tan atractivo al
lector moderno: Hume es un anticlerical irónico y divertido; ambos abrieron las
puertas a los mercados de libre cambio cuando las relaciones económicas aún
seguían principios derivados de los regímenes feudales, y aborrecen de la idea
de que una nación es rica si sus vecinas están en la pobreza. Creen en el valor
de los sentidos y el empirismo, en ayudar a las capas de la sociedad que
sufren, y, especialmente David Hume, disfrutan de la vida con una concepción
moderna del hedonismo. Desbrozando su amistad, también cierto carácter de
maestría que Hume pudo ejercer sobre el joven Smith, y sumando el conjunto de
avatares vitales (basándose en todos sus libros, y en sus cartas personales,
algunas rayando la genialidad), el entretenimiento conseguido por Rasmussen
alcanza un total coherente, con un libro que conecta con el espíritu de los
biografiados, a los que respeta y mira con cercanía y amabilidad, y resulta
altamente comunicativo y pedagógico, lo cual, en un texto que en gran parte
describe la obra incluso con cierta profundidad, de un filósofo y un
economista, es digno de elogio. Hasta el punto de que me ha entrado el apetito
por leer La riqueza de las naciones y ver en
la fuente lo que realmente contaba el profesor.
‘Con respecto a lo que produce la mano de obra de una gran sociedad, la distribución justa y equitativa nunca ha existido, puesto que los que más trabajan son los que menos reciben, y el trabajador pobre sostiene, por así decirlo, la estructura de toda la sociedad. Es cierto que la desigualdad causada por el comercio no acarrea una dependencia personal absoluta como la que sufrían los siervos en la época feudal. […] Pero sí deforma la afinidad de las personas, dado que hace que admiren e imiten a los ricos y se olviden, e incluso desprecien, a los pobres. En consecuencia, los segundos padecen, no solo la escasez material que comporta la pobreza, sino también los sentimientos de invisibilidad y vergüenza que la suelen acompañar. Nuestra admiración por los ricos es particularmente problemática porque, de hecho, no acostumbran a ser personas ejemplares. Al contrario, los estamentos elevados de la sociedad están carcomidos por el vicio y la locura, la arrogancia y la vanidad, la zalamería y la falsedad, la ambición sobercia y la avidez ostentosa. La disposición a admirar a los ricos y los poderosos, y a menospreciar o ignorar a las personas pobres o de origen humilde es la causa principal y más extendida de la corrupción de nuestros sentimientos morales’
Portada de Investigación sobre la
naturaleza y las razones de La riqueza de las naciones, libro fundador de la
economía moderna y del liberalismo
El sentimiento obtenido en una lectura
antigua se ha confirmado. Así que tal vez me queden más lecturas recomendables.
Hume y Smith son aparentemente escritores muy lúcidos, que mantienen una
actitud sanamente escéptica en no dar nada por sentado sin someterlo a
discusión, y su visión en tiempos en que la religión dominaba la definición,
del mundo físico, espiritual y moral, es sencillamente titánica y creo que no
podemos ni imaginarla. Me ha sorprendido Smith por ser en cierto sentido un
pensador más preocupado por un sentido más completo de una justicia que incluso
pudiéramos llamar social, y una visión mejorada de los conceptos de utilidad y
simpatía, aunque su expresión fuese siempre más prudente (o cobarde, según
fuentes) que la de Hume. Aunque relativamente, porque es sorprendente cómo
intuye la aporofobia y la desprecia. Si pensamos que hablan de un mundo en que
las formas feudales aún no eran lejanas, pero que están a menos de cien años de
las categorías de Marx, el posicionamiento crucial en la historia del
pensamiento es evidente.
‘El bien y el mal dependen de los sentimientos que tenemos al adoptar la perspectiva adecuada, es decir, aquella que tiene en cuenta los prejuicios particulares y la desinformación. […] Para juzgar bien una acción o un atributo de la personalidad, debemos sobreponernos a nuestras circunstancias y adoptar un punto de vista general o común […] Los sentimientos de un espectador imparcial son los que determinan el criterio moral básico. Los actos y rasgos que obtengan la aprobación de un espectador de este tipo serán moralmente correctos, y los que no, serán moralmente incorrectos’
En fin. Créanme: disfrutarán plenamente
de esta lectura aunque eso de la economía y la filosofía les suene a un pasado
de estudios obligatorios a los que no volver. Puede afirmarse que Rasmussen ha
escrito el libro que a Hume y Smith les hubiera gustado leer.
‘Aquel que disfruta genuinamente con un buen libro o charlando con un buen amigo, por ejemplo, tiene muchas más posibilidades de encontrar la felicidad que aquel que desea fama y riquezas en abundancia’
Dennis C. Rasmussen (vía)