29 de junio de 2013

Pero sigo siendo el Rey



Los germanoparlantes comprenderán el chiste malo que supone llamar a Ralf König el Rey del cómic gay (revelado en parte en la película que sobre él dirigió Rosa Von Prauheim). Pero sin duda es así, porque frente a todos los autores de cómic de temática homosexual que conozco, (varios de ellos autores más completos que König), este atesora valores que le hacen un autor más político. Y el término gay tiene ese origen, político y reivindicativo.

Konrad y Paul son los personajes principales de una historieta que König ha publicado durante años en diferentes formatos de tamaño y volumen. En este libro se recogen varias de estas historietas a modo de compilación. No existe una correlación cronológica, pero las firmas a final de página indican que estamos de 1989 a 1997. Konrad y Paul se presentan en dos páginas iniciales desde el sofá de su casa, y nos introducen a las historias que les han ocurrido en los diez años que llevan viviendo juntos. Forman una pareja abierta, con Konrad como el hombre ordenado y sensato, culto y amante de las artes, profesor de piano y de natural burgués y acomodado; y Paul como un hedonista provocador y divertido, deseoso de experiencias y con fuerte conciencia homomilitante.


El estilo de Kónig es el reconocible en su obra. Blanco y negro, personajes de grandes narices cercanos a la caricatura, con talento para la construcción de situaciones paradójicas que revelan los modos de la sociedad homosexual (urbana y occidental, claro) en el mundo actual, del que no se escapa una radiografía propia, una deshinibición sexual tanto física como literaria, y un profundo sentido del humor.

Las historietas, muchas, de Konrad y Paul ocupan normalmente 1 ó 2 páginas, y en alguna ocasión alguna más. Como conjunto no pueden ser todas brillantes (aunque este argumento es falaz, y nos da una idea de la enromidad de figuras como Watterson, Quino o Schulz), y, en algunas, se observa ya el paso del tiempo, aunque siempre pueda quedar quien aún se escandalice por el exceso de pollas o por las extravagantes fiestas de una parte del mundo gay. Yo pienso que König no es provocador sino desinhibido, su mirada es natural pero no entomológica, ya que se asombra con sus criaturas y no las analiza ni juzga, y traslada la provocación al lector que quiera verla. Parte importante de esos lectores son sin duda los gays que encuentran un reconocimiento de modelos por fin disfrutables literariamente.


Al enmarcar esta desinhibición como política me refiero a que es continuada en su obra, y a que en este caso Konrad y Paul estructuran una familia en rasgos reconocibles, diferenciadores e igualitarios, y lo narra con la alegría asociada etimológicamente a la palabra gay, un tanto al estilo de Howard Cruse o Alison Bechdel en las tiras satíricas que precedieron a sus obras serias. Que fueron unas magníficas autobiografías dramáticas, mientras que Kónig nunca hizo una obra de ese estilo, sino que siguió explorando el humor en obras maestras como Yago o Lisístrata, que hacen de él un autor de coherencia global. En El libro gordo de Konrad y Paul consigue incluso superar una terrible traducción capaz de cambiar el nombre a iconos de la cultura alemana y traducirlos cutremente por Cellen o Naranjen, en referencia a Camilo José Cela y Mónica Naranjo.

Ralf Kónig, rodeado de sus creaciones (vía)

19 de junio de 2013

El final del escritor

(reseña previamente publicada en la revista cultural Factor Crítico)


Mario Bellatín tiene un indudable talento para los títulos. No puedo sino caer en la tentación de empezar esta reseña con los títulos de las dos narraciones cortas que componen este libro: En las playas de Montauk las moscas suelen crecer más de la cuenta, y En el ropero del señor Bernard falta el traje que más detesta. Bellatín es un ya no tan joven (1960) autor de la literatura hispanoamericana, formado a caballo entre México y Perú, y que es reconocido como un autor de literatura experimental. Ya saben que esto suele querer decir difícil o críptica... En los dos relatos de Gallinas de madera esto queda claro: mientras Montauk es un relato de párrafos muy cortos –a menudo sólo una frase de una línea- que narra una experiencia literaria lisérgica, Bernard no tiene ni un punto y aparte salvo el final. Ambos hablan de literatura, o mejor, de autores literarios cuyo final interesa y afecta a Bellatín.

