28 de febrero de 2014

El genio y la bestia


Shakespeare y la ballena blanca especula con la idea, culturalmente tan atractiva, de que Shakespeare hubiera ideado Moby Dick 250 años antes de que Melville escribiera su novela. Un dramaturgo isabelino de éxito se embarca por orden de la reina en el Nimrod, camino de Dinamarca, en compañía de nobles, soldados, regalos para el rey danés, todo ello en representación de Inglaterra ante la corte de Copenhague. En el viaje cae sobre el barco una siniestra niebla tras la cual llega una pertinaz calma chicha en que una enorme ballena blanca nada amenazadoramente alrededor del barco…

La ballena, según la película de John Huston

Mientras los hombres prácticos a bordo del Nimrod buscan cómo librarse del leviatán, el dramaturgo se dedica a pensar en cómo representar en el Globe una obra basada en un capitán obsesionado por cazar la ballena blanca que un día hundió su barco y mató a su tripulación. Shakespeare reflexiona sobre las dificultades técnicas de llevar un barco y una ballena gigante al escenario, sobre su obra anterior, sus limitaciones y aptitudes, y la capacidad de la poesía y el teatro frente a la prosa para crear emoción. También sobre su propia vida, el abandono en que tiene a su mujer, su amada vida en Londres… Toma como modelo de su futuro capitán a Lord Henry Wriothesley, que también viaja en el barco, y que es históricamente uno de los candidatos a ser el Mr W.H. a quien Shakespeare dedicó los sonetos de amor que escribió.

El bello de impronunciable nombre Lord Henry Wriothesley (vía)

Shakespeare es la figura mítica de la literatura con la obra más maleable y maleada de la historia. Su persona, tan sometida a especulaciones infinitas, raras veces ha sido representada, e incluso recuerdo cómo cuando John Madden se atrevió a rodar Shakespearein Love se recibió con cierto asombro la osadía de representar el mito. Esta novela de Jon Bilbao propone un crossover peculiar del que surge una reflexión sobre las formas del arte para conseguir llegar al corazón del espectador, sin dejar de lado una mirada a las diferentes naturalezas del poder en un barco que no es sino un estado (en miniatura) amenazado, ni la encarnación de Shakespeare en una persona real (no es el tópico salido de sus obras que interpreta Joseph Fiennes en Shakespeare in Love, ni el secundario prescindible que niega su genio de Anonymous). Bilbao combina en tensión creciente los capítulos del pasado de Shakespeare con los angustiosos días en el barco asediados por la gran ballena blanca, en un ejercicio literario de estupenda resolución, en el que encajan bien incluso las asonancias de un autor que escribe desde un tiempo en que conoce el poder de la novela, el futuro del teatro, y el peso intemporal de su protagonista. Existen también puntos curiosos de conexión con el otro libro del autor que he leído, Padres, hijos y primates: la sociedad amenazada por un elemento exterior no controlable, o la pulsión del mundo animal sobre los humanos.

Jon Bilbao no escribe sólo desde un tiempo distinto, sino desde un país y un idioma diferentes. Se atreve a asimilar dos autores míticos de otra literatura, con la osadía de hacer idear a Shakespeare una obra basándose no en un texto pasado –como solía hacer- sino en un texto futuro. Hace breves apuntes históricos aparentemente correctos y sólo modificados en función de la historia, y propone sin ambigüedades la bisexualidad de Shakespeare, superando el carácter pop de este cruce de alta cultura con una historia verosímil. Lo hace además en una obra breve y ligera, como si fuera sólo una obra concebida como aparente entretenimiento (que funciona como tal), pero con la tragedia del creador como fondo amargo de sus páginas.

