28 de septiembre de 2012

Adelante el camarada



Parece que el escritor francés Jean Echenoz escribe mucho sobre personajes reales. Sus tres últimas novelas se centran en Maurice Ravel, Emil Zátopek y Nikola Tesla. El de Zátopek, titulado escuetamente Correr, es el primer libro que leo de este autor.

Emil Zátopek fue un corredor de medio fondo checoslovaco que a finales de los años 40 del siglo pasado sorprendió a todo el mundo batiendo los récords de todas las distancias largas del atletismo, ganando medallas olímpicas y carreras allí por donde pasaba, siempre con un estilo heterodoxo (la portada del libro es clara al respecto), pero con resultados inapelables. Lo hizo bajo la atenta mirada del régimen comunista, para el que su aparición fue sin duda milagrosa, un prodigio de la naturaleza cuya llegada a la alta competición, sin conocer estrategias de carrera ni métodos de entrenamiento, fue casual y resultado de un esfuerzo individual, autodidacta y prácticamente sin recursos, años antes de la inversión de los regímenes comunistas en el deporte de alta competición. El recuerdo mítico de Zátopek persiste en los aficionados al atletismo a pesar del tiempo transcurrido.

Zátopek besa a su mujer, también atleta y campeona olímica (vía)

Echenoz retrata a un hombre sencillo, competitivo y poco endiosado. El libro avanza en capítulos cortos, en frases rápidas, centelleantes, que cubren desde la invasión alemana de Checoslovaquia hasta la caída de Dubček en 1968. La tentación es decir que estas tres décadas suceden tan rápido como la propia ejecución atlética del mismo Zátopek, y así lo dicen algunas reseñas. Imagino que con Ravel todo será fluir musical y con Tesla relámpagos y centellas…

No hay complejidad psicológica en Correr, sino más bien una descripción naturalista de sentimientos comunes. Zátopek puede haber sido una persona sencilla con un talento descomunal, que más o menos aceptó las cosas de la vida como le sucedieron, y el relato de su vida encuentra un interés no trágico -para él- pero sí irónico en haber sido controlado por un estado comunista opresor. El tema de este libro es la inalterable voluntad de un hombre enfrentado a las condiciones absurdas que se le imponen para practicar su inocua pasión como si el mecanismo más noble para la libertad fuera la pureza de sentimientos. En la sencilla precisión del lenguaje –sin epítetos, sin metáforas, con diálogos y palabras escogidamente rutinarias- se consigue un reflejo impecable del protagonista. Desconozco si se ajusta completamente a la realidad, si el autor se desliza por el camino de la hagiografía, pero como trabajo literario es emocionante y certero, y no se para en describir una mítica deportiva absurda.

Jean Echenoz (vía)

(Con este post se cumplen 100 banquetes entregados a los lectores de este blog. Gracias a todos los que leen, a los que además comentan, y a los que han leído algún libro gracias a una recomendación aquí recogida)

18 de septiembre de 2012

El hombre sin atributos



Siempre me había parecido enigmática la portada de esta novela, con la foto de este niño vestido con ropas de hace cien años y ese pelo rubio alborotado que le invade la frente, su mirada decidida, y el fondo en sepia, una campa solitaria y un cielo cubierto. El título evoca la batalla que Napoléon ganara en Moravia a los rusos y a los austríacos, la misma que Tolstoi reflejó en Guerra y paz.

Austerlitz es la batalla europea por excelencia: hasta tres emperadores mirando por lo suyo (vía)

Austerlitz es un libro de memorias con matices de reportaje que el narrador (supuestamente el mismo Sebald) cuenta tras encontrarse en repetidas ocasiones y lugares (Amberes, Londres, París), de manera casual, con Jacques Austerlitz, el protagonista principal. Austerlitz es un profesor que vive en Londres y que comienza hablando de arquitectura con el narrador, especialmente de fortalezas y cúpulas, para, en un momento determinado de sus encuentros siempre evasivos, comenzar a contar su viaje personal en busca de sus orígenes. Un viaje que le descubre a sí mismo que no se crió con sus padres, que su país no es aquel en que nació, que el idioma que usa no es su lengua materna. Austerlitz es un niño refugiado que evitó por los pelos el Holocausto, al precio del exilio, el desarraigo y la memoria, vividos como desapego intelectual más que como tragedia.

