28 de marzo de 2014

La primera novela gráfica



Desde su portada, El cuarto de Lautréamont, de Edith & Corcal, anuncia que se trata de La primera novela gráfica, publicada en 1874, por fin en su edición íntegra. Una obra encontrada más de 100 años después de su primera edición y que llegó a manos del hijo de la dibujante Edith, quien ha reconstruido la historia junto con el guionista Corcal, y editado la novela gráfica de nuevo.

O mejor dicho, una obra que se habría encontrado, que llegaría a manos del hijo, quien reconstruiría y editaría… Porque, lógicamente, es todo mentira. El cómic es moderno, tiene viñetas y bocadillos, y un concepto narrativo que en 1874 no existía, además de una representación estética de lo histórico muy propia de nuestros años. La historia mezcla personajes reales y ficticios, y encierra un bonito homenaje a la literatura y a una época concreta especialmente relevante para la misma.

El protagonista en el satánico cuarto del título (vía)

El protagonista de El cuarto de Lautréamont es Auguste de Bretagne, un hombre que vive en París en la habitación que un año antes pertenecía al conde de Lautréamont, el autor de Los Cantos de Maldoror, un libro satánico y brutal del que sólo se editaron 10 volúmenes en vida del autor, y que décadas más tarde fueron fuente de inspiración para los surrealistas. Estamos en 1871, tras los sucesos de la Comuna de París, y Bretagne asiste a las reuniones poéticas con Rimbaud y Verlaine, mientras va descubriendo diferentes misterios que Lautréamont dejó en su cuarto, tal vez reales o tal vez fantásticos y procedentes de otros mundos.

Rimbaud y el peyote (vía)

En realidad, el lector no necesita saber dónde acaba la realidad y dónde termina la ficción, pues ese es el juego del libro, que todo pueda encajar pero que se note la construcción a pesar de todo. Por ejemplo: para explicar por qué la historia terminó publicada en forma de cómic en aquellos años, los autores introducen como personaje a un dibujante que lee planchas gráficas llenas de onomatopeyas a los poetas zutistas a los que pertenecía Rimbaud, obviamente con un gran éxito, en un episodio que por fantástico que sea es completamente verosímil además de divertidísimo. Este personaje, trasunto físico y artístico de Toulouse-Lautrec, realizará la ilustración de la historia que Bretagne escribe sobre Lautréamont y sus horrores, jugando con la idea de un libro ficticio perdido en la historia, frente a un libro real y maldito que apenas conoció diez ejemplares de edición.

Y el cómic quedó inventado... (vía)

El cuarto de Lautréamont es un cómic ejemplar que retrata una época recogiendo mejor el momento psicológico y vital de sus modernos protagonistas que muchos textos puramente históricos. Y una vez más, esto lo consigue la edad de oro del cómic que estamos viviendo.

Edith y Corcal (vía)


17 de marzo de 2014

El mundo perdido


Como, imagino, la mayoría de los lectores, nunca había leído nada de Arthur Conan Doyle que no fueran las historias de Sherlock Holmes, el mítico personaje que se vio obligado a perpetuar durante su carrera literaria. Por ello, cuando vi la elogiosa reseña que de Un mundo perdido hacía Fernando Savater en Misterio, emoción y riesgo , pensé que era una buena oportunidad.

En esta web dicen que Conan Doyle se inspiró en La Gran Sabana de Venezuela para su meseta perdida (y jurásica)

Sin ser un gran fan de Sherlock Holmes, creo que debido sobre todo a su reiteración dramática, siempre he disfrutado en sus relatos su sintaxis portentosamente envolvente, descriptiva y narrativa al mismo tiempo. Ello convierte cualquier texto suyo en un placer para la lectura, incluso aunque la historia no resulte convincente. Un mundo perdido es una obra canónica de la ciencia ficción, subgénero mundos prehistóricos, y una base obvia para el Parque Jurásico de Michael Crichton y Steven Spielberg. En la novela, cuatro aventureros (dos científicos, los profesores Challenger y Summerlee, el periodista E.D. Malone, y el aventurero aristócrata Lord John Roxton) viajan a Sudamérica en misión encomendada por el Instituto Zoológico de Londres para comprobar si las afirmaciones del indómito profesor Challenge sobre la existencia de vida característica del periodo jurásico en un recóndito paraje del continente son ciertas o no. Malone, joven deseoso de destacar profesionalmente y ante la chica que quiere, es el narrador de la novela, en forma de crónicas periodísticas que envía al periódico durante el viaje cuando hay ocasión para ello. por supuesto, tras un viaje largo y cansado, los cuatro hombres alcanzan su objetivo y además de comprobar y observar las maravillas de una vida que ya se creía extinguida, viven una gran aventura de descubrimiento y supervivencia. La novela es breve e intensa, se cierra bien, es una pieza literaria estupenda, nada que objetar al maestro.

