28 de diciembre de 2012

El artista en su gloria



Es obvio que me he enganchado con Jean Echenoz, y, contradiciendo mis propias reglas como lector, he leído tres libros del mismo autor en apenas tres meses. Ravel es el primer libro de una trilogía de biografías que se completa con Correr  (sobre la vida de Emil Zatopek), y Relámpagos (sobre la de Nikola Tesla), y comparte sus mismos rasgos estilísticos, aunque no me ha entusiasmado como ellas.

¿Puede haber una técnica más depurada en Correr o en Relámpagos que en Ravel? Lo dudo, dado que Echenoz es escritor experimentado y que en verdad no existen diferencias significativas: el acercamiento a la intimidad mediante la sencillez es igual, el tratamiento del anecdotario que jalona la vida del personaje público en cuestión como contrapunto de la cotidianeidad rutinaria que vive es similar, el libro también es corto y avanza con rapidez en un lúcido resumen biográfico, y tal vez sólo se distingue por cubrir diez años de la vida de Maurice Ravel en lugar de las casi completas de Zatopek o Tesla.

Maurice Ravel (vía)

Creo que me falla el entusiasmo porque no he empatizado con el personaje autor del famosísimo Bolero, con cuya partida en barco a EE.UU. en 1927 para realizar una lucrativa gira diez años antes de su muerte comienza la narración. Ravel ya es mayor y tiene problemas de salud que empiezan a afectarle, pero en su caso el éxito es real y completo, no vigilado como en Zatopek, o fugaz como en Tesla, lo es además desde el inicio de la novela, y el comportamiento estrafalario del músico parece más bien una impostura que una respuesta o una condición debida al mundo exterior a veces hostil, o a un convencimiento interior moral. Aunque sin duda no vence a Tesla en extravagancia (tampoco en riqueza del anecdotario). También es cierto que si bien los tres libros son cortos, Ravel es el más breve de ellos, y que se centra en una figura cultural mítica del país del autor, y eso puede encorsetar más al escritor porque probablemente su lector natural (un francés) tiene una imagen más nítida en mente de Ravel.

No por ello es un libro mediocre, claro, pero posiblemente pedía un tono algo distinto, aunque sin el contraste de Correr y Relámpagos no lo vería tan claro. El acierto al escoger el personaje y adecuarlo al tono es, en este caso, crucial.

Jean Echenoz (vía)



18 de diciembre de 2012

Violencia



La personalidad de Slavoj Zizek es arrolladora, y sus obras son un fiel reflejo de ello. En Violencia, publicado en 2008, recoge seis ensayos distintos en los que da su visión sobre el origen y tipos de violencia. La razón de su reflexión, el inicio, son los conflictos en la banlieue de París en 2005, que pretende explicar y encuadrar en el mundo actual. Pero en su objeto de estudio están también los ataques terroristas, el caos en Nueva Orleans tras el Katrina, o, por supuesto, el conflicto palestino-israelí. Zizek no sólo analiza la violencia física, este tipo de ataques que recogen los medios a la vez que nos anestesian para que no actuemos contra sus causas, sino la violencia sistémica que el mantenimiento del statu quo mundial, nacional u organizacional impone.

París, octubre de 2005 (vía)

Leer a Zizek es dinámico y entretenido. Además de tener una potente base argumental en su erudición y cultura, trabajadas con gran poder de interpretación, es provocador por naturaleza, y combina con desparpajo pero tino desde el pensamiento de filósofos y psicoanalistas al análisis, como crítico cultural que es, de películas de cine. En Violencia encuentran acomodo las éticas de Kant y las metodologías de Nietzsche, Descartes, Heidegger, Hume y Smith, y las dialécticas de Hegel y Marx. Pensadores actuales como Huntington, Fukuyama, Habermas, Sloterdijk, o Glucksmann. También Freud y su admirado Lacan. Pero la densidad que esta alta cultura puede suponer se refleja en una prosa limpia y seguible, y se alterna con la exégesis de momentos clave de Algunos hombres buenos, El bosque, Dogville, Psicosis, El fugitivo o Hijos de los hombres. La literatura tiene menos presencia, apenas hay un pertinente comentario a Houllebecq.

Con lo potente y convincente que es, el poder de provocación de Zizek a veces pierde el argumentario, y tal vez debería rebajarlo. Algunas tesis más bien laterales (que la Iglesia como institución lleva a la pederastia, y por lo tanto un pederasta nunca traiciona a la Iglesia; que los activistas contra la pena de muerte se arrogan el derecho de gracia con la misma perversión que sus promotores el derecho de matar) requerirían mucho más trabajo que un párrafo, y parecen estar ahí para epatar. Por momentos, Zizek, que explica excelentemente la violencia del mundo hegemónico occidental –su análisis respecto al fundamentalismo religioso y el conflicto de Medio Oriente (guerra de Irak incluida) es brillante- se acerca claramente a posiciones revolucionarias, y acaba con un capítulo dedicado a lo que llama (cortesía de Walter Benjamin) violencia divina, donde se explica su papel en el progreso que nace del cambio social, la imposibilidad de sus agentes de conocer en profundidad la trascendencia de su violencia (siempre la creerán de origen divino), y donde se resalta la violencia de no actuar. Aunque se olvida, creo yo, del análisis del papel de las víctimas, cuya reducción en el estudio no considera su trascendencia (de hecho es la –tópica- parte menos sólida del análisis del conflicto israelí), que queda sin encajar dentro del hay que endurecerse sin perder la ternura del Che Guevara o el Love without cruelty is powerless; cruelty without love is blind, de Kant, Kierkegaard y… Robespierre. ¿Cómo se establece la línea entre amor y crueldad? Sé que no es argumento para parar el cambio, pero ¿quién sabe si ese cambio es el adecuado?

