En 1991 vi de estreno el encuentro espléndido entre el escritor Pascal Quignard y el músico Jordi Savall, que, Gérard Depardieu mediante, sucedía en Todas las mañanas del mundo, una película dirigida por Alain Corneau. El guión escrito por Pascal Quignard se basaba en la vida del músico Marin Marais, sobre el cual previamente había escrito la novela La lección de música. Novela o conjunto de relatos, el primero de los cuales se dedica a Marais.
Con la hipnótica banda sonora de Todas las mañanas del mundo en una cinta de cassete que una amiga me regaló hace veinte años empecé a descubrir la labor de Jordi Savall, que ya llevaba años tocando, y por tanto reivindicando, la viola de gamba. Savall realiza cuidadosas grabaciones de música antigua, del Medievo al siglo XVIII, dentro del grupo Hespèrion XX(I) que encabeza, algunas de las cuales me parecen tan maravillosas que no puedo dejar de recomendarlas encarecidamente antes de continuar:
Cantigas de Santa María. Strela do día, de Alfonso X El Sabio, por Hespèrion XX y La Capella Reial de Catalunya (Astrée Naïve, 1993). ¿No necesita presentación, verdad? Aquí una pieza.
Ostinato, por Hespèrion XXI (Alia Vox, 2001). Recopilación de música de baile de los siglos XVI y XVII ¿Conocían ustedes al toledano Diego Ortiz, maestro de estas músicas? Antes de esto, yo al menos no. De este disco, les selecciono el bello pasacalles de Andrea Falconiero.
La Lira d’Esperia, por Jordi Savall y Pedro Estevan (Astrée Naïve, 1996). Recopilación de piezas compuestas para instrumentos de arco primitivos como la lira o la vihuela de arco. Forma parte de una serie de cedés fascinantes dedicados a músicas nacionales desde la Edad Media al Barroco de los diferentes países europeos. Si piezas como esta Ductia que cierra el disco no les enamoran, definitivamente ésta no es su música.
Savall recupera instrumentos antiguos y es especialista precisamente en la viola de gamba –una viola grande que se apoyaba en el suelo, sin llegar a ser un violoncelo, que también se suele llamar violón-. Es conocido por interpretar con apego al gusto histórico estas músicas antiguas. Todo ello hacía casi inevitable su encuentro con Pascal Quignard, que además de trabajar durante años para la editorial Gallimard, es especialista en música y culturas antiguas, y había centrado su libro en la vida de Marin Marais, virtuoso del instrumento, a cuya maestría legendaria se atribuye el hecho de que el instrumento fuera cayendo en decadencia tras su muerte.
Jordi Savall, vía Ya nos queda un día menos
El relato de Quignard sobre Marais intercala episodios breves de su intensa vida de joven prodigio (su maestro rechazó enseñarle en la creencia de que le superaría; se dedicó a la composición por la juiciosa idea de su padre de no castrarle cuando perdió su voz de niño) con un análisis personal de las implicaciones psicológicas del crecimiento y el cambio en los adolescentes en relación a la creación musical: se trata de estudiar cómo responde el joven a la tragedia de perder la voz angelical de la infancia encontrando su timbre perdido en la composición e interpretación musicales, ya que así nunca sufrirán de nuevo semejante experiencia de pérdida. La alambicada recurrencia continua con que Quignard construye este argumento, emparentada con la visión platónica que da al aprendizaje necesario (en el sentido académico: ‘encuentro interior de la verdad’, la música de la viola de gamba como sombra de la auténtica realidad de la voz), vertebra el relato sobre Marais con los otros dos: el segundo es una anécdota del joven Aristóteles llegando a Atenas a estudiar en la Academia, y el libro termina con los intentos de un estudioso chino del laúd por conseguir entender las enseñanzas de su esquivo maestro. Más allá de la presencia de maestros de distintas emociones, que es tema de los tres relatos, la sutil línea argumental abandona la música en el segundo relato pero no la deconstrucción del fenómeno de la tragedia en el imaginario occidental, mientras que el tercero recoge de nuevo la música como arte que debe aspirar a la sencillez, la pureza y la claridad para alcanzar el conocimiento. Es obvio que Quignard quiere hacer eso con su obra: despojarla de adornos molestos, presentar los hechos en frases simples, alternadas con su visión personal, que, en primera instancia, parece siempre convincente.
Marin Marais, vía wikipedia
Mi último pensamiento sobre el libro desliza un matiz moderno y militante que creo que el autor no ha querido considerar. ¿Y las mujeres? Según las tesis de Quignard, no componían en la misma cantidad que los hombres porque no experimentaban igual el sentimiento de pérdida de un instrumento musical propio en la adolescencia (su sentimiento de pérdida en la vida es posterior, en la madurez). Pero, claro, yo me pregunto: ¿acaso estudiaban? Cabe pensar que sí, que las señoritas lo hacían como también serían hijos de familias de algún posible los niños varones que estudiaban música. Ahí está la hermana de Mozart, que recorrió con él toda Europa como prodigio, y que compuso obras, pero que no pudo seguir su carrera, de la que si acaso existió fue privada y no dejó rastro. Hoy ha caído en el olvido, porque le estuvo vedado ganar el prestigio suficiente para ser músico de corte y poder por tanto vivir de la composición. No me cabe duda de que experimentó un tipo de pérdida en cuyas causas me temo que Quignard ve menos lírica.
De todos modos, el libro es excelente y el autor también. Del mismo les recomiendo Terraza en Roma –una novela similar a La lección de música-, y, si se sienten con fuerza, el impresionante ensayo El sexo y el espanto, sobre la trastienda psicológica de las relaciones sexuales y el cambio fundamental en las mismas que tuvo lugar entre las Grecia y Roma antiguas. Quienes la hayan visto, también pueden recordar la reciente película Villa Amalia, basada en otra novela de Pascal Quignard.
Pascal Quignard, vía Ce Métier de dormir,