22 de abril de 2009

More Alan Moore


Alan Moore, por si quedan dudas o alguien no le conoce, es el guionista/autor de cómic más conocido, reputado e influyente de los últimos treinta años. Sería algo tonto e innecesario ponerse ahora a desgranar o listar sus obras y sus maravillas/resultados: hay miles de websites tanto pretendidamente serias como asumidamente underground que lo hacen y lo explican todo de él. Incluído su carácter huraño, retraído y obsesivo…

Este autor fascinante, que ha liderado sin proponérselo la actal edad de oro del cómic, es algo más que un imaginativo autor postmoderno. La lectura de sus comics, especialmente aquellos que presentan una determinada base histórica, le revela documentado historicista, y, por momentos, tan ensayista gráfico como ficcionador, además de artista metaintérprete del medio y sus personajes, y especialmente comprometido con la esencia o verdad de su arte, algo que le molesta mucho cuando sus obras se adaptan al cine. Es un clásico de la moderna resistencia al mainstream de Hollywood la negativa repetida de Moore a participar o simplemente dejar que su nombre figure como autor de la obra original en que se basan las películas de sus tebeos. Esta resistencia razonada, aunque casi heróica, tan extraña en el mundo de las artes sometidas al poder de la promoción y a comercializar para rentabilizar la inversión (sea del tipo que sea), sólo se alcanza desde la seguridad que (supongo) da el genio verdadero o desde un carácter inalterable y sin duda poco habitual en la psicología temerosa del artista que pueda serlo de masas. Moore, más cercano que a un autor de culto de un medio con implicaciones de consumo de masas, recuerda más a un poeta ermitaño; ¿y no serían los poetas de hoy en día los superhéroes incomprendidos de las artes?

Resultados desiguales y una única pasión de autor: ni verlos


Pero yo, en realidad, hoy quiero hablar del Alan Moore poeta, tal vez porque el Alan Moore superhéroe no resulta verosímil, claro (¿mallas? ¿músculos? ¿supervehículos??) ¡No! Como mucho, máscaras, dobles identidades, sufrimiento y soledad por ser distinto. Tal vez por ello, el poeta Alan Moore escribió hace dos décadas un poema en contra de la homofobia de la llamada ‘Cláusula 28’, una disposición thatcheriana que fomentaba la discreción y el disimulo de la homosexualidad en la familia y que prohibía ‘promoverla’ a las autoridades inglesas y galesas. El libro se titula El espejo del amor y es inclasificable en sí. Por causa de Alan Moore, uno puede encontrarlo en las librerías de cómics. Al ser poesía, en las estanterías dedicadas al olvidado antiguo sexto arte. Y al estar cada estrofa ilustrada por una fotografía a página completa de José Villarrubia, en la de fotografía. Claro que todas estas imágenes de cuidado trabajo previo y excelente calidad artística (cromatística, compositiva, metafórica) hablan con la estrofa que les corresponde pero también con las demás fotos del libro, en un doble lenguaje muy hermoso y que, como siempre en los libros que guioniza Moore, reflexiona a múltiples bandas sobre el medio utilizado.

Miguel Ángel


Alan Moore recupera su aliento historicista llevando a su poema el relato de una Historia de la subcultura gay, a través de momentos de mayor y menor libertad o comprensión, en las diferentes civilizaciones, sin olvidar los puntos más oscuros del origen de una infamia, y hasta llegar a la vergüenza moderna del gobierno conservador británico. El punto de vista parece por momentos algo pasado de moda, ahora que esa subcultura está tan presente en nuestro país, pero tal vez debamos pensar que lo de (parte de) nuestro país es lo excepcional, además de que mucha gente no participa de esa subcultura o esa subhistoria (por eso son ‘sub’, claro), aunque graciosamente la tolere. ¿Y qué es lo aparentemente demodé y sin embargo muy bello? La visión del amor que no osa decir su nombre como una pureza primigenia es una vuelta poética a los principios básicos de la representación de lo homosexual en el arte. Pero resulta no obstante gozoso y emotivo recuperarlo gracias al convencimiento ético de las palabras de Moore, y porque nos recuerda que la base de este conflicto no es sino una vilipendiada cuestión de amor diferente al comportamiento habitualmente aceptado.

El espejo del amor debe leerse, como dice en una de sus recomendaciones, en la cama, a la persona amada (nuestro espejo) a la luz de las velas que se irán encendiendo y apagando según corresponde, y en voz alta, como si fuera un conjuro para que las fuerzas del amor nunca abandonen al hombre, nunca sean utilizadas en su contra, y nunca más dejen una foto en negro.




Agradecimientos a Jonathan por el link del odio de Moore por las pelis de comics.
Agradecimientos a Roberto por la idea del conjuro, y por todo lo que significa la participación en el libro, claro está

14 de abril de 2009

Me pillas en China (y tres)

Nos preguntábamos ayer después de tanto rollo oriental que a dónde nos llevaba todo esto. Y me respondía que, por supuesto, al terruño, pues ¿a dónde si no?