Londres, agosto de 2011 (vía)

Violencia es muy interesante, lúcido, y polémico. Puede no estarse de acuerdo, puede echarse en falta una historia de las consecuencias de las violencias (aunque iría en contra de la generalización que necesita el estudio); y puede acusársele de occidentalismo, desde luego. Pero está maravillosamente escrito y razonado. Es cierto que al lector habitual de Zizek le sonarán demasiado varios de los argumentos y ejemplos, porque yo mismo se los he leído en otros libros o visto en videos (el autor recicla, no lo duden). Zizek conoce el mundo en que se mueve y le ofrece una pieza de pensamiento profundo envuelto en el caramelo de la actualidad y la cultura pop, y supongo que así ha conseguido publicar más de cuarenta libros.

Foto Slavoj Zizek (vía)



8 de diciembre de 2012

El gran Bellow



Leyendo El legado de Humboldt, la novela con que Saul Bellow ganó el Premio Pulitzer en 1976, unos meses antes de que le concedieran el Premio Nobel, he tenido varias veces presente la famosa afirmación de Truman Capote en el prefacio de Música para camaleones: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero es sutil, pero brutal. No escojo Capote por casualidad. Bellow y él compartían la fascinación por la acción y por el concepto norteamericano del éxito. También eran bajitos, pero establecer una conexión entre estos puntos ya entra en lo burdamente psicoanalítico.

Lo de Bellow en esta novela es, en efecto, arte verdadero, por tontorrona que suene la expresión. Un torrente de creatividad, cultura, influencias y referencias tamizado por unos imponentes estructura y diseño de personajes, que por momentos es un relato arrollador, profundo en el tema y ligero en la forma, anticipador visionario de tramas y personajes/situaciones, divertido, lúcido e inteligente. El personaje principal del libro es Charles Citrine, dramaturgo de éxito, ganador del Pulitzer, cuyo amigo y mentor el poeta Von Humboldt Fleischer ha muerto recientemente sin que ambos solucionaran la enemistad que Humboldt desarrolló ante el éxito de Citrine. Éste está sufriendo un divorcio más satírico que doloroso en el que su mujer y sus propios abogados parecen confabulados para arruinarle, se ha relacionado con el gángster Rinaldo Cantabile –que le amenaza y le extorsiona por una deuda de juego-, y su nueva novia, la exuberante Renata, le presiona para que se case con ella. Por si fuera poco, su editor le engaña con el proyecto de una revista artística, y su contable y amigos le enredan en problemas aún mayores. Y mientras, Citrine vive en su mundo de pensamientos literarios inútiles, donde todo se explica mediante sucesos de novelas o poesías de los clásicos, o bien divaga sobre las delirantes enseñanzas antroposóficas de sus amigos. Nadie le entiende cuando sufre estos episodios, y busca entonces explicaciones grandilocuentes a problemas miserables de la vida. El caos instalado en su vida es proyección del de su pensamiento, y viceversa. ¿Qué contendrá el testamento de su ex-amigo para él?

Chicago (vía)

Bellow ambienta la novela en Chicago (con un sorprendente final de guiño quijotesco en el Madrid tardofranquista), a la que presenta con una psicología de ciudad de provincias hija de una Nueva York menor. La incapacidad de la ciudad para alcanzar la cumbre impregna la de los personajes principales. Humbold y Citrine, una pareja de escritores que se miran uno al otro de continuo, son incapaces de realizar una obra respetable artísticamente que además resulte un éxito. Si éste aparece, es consecuencia de sus trabajaos más vulgares, simples divertimentos que ellos mismos desprecian, aunque paguen las facturas y los inmensos gastos de la cohorte de depredadores que se instalan alrededor de Citrine. Cantabile o Renata no son tampoco lejanos a esta insatisfacción vital entre contrarios personales que la ciudad como contexto no consigue satisfacer, y a la que culpan de su fracaso.

Bellow relata con una agilidad permanente pasmosa, con frases precisas y seguras que despliegan referencias, recuerdos y avances de la narración de continuo, y que confieren un ritmo imparable al libro. La condición literaria del protagonista permite adornar su discurso de innumerables apuntes sobre la condición humana, el sentido del arte, y la ironía de la existencia, mientras éste vive una hilarante farsa personal, económica y profesional, en un juego de madurez y sabiduría por momentos asombroso, en el que no hay que olvidar una excelente construcción casi matemática que requeriría una segunda lectura. El legado de Humboldt destila pesimismo sobre la escasa capacidad del arte (o del escritor) para explicar el mundo, aunque Citrine exprese que ese era el mensaje de Humboldt. Debe afirmar una vez más con todo el convencimiento que el arte expresa los poderes internos de la naturaleza. O precisamente por eso, porque esos poderes se expresan mediante la farsa total en una historia donde los personajes, serios aspirantes al éxito profesional, se apellidan Citrine, Cantabile, Thaxter, Pinsker, Szathmar, Tomchek o Swiebel.