Jon Bilbao (vía)



19 de febrero de 2014

Sal en familia

(Reseña previamente publicada en la revista cultural Factor Crítico)


Para quienes quedamos deslumbrados con el talento que Jean-Baptiste Del Amo demostraba en Unaeducación libertina, una primera novela absolutamente brillante, La sal, su segunda novela, es un libro esperado. Era improbable que su prosa de desmesurada fisicidad siguiera centrada en un contexto histórico, pero, ¿alcanzaría el mismo tono descarnado en una historia actual? Ha resultado que sí.

La historia de La sal intenta transcurrir en un día. Una familia (madre viuda, tres hijos y sus parejas, cuatro nietos), traumatizada por el recuerdo del padre tirano fallecido recientemente, se va a reunir para cenar una noche de verano. Tanto la madre (Louise) como los tres hijos (Fanny, Albin, Jonas), según su desarrolla su día camino de esa cena, recuerdan escenas de su infancia, la vida cuando el padre estaba presente, y las relaciones entre ellos. La familia vive en Sète, una villa marítima cercana a Montpellier, en la que el padre trabajó toda su vida. El título hace referencia a la sal marina como elemento sensorial del omnipresente mar que dominó su vida.

No es fácil abstraerse del mar en Sète

La sal comienza con una cita de Virginia Woolf y un diseño de personaje central, estructura y método que recuerdan a La señora Dalloway. Los secretos de familia son el eje de la novela: la callada y reprimida Louise aún alimenta los escasos recuerdos buenos de la vida en común con su marido Armand, pero siempre prefirió al pequeño Jonas, cuya sensibilidad era rechazada por su padre, un hombre militantemente viril que emigró de Italia al final de la II Guerra Mundial. Armand prefiere a Albin, que perpetúa el incontestado modelo masculino de su padre también con su propia mujer e hijos, y que rechaza la homosexualidad de Jonas. Fanny, contrariada siempre por no gozar del favor principal de ninguno de sus padres, vive amargada por la pérdida de una hija, hecho que la mantiene paralizada también ante su hijo y su marido, con los que vive una existencia sin alicientes. El secreto principal es sin duda la sexualidad, la aceptación de sus formas, dominios y deseos, y su papel en la jerarquía y construcción de la familia.

Las virtudes de la prosa de Jean-Baptiste Del Amo siguen intactas: su capacidad para describir lo sensitivo, la aparición de imágenes de gran poder que aprovechan el entorno físico que envuelve en luz, sal y agua asfixiantes a los personajes, la penetración piscológica que acompaña lo físico y lo sensual, dan lugar a momentos de gran lirismo, aunque sea un lirismo de lo sórdido que anima en la intimidad de los personajes, y que puede deshacerse en sentimientos o en secreciones, tan fascinantes como repulsivas. Arriesga también el autor en la estructura: la novela está dividida en tres partes que apelan a un ritual (Nona, Décima, Morta), y la primera está especialmente conseguida. Cada personaje tiene para sí pequeños capítulos dobles, uno actual y uno pasado, que van dibujando la madeja de hechos que hacen la familia de Louise y Armand un pozo de sentimientos enfrentados. Los episodios se hilan uniendo literariamente las edades e intereses de cada personaje, supurando poco a poco un sentimiento profundo de desazón y soledad, y rizando las historias familiares en un rico juego de puntos de vista que consigue, en apenas cien páginas, definir con profundidad a nada menos que cuatro personajes principales en una apasionante estructura cerrada y sin fisuras.

El peligro, no obstante, es la rigidez del modelo, o ser víctima del propio drama agigantado. La necesidad de resolución de la tragedia planteada y lo envolvente de la prosa (traducida con abundantes galicismos) llevan a leer con frenesí, y la novela no tiene puntos de fuga: si Jonas vive su vida en París será para convivir con un enfermo de SIDA (una historia secundaria en exceso determinista), o si recordamos la infancia de Armand, ésta será en la guerra y bajo un padre del que aprendió todas las violencias. La felicidad puntual de los personajes es un viento fugaz, una ilusión de los sentidos, y el drama es por ello el terreno sin salida de La sal, como si esta familia proyectara sobre sus miembros una sombra ominosa de la que el autor no consigue librarse ni con una mínima concesión al humor o, al menos, a la ironía. Jean-Baptiste Del Amo procede de la misma zona de Francia, también es nieto de emigrantes, esperemos al menos que la novela no sea autobiográfica; y que, aunque su obra parezca ya tener temáticas (el poder del sexo, la paternidad ausente o errada, la potencia de elementos físicos como el agua), que descubra terrenos nuevos, aunque deba reconocerse que sus dos hipnóticas novelas hasta el día de hoy revelan no sólo ambición sino también maestría.