Choque de eras, versión Spielberg)

¿O sí? En mi peculiaridad lectora del año pasado, la que reunió en breves meses la lectura de los ensayos de Savater y Sarrionaindía encuentro la contradicción de la que no he podido librarme durante esta lectura: el hombre blanco, preferentemente sajón, de finales del siglo XIX, dotado de mejores atributos físicos y morales, cumbre de la civilización humana, es quien ejerce el derecho de investigar y colonizar, con el viril paternalismo debido, las lejanas (en el espacio y en el tiempo) tierras de los demás continentes. La aventura, canónica como es, tiene sus momentos morales, porque sin ellos la aventura como tal no existe, según decía el propio Savater. Tenemos algunos ejemplos en determinados momentos,

Hasta el hombre más vulgar esconde en el alma extraños abismos sanguinarios

Hacía falta una robusta fe en los fines para justificar medios tan trágicos

que aparecen cuando nuestros héroes se ven obligados, como mal defensivo menor o como deriva darwinista, a ejercer la violencia. En las novelas de Sherlock Holmes el mal casi siempre proviene de fuera de Inglaterra. Puede ser un inglés al que los años en colonias confundieron, o un oriundo de ultramar, o un objeto valioso de imperio el que desate el crimen en la apacible (pero deseosa de historias) vida británica. Algo así se aprecia también en Un mundo perdido, aunque no diría que Arthur Conan Doyle es impasible ante la huella que Europa dejaba en el mundo. No parecía querer que su expresión en ese sentido fuera más clara, dejando el conflicto en las mentes y personalidades de los cuatro protagonistas, especialmente en el escéptico Sumerlee, que a la vez que el más humanista, resulta siempre el más crítico de los cuatro viajeros ante la presencia del grupo en ese mundo virgen… pero siempre porque la misión encomendada varía de los objetivos iniciales pactados en Londres. En las grietas de ese debate, y en ponerlo a la altura del actual colonialismo económico, encuentro un inesperado interés en alguno de estos libros que fundaron la aventura como la conocemos, y que, bien mirados, en su concepción completa, no sean tan evasivos como parecen. Ni inocentes, aunque esto ya lo sabemos cuando se los damos a nuestros hijos para que los lean…

Arthur Conan Doyle (vía)



8 de marzo de 2014

Nada es algo



La principal pregunta que me ha surgido durante la lectura de este libro de física que es Un universo de la nada, de Lawrence M. Krauss, es por qué existe semejante necesidad de hablar de Dios en un libro de ciencia. Las cuestiones científicas que afronta, la creación y el final del universo, sus características, y la existencia en sí de la materia (y en consecuencia del hombre) son las mismas que la religión ha intentado responder, pero me temo que la sombra del poder de las religiones en el país de origen del autor, los EE.UU., su potencia como lobby, y la presencia continuada en los medios de las facciones más conservadoras, obligan a cierta militancia científica contra la idea no demostrable de Dios. Aunque tal vez sea que la poesía que pueden alcanzar los descubrimientos astronómicos sólo pueda compararse a lo divino.

Si es necesario postular una materia oscura que mantenga aún unidas a las galaxias pero que no podemos detectar –de ahí ese nombre-, ¿debemos dar altavoz a quienes ya afirman, clavo ardiendo, que Dios es ese indetectable éter, o esperar más años de ciencia?

Hace veinte años yo entendía (bien) la mecánica cuántica y entendía (algo) la teoría de la relatividad general. Ahora tengo problemas para seguir ambas, no digamos ya sus novedades y evoluciones, o las superteorías que pretenden unificarlas en un único marco físico común, algo que está llevándose actualmente muchas horas de trabajo. El caso es que no he podido seguir completamente este volumen, a pesar de tener una formación no completamente lejana a lo que trata. El libro tiene gráficas explicativas, pero en varios momentos hubiera agradecido más, y, lo que me resulta más juzgable literariamente, no son pocos los momentos en que el autor admite que existen más pruebas de las que se explican, de un modo algo frustrante para el esforzado lector, que tal vez las esperara para una comprensión mejor.

Es una la lástima, porque la física actual sigue encerrando revelaciones apasionantes en relación a conceptos filosóficos que llevan siglos preocupando a los hombres, y que suponen visiones trasladables a otros campos, que este libro atesora entre sus páginas. Hablamos por ejemplo de cómo la nada es inestable, y cómo de ella surge algo necesariamente. O cómo los físicos han llegado a determinar que estamos en el único momento de la existencia del universo en que podemos disponer de la información necesaria para ver el universo desde el momento del bigbang y poder predecir su expansión (mientras que si la vida y el hombre hubieran surgido en otro momento de la existencia del universo determinada información para estas conclusiones ya no estaría disponible) y que, del mismo modo que el universo surgió de la nada, seguramente acabará en nada. Mientras, la existencia de materia y energía oscuras, de antimateria, y la posibilidad de la existencia teórica de multiversos, nos sumen en implicaciones apasionantes.

Lawrence M. Krauss fotografiado por Nancy Dahl Taconi (vía)