Había leído previamente dos novelas pequeñas de Saul Bellow, Seize the Day y Ravelstein, y no me habían satisfecho. Las leí en inglés, cosa que con El legado de Humboldt habría sido imposible dado su complejo nivel referencial también en lo lingüístico. Con ésta me hago fan de Bellow y procuraré seguir otras novelas mayores suyas. Seguiremos informando.

Saul Bellow (vía)



28 de noviembre de 2012

Luz que brilla con el doble de intensidad (y un par de apuntes sobre innovación y liderazgo)



Es sabido que todo el mundo piensa, siempre, la misma cosa en el mismo instante. En cualquier caso, siempre hay al menos una persona que tiene la misma idea que uno. Pero siempre hay uno también que, con la misma idea que los demás, se muestra más paciente, más metódico, o es más afortunado, más sagaz, menos disperso que Gregor, para dedicarse exclusivamente a ella y anticiparse a todo el mundo realizándola. Y ése es el primero que da su nombre a su idea. El que la introduce en el mercado, el que comercia con ella y el que cobra. En ocasiones puede que ello tan sólo responda a un nombre. Pongamos el cine, por ejemplo. Lo inventó un montón de gente al mismo tiempo pero entre ese montón de gente estaban dos hermanos llamados Lumière. Todo depende de muy poca cosa, verdad, basta una menudencia: cabe imagina que con semejante nombre no es raro que fueran ellos los que se llevaron el gato al agua.

Tal sucederá con Gregor: los demás se apoderarán discretamente de sus ideas, mientras que él se pasará la vida en ebullición. Pero no se reduce todo a hacer hervir, después es preciso decantar, filtrar, secar, triturar, moler y analizar. Cuenta, pesa, separa. Gregor nunca tiene tiempo para dedicarse a todo eso.

No sé bien por qué Echenoz narra la increíble vida de Nikola Tesla ficcionando su nombre (un tal Gregor es su protagonista) pero manteniendo el realismo de su época, sus inventos, o los personajes conocidos con que se cruzó (Edison, Westinghose, J.P. Morgan). En Relámpagos, Gregor es un inventor visionario y excéntrico, un niño prodigio de las Matemáticas y la Ciencia, que viaja joven a EE.UU. donde empieza a trabajar  con Edison, quien no quiere adoptar la propuesta de Gregor de sustituir la peligrosa corriente continua de su invención por la corriente alterna, que finalmente se impondrá gracias a que Gregor comienza a trabajar con George Westinghouse. Sin embargo, Gregor nunca se preocupó de asegurar su talento, mediante patentes bien protegidas o el cumplimiento de los tratos y contratos con magnates diversos que sacaron mucho beneficio de sus logros a cambio de muy poco. Bueno, a cambio de pelearse con un hombre solitario hasta la misantropía, célibe, asocial, maniático, neurótico, y tan visionario como gastador.

En cuanto pudo, Tesla siempre trabajó para su propia compañía (vía)

Echenoz narra años y décadas con celeridad y precisión pero sin sensación de atropello. Consigue una visión íntima del personaje, comprensiva e interesante a pesar de que los últimos años de la vida de Gregor tienen para el autor poco que raspar (aunque no sea del todo cierto). Aprovecha además un buen anecdotario, desde la invención de la silla eléctrica a causa de una feroz competencia empresarial hasta el paso por pubs del narigudo banquero J.P. Morgan, sin olvidar las polémicas de la invención de la radio o el radar, o los momentos visionarios que ahora, desde nuestra tecnología superior, se nos muestran reconocidamente pop como la comunicación con los marcianos que Gregor tuvo entre sus proyectos. Apuntes breves e imbricados, narrados en frases cortas de lenguaje sencillo, que intiman con la experiencia personal de Gregor y la imagen exterior del personaje.

El Tannenbaum’s Oyster está lleno de gente, de humo, de ruidos, de voces, de música mecánica y de vasos en colisión a la hora punta, mas todo se paraliza cuando aparece el millonario de todos conocido ya que le precede su nariz legendaria, luminosa y voluminosa, así como un vehículo con faro giratorio que anuncia un convoy excepcional. En medio del respetuoso silencio que reina de inmediato, John Pierpont Morgan se acerca pesadamente a la barra pidiendo dos cervezas con voz de ogro, y el barman obedece a toda velocidad temblando ligeramente. Acto seguido, mirando en derredor a la clientela paralizada que hace corro en torno a él, cada cual sosteniendo respetuosamente el sombrero apoyado con las dos manos en el pecho, el financiero decide crear un poco de ambiente. Cuando Morgan bebe –vocifera- todo el mundo bebe.

Ovación: encantados con la perspectiva, todos los parroquianos se apresuran a pedir por lo menos una cerveza y se reanudan las conversaciones con las jarras entrechocadas, la música y todo el resto hasta que John Pierpont Morgan, apurando raudo su jarra, estampa en la barra una moneda de diez centavos cuyo impacto, de súbito, acalla el tumulto. Todo se vuelve de nuevo en silencio hacia él, que proyecta sobre la gente una mirada circular antes de vociferar otra vez. Cuando Morgan paga –se desgañita-, todo el mundo paga. Seguido de Gregor, se encamina hacia la puerta a paso rápido, los aterrados clientes se hurgan los bolsillos, la construcción de la torre puede comenzar.

(ps. Mi amigo Roberto Bartual leyó el libro y lo odió convenientemente. Escribió una crítica en Factor Crítico y mantuvimos una interesante discusión al respecto).