A que no existe literatura española que me encaje en esto de ‘descubramos China a nuestra manera y presentémosla con originalidad, fuerza, carácter, lo que sea que tenga vida propia’. O por lo menos, yo no lo conozco. Algún libro de viajes al estilo de Manu Leguineche, pero siempre me pareció de otra época y no conseguía encajar en su espíritu aventurero bien narrado pero un tanto suficiente. Hace meses tuve sin embargo conocimiento de un libro que enseguida compré y me leí, Los mares de Wang (Gabi Martínez).


Hong Kong: mar

Martínez es un excelente escritor, dinámico y altamente documentado (y bien guapo, por cierto), capaz de desentrañar parte del alma de la contradictoria China actual, aunque… Veamos, el libro narra un viaje para descubrir/describir las zonas chinas más desarrolladas, que son las costeras, y sin embargo se encuentra con que las relaciones con Wang, el joven chino del interior que Martínez contrata como traductor y que desconoce tanto esa China raramente supradesarrollada como el lejano Occidente, son su mayor conflicto.

A Martínez le aprecio un esfuerzo investigador/documental, y un estupendo análisis sociológico e histórico, además de los lugares descubiertos (insospechados y sorprendentes, tal y como sucede siempre en China), pero su relación con Wang da idea del fracaso al conocer a los chinos y, en general, el de una experiencia, aunque el libro sea un interesante reflejo de cómo el triunfo occidental se asombra del despertar del dragón que en gran parte ha alentado y dado de comer. Martínez parece viajar por China con ojos muy abiertos, pero con escaso sentido del humor (o con mucho orgullo, o una combinación de ambos sentimientos). Pareciera que su observación de la astracanada sociológica no es consciente de que sus protagonistas, los chinos de carne y hueso, la conocen, y que conocen su contradicción, pero que la línea entre subrayar el detalle y la ofensa es sutil si se hace sin humor y sin reírse también de lo que supone que un hombre blanco viaje a China en las condiciones del autor. Supongo que como en todas partes, en China se sobrevive sólo con sentido del humor. Pero lo sorprendente es el humor que atesoran ellos mismos, algo que Gabi Martínez apenas consigue rascar a pesar de ser un analista profundamente racional. O tal vez por eso.

Más allá, el libro opta por perder la concentración en lo viajado para ramificarse por detalles que no le ayudan a centrar su efecto en el lector: sus cuitas con la website en que narra los episodios de su viaje, su retorno a España en medio del relato, sus reuniones con inmigrantes españoles en China… Son detalles humanos que lo acercan más a un libro de experiencias personales, una literatura excelente de blog (por así decir), pero que al no ser profundo en su introspección personal hace que pese más la personalidad del autor que el objeto del libro. Y eso es una pena, aunque para nada invalida la propuesta que, sinceramente, recomiendo mucho leer porque, al menos yo, he aprendido bastante. Y no me considero especialmente exigente, pero consideren que nunca hablaré aquí de libros que no merezcan la pena. ¡O eso espero!


4 de abril de 2009

Me pillas en China... (dos)

(((Decíamos ayer... Pero España, a decir verdad, no ha mostrado demasiado interés en China.)))

Y el desinterés puede considerarse histórico. Aunque se supone que Colón iba a desembarcar en esas tierras, al final la separación de territorios de ultramar entre España y Portugal les dejaron su colonización y, sobre todo, el comercio con los mismos, a nuestros vecinos. España después sufrió su aislamiento secular y entre otras incorporaciones tardías al mundo, la de comerciar con China resulta ser una de las más dolorosas actualmente. Y a pesar de la obvia necesidad comercial con China, sea para comprar, sea para vender, apenas existe una conexión diaria directa con China por avión, un escaso Madrid-Beijing de Iberia, que además no lleva muchos años operando. Los chinos continentales y los chinos de Hong Kong tampoco programan vuelos a nuestro país. El resto de grandes aeropuertos europeos pueden tener más de diez o quince vuelos diarios a las tres grandes capitales chinas, pero… Así, no es de extrañar que nos falten libros de viajes por China, como el que ya hace más de veinte años publicó Vikram Seth en Desde el lago del cielo. Seth con los años se convertiría en un escritor pionero del boom de la literatura angloindia y en autor afamado de una novela monumental en todos los sentidos (Un buen partido). Pero antes, había sido estudiante en el extranjero, nada menos que en Nanjing (China), y decidió hacer un viaje de regreso a su Delhi de nacimiento desde el dichoso lago, situado en la muy alejada y paupérrima provincia norteña de Xinjiang, atravesando para ello medio país, incluyendo el Tibet, en… ¡autostop! Seth hace su viaje a principios de los ochenta, cuando China todavía se desperezaba en su apertura al exterior y las dificultades logísticas y estructurales eran tan descomunales como el país en sí. El libro todavía habla de una China lejana para la mayoría de los visitantes occidentales, que no se adentran donde Seth lo hace, incluso aquellos que huyen de los hoy propuestos grandes centros de interés turístico y pretenden descubrir una China más primigenia. Aunque este concepto sea un tanto falaz, ya que por un lado no existe una China primigenia (la Revolución Cultural del maoísmo lo borró todo) sino una pobreza extrema que un pueblo que parece desamparado intenta combatir como puede; por otro, no se conceden permisos fácilmente para visitar la China tan pobre y hambrienta que ni tan siquiera puede hacer el más mínimo negocio con Occidente. Por no hablar del Tíbet, claro.

