26 de junio de 2017

El diablo alemán


Perseguía hace años la posibilidad de leer el Doktor Faustus, una de las últimas grandes obras de Thomas Mann. Me lo había encontrado descrito con pasión como ejemplo en El ruido eterno, el magnífico ensayo de Alex Ross que explicaba política e historia del siglo XX a través de la música compuesta y estrenada durante el mismo; ejemplo en realidad del objetivo del propio Ross, que Thomas Mann focaliza especialmente en el nacionalsocialismo, canalizando la historia a través de Adrián Leverkühn, el músico que tal y como sugiere el título vende su alma al diablo a cambio de conseguir componer con la perfección que perseguía. Alex Ross ha llegado incluso a especular sobre la música imaginaria de Leverkühn, de completa que es su descripción en las páginas de Mann.

Y al final encontré el libro en la vieja colección de clásicos en tapa dura de Seix Barral de @anitalorite, y, para mi alegría, a pesar de ser una colección editada en 1984, la traducción corría a cargo de Eugenio Xammar, uno de los excelentes periodistas españoles de entreguerras, y de cuyos conocimientos para el alemán y su capacidad de prosa no podía dudar tras leer sus Crónicas desde Berlín. Más que no dudar, tuve una alegría inmensa.

Serenus Zeitblom, amigo de infancia y seguidor durante toda su vida del compositor Adrián Leverkühn, narra su vida basándose en el trato personal que tuvo con él y en los cuadernos y notas que recibe a su muerte. Escribe en los últimos años de la II Guerra Mundial y aunque no menciona acontecimientos bélicos concretos, el desmoronamiento del régimen nazi está ya sucediendo literalmente, tal y como esperaba el propio Zeitblom. Mann escribe desde su exilio norteamericano, y describe con desapego la frustración de la historia alemana desde el inicio del siglo XX, lleno de ilusiones germánicas tal y como ilusionante era la amistad del narrador con el joven Leverkühn, hasta la caída tanto del régimen nazi como de todas las posibilidades de felicidad que nunca pudiera tener el músico autor de las composiciones más brillantes de su tiempo. En el centro del libro, su capítulo más famoso, adoptando una simetría crítica y consciente de su relevancia (y con un mecanismo dramático que ya empleaba en La montaña mágica), Zeitblom relata la visita intensa y terrorífica del diablo, recogida de  los cuadernos de Leverkühn, como un episodio que pudiera ser onírico o real, pero cuya fuerza es demoledora en una novela de corte realista a pesar de la tradición romántica, gracias a la ausencia de subrayado, a la presencia del razonamiento filosófico previo, y a una fisicidad desasosegante. Fausto es uno de los mitos germánicos más conocidos, el que anhelaba el máximo de conocimiento y reconocimiento, desde los que el salto al máximo de poder es cuestión de dialéctica histórica mediante el nacionalismo racial. Que el nazismo sea la consecuencia de tanta ambición germánica pareció obvio una vez que se destruye el sueño, pero Mann ya lo anticipa en su estudio histórico implícito, que incluye el despropósito de autoengaño en que se inundó Alemania en la I Guerra Mundial, y que indica un formidable cambio de opinión respecto a su visión anterior del conflicto, que quedaba recogido en La montaña mágica con una visión aún idealizadora de la guerra.

Doktor Faustus es un libro que al igual que otros de Mann habla de arte como metáfora de vida. Se nota su autoría por un hombre alejado ya de la modernidad, donde la alta cultura es el concepto predominante y justificado (cierto es que en contra de las formas dictatoriales de la cultura que emanaba del comunismo estalinista de la época), pero la brillantez del discurso oblicuo de las formas armarizadas de entender al personaje solitario y de homosexualidad latente y enmascarada sigue presente. También las dicotomías de los personajes en la descripción del mundo, que en este caso se centra en Alemania y el germanismo. Y frente a la filosofía de la anterior opus magna, aquí el mecanismo principal es la música. Al parecer, una buena parte de las ideas musicales que Mann describe a través de su narrador están recogidas de textos que Adorno preparó para él y lo cierto es que frente al libro de Alex Ross que mencionaba más arriba, han resultado mucho más complicadas para un profano, posiblemente por un salto de época evidente en formación cultural, por la propia exigencia al melómano que suponían los tiempos anteriores a la guerra, los de esa alta cultura que también arrastró a un pueblo entero.

Thomas Mann (vía)