Jean Echenoz (vía)



18 de noviembre de 2012

Apocalipsis en Somontano



No soy, y este blog lo demuestra, lector de género, y como tal pueden faltarme referentes al comentar Fin, de David Monteagudo, primera novela de este autor español, publicada en una editorial, Acantilado, no dedicada en principio al terror, ciencia ficción o fantasías distópicas en las que podría inscribirse la apocalíptica historia de Fin. Me tienta escribir que las historias sobre el fin del mundo no son frecuentes en la narración española, sea literaria o cinematográfica, pero respecto a la primera no puedo hablar mucho, y mi duda es saber por qué Fin se publica en una colección dedicada a la narrativa general. Lo triste por mi parte habría sido que en caso contrario no la habría leído, aunque es cierto que llegué a ella por la recomendación entusiasta del excelente lector que esIsmael Alonso.

Fin cuenta la historia de una cuadrilla de amigos de juventud que se reúnen 25 años después en un refugio en que solían hacer fiestas durante el verano. Eran ocho amigos, pero el grupo se dispersó porque siete de ellos gastaron una broma de cierto peso al octavo amigo, que era el rarito del grupo y el único que no llega a tiempo al reencuentro. Dos de ellos vienen con su pareja, por lo que son nueve personas las que finalmente están reunidas cuando de madrugada se produce un apagón extraño que afecta incluso a aparatos eléctricos no conectados a la red: móviles, linternas, coches… A la mañana se impone salir del refugio y saber qué ha pasado, y por ello buscan casas y pueblos, pero no encuentran a nadie, sólo animales. Y, en momentos de distracción, sucede que…

El lema publicitario de la película basada en el libro, que dirigida por Jorge Torregrossa e interpretada por Maribel Verdú y Andrés Velenco se estrena enseguida, es demasiado explícito.

Sin necesidad de contar más, sí encuentro referentes en otros autores extranjeros: en Cormac McCarthy, en el cine de terror de los ochenta, incluso en el Diez Negritos de Agatha Christie. Monteagudo aporta un ambiente muy reconocible, el de los cuarentones españoles de 2006 ó 2007, que repasan y comparan su éxito vital, económico y emocional, pero se descubren en un vacío material (el que proporciona inflexiblemente la falta de energía) reflejo del de sus vidas y en el que la posibilidad de lo social se desmorona, y, con ello, la civilización. La novela se divide en capítulos titulados con el nombre del protagonista inicial de los mismos, proponiendo un curioso esquema teatral para un tema que la mayoría de los lectores conoce por el cine. Además, es una novela muy dialogada, en la que las conversaciones crean en gran parte los clímax y la inquietud reinante, pero en la que encuentro mucha precisión muy disfrutable en las descripciones que Monteagudo realiza del paisaje y situaciones que los personajes encuentran, porque observo una voz más bien urbana, clara y segura, en un ambiente rural y desconocido, que contribuye bien al desamparo (que se antoja merecido) de los personajes y al tono desazonador y metafórico de la novela.

Reconozco no obstante que, por momentos, me ha agotado el ritmo implacable de la novela. Su excelente capacidad de evocar visualmente los hechos descritos induce a un exceso de cumbres dramáticas a las que como lector no estoy acostumbrado, o que puedo no disfrutar al ser un lector que no me pliego demasiado a los rigores de la intriga excesiva. Una sensación similar tengo con algunos de los diálogos, que en algunas escenas en que los protagonistas recuerdan sus trapos sucios me resultan un poco forzados.

Pero, por supuesto, no se la pierdan…

David Monteagudo (vía)










9 de noviembre de 2012

Últimos días con Lorenzo




Más de treinta años después de traer de vuelta a España a suemigrante Lorenzo, Delibes escribió el Diario de un jubilado, que cerraba la trilogía biográfica, y que, publicado en 1995, se inscribe entre las novelas de madurez que Delibes escribió sobre la tercera edad (como Señora de rojo sobre fondo gris, 1991, o Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso, 1983). Tal vez en este contexto podemos entender el interés de Delibes por repasar y finiquitar a su criatura, que le ofrecía la posibilidad de dar una visión metodológicamente cercana de los dos anteriores diarios (Lorenzo y su vida como reflejo del entorno, que en última instancia era el país), y de narrar sus obsesiones del momento.

Creo que es la primera vez que veo escrito en una novela el término sursuncorda , y hacía mucho que estos ojos no veían bóbilis, bóbilis escrito en un libro. Son el ejemplo simple de que Delibes escribe no sólo con la debida libertad, sino con la (que llamé en las anterioresentradas sobre sus diarios) recuperación de un lenguaje castellano olvidado, el de la Castilla La Vieja tan rural y pobre en dineros como rica en palabras. Lorenzo sigue expresándose igual, y Delibes lo recoge con la maestría de la complicada simplicidad que se extiende a toda su obra.


Lorenzo ha decidido jubilarse anticipadamente, y para combatir el tedio y ganar un dinerillo extra, entra al servicio de un viejo poeta de la ciudad al que ayuda a dar sus paseos matinales. Se reúne con algunos antiguos compadres, observa los tiempos (su hijo derrochador, su hija liberada, su mujer enganchada al bingo y a los concursos de la tele) y acaba involucrado en un episodio oscuro de extorsión y prostitución.  La mirada de Delibes presenta desazón ante los tiempos, que tanto su personaje como él mismo ven cambiados, aunque queden vestigios de un pasado anterior, como muestra el anacrónico personaje del anciano poeta. En esta peculiar relación se encuentran los mejores momentos del diario, en su descripción sensorial de los impedimentos y anhelos de un poeta reprimido que vive en un mundo marchito del que no quiere desgajarse por nada. Suena testamentario, claro.

