Gaziel fue el director de La Vanguardia antes de la Guerra
Civil. Se exilió durante la guerra pero volvió a España después, se instaló en
Madrid, y allí escribió este diario de anotaciones, a medias entre la opinión,
el artículo periodístico, el ensayo histórico, y la divagación personal.
Escrito, y fechado claramente en cada una de sus entradas, de 1946 a 1953,
Gaziel describe los cambios y no-cambios en la política española desde el final
de la II Guerra Mundial hasta las firmas de los acuerdos con los EE.UU. y el
Vaticano que ponían a España en el mapa occidental de la segunda mitad del
siglo XX y rompían su aislamiento tras la guerra.
Parte de Guerra en que Franco comunica el fin de la
guerra.
Gaziel fue neutral durante la guerra. Consideraba que fue un
conflicto entre fanáticos comunistoides
que se habían apoderado de la República y fanáticos fascistoides que utilizaron un ejército necesitado de acción tras
sus desastres coloniales (una idea en la que por cierto coincide con el más
sentimental Joseba
Sarrionaindía). Culpaba a la burguesía española de no haberse implicado en
la República y haberla dejado así arrastrarse al abismo, impidiendo que las
ideas liberales pudieran alentar la presencia de una democracia duradera en
España. Y culpaba a las democracias occidentales, fundamentalmente a Inglaterra
y luego a EE.UU., de la política de no intervención que no quiso involucrarse
en la guerra, ni derrocar a Franco tras la caída de los fascismos europeos. Creía
que ambas sometieron a una traición completa al pueblo español. Y no es la
única: está la de los grandes empresarios y políticos catalanes que financiaron
y ayudaron al franquismo, la de los grandes intelectuales del régimen como
Ortega o Marañón… desde luego, Franco y su régimen son el mayor traidor. Las
poderosas razones de cada uno para ejecutar el sueño de la libertad están bien
explicados, de manera reiterada sobre todo los primeros años del diario, por
alguien que como Gaziel lo vivió de cerca.
Franco en Eibar, de paisano en 1949 (vía)
Una nube negra de pesimismo total y una falta absoluta de
confianza sobrevuelan este libro. A los pesares esperables de cualquier
postguerra (aunque Gaziel se libró de los económicos) se añade la desesperación
por el posible futuro de España tras la caída futura de Franco, que Gaziel no
llegó a vivir y menos a imaginar. Gaziel además también llora por Cataluña, en
cuya primera generación de nacionalismo moderno se educó, y del que lamenta no
poder librarse para así no vivir la tragedia interior que le supone verla
degradada por sí misma y por España, en un discurso que parece mirar al
presente:
Pero nosotros –quiero decir los jóvenes de mi generación- éramos otra
cosa (…). Nosotros nacimos con las primeras luces del catalanismo político, en
el principio del gran espejismo de la nacionalidad catalana. Conocimos de cerca
–en aquellos años de juventud fervorosa que no se olvidan nunca y marcan para
siempre- a los grandes patriarcas del catalanismo literario, viejos y con un
aura de gloria. Nosotros creímos a ciegas en aquello de la superioridad de los
catalanes sobre los demás pueblos de España, basada en nuestro mayor
europeísmo; y teníamos una fe absoluta en que crearíamos una patria nueva, una
España nueva (la de Joan Maragall), y conseguiríamos regenerar la caduca y
decrépita, la africana y escéptica, la de la catástrofe de 1898, o hacer que
Cataluña rompiese con ella, para salvarse, antes de que llegara el naufragio
total. (7 de octubre de 1949)
No me apasiona la escritura de Gaziel como la de otros
periodistas coetáneos suyos (Eugenio
Xammar, Manuel Chaves Nogales…), aunque es cierto que sabía que la
publicación de estas meditaciones no era posible y posiblemente no editara y
sobre todo depurara de la carga personal de dolor y reiteración que lleva el
texto, además del hecho de ser un texto traducido del catalán. Le veo lúcido en
muchas de sus opiniones, considerando que no debía tener demasiado acceso a
prensa libre. Es desde luego un ejemplo claro de intelectual machacado por la
política y por la historia, que tras diez años de guerras y horrores y en una
situación de dictadura militar no puede sino caer en la negritud, agrandada
aquí por el caínismo y la falta de preparación total que veía en todos los estamentos
y clases del país.
Barcelona, Semana Santa de 1950 (vía)
Sumo este libro a la continua penetración de libros sobre la
historia del siglo XX español en mis lecturas y que me atraen sobremanera (aquí
con la falange y su historia, aquí
con Eduardo Mendoza, aquí
con la censura de la novela durante el franquismo, aquí
con una de esas novelas censuradas…) Y supongo que continuaré, parece
inevitable que me atraiga la historia de años en ocasiones tan oscuros que
desde tantos puntos de vista me muestran lo que también soy y el lugar del que
vengo. A ser posible desde fuentes originales, de maestros que estuvieron allí
y lo contaron.
Agustí Calvet, Gaziel (vía)