Inquietud en el
paraíso es la primera novela de una trilogía que muchas veces me han
recomendado los insignes Von Patata
y Soy Ignatius (¡qué le
voy a hacer si mis amigos escogen nombres así para sus cuentas de twitter!).
Escrita por Oscar Esquivias, autor burgalés que tiene una cuenta de twitter más normalita,
la novela transcurre en Burgos durante el verano de 1936: el cura penitenciario
de la Catedral proclama su intención de viajar al Purgatorio, como según él
hizo Dante, a través en su caso de una puerta determinada de la Catedral de
Burgos, y, debido a los avatares políticos de la ciudad en aquel verano de
proclamación de guerra, consigue inesperadamente los permisos para ello en un
clima de exaltación religiosa y patriótica.
El camino al Purgatorio (vía)
Las reseñas cuentan que la trilogía es un viaje similar al
de Dante en La Divina Comedia, pero
ejecutado al revés. El Paraíso del que partimos es la ciudad de Burgos, que se
suma gozosa y casi unánime al alzamiento. El Paraíso es un sitio alegre, casi
vodevilesco, donde en una armonía costumbrista pero un tanto azconiana conviven
curas, militares, familias de bien, campesinos, artistas, proletarios, pobres y
prostitutas, y donde la conspiración va poco a poco organizándose en una de sus
plazas fundamentales. La historia resulta muy coral, pero el tono irónico del
sainete social representado, con algunos momentos brillantes y muy divertidos, usado
para retratar el momento terrible que vivía España, me recuerdan
inevitablemente al libro de Eduardo Mendoza sobre la vida en Madrid antes de la
Guerra Civil, Riña
de gatos. Madrid 1936, publicada cinco años más tarde que Inquietud en el Paraíso, donde también
aparecen algunos personajes relevantes de la situación, como Emilio Mola o José
María Albiñana. Esta además cuenta con un último capítulo en que el Paraíso
se está abandonando con claridad, algo que Mendoza se ahorraba en su libro.
Mola dando saltitos delante de Franco (vía)
Esquivias utiliza personajes históricos de la ciudad para su
trama, retorciendo los hechos, moviendo las fechas, y ficcionando las
situaciones cuando era necesario (y lo explica en una breve nota al respecto)
para sus fines dramáticos. Su punto de partida, el posible viaje al Purgatorio de un
emprendedor cura visionario, marca los límites en que trabaja: usar/diseñar
personajes de ideas o comportamientos estrafalarios que alrededor de la seriedad de la situación política
global ayudan a mostrar el ridículo al ser descritas sin reales diferencias con
aquellas de los personajes en principio más cuerdos, y que obviamente en gran
parte no lo están. El tono se abandona como digo en el terrible capítulo final,
donde las elipsis resultan demoledoras a la hora de terminar muchas de las
historias ramificadas del libro. La metáfora entre el viaje de Dante por los
infiernos y el emprendido por España en los peores años de su historia se
vislumbra rápido, pero es efectiva, y, desde luego, me atemoriza ante lo que
queda por leer en los siguientes volúmenes.
Aunque la novela es coral, hay un personaje que lleva el
punto de vista general del espectador. Se trata de un seminarista interesado
por la música y ayudante del penitenciario de la Catedral, se llama Rodrigo
Gorostiza y es un chaval homosexual que se acepta a sí mismo sin problemas ni
traumas, aunque conoce el mundo en que vive y obviamente no practica. Pero su
edad, su capacidad de asombro y aprendizaje, y su sentido de la justicia, le
convierten en lo más parecido a un héroe del libro. Esquivias ejecuta este
atrevimiento (un perfil de personaje un tanto difícil de creer en aquellos
tiempos, pero al que todo el mundo acompañaría al Purgatorio o donde hiciera
falta), y yo le veo una dimensión política que no puedo sino aplaudir, como
guinda de un pastel magnífico y muy recomendable.
¡Gracias Von Patata por prestarme el ejemplar! ¡Se merece
usted moderar una envejecida lista de email!
Oscar Esquivias, en su cuenta de twitter