Delibes cierra con un ciclo su trilogía, pues los finales del primer y tercer diarios son formalmente muy similares en su desarrollo, y en su abrupta llegada. Una llegada que indica que el diario podría seguir aunque ya nunca lo haría, o que la vida, a pesar de los cambios exteriores, tiene ciclos que siempre cumple y ante los que el hombre debe ceder su voluntad. Un pensamiento que se antoja coherente con la mirada a la naturaleza que siempre rindió Miguel Delibes.

Miguel Delibes (vía)

28 de octubre de 2012

¡En verdad que es ésta una hermosa región!



Si ustedes hacen la prueba y buscan qué entradas proporcionael término Heathcliff, se encontrarán con que la persona que más entradas merece es en realidad un personaje de ficción, el señor Heathcliff que, sin apellido conocido, reina en todas las páginas de Cumbres Borrascosas, y que fuera encarnado por Laurence Olivier en su día, hace unos años por Ralph Fiennes, y en 2011 por el muy polémico James Howson

Laurence Olivier (vía) como Heathcliff en el clásico de William Wyler.

Hace 5 años, la editorial Artemisa publicó esta nueva edición de Cumbres Borrascosas, con ilustraciones de Balthus para algunos de los capítulos iniciales y una nueva traducción y notas clarividentes e interesantísimas. Y puedo decir que el resultado es deslumbrante y sorprendente. No hablo tanto del tema, centrado en un romanticismo enloquecido y arrebatado (más que arrebatador a estas alturas), sino de la estructura, de la capacidad narrativa y riqueza en el punto de vista, y del implacable ritmo de la historia.


En el verano de 2011 un viaje de placer a Inglaterra me llevó a Yorkshire, tanto a Sheffield como a York. Aunque sé que es tierra dechanzas en su propio país no cabe duda de que es imaginable el carácter agreste de la tierra a la vista de su paisaje y clima. Nos planteamos llegar a Haworth, la casa de las hermanas Brontë, pero no pudimos, y nos quedamos así sin ver lo que esperábamos que sin duda nos recordara las tierras y corazones arrasados de Cumbres Borrascosas, la casa austera de los Earnshaw, donde el señor Earnshaw tuvo a sus hijos Hindle y Catherine, y adoptó a Heathcliff; donde Catherine y Heathcliff se enamoraron sin remedio, pero acabaron casándose con Edgar e Isabella Linton respectivamente, los hermanos vecinos de la granja más cercana, en una cadena de despechos, rencillas de clase y educación, venganza, derechos de herencia e hijos casaderos.

A mí sin embargo me interesa mucho más cómo se narra todo esto: la criada Ellen Dean, que lo ha sido tanto de Cumbres Borrascosas como de la granja vecina, cuenta a un nuevo hospedado cómo se desarrollaron todos estos acontecimientos, y le dibuja el terrible perfil del personaje de Heathcliff. Adopta para ello un punto de vista de narrador participante en la trama, que ha vivido y sufrido la misma, y que tiene interés en lo narrado. Para narrar aquellos episodios que no conoce, Ellen utiliza otros narradores que le contaron lo sucedido, y les da voz propia, o cartas que le enviaron. La narración se nutre de flashbacks (uno principal enorme, que viene a ser el cuerpo de la novela) y de intereses encontrados, que Emily Brontë usa para generar interés en llegar a conocer la situación actual de Cumbres Borrascosas.

Las notas hacen un sutil subrayado de las inspiraciones bíblicas y shakespearianas que alientan el texto. Pero el talentoso ritmo dramático de Brontë es propio y pionero: pasa por diversos delirios del romanticismo (amores imposibles, partos desgraciados, delirantes enfermedades por amor), crea clímax dramáticos usando elipsis y ambientación de terror ante la presencia e incluso la ausencia de Heatchcliff, y relaciona de manera envolvente una naturaleza ruda y severa, que exige una rutina laboral cotidiana exigente, con el carácter iluminado y desgraciado de sus personajes, manteniendo parcialmente el misterio y desvelándolo con elegancia. ¿Previsible? Tal vez, pero al contarnos el final desde el principio eso es algo que la narradora buscaba. Es, en fin, un texto excelente, cuyos 160 años de edad no se notan nada.

Emily Brontë (vía) ha superado la fama de sus hermanas escritoras gracias a Cumbres Borrascosas, aunque en su día Jane Eyre (de Charlotte Brontë) fuera más apreciada.














18 de octubre de 2012

Blutch x 3



Había acumulado con los años tres cómics de Blutch, un autor francés que el señor Ausente había recomendado con fervor en su blog, y rara vez deben despreciarse los consejos preferidos de este excelente experto en cultura popular. Los tres cómics en concreto son Péplum (1997), Velocidad moderna (2002), y El pequeño Christian (1998-2008). Leídos en apenas tres semanas, intercalando entre ellos dos novelas cortas, y en un mes de junio que me resultó bastante convulso, Blutch se me ha revelado como un autor polifacético en intereses, versátil en técnica, profundo en intenciones, interesantísimo en general.

