28 de octubre de 2015

Burgos, 1936.


Inquietud en el paraíso es la primera novela de una trilogía que muchas veces me han recomendado los insignes Von Patata y Soy Ignatius (¡qué le voy a hacer si mis amigos escogen nombres así para sus cuentas de twitter!). Escrita por Oscar Esquivias, autor burgalés que tiene una cuenta de twitter más normalita, la novela transcurre en Burgos durante el verano de 1936: el cura penitenciario de la Catedral proclama su intención de viajar al Purgatorio, como según él hizo Dante, a través en su caso de una puerta determinada de la Catedral de Burgos, y, debido a los avatares políticos de la ciudad en aquel verano de proclamación de guerra, consigue inesperadamente los permisos para ello en un clima de exaltación religiosa y patriótica.

El camino al Purgatorio (vía)

Las reseñas cuentan que la trilogía es un viaje similar al de Dante en La Divina Comedia, pero ejecutado al revés. El Paraíso del que partimos es la ciudad de Burgos, que se suma gozosa y casi unánime al alzamiento. El Paraíso es un sitio alegre, casi vodevilesco, donde en una armonía costumbrista pero un tanto azconiana conviven curas, militares, familias de bien, campesinos, artistas, proletarios, pobres y prostitutas, y donde la conspiración va poco a poco organizándose en una de sus plazas fundamentales. La historia resulta muy coral, pero el tono irónico del sainete social representado, con algunos momentos brillantes y muy divertidos, usado para retratar el momento terrible que vivía España, me recuerdan inevitablemente al libro de Eduardo Mendoza sobre la vida en Madrid antes de la Guerra Civil, Riña de gatos. Madrid 1936, publicada cinco años más tarde que Inquietud en el Paraíso, donde también aparecen algunos personajes relevantes de la situación, como Emilio Mola o José María Albiñana. Esta además cuenta con un último capítulo en que el Paraíso se está abandonando con claridad, algo que Mendoza se ahorraba en su libro.

Mola dando saltitos delante de Franco (vía)

Esquivias utiliza personajes históricos de la ciudad para su trama, retorciendo los hechos, moviendo las fechas, y ficcionando las situaciones cuando era necesario (y lo explica en una breve nota al respecto) para sus fines dramáticos. Su punto de partida, el posible viaje al Purgatorio de un emprendedor cura visionario, marca los límites en que trabaja: usar/diseñar personajes de ideas o comportamientos estrafalarios que alrededor de la seriedad de la situación política global ayudan a mostrar el ridículo al ser descritas sin reales diferencias con aquellas de los personajes en principio más cuerdos, y que obviamente en gran parte no lo están. El tono se abandona como digo en el terrible capítulo final, donde las elipsis resultan demoledoras a la hora de terminar muchas de las historias ramificadas del libro. La metáfora entre el viaje de Dante por los infiernos y el emprendido por España en los peores años de su historia se vislumbra rápido, pero es efectiva, y, desde luego, me atemoriza ante lo que queda por leer en los siguientes volúmenes.

Aunque la novela es coral, hay un personaje que lleva el punto de vista general del espectador. Se trata de un seminarista interesado por la música y ayudante del penitenciario de la Catedral, se llama Rodrigo Gorostiza y es un chaval homosexual que se acepta a sí mismo sin problemas ni traumas, aunque conoce el mundo en que vive y obviamente no practica. Pero su edad, su capacidad de asombro y aprendizaje, y su sentido de la justicia, le convierten en lo más parecido a un héroe del libro. Esquivias ejecuta este atrevimiento (un perfil de personaje un tanto difícil de creer en aquellos tiempos, pero al que todo el mundo acompañaría al Purgatorio o donde hiciera falta), y yo le veo una dimensión política que no puedo sino aplaudir, como guinda de un pastel magnífico y muy recomendable.

¡Gracias Von Patata por prestarme el ejemplar! ¡Se merece usted moderar una envejecida lista de email!