China: en construcción

Desde el lago del cielo es un libro bello y poético, escrito con sencillez (¿ingenuidad?) desbordada por un escritor aparentemente primerizo pero lúcido y honesto, retrato de una aventura contra la burocracia y los elementos, de un reto planteado para el aprendizaje, la emoción estética, y la experiencia sobre lo que implica viajar:

Sin embargo, en un plano personal, aprender de otra gran cultura es enriquecer la propia vida, comprender mejor el propio país, sentirse más en casa en el mundo, y, de modo indirecto, incrementar ese depósito de buena voluntad que quizá pueda, dentro de generaciones, atenuar el uso cínico del poder nacional.

La China que podemos ver y visitar hoy en día es otra cosa. Si hablamos de Guy Delisle y su Shenzhen ya jugamos en otra liga. No, mejor en otro deporte. Shenzhen, por un lado, es un gran centro económico, nombrado zona económica especial por Deng en 1979, y que antes era un poblado irrelevante. Hoy, cuando ha pasado en 30 años de 50.000 a más de ocho (puede que cinco, puede que diez, ¿quién sabe?) millones de habitantes, es un paraíso del capitalismo alucinado a la china, del desarrollismo urbano desastroso, de la producción y comercialización masivas de componentes electrónicos, y de la polución sin solución; lo más alejado posible geográfica y emocionalmente de ningún lago del cielo o de ninguna cultura tradicional, pero también de un desarrollo sostenible, moderno, o cualquier otra zarandaja correctamente comercial de Occidente que prefieran.

Por otro, Shenzhen ya no está sólo ambientado en los 90, sino que es un cómic, género más pop que la novela autobiografiada o el viaje de aprendizaje, y signo tal vez de los tiempos aperturistas. Guy Delisle ya no es un autor oriental, sino un canadiense, un profesional occidental que debe vivir seis meses en Shenzhen y enfrentarse a la contradicción entre la organización del trabajo (jefe de un equipo que debía terminar episodios de series de dibujos animados a emitir en Occidente según cánones de productividad) y el desconcierto del choque cultural entre dos referencias necesitadas una de otra. Yo supongo que no se puede ser objetivo al juzgar un libro que retrata situaciones reales que uno ha vivido de una manera directa y clavada a cómo el autor las presenta. Las experiencias son personales y laborales y se resumen sobre todo en el desastre de comunicación que tenemos entre ambos hemisferios, siendo el resultado unos meses de absolutas sorpresas e infinito aburrimiento por parte del protagonista. En realidad, Shenzhen es una crónica de un viaje al absurdo, de la relación entre dos mundos que quieren e intentan conocerse, pero que no parecen saber desarrollar cómo, y del estupor que eso genera en uno de esos mundos. El anecdotario es inmenso (ese portero que siempre le saluda con una frase en inglés absurda, ese cocinero que siempre le hace la señal del huevo cuando se cruza, esa gente que le saluda por la calle porque sí, esa visita al 'dentista', esos mendigos que aplastan la cabeza contra el suelo pidiendo dinero, esas traducciones de minutos para decirte al final que 'están de acuerdo', esas habitaciones cuyas luces no hay manera de apagar, esos imposibles cruces de fronteras, etcétera...), y la capacidad de observación del autor aumenta el goce de una historia que indica cómo viajar puede no ser tan maravilloso. Me da envidia gorda una cosa del canadiense, y es que al menos para él la comida china era una fuente de placer. Posiblemente tendría más costumbre o más valentía, porque... bueno, hay que vivirla...


Shenzhen: la ciudad


Delisle es uno de los maestros de la historieta autobiográfica, aunque es un género inmenso y de grandes obras. Les adjunto un link donde podrán ver que hace tiempo tuvieron a bien referenciar varias de estas reflexiones, todo ello gracias a un maestro en el superanálisis de la infracultura, cuya lectura de nuevo recomiendo a quienes no conozcan y deseen sorprenderse de continuo.

¿Y a dónde nos lleva todo esto? Pues, por supuesto, al terruño, ¿a dónde si no?

(continuará...)