Péplum, adaptación del Satiricón de Petronio, es la historia de un arribista que haciéndose pasar por hermano de un senador romano consigue tras múltiples avatares que le llevan por el imperio, convertirse en senador él mismo. Su devenir por la Roma imperial se desdobla entre lo mágico, lo soñado y lo real: viaja con el sarcófago de hielo en que reposa una escultura/mujer congelada, es protegido por un efebo irresistible para los poderosos, es atacado sexualmente por un grupo de mujeres mancas… Es inevitable que la llamada visual a lo (que a nosotros nos resulta) onírico para explicar la psique del imperio recuerden muy cercanamente al Satyricon de Federico Fellini; conceptualmente, creo útil para entender estos comportamientos desde nuestra racionalidad postfreudiana la lectura del ensayo El sexo y el espanto, de Pascal Quignard. Aunque en este libro no hay la posibilidad de disfrutar del blanco y negro del dibujo prácticamente expresionista de Péplum, de trazo firme que a veces se desquicia al representar el extraño espanto de muchas de sus escenas.


Velocidad moderna tiene otros referentes. Narra la historia de una bailarina, Lola, resuelta mujer pretendida por todos los que la rodean, comienza de manera realista con la proposición de una vecina que le propone convertirse en protagonista de su novela tras verla ensayar desde la ventana de su casa. A partir de ahí, el surrealismo se apodera de la función. Las calles de París se vacían, las dos mujeres son acosadas por un ejército de encapuchados, la casa de la escritora se conecta con la academia de baile de Lola y la casa del padre de la protagonista, donde esta descubre que su padre tiene una esclava sexual y que va a fiestas vestido de ropa interior femenina. Todos acaban en una fiesta en el otro lado de la ciudad a la que hay que acudir en barca porque París se ha inundado y… bueno, así explicado, de repente, parece que no hay tanto diferencia entre los embates que mueven al protagonista de Péplum y a la buena de Lola, aunque en Péplum lo mágico se funde y explica la realidad tamizada por la pátina de una antigüedad que no sabemos aprehender totalmente, mientras que el surrealismo de Velocidad moderna parece más bien una condena psicoanalítica de la modernidad, no lejana a Buñuel o a su discípulo Lynch, del que el cómic parece tomar la paleta de colores y un diseño de interiores pastel sórdidos. La impresión es la de cierto desespero en la búsqueda de un relato coherente, no sé si en la vida urbana actual, o, más universalmente, de la humanidad, sólo capaz de tener instantes lúcidos de una duración escasa en un conjunto existencial absurdo.


El pequeño Christian, sin embargo, es un cómic biográfico, o que podemos enmarcar en ese subgénero. Pero no es una novela gráfica, sino que son pequeñas historias basadas en la infancia de Blutch (de nombre verdadero Christian Hincker) en las que el autor nos descubre cómo la cultura popular impregnó su conocimiento del mundo durante su infancia. Su fascinación obsesiva por el cómic o el cine le hace utilizarlos para explicar su cotidianeidad infantil y preadolescente, con conciencia autoral de saber que expresa los resortes por los que se convirtió en autor de cómic. Todo ello sin desdeñar un fresco de imaginación infantil que muestra las relaciones con familiares, amigos y niños desde una perspectiva consciente pero desinhibidamente pop que hará disfrutar a cualquiera que recuerde una niñez en que tebeos y películas no encajaban con la realidad. ¿Referentes de nuevo? Pues… aunque los niños protagonistas no sean de la misma edad ni entorno, es difícil no pensar en Calvin y Hobbes, la brillante obra de Bill Watterson, aunque éste use el formato de tira gráfica y aunque la imaginación de Calvin sea directa y no proceda, como en El pequeño Christian, de fuentes culturales.

Blutch es el apodo de Christian Hincker (vía)

















8 de octubre de 2012

La disolución de los venenos


Pensó también en los pechos de Elisheva, que eran, quizá, los más hermosos que había visto en su vida, y en que las pocas ocasiones en que se los había visto se le había llegado a cortar la respiración, e incluso recordó que en una ocasión le había dicho a un confuso Mija que aquellos pechos serían la salvación de Shaul, porque si mamaba de ellos quizá se diluyeran los venenos que llevaba dentro.


Delirio, de Daniel Grossman, está lleno de momentos de esta fuerza orgánica, biológica. El tópico sobre Israel me hace atribuirlo a la obsesión por las raíces, la raza y la tierra que se les supone a los israelíes, algo que tan bien dibujaba Steven Spielberg en Múnich. Pero no puedo afirmarlo del todo. Esta novela obsesiva que cuenta el relato probablemente imaginario de un marido celoso sobre la prolongada aventura amorosa de su mujer con otro hombre es el primer libro que leo de David Grossman, novelista israelí, activo pacifista cuyo hijo murió en acción en el ejército y no por ello cambió sus convicciones. No recuerdo ahora mismo lecturas de otros autores de Israel.

En la narración de Delirio una mujer conduce hacia un destino desconocido a su cuñado Shaul, que va en el asiento de atrás con una pierna escayolada y que le va contando como su mujer lleva años viéndose una hora al día con otro hombre; le describe su vida, sus motivaciones y el dolor que todo ello le causa. Sin embargo, nunca ha hablado con su mujer del tema, nunca le ha seguido y apenas ha visto al otro hombre, un cliente de su mujer, una única vez. ¿Cómo sabe, entonces, todo eso? Parece que nos enteraremos, puesto que se dirigen al lugar donde su mujer se ha ido cuatro días de vacaciones, a descansar, en teoría completamente sola.