Oscar Esquivias, en su cuenta de twitter

18 de octubre de 2015

Lo que hay que tener


¡Qué excelentemente construye, reparte y distribuye Tom Wolfe sus frases tipo a lo largo de Elegidos para la gloria (Lo que hay que tener). Ese subtítulo tan aparentemente provocador intenta traducir de manera literal el The Right Stuff, que a mí me parece menos procaz pero que los diccionarios de slang confirman que es… lo que hay que tener, en efecto. Lo que hay que tener es la principal de esas frases tipo. En un momento determinado del libro, Wolfe usa la expresión para definir a sus protagonistas, dentro de un dinamismo narrativo feroz y una abrumadora sucesión de descripciones, que en este caso reflejan el carácter y las condiciones físicas y mentales que atesoraban los primeros pilotos que accedieron al programa Mercury, el primer programa espacial de la NASA. Otras expresiones son la Bestia Victoriana (para definir a la prensa), el combate singular (para definir el carácter que el país daba a la carrera espacial en lucha con los soviéticos), quedarse atrás (para concretar el momento en que un piloto no resulta elegido para el siguiente programa ambicioso de vuelos), el planificador jefe (es decir, el misterioso ingeniero que llevaba los designios de Spectra… digoooo, de lo que fuera que dirigía a los cosmonautas los soviéticos y que tanto disgusto le daba a la NASA), y hay un largo etcétera… La repetición acumulativa de términos (según avanzan los capítulos el número de expresiones aumenta y estas se acumulan) crea más y más tensión alrededor del hecho narrado. Funciona excelentemente aunque aumente un tanto artificialmente las páginas de libro, que cuentan varias veces lo mismo... Aunque es un artificio literario divertidísimo.

Elegidos para la gloria cuenta la historia del programa Mercury, centrándose especialmente en las vidas de los pilotos que participaron en él, el más famoso de los cuales siempre fue John Glenn. La historia de estos hombres singulares, la mayoría de los cuales eran pilotos de la armada procedentes de la tradición de los portaaviones que ganaron una guerra mundial, dotados de una gran ambición y un código particular de conducta ante el mando, ante sus mujeres y ante la sociedad, permite a Wolfe definir personajes y situaciones de género (cercanas al western, al bélico, al género de espías, pero también al costumbrismo de finales de los cincuenta), y, lo que pienso que más le interesa, dar forma a un entendimiento del concepto un tanto absurdo de virilidad que define a una sociedad competitiva.

John Glenn durante el proyecto Mercury (vía) y Ed Harris en la película de Philipp Kaufman que adaptó el libro en 1983

Publicado en 1979, Elegidos para la gloria es Nuevo Periodismo pero no un libro de la primera época del movimiento, en la que Wolfe participó desde los años sesenta. Wolfe no se incluye a sí mismo en la trama de ninguna manera; su presencia es menor que la de Truman Capote en A sangre fría, el libro gran referente del movimiento, aunque tal vez nos influya saber el efecto personal que la historia tuvo en Capote. Obviamente, no tiene nada que ver con la casi literatura del yo que practican en tiempos modernos Javier Cercas o Emmanuel Carrère, quienes curiosamente han variado el centro de su género literario de la ficción a la no ficción, justo al revés que Wolfe.

Pero como siempre el mensaje se cuela en el medio y en el estilo. Wolfe es un intelectual culto, al que sabemos físicamente enclenque, que actúa de reportero incisivo con modos de novelista en el retrato de hombres de riesgo aventurados, que tienen Lo que hay que tener, desde sus detalles íntimos hasta sus grandes apoteosis políticas. A ellos les dedica una narración  con momentos de genialidad, profundamente intensa y con sentido del drama, que retuerce la documentación para transformarla en una constante progresión de situaciones desmitificadas, a veces patéticas, en las que su mirada simula (aunque no del todo)  admiración rebozada de ironía suprema en el retrato de una nación en un momento histórico concreto. Recuerden: nuestros cohetes siempre explotan.

Tom Wolfe en 1979, año de publicación del libro, por Tony Castro (vía)

¡Muchas gracias al Lector Constante por dejarme el libro!


8 de octubre de 2015

Trastos y recuerdos


Al lector casual de Wislawa Szymborska le puede haber pasado el plantearse determinadas preguntas a la lectura de su poesía racional, limpia, de observación ingenua pero lúcida: ¿cómo es posible una poeta así nacida en Polonia en 1923, considerando la historia que le tocó vivir? Esta pregunta podía ir a mayor detalle: ¿dónde está el holocausto? ¿Dónde el socialismo real? ¿Por qué no existe el compromiso de los grandes temas que asociamos a los artistas e intelectuales, al menos en los tiempos convulsos de la historia?

