A pesar de tener El
gen egoísta hace años en la estantería, sin haberlo siquiera abierto, he
empezado a leer a Richard Dawkins con este libro más reciente, de 2011,
titulado The Magic of Reality, que
podría ser, en parte, su respuesta a las nuevas charlatanerías, su sopapo más
reciente a los mitos religiosos y culturales históricos, y una declaración de
amor por la realidad (o, de fondo, por la ciencia que la descubre y estudia)
como forma de magia. Puedo alegar para ello que me da un poco de miedo pensar
en que su obra clásica pueda estar algo obsoleta, también que últimamente he
visto vehementes discusiones sobre la prevalencia de los elementos mágicos en
el conocimiento personal, o incluso que algunos
libros que bordean el tema han caído recientemente entre mis manos.
Sin embargo… A Dawkins le falta realmente fascinación
poética por la realidad, por la naturaleza y sus hechos, y por la ciencia como
aventura descubridora más que desenmascadora. En ese sentido, título, autor y
entradilla tal vez habían desatado mis expectativas. Cada capítulo se inicia
con un mito determinado (incluso da la sensación de que cada capítulo se ha
escogido más por la existencia del mito que por verdadera fascinación por la
belleza de su explicación científica), sigue con la historia de la razón
aplicada –y sus experimentos- al objeto de estudio, y suele terminar con un
alegato simple a lo ‘bonito’ de la realidad. Demonios, Dawkins, ¡algo más de
entusiasmo, soldado! ¡Esta lucha no se gana sin emoción verdadera, que es el
arma del enemigo! Debemos transmitir amor por los millones de prismas refractores
que crean del agua un arcoíris que saluda nuestra entrada en los cielos,
otorgar vida a esas juguetonas placas tectónicas que manejan mi barca,
fascinarnos por los pormenores estéticos de la selección natural que creó los
magníficos ejemplares que revelan el cuerpo.
Arcoiris en Seattle (vía)
A estos casos sencillos, sin exceso de polémica actual real (apenas
hay homeopatía o transgénicos, por poner dos ejemplos, en el libro) se
dedica Dawkins, aumentando demasiado el tono pedagógico y perdiendo interés
para un lector más versado en ciencia. Esta, la ciencia, no es cosa de broma:
no abogo por convertirla en un show
gritón de televisión, sino por vivirla con pasión, ya que nos rodea
inimaginablemente en nuestra rutina, y su estudio es desbordantemente
placentero. ¿Qué no? Ay, si la vieran con mis ojos…
Richard Dawkins (© Jeremy Sutton Hibbert, vía)