Más allá de las imágenes simples (el hombre escayolado que es en realidad un paralítico emocional) o las políticas que en cierto modo perseguirían a todo autor israelí (la necesidad de Shaul de tener un enemigo para seguir existiendo, el veneno interior por los horrores vividos y cometidos), Delirio es un ejercicio de creación e imaginación cedidos al poder destructivo pero fascinante y fabulador de los celos. Los celos delirantes de Shaul construyen un relato de doscientas páginas, son capaces de imaginar una vida, unas emociones e incluso un destino, en un turbulento martirio de amor que también arrastra a la cuñada chófer. En Delirio una novela consciente, la novela con que en realidad cada uno construye su propia verdad, se manifiesta dentro de la novela en sí. El ejercicio de comparación es inquietante, pues parece indicar que la invención que nos destruye interiormente es la más sólida creación que conseguimos hacer.

En Delirio sólo me chirrían un poco los momentos oníricos en que Shaul, adormecido, parece complementar su relato despierto con un componente subconsciente cuyo sentido entiendo, pero que creo irrelevante y que aporta poco al especial valor que tiene esta novela intensa, creativa y turbadora.

David Grossman (vía)


28 de septiembre de 2012

Adelante el camarada



Parece que el escritor francés Jean Echenoz escribe mucho sobre personajes reales. Sus tres últimas novelas se centran en Maurice Ravel, Emil Zátopek y Nikola Tesla. El de Zátopek, titulado escuetamente Correr, es el primer libro que leo de este autor.

Emil Zátopek fue un corredor de medio fondo checoslovaco que a finales de los años 40 del siglo pasado sorprendió a todo el mundo batiendo los récords de todas las distancias largas del atletismo, ganando medallas olímpicas y carreras allí por donde pasaba, siempre con un estilo heterodoxo (la portada del libro es clara al respecto), pero con resultados inapelables. Lo hizo bajo la atenta mirada del régimen comunista, para el que su aparición fue sin duda milagrosa, un prodigio de la naturaleza cuya llegada a la alta competición, sin conocer estrategias de carrera ni métodos de entrenamiento, fue casual y resultado de un esfuerzo individual, autodidacta y prácticamente sin recursos, años antes de la inversión de los regímenes comunistas en el deporte de alta competición. El recuerdo mítico de Zátopek persiste en los aficionados al atletismo a pesar del tiempo transcurrido.

Zátopek besa a su mujer, también atleta y campeona olímica (vía)

Echenoz retrata a un hombre sencillo, competitivo y poco endiosado. El libro avanza en capítulos cortos, en frases rápidas, centelleantes, que cubren desde la invasión alemana de Checoslovaquia hasta la caída de Dubček en 1968. La tentación es decir que estas tres décadas suceden tan rápido como la propia ejecución atlética del mismo Zátopek, y así lo dicen algunas reseñas. Imagino que con Ravel todo será fluir musical y con Tesla relámpagos y centellas…

No hay complejidad psicológica en Correr, sino más bien una descripción naturalista de sentimientos comunes. Zátopek puede haber sido una persona sencilla con un talento descomunal, que más o menos aceptó las cosas de la vida como le sucedieron, y el relato de su vida encuentra un interés no trágico -para él- pero sí irónico en haber sido controlado por un estado comunista opresor. El tema de este libro es la inalterable voluntad de un hombre enfrentado a las condiciones absurdas que se le imponen para practicar su inocua pasión como si el mecanismo más noble para la libertad fuera la pureza de sentimientos. En la sencilla precisión del lenguaje –sin epítetos, sin metáforas, con diálogos y palabras escogidamente rutinarias- se consigue un reflejo impecable del protagonista. Desconozco si se ajusta completamente a la realidad, si el autor se desliza por el camino de la hagiografía, pero como trabajo literario es emocionante y certero, y no se para en describir una mítica deportiva absurda.

Jean Echenoz (vía)

(Con este post se cumplen 100 banquetes entregados a los lectores de este blog. Gracias a todos los que leen, a los que además comentan, y a los que han leído algún libro gracias a una recomendación aquí recogida)

18 de septiembre de 2012

El hombre sin atributos



Siempre me había parecido enigmática la portada de esta novela, con la foto de este niño vestido con ropas de hace cien años y ese pelo rubio alborotado que le invade la frente, su mirada decidida, y el fondo en sepia, una campa solitaria y un cielo cubierto. El título evoca la batalla que Napoléon ganara en Moravia a los rusos y a los austríacos, la misma que Tolstoi reflejó en Guerra y paz.

Austerlitz es la batalla europea por excelencia: hasta tres emperadores mirando por lo suyo (vía)

Austerlitz es un libro de memorias con matices de reportaje que el narrador (supuestamente el mismo Sebald) cuenta tras encontrarse en repetidas ocasiones y lugares (Amberes, Londres, París), de manera casual, con Jacques Austerlitz, el protagonista principal. Austerlitz es un profesor que vive en Londres y que comienza hablando de arquitectura con el narrador, especialmente de fortalezas y cúpulas, para, en un momento determinado de sus encuentros siempre evasivos, comenzar a contar su viaje personal en busca de sus orígenes. Un viaje que le descubre a sí mismo que no se crió con sus padres, que su país no es aquel en que nació, que el idioma que usa no es su lengua materna. Austerlitz es un niño refugiado que evitó por los pelos el Holocausto, al precio del exilio, el desarraigo y la memoria, vividos como desapego intelectual más que como tragedia.