Trastos, recuerdos es una biografía un tanto atípica, al menos en las posibilidades de su concepción. Realizada con admiración hacia la biografiada, muestra su proceso desde su propio título, sacado de un verso del poema que la poeta escribió sobre la presentación de currículos laborales. El libro está escrito en una primera fase por sus dos autoras de espaldas a la poeta y basándose en un escrutinio pormenorizado de sus textos (especialmente de las Lecturas no obligatorias) para contrastar datos y obtener información de sus gustos y temores incluso desde su infancia. Szymborska, que no estaba interesada en que se realizar un trabajo biográfico sobre ella, acabó ayudando a las autoras al reconocer el esfuerzo realizado y viendo que una vez concedido el Nobel un libro así se acabaría escribiendo. Las preguntas difíciles comentadas quedan respondidas: admite haber escrito poemas que tenían que ver con el holocausto, pero que su resultado no le gustó. Y vivió el peso de la ideología del estalinismo, del cual escribió textos elogiosos durante su juventud, para irse desencantando, separándose de la línea oficial, salir del partido y acabar siendo investigada por el régimen. Szymborska fue una niña bien, hija de un político nacionalista polaco, que se salvó de los peores designios de la guerra en uno de sus mayores infiernos urbanos, Cracovia, y que después malvivió gracias a su colaboración en edición de revistas y con la publicación de reseñas y poemarios, relacionándose con los círculos literarios de su ciudad, en los que tejió una red de amigos que sobrevivieron a la guerra y al régimen comunista con escapismo irónico. Szymborska no estaba fuera de su mundo, pero los resultados de su inexperiencia política le dejaron muy defraudada –su comentario sobre que las personas que no saben de política están a la merced de cualquier voz externa es muy revelador- y nunca volvió a realizar compromisos públicos con causas generales, aunque sí defendió a artistas e intelectuales individuales. Fue jefa de sección de poesía de una revista literaria que tuvo que abandonar al devolver el carnet del partido comunista, se vio obligada a vivir en un ‘cajón’ inmobiliario, redactaba sus poemas con extremo cuidado, trabajo y paciencia, durante cuatro décadas escribió sus reseñas literarias de libros inesperados… y en 1996 ganó un Premio Nobel que la abrió al mundo y le dio un giro completo a su vida.

Szimborska y un mono

El libro sigue una cronología de su vida, pero no tiene una intención descriptiva o detallista en ese seguimiento. Establece capítulos que son etapas también emotivas de una vida, incluidos los viajes, las parejas que tuvo, o los antecedentes literarios de su familia. No se detiene en descripciones sociales ni familiares exhaustivas, y prefiere que los propios textos de Szymborska hablen por la historia que quiere contar. El texto adquiere a veces rasgos de aventura ante la dificultad de conseguir algunos datos, o la referencia de comunicaciones que las autoras solicitaron a allegados y conocidos de Szymborska. El resultado es también un libro sentimental, que crea conexión del lector hacia la biografiada, captando con aparente ligereza el modo de pensar y de ser de la premio Nobel, y que contiene incluso episodios humorísticos, entre los cuales destaca por incluso hilarante el capítulo de su relación laboral con el joven secretario que contrató para gestionar las relaciones profesionales tras el premio.

Hoy es difícil recomendar leer poesía, pero Wislawa Szymborska suele ser una garantía de éxito entre lectores que se han alejado de los poemas, si es que alguna vez los leyeron. La inclusión de algunos poemas en el libro es también una introducción a quien pueda tener una primera aventura en la obra de Szymborska. Además, la biografía incluye sorpresas a añadir al bagaje que cada cual pueda tener de Szymborska, que en las ediciones que ha tenido en España son las poesías y las reseñas literarias. En este libro se descubren algunas maravillas: están los “liméricos”, composiciones humorísticas de sólo cinco versos que deben centrarse en una ciudad (como Limerick) para un ripio breve y a poder ser pícaro. Szymborska lo practicaba mucho para amenizar los interminables viajes por carretera cuando visitaba otros países sobre todo del este de Europa. También están sus collages, realizados en postales personalizadas que enviaba de continuo a sus amigos y colaboradores cercanos, que apelaban al sentido del humor personal del receptor. El “Correo Literario” que escribía en una columna apartada de su revista literaria, donde respondía con recomendaciones irónicas y pensamientos divergentes a los poemas o comentarios que los lectores enviaban a las revistas. O sus rifas de objetos estrafalarios y olvidados de ferias con los que agasajaba a los amigos que la visitaban… Un catálogo de pequeñas acciones en diferentes ámbitos de la vida que retratan a su autora de una manera que los lectores de sus poemas pueden reconocer bien. Varias de esas postales y una buena cantidad de fotos, en las que invariablemente Szymborska sonríe de continuo, se incluyen en un libro de lectura sugerente, dinámico y completo.


Wislawa Szymborska fotografiada por Juan de Vojnikov (vía)

Publicación original: Factor Crítico.