Supongo que por egoísmo, o por saber que no voy a ser padre, o porque, otros temas, simplemente, me han gustado más o parecido más interesantes, nunca he puesto demasiado interés en las cuestiones educativas. Aunque como ciudadano sea consciente de las situaciones que pasan profesores, alumnos y padres dentro de nuestra sociedad cambiante a la que los gobiernos han regalado también muy cambiantes leyes educativas.
¿Por qué me duelen los ojos?
Sin embargo, el hecho de que un amigo muy querido sea profesor de adolescentes en un centro escolar en un entorno algo difícil me ha llevado a conocer algunas situaciones tan estrambóticas (alumnos que utilizan Fotolog para acosar a otros alumnos, alumnos que insultan a sus profesores por Facebook, hijos de traficantes que hacen trapicheos en la escuela, amenazas públicas de palizas que hacen intervenir a la Ertzaintza, etc…) que cuando supe de la publicación de este libro de título tan denotativo como aparentemente real, no pude sino agenciármelo.
Un gran poder supone una gran responsabilidad
El profesor en la trinchera, obra de José Sánchez Tortosa, utiliza buscadamente referentes de la cultura audiovisual actual para exponer sus tesis y describir la situación en la aulas. Es decir, referentes que entenderían los que son el objeto central de la situación, los alumnos: Matrix, Los Simpson, Spiderman… Claro que el autor es profesor de Filosofía y muestra los clásicos de donde proceden estas obras y su aplicación en la educación, con preferencia por la caverna platónica y su cariz gnoseológico: el aprendizaje es recuerdo y el alumno es un esclavo que sólo ve sombras del mundo real y al que hay que liberar porque para él es más fácil seguir siendo un esclavo tranquilo y hacer caso de su naturaleza más primaria (ver sombras, o comportarse como un energúmeno, si se prefiere). Vencer esa resistencia es lo que convierte a la educación en una ‘guerra’.
Multiplícate por cero
El libro describe cómo anda esta ‘guerra’ en la actualidad: muy malamente, porque los alumnos tienen acorralados a los profesores y secuestrado el juicio de los padres, sin que las autoridades educativas sean capaces de romper este cerco (e incluso a veces parece que lo alimenten). Una situación que posiblemente es dada al derrotismo, y que el autor presenta con todas sus dificultades y fracasos, no por ello perdiendo ni el humor ni la lucidez ante las complejidades que un proceso como la educación objetivamente supone.
Aunque el libro no tiene un destinatario único claro, parece improbable que los alumnos puedan serlo. A los profesores posiblemente les guste el enfoque, pues seguramente les retroalimente su visión propia tratada con justicia exquisita. Para los padres, no obstante, debiera ser un libro muy útil. Para los legos en la materia como yo… he disfrutado con la aplicación sencilla de modelos filosóficas a una situación social directa, y con el hecho de haber sido capaz de ‘recordar’ (aprender, claro) los viejos mitos platónicos. Que los mitos modernos desciendan de ellos no es sorpresa, y que un filósofo utilice su saber en empresa literaria práctica y educativa no es novedad. Pero no por ello esta obra pierde interés o su ejecución es banal.