 Jean-Baptiste Del Amo en Barcelona en 2011 (vía)




8 de febrero de 2014

Colapso

Aunque estas relaciones con las grandes empresas me han reportado perspectivas detalladas del devastador deterioro medioambiental que con frecuencia originan, también he contemplado de cerca situaciones en que a las grandes empresas les interesaba adoptar garantías medioambientales más draconianas y efectivas que las que he visto aplicar incluso en los bosques nacionales de Estados Unidos. Estoy interesado en lo que motiva estas diferentes políticas medioambientales de las distintas empresas (...)

En realidad, las grandes empresas no me han contratado y describo francamente lo que veo que sucede en sus instalaciones, aun cuando las visito como invitado suyo. En algunas instalaciones he visto compañías petroleras y empresas madereras que están siendo destructivas, y lo he dicho; en otras las he visto ser cuidadosas, y eso fue lo que dije. Mi punto de vista es que mientras los ecologistas no estén dispuestos a involucrarse con las grandes empresas, que son algunas de las fuerzas más poderosas del mundo moderno, no se podrán resolver los problemas medioambientales del mundo.'


Cuando leí el excelente Armas, gérmenes y acero, de Jared Diamond, éste ya había escrito Colapso. Ahora que he leído este libro, resulta que Diamond ya ha publicado el siguiente. Siete años de distancia están bien ante un escritor como éste, que por momentos parece acercarse al estatus de sabio, cuyos libros son un torrente de conocimiento (nótese que no digo información), y ante cuyo estilo, falta de dogmatismo, precisión científica, visión histórica y capacidad divulgativa me vuelvo a quitar el sombrero.

Colapso habla de las civilizaciones que se derrumban y de las causas para ello. Su tesis, lo suficientemente repetida en el libro para poder recordarla bien, se basa en que las civilizaciones se terminan por hechos relacionados siempre con la interacción entre el hombre y su entorno natural; es decir, por efectos medioambientales relacionados o producidos por el hombre. Diamond dice que estas causas medioambientales se convierten en determinantes según sean cuatro factores más: los cambios climáticos, la presencia de una civilización amistosa, la presencia de una hostil, y la respuesta de los hombres ante el impacto medioambiental, si son capaces de detectarlo.

La producción en aumento de moais por cuestiones políticas acabó por causar la desforestación de la Isla de Pascua (vía)

Jared Diamond huye científicamente de tópicos y dogmatismos: las civilizaciones antiguas no fueron mejores que las actuales. Varias destrozaron su medio ambiente y por ello se quedaron sin recursos y desaparecieron. El mito del hombre primitivo en conexión ecológica con la naturaleza no existe: lo demuestran los casos de los mayas, la isla de Pascua, la isla de Pitcairn, los indios anasazi o incluso los noruegos que tras cuatrocientos años desaparecieron de Groenlandia. Su método parte de abundantes documentación y bibliografía; un conocimiento extenso del medio natural (agricultura, silvicultura); de los estudios de datación y sus resultados, que son, en ocasiones, apasionantes (el registro del hielo en el Ártico, el de los árboles usados en construcción en la Norteamérica indígena, el polen…); muy poca especulación, siempre dirigida por el sentido común y siempre bien advertida al lector. Por supuesto que hay ejemplos de sociedades primitivas muy distintas que sí supieron sobrevivir a sus propios efectos medioambientales, y que tomaron decisiones complejas, a veces inaceptables para nuestro punto de vista actual (como según qué controles de natalidad), y que han llegado felizmente a nuestros días, aunque siempre con factores enmarcados en los puntos que mencionaba más arriba. Es muy revelador, además, cómo explica la existencia de soluciones arriba-abajo y abajo-arriba que hayan sido útiles en ese camino, mostrando también la variedad de metodologías de gobernanza que debemos considerar. Diamond se centra en los colapsos como fuente de aprendizaje hacia el futuro, con el objetivo de que el planeta no se convierta en una isla de Pascua que se desforesta en una espiral de búsqueda de poder, sino más bien como un Japón capaz de regular (en el siglo XVIII) sus bosques ante su pérdida de recursos. Y aunque su objetivo sea el planeta, sus casos de estudio modernos son concretos: Australia (país sobre el que su estudio ha recibido mucha contestación), China, Montana, Ruanda/Burundi, y Haití/República Dominicana, con explicación de causas del pasado y del potencial de futuro.