Austerlitz, como novela, sorprende al desplazar la atención del narrador al protagonista al cabo de 30 páginas. También por el uso de fotografías y gráficos intercalados, lo que da el matiz de reportaje histórico mencionado, pero cuyo B/N poco definido, oscuridad y aspecto antiguo lo acercan a la presentación de una investigación emocional más que profesional. El casi monólogo de Austerlitz se prolonga más de 200 páginas, en una fascinante yuxtaposición de frases larguísimas en párrafos inacabables, donde Sebald narra cómo Austerlitz le cuenta sus viajes y lo que en ellos va descubriendo, mediante una erudición que se combina con la emoción individual para ir aclarando paso a paso el origen y la vida de este hombre sin atributos. No es difícil encontrar el sentido metafórico al personaje y su época, que vendría a ser el europeo golpeado por las circunstancias del terrible siglo XX. Sin ser esto novedad, la novela aporta brillantez mediante otra forma de narrar la irrupción del nazismo en la vida de la clase media, y es por momentos hipnótica. Es por ello una pena que Sebald muriera prematuramente en 2001, porque su obra es corta ya que además empezó a publicar bastante tarde.

La novela termina abruptamente, aunque las reseñas no dicen que esté inacabada. Siguiendo con el gusto del lector por encontrar metáforas vitales, estas fueron las últimas líneas de una novela publicada por Sebald, coherentes con el accidente de carretera que se llevó por delante al escritor.

W. G. Sebald (vía)



8 de septiembre de 2012

Recuerda, cuerpo...



El último libro de Paul Auster hasta la fecha no es una novela. Su título, Diario de invierno, indica que se trata de un diario, pero éste no tiene las entradas convencionales, con su fecha. Se acerca a la autobiografía pero menos al libro de memorias, pues aquí no existen crónicas de logros profesionales, de famosos conocidos, ni revelaciones espectaculares. ¿Qué es Diario de invierno? Yo lo llamaría un relato del cuerpo.

A los 64 años, el pesimista Paul Auster se levanta cada día en el invierno de su vida, y lo hace con consciencia de ser un cuerpo presente que se revela en dolores y dolencias, manifestando su dictadura sobre la vida desde un título que ya tiene un rasgo bélico, el de las campañas en la peor estación del año. Auster, cual esclavo, cuenta los avatares, los muchos sucedidos, que lastimaron, alegraron o hicieron responder a su cuerpo. El libro contiene una crónica/recuento de golpes, enfermedades, amantes, encuentros, las ciudades en que el cuerpo vivió, las camas en que el cuerpo durmió…

Paul Auster tal vez sea el último gran escritor norteamericano que vivió como joven amante de la literatura en París. (El mercado de libros viejos del Sena, según Ernest Descals, vía) 

Sorprendentemente, este contarnos su vida de Auster resulta fascinante. Su opción es posiblemente tan impúdica como la de un reality, un desnudo frontal que deja su intimidad al descubierto (y comercializada en forma de libro a la venta), pero el tono resulta de una honestidad y cercanía devastadoras. Su humildad humanista no se me antoja automisericorde, sino dolorosa por participar de una condición limitada. Y el arte de Auster consigue que el interés no decaiga a pesar del catálogo de sucesos cotidianos y anárquicos que supone una vida.

¿Cómo lo hace? Simplificando la frase (técnica marca de la casa), con una carga emocional continua en los sentidos, lo que permite trasladar al lector las experiencias de Auster con nitidez corporal, y con algo más literario de lo que parece: una sibilina estructura aparentemente lineal, que se revuelve de continuo y recupera el pasado y avanza el futuro, recreando su propia vida como si hubiera un camino y se pudiera sospechar, subconscientemente y sin éxito, que la vida tiene sentido. Y, por supuesto, Diario de invierno es para los amantes de la obra de Auster un conjunto de claves que explican obsesiones e intereses literarios, y las trazas de los episodios de su vida que reconocemos en sus novelas resultan estimulantes para un estudio completo del autor. A mí me gusta que además esto no parece buscado, que llego a creerme que es un producto que se origina en las tripas más que en la cabeza o el bolsillo.

Entendería que hubiera quien rechazara el libro, cuya trama novelesca es obviamente poco interesante. Pero su tesis, de existir, la de que somos materia que relatar, que en el relato de esta materia está la vida, está expresada de manera muy bella.

Les dejo con un hermoso poema que he recordado al leer este libro y escribir esta reseña


Recuerda, cuerpo, no sólo cuánto fuiste amado,
no solamente en qué lechos estuviste,
sino también aquellos deseos de ti
que en otros ojos viste brillar
y temblaron en otras voces – y que humilló
la suerte.
Ahora que todos ellos son cosa del pasado
casi parece como si hubieras satisfecho
aquellos deseos – cómo ardían
recuerda, en los ojos que te contemplaban;
cómo temblaban por ti, en las voces, recuerda, cuerpo
(Recuerda, cuerpo… , de Konstantinos Kavafis, traducción de José María Álvarez)

Paul Auster (vía)