Bohumil Hrabal (vía)

Montauk narra una crónica del final de Bohumil Hrabal, el autor de Trenes rigurosamente vigilados y Yo serví al rey de Inglaterra (fíjense en el uso de títulos discursivos). Lo hace desde Berlín, tras haber tomado el narrador un ácido que sospecha que no le hace efecto, y mientras imagina un mundo de aves de rapiña dueñas de un esclavo que cuida los perros que les gusta atacar, y ve unas moscas que van creciendo de tamaño posadas sobre sus manos... No se sabe con exactitud si la muerte de Hrabal fue un suicidio o un accidente, pero Bellatín acaba identificándose con el escritor checo en un delirio lisérgico que, más que una experiencia hedonista, le devuelve la realidad mental de Hrabal como un espejo de su personalidad escritora, aunque sean las aves de rapiña las que acaben internadas y reciban electroshocks.

Alain Robbe-Grillet (vía)

Según las reseñas (yo no lo habría adivinado), el señor Bernard del segundo relato es Alain Robbe-Grillet, el principal miembro de la Nouveau Roman francesa; Bellatín conoció a Robbe-Grillet al final de la vida de éste, y el relato cuenta ese encuentro extraño que el narrador (el propio Bellatín) considera como ejemplo para todo tipo de decisiones. Entre esta admiración con un punto de acomplejamiento y una ironía hacia lo literario (el movimiento Nouveau Roman es bautizado como Movimiento Literario Sumamente Innovador), Bellatín desarrolla un texto en un largo párrafo que envuelve circularmente la escasa acción en un trasunto de la propia literatura minuciosamente descriptiva (y cansina) de los autores de la Nouevau Roman, mediante una mirada intelectual que se distancia demasiado de la identificación emocional con el señor Bernard, que termina su vida alejado de su propia carrera literaria.

Sí, Bellatín es un autor experimental, que fabrica imágenes potentes, y capaz de crear una atmósfera envolvente en cada relato. Es difícil juzgar hasta dónde llega la clave que los dos relatos esconden, porque están sembrados de referencias que se suman a la exigencia de una inagotable narración en círculo, que desvela todo al principio y que no tiene un claro inicio ni final. A un lector convencional le molestarán la narración entrecortada y aforística de Montauk, y la continuada y agotadora de Bernard, ambas lejanamente relacionadas con la obra de los dos escritores en que Bellatín se mira al afrontar su madurez. Pero hay un interesante punto perturbador en este díptico, dado por el homenaje literario, la identificación con personajes moribundos, y la fisicidad de alucinaciones y descripciones, que es independiente de la excusa literaria. No obstante, también es apreciable que las narraciones sean breves, lo suficiente al menos para no vaciar definitivamente al lector, y no acabar pensando en cómo un intelecto privilegiado se impone a cualquier atisbo de ternura.

Mario Bellatín (vía)





8 de junio de 2013

Un viento de mar


Ardalén es el nombre de un viento ficticio que sopla del mar hacia la tierra y es capaz de llevar su olor hasta varios kilómetros tierra adentro. La historia de Ardalén tiene mucho que ver con esta confusión de elementos: una mujer cuarentona, Sabela, llega a un pequeño pueblo del interior de Galicia donde busca noticias sobre su abuelo, inmigrante desaparecido hace años en Sudamérica. Habla con un anciano, Félix, al que llaman El Náufrago, aunque en realidad nunca embarcó. Sin embargo, en su cabeza confundida se acumulan recuerdos de viajes, aventuras por los mares del mundo y naufragios, que poco a poco van resultando verdaderos, como si Félix fuera depositario de memorias y recuerdos de otros hombres.


Un dibujo muy pictórico y las visiones que Félix sufre nos acercan a las historias mágicas de un pasado no vivido. Félix tiene visiones y recibe visitas, siempre personajes del pasado que el lector, o el personaje principal con que se identifica, Sabela, debe ordenar. Miguelanxo Prado,  no obstante, nunca abandona la realidad de los personajes e historias, ni olvida el infierno grande que son los pueblos pequeños.


El dibujo se interrumpe con textos y documentos (artículos científicos, testamentos, informes diplomáticos, o pasajes de barco a La Habana) que cortan el disfrute visual máximo que supone el libro, pero certifican la realidad de la memoria, cuya validez es el punto crucial de la historia, y economizan lo más prosaico del relato, y ello ayuda a subrayar lo más poético. Prado es un autor experimentado que se decanta por el mundo mágico de la nebulosa de recuerdos, en perjuicio de la cotidianeidad triste de un villorrio lleno de rencillas, una realidad que al final resulta incluso innecesaria para la vida. Mantiene su habilidad en el retrato físico y psicológico y en la descripción de costumbres, y maneja encuadre y relación entre interiores y exteriores en una narración visual desbordante, nostálgica de una aventura ahora imposible, y de un mundo mejor.