Austerlitz, como novela, sorprende al desplazar la atención del narrador al protagonista al cabo de 30 páginas. También por el uso de fotografías y gráficos intercalados, lo que da el matiz de reportaje histórico mencionado, pero cuyo B/N poco definido, oscuridad y aspecto antiguo lo acercan a la presentación de una investigación emocional más que profesional. El casi monólogo de Austerlitz se prolonga más de 200 páginas, en una fascinante yuxtaposición de frases larguísimas en párrafos inacabables, donde Sebald narra cómo Austerlitz le cuenta sus viajes y lo que en ellos va descubriendo, mediante una erudición que se combina con la emoción individual para ir aclarando paso a paso el origen y la vida de este hombre sin atributos. No es difícil encontrar el sentido metafórico al personaje y su época, que vendría a ser el europeo golpeado por las circunstancias del terrible siglo XX. Sin ser esto novedad, la novela aporta brillantez mediante otra forma de narrar la irrupción del nazismo en la vida de la clase media, y es por momentos hipnótica. Es por ello una pena que Sebald muriera prematuramente en 2001, porque su obra es corta ya que además empezó a publicar bastante tarde.

La novela termina abruptamente, aunque las reseñas no dicen que esté inacabada. Siguiendo con el gusto del lector por encontrar metáforas vitales, estas fueron las últimas líneas de una novela publicada por Sebald, coherentes con el accidente de carretera que se llevó por delante al escritor.

W. G. Sebald (vía)



8 de septiembre de 2012

Recuerda, cuerpo...



El último libro de Paul Auster hasta la fecha no es una novela. Su título, Diario de invierno, indica que se trata de un diario, pero éste no tiene las entradas convencionales, con su fecha. Se acerca a la autobiografía pero menos al libro de memorias, pues aquí no existen crónicas de logros profesionales, de famosos conocidos, ni revelaciones espectaculares. ¿Qué es Diario de invierno? Yo lo llamaría un relato del cuerpo.

A los 64 años, el pesimista Paul Auster se levanta cada día en el invierno de su vida, y lo hace con consciencia de ser un cuerpo presente que se revela en dolores y dolencias, manifestando su dictadura sobre la vida desde un título que ya tiene un rasgo bélico, el de las campañas en la peor estación del año. Auster, cual esclavo, cuenta los avatares, los muchos sucedidos, que lastimaron, alegraron o hicieron responder a su cuerpo. El libro contiene una crónica/recuento de golpes, enfermedades, amantes, encuentros, las ciudades en que el cuerpo vivió, las camas en que el cuerpo durmió…

Paul Auster tal vez sea el último gran escritor norteamericano que vivió como joven amante de la literatura en París. (El mercado de libros viejos del Sena, según Ernest Descals, vía) 

Sorprendentemente, este contarnos su vida de Auster resulta fascinante. Su opción es posiblemente tan impúdica como la de un reality, un desnudo frontal que deja su intimidad al descubierto (y comercializada en forma de libro a la venta), pero el tono resulta de una honestidad y cercanía devastadoras. Su humildad humanista no se me antoja automisericorde, sino dolorosa por participar de una condición limitada. Y el arte de Auster consigue que el interés no decaiga a pesar del catálogo de sucesos cotidianos y anárquicos que supone una vida.

¿Cómo lo hace? Simplificando la frase (técnica marca de la casa), con una carga emocional continua en los sentidos, lo que permite trasladar al lector las experiencias de Auster con nitidez corporal, y con algo más literario de lo que parece: una sibilina estructura aparentemente lineal, que se revuelve de continuo y recupera el pasado y avanza el futuro, recreando su propia vida como si hubiera un camino y se pudiera sospechar, subconscientemente y sin éxito, que la vida tiene sentido. Y, por supuesto, Diario de invierno es para los amantes de la obra de Auster un conjunto de claves que explican obsesiones e intereses literarios, y las trazas de los episodios de su vida que reconocemos en sus novelas resultan estimulantes para un estudio completo del autor. A mí me gusta que además esto no parece buscado, que llego a creerme que es un producto que se origina en las tripas más que en la cabeza o el bolsillo.

Entendería que hubiera quien rechazara el libro, cuya trama novelesca es obviamente poco interesante. Pero su tesis, de existir, la de que somos materia que relatar, que en el relato de esta materia está la vida, está expresada de manera muy bella.

Les dejo con un hermoso poema que he recordado al leer este libro y escribir esta reseña


Recuerda, cuerpo, no sólo cuánto fuiste amado,
no solamente en qué lechos estuviste,
sino también aquellos deseos de ti
que en otros ojos viste brillar
y temblaron en otras voces – y que humilló
la suerte.
Ahora que todos ellos son cosa del pasado
casi parece como si hubieras satisfecho
aquellos deseos – cómo ardían
recuerda, en los ojos que te contemplaban;
cómo temblaban por ti, en las voces, recuerda, cuerpo
(Recuerda, cuerpo… , de Konstantinos Kavafis, traducción de José María Álvarez)

Paul Auster (vía)