En el siglo XVIII, en Japón, llegaron a identificar cada árbol de sus bosques. Claro que los japoneses empezaron a importar madera de otros países a los que llevaron a serios problemas de deforestación (vía)

Hay dos capítulos que me gustaría destacar especialmente. Uno es el dedicado a la gestión empresarial, a la que obviamente Diamond es lejano, y su demonización por defecto por los movimientos ecologistas, que rara vez elogian un comportamiento medioambiental adecuado de una compañía, sobre todo si pertenece a un sector polémico. Su explicación de las implicaciones históricas de estos sectores en la renovación de recursos, o cómo la capacidad de repercutir costes a los consumidores permite un mejor comportamiento medioambiental de la empresa, es brillante, aunque sus conclusiones sean polémicas y discutibles (y él mismo es consciente). La frase que abre este post es el resumen del pensamiento de Diamond en este punto, y no puedo sino pensar en la razón que tiene. A ello se suma su apelación a las conciencias ciudadanas como presión siempre necesaria ante gobiernos y empresas para su cambio de actitud.

El segundo capítulo a destacar tiene que ver con el hecho de que las civilizaciones que se desmoronan no tomen acciones inteligentes para evitarlo. Dado que los errores cometidos por anterioridad con la principal fuente de enseñanza para nosotros, resulta necesario destacarlos: la incapacidad física o técnica para prever o, una vez producido, detectar el problema (con conceptos como la lejanía de los responsables, la normalidad progresiva, la amnesia del paisaje), las conductas racionales pero moralmente reprensibles (el egoísmo, la tragedia de lo común, los choques de intereses, el anhelo de poder), o las irracionales (la persistencia en el error por culpa de valores culturales o religiosos, las necesidades a corto plazo, o los engaños del pensamiento colectivo), o, por supuesto, el hecho de tomar las decisiones tarde o ser éstas equivocadas.

Tikal. La civilización maya tiene varios colapsos registrados durante siglos (foto de soyignatius)

Para terminar, una discrepancia y una ausencia. La discrepancia procede de la desconfianza de Jared Diamond hacia la tecnología, a la que cree complejo esperar en busca de soluciones, ya que sus implantaciones son lentas y el planeta necesita resultados inmediatos. Me sorprende que despache el tema con cierta rapidez, como si redujera el campo a los grandes aventuras tecnológicas (quizá, por ejemplo, sustituir las energías fósiles por el hidrógeno), y renunciando a las soluciones abajo-arriba que también puede darse en ciencia.

La ausencia es la falta de mención a la economía circular, que es un concepto que nace tímidamente en los setenta y que ya es ampliamente conocido como propuesta en 2006, aunque su eclosión sea posterior, con la crisis o la labor de la Ellen MacArthur Foundation. Un camino que abre muchas posibilidades, con cambios conceptuales esenciales, y nuevas estrategias necesarias ante el desafío medioambiental.

Jared Diamond (vía)